El 17 de diciembre pasado, Mohamed
Bouazizi se suicidó prendiéndose fuego luego que la policía
tunecina rompiera su carro de verduras con el que trataba de
vender diariamente, para poder sobrevivir. Bouaziz era un
universitario desempleado que, como tantos otros graduados,
deben recurrir a trabajos precarios o marginales en Túnez.
La muerte de Bouaziz se dio en un marco de creciente
descontento y protesta en este país de 10 millones de
habitantes y que forma parte de la región del Magreb, a la
que pertenecían las colonias francesas hasta la década del
50. El suicidio del universitario vendedor de verduras desató
la furia en la capital del país y otras ciudades
importantes.
Miles de hombres y mujeres, y fundamentalmente
los jóvenes salieron a pedir la renuncia de Zine el Abidine
Ben Alí, el presidente de la nación tunecina que detentaba
el poder desde hace 23 años. La represión policial comenzó
a golpear y a disparar contra las multitudinarias
manifestaciones. Más de 60 muertos en un mes de
movilizaciones dan cuenta de la decisión de las masas
tunecinas de terminar con la dictadura de Ben Alí. El
viernes 14 de enero, Ben Alí, cuyo poder político estaba
organizado en el RCD, partido oficialista que constituía
una verdadera milicia que vigilaba cada rincón del país y
promovía un sistema de delación, cárcel y tortura, dejó
el gobierno y el país acompañado de su familia y algunos
funcionarios. La huida del presidente de Túnez configura un
hecho histórico:
es el primer mandatario árabe que se ve obligado a renunciar como
resultado de las protestas populares y abre un nuevo
escenario político en la región.
Los regímenes de la región, como es
el caso de Túnez, tienen su base social en las clases
medias que se fueron conformando desde la década de los 80
del siglo pasado. En el 2000 comienza a haber un
estancamiento social en estos sectores. Así, la generación
nacida a principios de los 90 encontró cerradas las puertas
hacia una perspectiva laboral y de condiciones de vida
acorde con su nivel cultural como nueva fuerza de trabajo.
“De manera más general, incluso las viejas clases medias
de los años 80 han sufrido estos últimos años unos
procesos de erosión y empobrecimiento muy importantes. Pero a diferencia de las nuevas generaciones, esas viejas clases ya se
benefician de un puesto, aunque sea precario, dentro del
sistema social, mientras que a unos jóvenes diplomados y
preparados para entrar en el mercado laboral se les niega
incluso la situación de precariedad”.
[1]
La corrupción estructural en las
altas esferas del gobierno junto a un débil orden
administrativo legal por un lado, y un amplio espacio
marginal donde las clases pobres y populares tratan de
sobrevivir en empleos inestables, mal remunerados, por el
otro, han sido un denominador común en los países del
Magreb. En Túnez, esa división económica y social se
ensanchó abruptamente en los últimos años y llevó a las
masas al estallido.
El derrumbe de la economía tunecina
Francia es el principal inversor en
el país con 1.250 empresas. Italia, Reino Unido, Alemania,
Bélgica, Países Bajos y España también han depositado
fondos en proyectos económicos tunecinos. Pero más tarde o
más temprano la crisis económica global sacudió a uno de
los países más ricos de África: “El turismo, la
industria textil, la industria manufacturera, los fosfatos,
prometían un futuro alentador. Hasta que explotó la crisis
mundial de 2008, a partir de entonces se esfumó el próspero
porvenir. Porque a la catástrofe financiera global se ha
sumado un proceso de privatizaciones, que iniciado
paulatinamente a
mediados de la década de los 80, ha generado una
concentración descomunal de poder económico en pocos
bolsillos: los de los Trabelsi, y especialmente en el de
Sajer El Materi, el yerno todavía no treintañero de Ben Alí”.
[2]
Buzaina
Fersiu, profesora de Ciencias
Empresariales de la Universidad de Túnez. también opina en
ese sentido: “La crisis mundial de 2008 ha impactado en el turismo
y en el sector textil, y los demás sectores tienen poco
valor añadido. Además, teníamos muchas industrias, pero
el aumento de los precios de las materias primas y la
competencia de productos más baratos de otros países han
afectado a muchas industrias"
En
2009, según el Instituto Nacional de Estadísticas, las
exportaciones tunecinas se redujeron en un 21,3%, durante
los primeros siete meses del año. A su vez, las
importaciones cayeron un 19%. “Las primeras empresas que
sufrieron la crisis fueron las navieras ya que el 95% del
comercio exterior se hace por vía marítima”. [3]
A
los efectos de la crisis económica mundial hay que
agregarle el alto grado de corrupción en las esferas
gubernamentales, círculos de poder económico que
pertenecen fundamentalmente a la familia del presidente y su
esposa Leila Trabelsi. "Las grandes empresas han pasado a muy pocas manos, las de los
Trabelsi y otros grupos cercanos a la familia del presidente
y a la Asamblea Constitucional Democrática, el partido de
Ben Alí. Se han expropiado empresas alegando el interés
nacional para dárselas a la familia. Ahora están
especulando. Compran empresas a bajos precios y las revenden
con enormes ganancias después de despedir a empleados. Hay
una enorme concentración de la riqueza, pero sin
redistribución, como sucedía antes. Lo único que hay son
asociaciones de solidaridad. ¿Y quién las controla? La
familia del presidente y el partido oficial", explica
Buzaina Fersiu,
“La
importación de bebidas alcohólicas en el país, la compañía
azucarera de Bizerte, la atunera tunecina o el monopolio de
la explotación pesquera del lago que colinda con la
capital, a cambio de limpiar las aguas de algas, son el
chocolate del loro de los intereses de los Trabelsi, los
Mabruk y tres o cuatro familias más afectas al tirano. Esta
mafia inició su andadura hace dos décadas con la petición
de créditos sin garantías a bancos nacionales, dinero con
el que comenzaron a adueñarse de un sinfín de
instituciones financieras. Alertaba el Fondo Monetario
Internacional de su inquietud por la gran cantidad de bancos
en relación con la población de Túnez –casi 11 millones
de personas–, pero la impunidad anulaba esos
llamamientos”.
En
este marco, el desempleo y la falta de perspectivas de
desarrollo social y económico de las nuevas generaciones
han sido el detonante de
la rebelión en la república tunecina. El desempleo llega
al 13% pero en los jóvenes alcanza al 30% y entre los graduados en la Universidad trepa al 60%.
La
crisis económica mundial, como ocurriera en EEUU y luego en
Europa, está ahora mostrando sus fauces en el norte de África.
La crisis en Túnez, con sus particularidades, no puede ser
tomada como un fenómeno local o regional solamente.
“Si
se concibe el sistema mundial como una totalidad con
diversos componentes (economía, estados y lucha entre las
clases) y el componente esencial –la economía, el
determinante en última instancia de los acontecimientos–
sufre semejante conmoción, no puede menos que trasladar esa
situación al resto de
las esferas de
la totalidad económica, social y política. La cadena de
acciones y reacciones que inevitablemente se sucederán no
puede menos que afectar el equilibrio inestable y dinámico
del capitalismo”. (4)
La revuelta
popular abrió una nueva etapa política en la región
La renuncia y la huida del
presidente Ben Alí, lejos de cerrar la crisis abrió
una nueva etapa en el país norafricano y se proyecta como
una sombra sobre los regímenes vecinos. La caída del régimen
dictatorial de Ben Alí estuvo precedida por manifestaciones
y luchas en distintos puntos del país a lo largo de los últimos
tres años. Si bien las primeras reacciones frente a la
crisis fueron la emigración a países limítrofes como
Argelia y luego una sucesión de suicidios, como expresión
de protesta y desesperación (en la ciudad de Bousalem, por
ejemplo, en 2010 hubo once casos de suicidios de
desocupados), se registraron huelgas y movilizaciones por el
empleo y contra la desocupación de enero a julio de 2008 en
la región minera de Gafsa-Redeyef y en el 2010 en la ciudad
de Skhira y la región de Ben Guerdane. “En
la provincia de Sidi Bouzid, una zona agrícola, los
agricultores de Regueb han ocupado en junio pasado las
tierras de las que estaban amenazados de expulsión por los
bancos. Regueb es la ciudad de donde procede la familia del
joven Bouazizi cuya inmolación el pasado 17 de diciembre,
fue la chispa que prendió el fuego de la revuelta de Túnez.”
(5)
La
Unión General Tunecina de Trabajadores (UGTT) es la central
obrera y si bien ha participado en las movilizaciones con
sus federaciones ha sido cuidadosa con los sectores más
radicalizados y no ha centralizado a nivel nacional la
protesta. A poco de la renuncia de Ben Alí, asumió como
presidente Mohamed Ghannouchi, quien fuera Primer Ministro
de aquél. El mismo anunció la formación de un gobierno de
unidad nacional integrando a sectores de la oposición. Este
nuevo gobierno entró rápidamente en crisis, ya que miles
de manifestantes volvieron a las calles para rechazarlo.
Exigiendo que no quede un solo funcionario del gobierno
anterior, incluyendo aún a Ghannouchi. Que se decrete una
amnistía general para los presos políticos
y mayores libertades.
El
ejemplo de Túnez puede correr como reguero de pólvora por
los países de la región y esto es lo que preocupa al
imperialismo yanqui y a los gobiernos de Europa que
comprenden que una desestabilización en el Magreb afectaría
directamente sus intereses.
La
rebelión tunecina reafirma una nueva secuencia de la crisis
mundial. Las coordenadas de la crisis económica y la
movilización de sectores de masas obreras y populares que
irrumpieron en Grecia, Irlanda y España se están
extendiendo hacia la periferia norafricana. La movilización
tunecina ha superado a los aparatos del régimen, incluidas
las corrientes islámicas que durante una etapa han
capitalizado el descontento popular en otros países de la
órbita árabe, como por ejemplo, en Argelia, con el Frente
de Salvación Islámica.
“En pocas palabras, desde principios de los años ochenta,
hemos visto el islamismo constituirse como la caja de
resonancia del rechazo a la dualización social y a la
marginación política.
Al confesionalizar la conflictividad
social, su estrategia consistía en organizar prestaciones
sociales paralelas desarrollando formas de solidaridad y de
apoyo con vocación caritativa: hospitales, escuelas de
barrio, pequeños empleos, etcétera. El objetivo era volver
a ocupar un espacio social abandonado por el Estado, creando
a la vez una organización parapolítica y una
contrasociedad, que supuestamente prefiguraba la sociedad
religiosa prometida.
Pero esta estrategia ya no logra
aparentemente captar las aspiraciones elementales de las jóvenes
generaciones. Las reivindicaciones sostenidas por estos jóvenes
encolerizados están totalmente laicizadas: quieren derechos
sociales, civiles y políticos para asegurarse ellos mismos
su vida aquí abajo”. (6) En Túnez
esta irrupción de los sectores juveniles sin salida en el
marco actual de la crisis que sacude al país debe ser la
punta de lanza para una recomposición de las fuerzas políticas
y sociales entre los trabajadores y los sectores más
oprimidos en el país africano, que tenga como norte una
clara independencia de clase.
Notas:
1. Sami Fair, Revolución democrática
en el Magreb.
2. El país, Madrid. 14/01/20011.
3. Noticias, Le
temps. 11/9/09.
4. Roberto Sáenz, El retorno del
viejo fantasma. Socialismo o Barbarie nº 22, noviembre
2008.
5.
Corinne Quentin, Boletín nº 84-Tout est a nous (NPA),
6/01/2011.
6. S. Fair,
op. cit.