La
dramática situación en Japón plantea el interrogante de
sus consecuencias sobre la situación internacional. La
amenaza nuclear producto de la crisis en la central de
Fukushima ha
terminado de poner al país del sol naciente en el centro de
los acontecimientos mundiales.
En
un primer momento, los medios intentaron definir los
desarrollos como producto exclusivo de “circunstancias
naturales”. Sin embargo, rápidamente comenzó a hacerse
evidente que esos desarrollos se combinaban íntimamente con
decisiones humanas previas y posteriores a los acontecimientos, preñadas
de consecuencias: “Hace tiempo que los críticos de la
energía nuclear vienen cuestionando
la viabilidad de la energía atómica en las regiones
propensas a sufrir terremotos. Los reactores fueron diseñados
tomando en cuenta esas preocupaciones, pero una evaluación preliminar de los accidentes ocurridos en Fukushima
Daiishi sugirió que no se tomó prácticamente ninguna
precaución para el caso de tsunami” (La
Nación, 14-3). [1]
A
esto se agrega el problema de la gestión
gubernamental de la crisis en curso. Crece entre la
población el cuestionamiento a las informaciones oficiales acerca de los
verdaderos alcances de la catástrofe nuclear. Y no
solamente en Japón: Rusia y Francia –y ahora también
EEUU– han planteando un cuestionamiento público al manejo
de la crisis. Esto coloca otra dimensión en la crisis: las tensiones
entre Estados a propósito de la catástrofe.
Sobre
el desastre en Japón hay una declaración de nuestra
corriente que publicamos en esta edición. Lo que nos
interesa aquí es desarrollar algunos elementos generales
del contexto internacional en el que ocurre y sus posibles
consecuencias sobre la situación en su conjunto.
La
crisis de las materias primas
El
contexto general de la crisis en Japón es un mundo que
sigue recorrido por la crisis económica abierta en 2008.
Los países centrales del capitalismo no han podido salir de
ella. Mediante colosales rescates estatales, los gobiernos
lograron evitar que la economía mundial se deslizara por la
pendiente de una depresión como la de los años 30 del
siglo pasado. Sin embargo, lo más que han obtenido es sumir
sus economías en una situación de estancamiento
duradero, más allá de las desigualdades, ya que no es
igual la situación de Alemania, donde hay crecimiento y
dinamismo exportador, que la de EE.UU., donde todo es más
mediocre, o Japón mismo antes del desastre, que venía
arrastrando dos décadas de parate.
Este
estancamiento está implicando niveles históricamente altos
de desempleo estructural, como es el caso de España o
EE.UU., donde ronda el 20% o más. Al mismo tiempo, los
rescates han multiplicado el endeudamiento estatal y dado la
señal de alarma por posibles incumplimientos del pago de
las deudas en países de la Unión Europea (casos de Grecia,
Irlanda, Portugal y se llegó a especular sobre España).
Este
hecho sigue poniendo presión sobre el futuro del euro.
Angela Merkel continúa forzando una agenda de duro ajuste
neoliberal –ahora buscando institucionalizarla mediante el
llamado “Pacto de Competitividad”–, que de aplicarse
aumentaría el descontento popular en los países de la UE y
limitaría las posibilidades de recuperación económica.
También
la agenda de Obama en los Estados Unidos es neoliberal. Y
todavía más entre los gobernadores de los Estados a cargo
de los republicanos, con la novedad de comenzar a desatar
luchas de trabajadores como se acaba de ver en el estado de
Wisconsin.
Así
las cosas, la mecánica de la crisis ha sido ir de la crisis
financiera a la real, seguida de la masividad de la
asistencia estatal, lo que a su vez produjo la crisis de las
deudas soberanas. Ahora, crece la
preocupación por la posible combinación entre inflación y
recesión como subproducto de la imparable escalada de las
materias primas.
Sin
duda, la crisis económica no
ha significado que el mundo esté homogéneamente estancado.
China e India vienen expresando un mayor dinamismo, lo que
plantea un escenario de cierto “desacople”. Esta
realidad se apoya en algunas condiciones asimilables a una
suerte de “tercera revolución industrial” en esa región del mundo,
habida cuenta de las ventajas comparativas del tamaño de
sus poblaciones, las condiciones de superexplotación de sus
clases obreras –sobre todo el componente migrante del
campo– y las posibilidades de multiplicar un mercado
interno que todavía no ha sido suficientemente explotado.
Sin
embargo, este dinamismo económico acumula inmensas
contradicciones que, de estallar, podrían significar
cambios de colosales dimensiones empujando al mundo en su
conjunto hacia abajo. En este sentido, en China hay
preocupaciones por la sobreinversión en diversas ramas de
la producción, así como por el “sobrecalentamiento”
productivo y las tendencias
inflacionarias, que se multiplican en momentos en que no están
resueltas las tensiones con EE.UU. alrededor de la cotización
del yuan.
El
crecimiento económico chino e indio (al que se suman, a
otro nivel, los demás países BRIC, Rusia y Brasil [2]),
esta “arrastrando” para arriba la producción en amplias
porciones de la periferia generadora de materias primas, que
han llegado prácticamente a los niveles previos a 2008.
En la escalada influyen factores especulativos y políticos.
Este
tipo de crecimiento encarecedor de las materias primas es
desestabilizador en muchos sentidos. No se trata solamente
de una distribución de la riqueza cada vez más regresiva:
uno de los principales rasgos de la crisis mundial es la
crisis de los precios de las commodities, que está llevando
a las nubes los bienes de consumo.
Esta
alza sostenida requeriría un abordaje que aquí no podemos
realizar. Parecería estar revirtiendo la tendencia secular
al deterioro de los términos de intercambio contra los
bienes industrializados, aunque se trata de un fenómeno muy
complejo, vinculado al agotamiento de ciertos recursos
naturales no renovables como el petróleo y a la crisis de
la gestión capitalista de éstos. Sin embargo, a largo
plazo, esta tendencia está llamada a revertirse al menos
parcialmente, producto de la propensión histórica al
aumento de la producción capitalista de las materias primas
en general.
Mientras
tanto, está generando una escalada
inflacionaria de proporciones, sobre todo en los países
periféricos, lo que está funcionando como uno de los detonantes del descontento
popular (como se acaba de ver en el mundo árabe pero no
solamente en él).
[3]
La
recuperación en el norte del mundo es muy débil y se ve
amenazada a cada paso. La crisis de la deuda no se resuelve
poniendo entre paréntesis el futuro del euro. El desempleo
estructural sigue siendo muy alto para los estándares de
los países imperialistas. Y la crisis por el alza de las
commodities no sólo está acumulando presiones
inflacionarias en el sur sino que podría terminar socavando
la débil recuperación en el norte: “La inflación ya es
un problema en muchas potencias emergentes. China tiene una
inflación de un 5%; India, más del 9%; Brasil, del 6%. Con
un petróleo de 150 dólares el barril, los precios de los
alimentos van a seguir subiendo por aumento de los costos
productivos. A su vez, como en los países en vías de
desarrollo el peso de la canasta alimentaria es mayor en el
consumo, aumentarán
las presiones salariales. Una escalada de precios y
salarios puede empezar a retroalimentar la espiral
inflacionaria. En esta oportunidad, habrá que prestar nueva
atención al efecto inflacionario del posible shock
petrolero. No van a estar los salarios chinos, como en la década
pasada, operando como disuasivos de ajustes. De subestimarse
el nuevo contexto, la economía mundial podría reincidir en un ciclo de estanflación,
esto es, inflación con recesión”
(“La crisis del petróleo”, Daniel Gustavo Montamat,
La Nación, 15-3).
Dentro
de este cuadro, en lo inmediato la crisis en Japón está
produciendo una caída en el precio de las materias primas. Su economía se
encuentra paralizada. Y seguramente habrá un mayor
deterioro en los próximos trimestres y menos consumo de
commodities. Pero lo más probable es que luego comience una
recuperación alrededor de las tareas de la reconstrucción
económica. Esto dinamizará la economía (amén de producir
problemas en EE.UU. y la UE vinculados con el retorno de
capitales japoneses al país). Independientemente de esto último,
la recuperación económica
volverá a poner los precios de las commodities en la ruta
ascendente, llevando la economía mundial al problema que
venimos señalando en este apartado.
Una
aguda crisis de liderazgo político
“[Los
japoneses] navegan su cotidianeidad con paciencia milenaria
entre directivas contradictorias. ‘Evacuar sus casas y
quedarse encerrados en ellas’, escucharon ayer. La
frontera entre una cosa y la otra pasaba por lo cerca o no
que estuvieran de la central de Fukushima. Entre una orden y
otra se situaba el límite del esfuerzo de un Estado incapaz
de responder a una devastación apocalíptica” (Silvia
Pisani, La Nación,
14-3).
“‘La
desconfianza en el gobierno y la Tepco (Tokio Electric Power
Company) estaba ahí antes de la crisis, pero la gente está
más enojada aún debido a la falta de información
fidedigna que están recibiendo’, señaló Susumu Hirakawa,
un profesor de psicología de la Taisho University” (New
York Times, 16-3).
El
desastre del terremoto seguido del tsunami y la crisis
nuclear están poniendo a prueba a la clase dominante japonesa. Los medios
se han encargado de destacar la “templanza” de la
población japonesa. Muchos menos han registrado las
crecientes muestras de descontento a la gestión de la
crisis por parte del gobierno de Naoto Kan.
Una
circunstancia tan dramática como la que está viviendo Japón
no podía dejar de ser reveladora de la
profunda crisis que viene arrastrando la burguesía japonesa:
“Nunca desde la posguerra Japón ha necesitado tanto un
liderazgo fuerte y asertivo, y nunca
como ahora ha sido expuesto que lo que tienen es un sistema
de gobierno débil e indeciso” (“Fallas en el liderazgo japonés profundizan el sentido
de crisis”, New York
Times, 16-3).
La
crisis tiene varias dimensiones. Económicamente, el país
viene en una situación de estancamiento
crónico que ya dura dos décadas. Si hacia finales de
los años 80 se llegó a especular que Japón superaría
económicamente a EE.UU., ese sueño se desvaneció rápidamente.
Por otra parte, el sistema de partidos está afectado por
una grave crisis desde hace años. El Partido Liberal Democrático,
dominante desde la II Guerra Mundial, perdió su hegemonía
–en medio de dramáticos escándalos de corrupción– y
lo que se vienen sucediendo en Japón son débiles
gobiernos –minoritarios o de coalición– que se
reemplazan unos a otros sin que se logre verdadera
estabilización: “El Japón de la posguerra floreció bajo
un sistema en el cual los líderes políticos dejaron mucha
de su política exterior en manos de Estados Unidos y el
manejo de los asuntos domésticos a poderosos burócratas.
Prominentes empresas operaron con un extenso involucramiento
en la vida personal; sus ejecutivos eran admirados por su
rol como ciudadanos ‘corporativos’ [por encargarse de
los asuntos generales de la sociedad, JLR]. Sin embargo, en
la pasada década o más, la autoridad de la burocracia
estatal ha sido socavada,
y las corporaciones perdieron poder y prestigio ante el
debilitamiento económico. Pero
no emergió una clase política poderosa para tomar su
lugar. Cuatro primeros ministros han ido y venido en
menos de cuatro años; y muchos analistas políticos ya habían
previsto la próxima caída del actual, Naoto Kan, incluso
antes del terremoto, el tsunami y el desastre nuclear (…)
La falta de continuidad y experiencia gubernamental dejó al
partido de Kan particularmente escorado. La única
organización con tradición y experiencia en el gobierno es
la burocracia, pero ésta ha sido, como mínimo, desconfiada
de este partido” (ídem).
El
terremoto seguido del tsunami y la crisis nuclear ha llevado
todas estas tendencias al extremo, produciendo lo que es
definido por el New York Times como un “verdadero
vacío de conducción política”. Es un momento dónde
está cristalizando o decantándose esta crisis de liderazgo del país; de ahí que el emperador Akihito
haya debido hablar por primera vez en su vida al país como expresión o garante en última instancia del poder burgués. No
sorprende que en estas condiciones el débil gobierno de Kan
tenga enormes
dificultades para controlar los acontecimientos: “La
ausencia de un fuerte liderazgo capaz de conducir la nación
nunca ha sido tan obvia como en el manejo de los esfuerzos
para contener una crisis nuclear creciente” (ídem).
En
todo caso, lo que debe ser subrayado aquí es que el
desmanejo de la catástrofe nuclear viene a sumarse a los
problemas estructurales que Japón venía experimentando en
materia económica, política y geopolítica al calor de la
crisis mundial.
La
opción nuclear como “solución” geopolítica
La
crisis en Japón ocurre en un contexto geopolítico donde se
observa la persistencia de la tendencia a la decadencia
hegemónica de los Estados Unidos. Acontecimientos como los
que están en curso en el mundo árabe han hecho crujir la arquitectura de sistema mundial de Estados en una
región absolutamente estratégica para el imperialismo.
De ahí las amenazas de intervención militar directa si es
que los hechos se salen completamente de cause.
Sin
embargo, como se está viendo en Libia, la intervención no
es tan simple. No solamente porque el imperialismo juega a
la Realpolitik (si
Gadafi sigue sería un mal menor) sino también porque su
capacidad de control como policía del mundo se ha visto
sustancialmente disminuida, entre otras razones por los
resultados en Irak y Afganistán. Sin tener esos conflictos resueltos, intervenir en un tercer país no es
tan simple…
Pero
no se trata solamente de la relación del imperialismo con
las masas. Hay todo tipo de complejidades que atañen a las
relaciones entre Estados. Por ejemplo, las relaciones
entre EE.UU. y China, marcadas por la necesidad de un
rebalanceo económico que no termina de llegar, devaluación
del yuan mediante. [4] O el futuro del euro y de la Unión
Europea como tal, lo que no es solamente un problema económico:
toda la “construcción europea” está bajo presión. Es
decir, se cuestiona que los principales países de Europa
puedan actuar como bloque no sólo económico sino también
político, lo que ocurre más bien sólo en los papeles.
En
ese contexto se insertan los problemas geopolíticos de Japón,
que vienen de arrastre. Japón es un país imperialista
profundamente marcado por la derrota en la II Guerra
Mundial, por su emergencia posterior y por las duraderas
relaciones de subordinación a los EEUU.
El
trazo más grueso es la incapacidad de la clase dominante
japonesa en los aspectos que podríamos llamar “hegemónicos”:
no solamente salió
derrotada en la guerra, sino que el repunte económico de la
posguerra encontró un techo “insuperable” y nunca logró
tener una voz independiente en los asuntos mundiales.
¿Qué
viene a decir a este respecto la actual crisis nuclear? Aun
en otro contexto, hay que recordar que la crisis en
Chernobyl (estallido del reactor nuclear en Ucrania, parte
por aquel entonces de la ex URSS) fue
como la anticipación del derrumbe que se venía.
Sin
duda, la situación de Japón no es la de la ex URSS en los
años 80: sigue siendo una economía poderosísima, hasta el
año pasado la segunda economía mundial y con un evidente
desarrollo de sus fuerzas productivas. Sin embargo, el
descontrol en Fukushima (“un Chernobyl en cámara
lenta”, como la definió un reconocido especialista en
materia nuclear) y la amenaza que se cierne en estos
momentos sobre Tokio son
reveladoras de que algo estructural no anda bien en la
potencia del Pacífico norte.
Entre
otras cosas, lo que ha quedado en cuestión es
el conjunto de la política
energética del capitalismo japonés. Un problema que en
el país de Hiroshima y Nagasaki se pretendió resolver
mediante una aplicación irresponsable e irracional de energía
nuclear.
A
Japón, como país imperialista y en el contexto de un
mercado mundial irremediablemente marcado por la competencia
entre capitalistas y Estados, le falta “espacio vital” para su desarrollo como país
(imperialista) independiente. Un problema estructural
sin solución en el contexto capitalista, a menos que sus
“soluciones” sean reaccionarias, de conquista o
directamente contrarrevolucionarias, como se pretendió en
la guerra mundial, y
que buscó una salida mediante una política energética
criminal que hoy está sumiendo al país en la catástrofe.
La
crisis nuclear plantea entonces problemas estratégicos
para el imperialismo japonés de muy difícil solución.
Seguramente a partir de ahora crecerá exponencialmente el
movimiento antinuclear encaminado al cierre de las centrales
atómicas. Este movimiento
en los países imperialistas es sumamente progresivo, más
allá de que no debe dar lugar a una equivocada visión
“anticapitalista romántica”: la energía nuclear puede
ser una fuerza productiva progresiva, pero para ello tiene
que estar en manos de los trabajadores, no del capital.
Al
borde del agotamiento del ciclo de derrotas neoliberal
El
desastre en Japón puede tener consecuencias políticas a
nivel de la lucha de clases, sobre todo en la tercera economía
mundial. Sin embargo, todavía es prematuro hacer una
previsión. Sería de enorme importancia la reacción política
del pueblo japonés. Mientras tanto, hagamos una somera
pintura de la situación de la lucha de clases internacional
en la que se podrían insertar los desarrollos japoneses
post crisis nuclear.
El
proceso más importante es la
rebelión popular que está barriendo todo el mundo árabe:
un proceso de importancia histórico-mundial, como acaba de
definirlo también el filósofo Alain Badiou. En estos
momentos, Gadafi y el gobierno saudita en Bahrein están
llevando adelante una
contraofensiva contrarrevolucionaria contra el proceso de
rebelión, amparándose astutamente en que las miradas
mundiales están dirigidas a Tokio. En Libia, se vive una
guerra civil con división burguesa de las fuerzas armadas y
represivas, y con elementos de milicia
popular, aunque se trata de un país donde el peso de la
clase obrera es muy escaso.
Mientras
tanto, el imperialismo va de la amenaza de la intervención
a la complicidad cínica con los dictadores. No son éstos
lo que le preocupan, sino que los procesos no sean
independientes: es ahí
donde comienzan y terminan sus “principios democráticos”,
verdadera doble moral de la dominación.
Más
allá de sus marchas y contramarchas, la inmensa rebelión
que está barriendo el mundo árabe ha puesto en el orden
del día la actualidad
de la revolución: son 350 millones de almas entrando en
escena y buscando tomar el destino en sus propias manos.
El
impacto de la rebelión del mundo árabe sobre Washington,
Londres y París ha sido tremendo. No solamente los tomó
desprevenidos: una región estratégica se está tiñendo de
rojo. El proceso revolucionario abierto en el mundo árabe
suma a una acumulación de experiencias que se viene
operando mundialmente en la última década. Sin embargo,
expresa algo más: el
salto en calidad de ocurrir en una región central del
dispositivo de dominación imperialista mundial.
Más
allá del mundo árabe, en el centro del mundo la
resistencia viene todavía por detrás de la magnitud de los
ajustes. Sin embargo, el último año ha tenido desarrollos
que expresan un mayor dinamismo. En Europa, la resistencia de los trabajadores ha
venido creciendo a pesar del corsé burocrático: más allá
de Grecia, acaba de desarrollarse, por ejemplo, la más
importante movilización en Portugal de las últimas décadas.
Francia es uno de los países más ricos en este sentido, más
allá que se haya dejado pasar la oportunidad de derrotar la
ley jubilatoria por exclusiva responsabilidad de la
burocracia sindical (y la capitulación de la izquierda a
ella). A pesar de esta derrota, el futuro de Sarkozy aparece
amenazado, al tiempo que por abajo sigue habiendo
expresiones de reorganización obrera independiente. En
Inglaterra, uno de los países europeos más golpeados en
las últimas décadas, a pesar del brutal ajuste del
gobierno conservador-liberal, o precisamente a raíz del
mismo, parece haberse desatado el proceso de resistencia
estudiantil más importante en años. En
general, la burocracia sindical sigue mediando las
posibilidades de un ascenso de conjunto, pero se expresa una
tendencia al crecimiento de las luchas obreras y populares
en Europa.
Yendo
a EE.UU., aunque la situación de las luchas viene
claramente más atrás y tenga un conjunto de
determinaciones muy complejas para ser tratadas aquí, el
brutal ajuste que se está aplicando en los estados acaba de
producir una luz de alarma y una insólita situación para
los estándares norteamericanos: la ocupación del edificio
legislativo del estado de Wisconsin. De más está decir la
importancia que tendrían estos desarrollos si se
reprodujeran en otros estados con ajustes similares, amén
de otros impactos en la lucha de clases del país del norte,
donde el componente más
dinámico viene siendo los trabajadores inmigrantes, básicamente
latinos.
De
Medio Oriente a Europa y EE.UU. hay otras regiones donde las
cosas se están moviendo. En Latinoamérica, Bolivia volvió
a ser noticia en el verano. Comenzó a procesarse allí una
experiencia que podría desbordar por la izquierda al
gobierno de frente popular, que pareció dormirse en los
laureles tras la derrota de la oligarquía del Oriente en la
segunda mitad de 2008 y la reelección de Evo Morales en
diciembre de 2009.
Pero
el proceso de rebeliones populares tiene su lógica propia:
el gobierno reformista comenzó a ser desbordado en
respuesta al brutal ajuste a las naftas que pretendía
imponer y que llevó a una escalada general de los precios
que aun se mantiene. Esta
realidad pone a Bolivia como laboratorio de una posible
progresión que podría poner sobre la mesa una discusión
que vaya más allá de simplemente cómo “emparchar” al
sistema.
En
las condiciones anteriores, lo que está en curso, y acumula
nuevos elementos, es el
proceso de recomposición de la clase obrera internacional:
en todas partes se observa la emergencia de una nueva
generación obrera y una acumulación de experiencias en el
seno del proletariado que apunta a un proceso de recomposición,
aun en sus pasos iniciales. Ahí
está el proceso huelguístico en China a mediados del año
pasado por salarios y reivindicando el derecho a la
organización sindical independiente.
Una importante oleada de huelgas barrió algunas de las más
importantes plantas industriales chinas, sobre todo electrónicas
y automotrices. Se lograron así inéditos aumentos
salariales como subproducto de las luchas, los que pusieron un
nuevo piso, bastante más alto que los precedentes, al
menos en determinadas ramas de la economía, llevando a todo
un debate en la prensa imperialista acerca de si China iría
a perder competitividad o si se verificaría el traslado de
multinacionales a otros países del sudeste asiático como
Vietnam.
En
este contexto, no es casualidad que en Túnez y Egipto la
clase obrera venga cumpliendo un rol de primer orden en el
proceso de la rebelión popular, una participación como clase de mayor importancia que al comienzo del
proceso de rebelión latinoamericano.
En
definitiva, sin que podamos hablar de un ascenso mundial de
la clase obrera, es un hecho que la suma de los diversos
procesos que venimos señalando
muestra una mayor actividad de una nueva y joven generación obrera que
se comienza a poner en pie en las nuevas condiciones.
La
continuidad del ciclo de rebeliones populares en Latinoamérica,
los procesos de resistencia obrera y estudiantil al ajuste
en Europa, la emergencia reivindicativa de la clase obrera
china y, ahora, el salto cualitativo que está marcando la
rebelión en el mundo árabe,
están
haciendo del globo un ámbito en el cual los desarrollos
principales siguen deslizándose hacia la izquierda,
revirtiendo algunas de las tendencias más regresivas que
caracterizaron el apogeo neoliberal de décadas atrás.
Y
es posible que la crisis en Japón pueda sumar, a mediano
plazo, elementos en ese sentido, en la medida en que al
menos por elevación cuestiona
la capacidad del capitalismo –o de uno de los países
capitalistas-imperialistas más importantes– para
gestionar los asuntos humanos y naturales.
Socialismo
o barbarie
En
el terreno de la lucha de clases mundial, los desarrollos más
ricos y apasionantes se están expresando en estos momentos
entre las masas del mundo árabe. Mientras tanto, parecen ir
quedando atrás las oscuras décadas del neoliberalismo y
una acumulación de experiencias comienza a expresarse entre
las masas trabajadoras.
Pero
no todos los acontecimientos mundiales son del mismo signo:
el castrismo en Cuba acaba de anunciar la implementación de
un plan para dejar en la calle hasta un millón de
trabajadores. Sin embargo, la decadencia del castrismo no
hace más que actualizar
los debates estratégicos. Lo que está en crisis
terminal en la isla caribeña no es la perspectiva del
socialismo, sino la
descomposición burocrática de la revolución que
pretende ser resuelta con mecanismos de mercado pero, como
ha sido siempre con esta burocracia, sin dar paso a la
democracia de los trabajadores. Para defender las conquistas
que restan en Cuba –la expropiación de la burguesía y la
independencia nacional–
hace falta una nueva
revolución que barra a la burocracia y lleve realmente al
poder a la clase obrera.
Así
las cosas, de Egipto a Cuba una discusión estratégica de
inmensa importancia viene madurando: las perspectivas de la
clase obrera, de la rebelión popular, de la revolución
social y de la transición al socialismo en este siglo XXI.
Esto
ocurre en el contexto que venimos desarrollando, al que el
desastre en Japón suma un elemento de inmensa importancia,
ya que a una crisis que ya era económica, política y
social se le agrega una nueva dimensión, la ecológica. La relación entre el capitalismo y la naturaleza en
muchos aspectos parece fuera
de control. Éste es otros tantos testimonios acerca de los
límites históricos del capitalismo a su gestión de los
asuntos humanos y naturales, una crisis ya civilizatoria y
cuya perspectiva no puede ser otra que el socialismo o la
barbarie.
Notas:
1.
La página de Wikileaks reveló cables donde incluso la
seguridad antisísmica de las centrales aparece cuestionada:
hubo alertas de especialistas al gobierno japonés de que
las mismas podrían soportar terremotos de sólo hasta 7
puntos de la escala Richter (el que acaba de ocurrir fue de
8.9).
2.
El problema de los alcances y los límites del “ascenso”
de nuevos países eventualmente al status de desarrollados
viniendo de las “ligas menores” de la economía
capitalista lo hemos tratado en la revista SoB 23-24. Allí
señalábamos la importancia de no tener una mirada esquemática
pero tampoco impresionista de estos desarrollos. Si China
tiene una autonomía relativa respecto del imperialismo
(herencia todavía de la revolución de 1949), no es menos
cierto que el peso de las multinacionales en su economía, y
su dependencia respecto de ellas, es de enorme importancia.
3.En
Latinoamérica acaban de funcionar de la misma manera en
Bolivia y Chile, cuyas situaciones políticas –muy
distintas, por cierto– podrían estar cambiando: Bolivia,
expresando cierto desborde por la izquierda al gobierno del
MAS; Chile, cuestionando al gobierno de derecha de Piñeira
e introduciendo elementos de desborde social no comunes en
el país trasandino en los últimos años.
4.
Por “rebalanceo” se alude a los problemas de realización
mundial del plusvalor. China venía realizando parte
importantísima de su plusvalor en la economía
estadounidense, es decir, vendiendo allí sus productos
exportables, lo que llevó a un déficit comercial y de
balanza de pagos en EE.UU. cada vez más insostenible y que
no termina de revertirse.