Al
comienzo de la Primera Guerra Mundial, Italia había ocupado
el Litoral de Libia, mientras que el resto del país se
mantenía independiente. Será en 1931 cuando los italianos
derrotan la resistencia libia a la ocupación, sumando al país
norafricano al imperio italiano. Al final de la Segunda
Guerra el país será dividido en dos regiones administradas
por Gran Bretaña y Francia, hasta que en 1949 se unificará
nuevamente, pero esta vez como reino independiente de Libia.
Al frente del mismo se instalará el rey Idris-al Sanussi,
quien fuera jefe de la Sanusiya, una organización musulmana
clandestina que había cooperado con los Aliados en la
guerra.
En 1960, el descubrimiento de
yacimientos de petróleo atraerá a las empresas y
significará un antes y después en la historia económica
de Libia.
Nacido en una tribu de beduinos,
Muammar el Gadafi ingresó a la Academia Militar en la
ciudad de Bengazi, la segunda ciudad en importancia del país,
y luego siguió su carrera en Londres. Allí organizó,
siendo muy joven, un grupo clandestino que se denominó
Oficiales Unionistas Libres en 1964. Cinco años después,
el 1° de septiembre de 1969, este grupo dirigió un golpe
militar que derrocó al rey Idris. Gadafi se convirtió en
el jefe del nuevo régimen.
El nuevo jefe de gobierno formó el
Consejo de la Revolución que se
definió como nasserista, musulmán y socialista. En
aquel momento el gobierno de Gadafi realizó cambios políticos
y económicos que lo colocaron en
la órbita de los regímenes nacionalistas burgueses
independientes,
que surgían a caballo de los movimientos anticolonialistas
luego de la Segunda Guerra
y el ascenso del movimiento de masas en el “tercer
mundo”. Estos regímenes se declaraban equidistantes tanto
de EEUU y sus aliados como de la Unión Soviética.
Sin embargo, aunque sectores de
izquierda tomaron como una de sus referencias a Gadafi, su régimen
fue también, desde el primer momento, declaradamente
antimarxista. Gadafi jamás toleró en Libia ninguna
actividad política independiente, ni menos que menos, de
izquierda.
Gadafi eliminó las bases
norteamericanas e inglesas, condicionó el funcionamiento de
las empresas extranjeras petroleras y colocó bajo el
control del gobierno la producción del oro negro. También
buscó el desarrollo del sector agropecuario en un país de
naturaleza desértica. “Gadafi puso en marcha un ambicioso
plan de desarrollo, con énfasis en el agro. Cada familia
rural contó con un promedio de diez hectáreas de tierra,
un tractor, vivienda, herramientas y riego. Se abrieron más
de 1500 pozos y dos millones de hectáreas desérticas
comenzaron a recibir riego artificial.” [1]
El crecimiento económico atrajo a
trabajadores y técnicos de otros países árabes; los
trabajadores industriales tenían un 25% de participación
en las ganancias de las empresas. De ser el país más pobre
de África pasó a tener el ingreso per cápita más alto: 4
mil dólares anuales.
En 1973, impulsa una “revolución”
en la cultura buscando eliminar la influencia extranjera.
Entre otras medidas prohibió, en escuelas y universidades,
la lectura de libros extranjeros. Y condensó en su famoso
“Libro Verde” su visión de lo que debía ser la
sociedad libia. “Así estableció como forma de gobierno
la yamahiría, un neologismo que creó a partir de la
palabra árabe yamhuría (república) y que se ha
venido traduciendo de forma libre como ‘gobierno de las
masas’.”[2]
Fronteras
afuera, el régimen de Gadafi se convirtió en enemigo del
imperialismo y al interior de Libia tendrá la oposición de
los fundamentalistas religiosos, ya que su especial
interpretación del islam aderezado con supuestas ideas
socialistas, lo convertirán en un hereje a los ojos del
extremismo religioso. Y sufre en la década del 90 tres
intentos de asesinato por parte del Grupo Islámico de Lucha
de Libia.
Gadafi creó “comités
revolucionarios populares” y se proclamó “líder
absoluto de la revolución”. En realidad esos comités
eran un aparato de
control dictatorial del régimen. No se trataba de
autoorganización democrática de las masas trabajadoras y
populares, sino de un instrumento de control manejado desde
arriba por Gadafi. Esto le servía a su vez para limitar los
poderes del Consejo de Mando de la Revolución y demás
funcionarios y desarrollaba el culto a la personalidad del
coronel beduino.
En la década del 80 el imperialismo
tenía en la mira al régimen libio, que apoyaba a
movimientos armados convirtiendo el desierto en campos de
entrenamiento militar. Por allí pasaron combatientes de la
ETA española, guerrilleros palestinos de Abu Nidal, el IRA
(Ejército Republicano Irlandés) y otros grupos. Por otro
lado, se lo acusó de impulsar los atentados contra los
aeropuertos de Viena y Roma en 1985 y una discoteca de Berlín
al año siguiente.
Con la llegada de Ronald Reagan a la
presidencia de Estados Unidos, el imperialismo lanzó un
ataque contra Gadafi, bombardeando en 1985 Trípoli y
Bengazi, segunda ciudad de Libia. En los bombardeos mueren
decenas de libios, incluida una hija del líder.
Al parecer, Gadafi responde en 1988
con un atentado contra un avión de Pan Am en la ciudad de
Lockerbie, Escocia, que cuesta la vida de 270 personas.
Sigue el tira y afloja: la ONU, por
ejemplo, decreta luego sanciones económicas contra Libia, y
empresas europeas y norteamericanas abandonan el país. Pero
ya en los 90 Gadafi inicia un curso de reconciliación con
el imperialismo, que hasta incluiría finalmente la entrega
de los agentes a su servicio que llevaron a cabo el atentado
al avión de Pan Am.
Un
cambio estratégico
Progresivamente, adaptándose a la
situación mundial que se abre con el fin de la Unión Soviética
y el triunfo mundial del neoliberalismo, Gadafi va a dar un
giro en su política exterior buscando los brazos del
imperialismo.
Para esto tomó medidas que dejaban
en claro un cambio drástico en sus relaciones
internacionales. Italia, la ex metrópoli colonial de Libia,
fue el intermediario principal de este giro hacia la amistad
y la asociación económica con el capital imperialista,
principalmente europeo (aunque también EEUU tuvo su
tajada).
En agosto de ese año, Gadafi admitió
su responsabilidad sobre el atentado de Lockerbie y ofreció
una indemnización a los familiares de las víctimas. De la
misma manera lo hizo con el atentado que en 1989 costara la
vida de 171 pasajeros de un avión de la compañía francesa
UTA.
Para reafirmar su “buena letra”
anunció su renuncia a la construcción de armas de
destrucción masiva.
Poco después Estados Unidos también
lo “perdonó” y restableció las relaciones diplomáticas,
lo que posibilitó la vuelta a Libia de las compañías
petroleras y de gas yanquis.
Las causas de este cambio hay que
buscarlas, en general, en las nuevas relaciones de fuerza
políticas y sociales a partir de la caída del Muro de Berlín,
la invasión a Irak, la mundialización del capital y los límites
estratégicos del nacionalismo burgués, que terminaron
configurando un giro político completo y reaccionario del régimen
libio.
La apertura económica hacia los países
centrales no se correspondió con una apertura política al
interior del país. Por el contrario, el régimen profundizó
su carácter represivo. Su alineamiento con EEUU en los
atentados a las Torres Gemelas y los intentos de asesinato
en la órbita local serán el pretexto para lanzar una represión brutal contra la oposición política, fundamentalmente
contra los islamitas.
En el 2007, aplicando un plan económico
de ajuste neoliberal, el gobierno “socialista” del
coronel Gadafi anunció la
cesantía de 400 mil funcionarios del Estado en forma
progresiva como parte del recorte presupuestario estatal.
Será el anuncio de lo que vendrá, antes de que los efectos
de la crisis económica mundial se hagan sentir sobre la
región dando lugar al estallido de una guerra civil que
conmociona no solo a la región si no a toda la esfera política
internacional.
Por
una política independiente de los trabajadores y las masas
libias
La comunidad de países europeos
presiona al régimen de Gadafi y amenaza con sanciones económicas,
y el imperialismo ha comenzado a barajar la opción de una
posible invasión ante la posibilidad de que la lucha contra
el dictador termine afectando directamente sus intereses
económicos y de dominación política. El conglomerado de
fuerzas políticas que se oponen a Gadafi abarca distintos
sectores sociales: desde la oficialidad del ejército hasta
los jefes tribales e incluso ex sectores monárquicos. Los
trabajadores y las masas libias tendrán que organizar a
caballo de la lucha sus propias organizaciones
independientes para la victoria sobre el dictador, la
continuidad y la profundización del proceso abierto.
Notas:
1- “La excepción libia”, revista
Pueblos, Madrid, 10/10/03.
2- Ángeles Espinosa, “Gadafi, el
tirano excéntrico”, El País, Madrid, 20/02/11.