La decisión del gobierno, por decreto, de aumentar la
participación del Estado en los directorios de las empresas
donde la ANSeS tiene parte del paquete accionario trajo
previsible cola. Pero antes de entrar en la polémica, es
conveniente explicar un poco qué es lo que está (y lo que
no está) en juego.
¿Por qué el Estado tiene parte de la propiedad de 43
grandes empresas? Es la herencia de las inversiones de las
fenecidas AFJPs, que ponían el dinero de los aportes
jubilatorios, entre otros lugares, en compañías amigas.
Con la estatización de las AFJPs, esas inversiones pasaron
al Estado.
¿Qué es lo que cambió ahora? Que cuando esas
inversiones eran privadas, había un tope del 5% para la
representación de las AFJPs en el directorio, por más que
su participación en el paquete accionario total fuera mucho
mayor. El decreto oficial es que ahora el Estado buscará
ocupar en el directorio de las empresas una cantidad de
asientos proporcional a la propiedad que tiene.
Las empresas en cuestión son peces gordos: Siderar,
varios bancos, compañías de servicios privatizadas, Aluar,
Clarín, petroleras, químicas, alimenticias... El total de
las tenencias de la ANSeS es de unos 22.000 millones de
pesos.
Inmediatamente, la gran patronal y sus políticos-felpudo
pusieron el grito en el cielo. Lo de siempre: que la
seguridad jurídica, que la voracidad del Estado, que el
atropello a las instituciones... ¡Chavismo, chavismo!,
berrearon Clarín y La Nación. Enseguida, Patricia Bullrich,
siempre atenta y vigilante, sacó un proyecto en defensa de
estas humildes víctimas, al que se acoplaron Gil Lavedra (UCR),
Pinedo y Michetti del PRO, el Peronismo Federal y la Coalición
Cívica.
En esta reacción visceral del conjunto de la patronal,
que cerró filas alrededor del poderoso amo Techint,
principal perjudicado por la medida, inciden dos factores
muy relacionados pero distintos: el económico y el político.
La plata es mía, mía y mía
Parafraseando a Menem y su Ferrari, los patrones no
quieren saber nada con compartir con el Estado decisiones
sobre las ganancias. Porque de eso se trata. Las asambleas
de accionistas deben decidir qué se hace con las utilidades
(una vez hecha la reserva legal del 5%): reinvertirlas o
distribuirlas entre los propietarios. Pero resulta que,
desde 2008 (estatización de las AFJPs), varias empresas,
especialmente Siderar, decidieron no hacer una cosa ni la
otra, sino mandar las ganancias a una cuenta de “recursos
no asignados”. Con este recurso, entre las 43 empresas hay
65.300 millones de pesos en una especie de limbo financiero.
Si ese dinero se hubiera distribuido como ganancias a los
accionistas, a la ANSeS le habrían tocado 6.300 millones.
El grupo Techint tiene un lugar prominente en este
mecanismo: entre Siderar y Tenaris, tiene “no asignados”
37.600 millones, casi el 60% del total. Sólo de ese grupo,
si se distribuyeran dividendos, a la Anses le tocarían
2.800 millones de pesos. En menor escala, y con distintos
grados de reticencia hacia el gobierno, pasa lo mismo con
las demás compañías.
La mayoría de estas empresas termina ejercicio comercial
el 31 de diciembre, lo que les da plazo hasta el 30 de abril
para las asambleas de accionistas. Curiosamente, algunas
firmas (Telecom, Endesa) adelantaron la asamblea antes de
todo este embrollo y se aseguraron la renovación del
directorio sin nuevos intrusos molestos. Pero el resto no.
Desde ya, no todas las empresas tienen tan mala voluntad
contra el kirchnerismo: Banco Macro y Consultatio no
opusieron resistencia, y hace rato que un cuadro de La Cámpora,
Iván Heyn, está en el directorio de Aluar (Madanes
Quintanilla, también dueño de FATE) sin conflicto a la
vista. Deben ser los abanderados de la “burguesía
nacional”...
La clave del conflicto en lo económico está muy claro:
las compañías no quieren tomar decisiones de qué hacer
con sus jugosas ganancias delante de los emisarios del
Estado. Algunas, ambiciosas o resignadas, buscan cómo sacar
provecho de la asociación con el Estado administrado por el
kirchnerismo. Pero la mayoría, empezando por la más
poderosa, Techint, le hace tanto asco a la idea que prefiere
meter las ganancias en el freezer antes que participar de
ellas a la ANSeS. Si hasta Clarín debería sacar más de
100 millones de su fondo de reservas no asignadas con
destino a una “caja K” que, de a poco, está dando señales
de que necesita refuerzos.
Del “chavismo” fantasmal al pantano del Congreso
Contra los rebuznos de la patronal, su prensa adicta y los
detritos del fenecido Grupo A, no hay ni sombra de “giro
chavista” en esta iniciativa del gobierno. Con toda
verdad, algunos cuadros kirchneristas salieron a aclarar que
se trata de una medida perfecta y razonablemente
capitalista, vigente en muchos países desarrollados y sin
la menor pretensión de “estatización”, como sueñan
algunos incautos. Ni siquiera se llega al capitalismo de
Estado; todo lo más, se propone una asociación con el
Estado en minoría y donde las decisiones de fondo quedan
categóricamente en manos de los dueños privados.
El propio Diego Bossio, director de la ANSeS, pone las
cosas en su lugar: “No tenemos ningún tipo de conflicto
de intereses con las empresas ni pretendemos tenerlo, sino
todo lo contrario. Nos encanta que ganen plata, que
produzcan más, que les vaya muy bien, porque nos conviene a
todos, ya que se trata del ahorro de los argentinos”
(Tiempo Argentino, 16-4). Y esto no es más que pura
coherencia con la trayectoria del kirchnerismo, que puede
forcejear con algún grupo empresario pero siempre hizo
profesión de fe capitalista.
Los motivos de la movida K (y también de la urticaria
patronal) no pasan sólo por los dinerillos antes
mencionados, pero tampoco por un inexistente afán de
“estatismo chavista”. Más bien, y también aquí fieles
a su estilo, pretenden hacer valer su rol como mediadores
políticos de las decisiones macroeconómicas. Pero aun si
eso significa asumir responsabilidades empresarias
minoritarias, jamás podría llamarse a eso estatismo, ni
mucho menos “Estado empresario”.
En el fondo, lo que la burguesía resiente es que “la
política” ejerza vigilancia (pero no verdadero control)
sobre decisiones empresarias que para la patronal son económicas
y para el gobierno hacen a la salud del “modelo”. Por
eso Cristina desafió a los empresarios a que, si quieren
terciar en las decisiones macro, “abandonen la corporación
y hagan un partido”.
Digamos de paso que este “brutal enfrentamiento” entre
el gobierno y Techint no lleva más de dos años. Hasta
2009, las relaciones entre ambos eran de lo más fluidas y
nada conflictivas. De hecho, el gobierno anuncia con bombos
y platillos que recurrirá “a la Justicia” para hacer
valer sus derechos... pero es a la justicia comercial, no la
penal. Tampoco es cuestión de cortar todos los puentes con
un ex candidato a campeón de la “burguesía nacional”.
Tan nacional que tiene domicilio legal en Luxemburgo para
esquivar el pago de Ganancias.
Párrafo aparte merece una nueva edición del cretinismo
jurídico-parlamentario del ex Grupo A, que se queja de que
Cristina gobierna con decretos e ignora el Congreso. Sucede
que esa venerable institución se ha convertido en un
verdadero pantano. La aritmética es simple: si el gobierno
quiere hacer pasar algo por el Parlamento, no tiene nada
asegurado el éxito. En cambio, si la oposición de derecha
quiere voltear el DNU, los números no le dan. Además, se
ahorra las chicanas parlamentarias del Grupo A, furioso
lobbista de Techint. Como dijo el capo de la bancada K en
Diputados, Agustín Rossi, hacer aprobar la movida por ley
iba a llevar por lo menos un año.
Para colmo de males, las encuestas indican que una
abrumadora mayoría ve con buenos ojos que el Estado meta la
cuchara en el guiso patronal. A diferencia del conflicto con
el “campo”, hoy los diputados pro Techint no gozarían
de mucho favor popular. Como dijo resignado el ex titular de
la UIA Héctor Méndez, “los empresarios tenemos mala
prensa, pero uno cosecha lo que supo sembrar”. En verdad,
si algo les sobra a los patrones es prensa adicta, pero aun
así las masas no parecen reconocer su desinteresado aporte
a la sociedad...
En suma: difícilmente la sangre llegue al río. La
patronal pataleará un poco más, la oposición de derecha
sufrirá impotente y el kirchnerismo intentará abrochar un
negocio económico con rédito electoral inmediato, sin
cambiar ninguna regla de juego decisiva del capitalismo
argentino.