Socialismo o Barbarie, periódico Nº 200, 28/04/11

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VI Congreso del PC cubano

Una apelación a los "jefes" a aplicar
las medidas restauracionistas

Días atrás se cerró el VI Congreso del PC cubano. De contenido, no trajo nada sustancialmente distinto a los "Lineamientos" hechos públicos meses atrás, donde a los desastres de la economía burocrática se pretende "resolverlos" mediante la tabla salvadora del mercado. En este terreno, el hecho es que no se trata solamente de integrar algunos de los mecanismos de la oferta y la demanda, sino que se propone implementar el despido de hasta un millón de trabajadores del Estado (casi único empleador de peso en la isla hasta el momento), desmantelar varias de las conquistas restantes desde la revolución aunque estas estén muy degradadas (como es el caso de la libreta de racionamiento que contiene los subsidios alimentarios), todo esto en una verdadera "fuga hacia adelante" cuya meta no es otra que un retorno controlado desde arriba al capitalismo.

Si todo lo anterior fue ratificado claramente en el Congreso, no dejó de tener interés el discurso de apertura de Raúl Castro. El mismo merecería un comentario detallado que no podemos desarrollar aquí. Por ahora iremos sintéticamente a la sustancia de su discurso. Hay que tener en cuenta que fue un Congreso de solamente 1000 delegados representando a 800.000 supuestos militantes y en tiempo de paz, lo que no justifica una representación tan estrecha.

Así las cosas, su discurso no se dirigió de ninguna manera al trabajador medio o al habitante promedio de la isla: se dirigió a los "jefes" de la economía y la sociedad, pasando un diagnóstico lapidario sobre la ineficiencia de la propia burocracia en la gestión de ambas (aunque, claro está, dejando a salvo el prestigio de la dirección de esta misma burocracia... los hermanos Castro), llamando a que eso sea ahora corregido y a que esta misma burocracia se esmere por aplicar las medidas antiobreras, antipopulares y restauracionistas propuestas.

Como para captar el tono de su intervención, señalemos que casi al comienzo de su alocución se refirió a los supuestamente “nefastos criterios igualitaristas”, subrayando que lo que la burocracia busca es dar un mayor impulso a una diferenciación social cuyo puerto, en definitiva, no puede terminar siendo otro que la creación de una capa crecientemente enriquecida.

Así las cosas, por la sustancia y por las formas, por el qué, el cómo y el quién de las medidas, lo que se resolvió es dar pasos cualitativos a medidas restauracionistas, llevadas adelante por la capa social a la que la burocracia interpela como la única con capacidad de iniciativa en la sociedad cubana: los rangos medios de la propia burocracia llamados "jefes".

Si el castrismo tuvo este mismo criterio a la hora de la revolución de 1959, es obvio que en el caso actual, cuando pretende pasar la película en reversa, no podía ser de otra manera: siempre el castrismo consideró al movimiento obrero y de masas como objeto de sus órdenes emanadas desde arriba y nunca como sujeto autodeterminado de la transformación social.

A continuación presentamos entonces un fragmento del artículo dedicado a la situación en Cuba de nuestra última edición de la revista SOB y que tiene plena actualidad a propósito de los resultados del VI Congreso.

***

La situación en Cuba

Por la perspectiva de
una nueva revolución

Por Marcelo Yunes

El clima moral

(…) Hay una pérdida de sentido de las palabras que hacen al campo semántico (político e ideológico) del régimen. Y la primera de ellas es “socialismo”. Ya vimos cómo, pronunciada por la burocracia, puede significar casi cualquier cosa, según pasan los períodos y los virajes políticos. El crecimiento de la desigualdad y la polarización social pudieron haberse presentado como fenómenos negativos pero inevitables. En cambio, siguiendo el más puro ejemplo stalinista, la burocracia quiere convencer ahora a los cubanos de que el “igualitarismo” es ajeno al socialismo, y que la mentalidad economicista y hasta egoísta, mientras redunde en un aumento de la producción, es la esencia del socialismo.

Criterios programáticos para una nueva revolución cubana

Por Roberto Ramírez
“Cuba frente a una encrucijada”,
SoB Nº 22, noviembre 2008

Hace algo más de dos años, nuestra corriente esbozaba una serie de puntos programáticos, en el inicio mismo de este curso de crisis. Aunque una formulación más precisa y completa será el resultado de las experiencias que se vayan desarrollando en la isla, creemos que las definiciones más generales no sólo no han quedado desactualizadas, sino que su vigencia se ve reforzada a la luz de la concreción del giro restauracionista del VI Congreso del PCC.

“- Por una nueva revolución que defienda las conquistas de 1959 y establezca realmente el poder de la clase trabajadora.

“- Por el fin del régimen de partido único y de estatización de los sindicatos y demás organizaciones obreras, populares, juveniles, femeninas, etc. Plena libertad de organización política, sindical y asociativa de los trabajadores, estudiantes y sectores populares que defiendan las conquistas de 1959, especialmente la independencia nacional y la expropiación del capitalismo, y repudien el bloqueo imperialista. Por la constitución de un partido o instrumento político obrero y socialista, independiente de la burocracia.

“- Por la democracia obrera y socialista. Ni ‘democracia’ burguesa fraudulenta estilo Miami ni ‘voto unido’ por la lista única de la burocracia. Que las organizaciones de masas obreras, campesinas, estudiantiles y populares, con funcionamiento absolutamente democrático, designen el gobierno de Cuba, y debatan y decidan los planes económicos y políticos.

“- Ni plan económico burocrático, ni anarquía capitalista. Democracia socialista para determinar el plan económico, y verificación por el mercado de su realización. Por la administración y/o control obrero democrático de todas las empresas, con absoluta publicidad de sus operaciones, como forma principal de avanzar en la productividad y terminar con el saqueo a la propiedad nacionalizada que hace la burocracia”

Sobre todo entre las nuevas generaciones, hay una creciente pérdida de legitimidad, descreimiento y confusión; los antiguos valores se declaran caducos y el pecado de ayer es la máxima virtud de hoy. Al igual que en las sociedades del Este europeo y la URSS, la palabra “socialismo”, enunciada por un elenco dirigente corrupto e hipócrita, no puede menos que sonar a hueco.

Lo propio ocurre con la relación socioeconómica decisiva: la del trabajo asalariado, fuente de los ingresos del 80% de los cubanos. La relación laboral está totalmente distorsionada: como el salario es casi puramente virtual, la prestación laboral se degrada también. La falta de productividad y de interés en el trabajo, así como el total desprecio por la idea de “propiedad del pueblo” en lo referido a los elementos de trabajo, no son una demostración de haraganería, como denuncia la burocracia, sino una manifestación sorda de descontento, tal como ocurría en los países “socialistas”. Para Farber, “parte del descontento y enojo con el sistema político se ha vertido hacia la actividad delictiva. El problema del robo en Cuba es enorme” (“¿Adónde..: ?”, cit.).

También a semejanza del Este europeo, se instala la cultura de robar para sobrevivir, puesto que el salario y la libreta de racionamiento no cubren las necesidades más básicas por más de dos semanas. (…)

Las privaciones materiales son el acicate indiscutido para innumerables conductas sociales y tiñen asimismo la atmósfera cultural e ideológica. Un estudio de un economista cubano en el exilio (pero que hasta bien entrado este siglo formaba parte del riñón del PCC) calcula que el ingreso monetario real de un asalariado es del 22 al 25% del que tenía en los años 80, antes del colapso de la URSS y el “período especial”. ¿Cómo se cubre la diferencia? Una parte, con “ingreso en especie”, desde los comederos hasta beneficios de transporte y vivienda (hoy limitados a los burócratas); otra parte, con “salario ilegal pero tolerado para empleados de empresas de capital mixto” (vinculadas sobre todo al turismo), remesas del exterior, ingreso por autoempleo legal, “bienes y servicios de tipo casero intercambiados con o vendidos a amigos y vecinos, actividades de la economía informal, sean no registradas o ilegales, y saqueo de bienes del sector estatal para la reventa o para consumo personal” (Oscar Espinosa Chepe, “Changes in Cuba: Few, Limited, and Late”, 16-11-10).

En este contexto, los proyectos orientados al turismo de lujo, (los campos de golf, spas y marinas previstos en los Lineamientos), y a los que sin duda también accederán los cubanos privilegiados, no pueden menos que generar rechazo y resentimiento. Como cuestiona indignado Cobas Avivar, “el impacto de la inmoralidad del ocio de la alta burguesía internacional, que lava de ésa y mil maneras el dinero que le roba a las clases trabajadoras en sus países y en la expropiación del trabajo a escala internacional, constituyen una genuina bomba de profundidad política para la joven sociedad cubana. Hoy mismo en Venezuela la juventud revolucionaria debate y apoya en sus programas televisivos (Zurda Konducta, VTV) la prohibición de la expansión del negocio de los campos de golf en su país” (“La patria…”, cit.).

En contraste con estos emprendimientos obscenos, la penuria de divisas, de las que dependen cada vez más el nivel de vida y la capacidad de consumo cotidianos a medida que crece el conjunto de bienes sólo disponibles en moneda convertible, le da un papel desproporcionado a las remesas de familiares en el extranjero. El efecto en la conciencia de reconocer que el nivel de vida y hasta de subsistencia dependen de trabajo, valor y dinero generados fuera de Cuba es potencialmente devastador. No de otra manera puede entenderse la justificación social de la prostitución.

Al respecto, un escritor cubano, Leonardo Padura, pinta con trazo descarnado aspectos de la circulación de sentidos sociales en la isla: “Cuba es un país que vive un cansancio histórico. La gente está cansada de sentir o que se le diga que está viviendo un momento histórico, y quiere vivir una normalidad. Esto ha generado, además, un desgaste moral bastante serio en la sociedad cubana. En un país donde la prostitución deja de ser un oficio reprobable y se convierte muchas veces en una salvación para la economía hogareña, con el beneplácito y la admiración de la familia, hay algo que funciona mal (…) Un país donde la mayoría de las personas tiene que buscar alternativas de supervivencia en los márgenes o más allá de los márgenes de la legalidad y lo hacen con total desenfado, como una actividad absolutamente normal, es un problema serio. El propio gobierno –que es el empleador del 90 por ciento de los cubanos– ha reconocido que los salarios que les paga a sus asalariados son insuficientes para vivir, lo que es un reconocimiento de que las personas tienen que buscar alternativas de supervivencia. Y cuando alguien en Cuba, por ejemplo, espera poder resolver sus problemas con los 100 ó 200 dólares que les puede mandar un pariente desde Estados Unidos, México o España, o espera resolver los problemas haciendo un determinado negocio que está más allá de los márgenes de la legalidad, es una sociedad que tiene problemas. Y estos problemas tienen un costo social y moral” (“Entrevista a Leonardo Padura”, Sin Permiso, 5-9-10) (…)

Finalmente, digamos que otro rasgo del actual momento político es la incertidumbre y la desazón ante los cambios que se vienen, y que muchos cubanos no están seguros de que vayan a ser para mejor. Son legión los honestos jóvenes y militantes del PCC que sospechan y temen que, a pesar de la convicción “socialista” que derrochan los discursos, se puede emprender el camino de la vuelta al capitalismo. La desconfianza es muy entendible cuando la misma burocracia dice un día que tiene la “brújula” más segura (acompañados por sus corifeos latinoamericanos) y afirma al día siguiente que “nadie sabe nada de cómo se hace el socialismo”.

La juventud

A diferencia de las generaciones anteriores, que vivieron el contraste positivo entre las conquistas de la revolución (hoy muy deterioradas) y el destino de otros países de la región, hoy la comparación arroja, para los más jóvenes, un resultado menos inequívoco. (…) En una sociedad envejecida en términos demográficos, [1] la realidad de la emigración debilita las fuerzas sociales potencialmente dinámicas, y desequilibra progresivamente la relación entre los cubanos en la isla y la diáspora. Unos 35.000 cubanos salen del país cada año, y el número total de nativos cubanos en el exterior ronda los 2,5 millones, es decir, el 22% de la población. Para muchos jóvenes, el único proyecto posible es individual, no colectivo, y además fuera de Cuba, frente a una situación que se percibe como terminal.

Por otra parte, la vía de la emigración no está abierta para todos, naturalmente; no es más que una válvula de escape para aquellos sectores que puedan sufragarla económicamente y/o puedan desandar (con dinero o con relaciones) los laberintos burocráticos que implica la autorización para salir del país

El panorama que pinta Padura de la juventud difiere drásticamente de los rituales ideológicos de la “juventud revolucionaria” de los discursos de los Castro: “Una parte notable de los jóvenes del país están emigrando o piensan emigrar, y entre ellos hay un porcentaje alto de personas preparadas, que deberían asumir las responsabilidades de un futuro en lo social, en lo académico, en la vida económica del país. Al mismo tiempo, hay un sector de esa juventud muy despolitizado, que lo que quiere es vivir su vida, muy distintos de lo que fuimos nosotros hace 20 ó 30 años (…) (“Entrevista…”, cit.).

Farber, en cambio, ve un costado positivo de este alejamiento de la juventud de los canales formalizados por la burocracia para la participación política y social: “Lo que parece prometedor, en cuanto a las posibilidades que existen dentro de Cuba, está relacionado con la tremenda enajenación que reina entre la juventud, especialmente entre la juventud negra. En Cuba hay un movimiento hip hop enfocado a expresar el enojo de los jóvenes negros, específicamente, contra el hostigamiento y brutalidad que sufren a manos de la policía. (…) Quizá en algún momento esa frustración y enajenación llegue a expresarse en términos de protesta política. Pero ésta es sólo una posibilidad” (“¿Adónde…?”, cit.).

Posiblemente la mirada más abarcadora sea la de Guillermo Almeyra, que busca dar cuenta de las tensiones, tradiciones y contradicciones que desgarran a las nuevas generaciones de la isla: “La juventud cubana actual creció en la crisis constante y, en su gran mayoría, está atraída por el consumo de tipo capitalista que jamás tuvo… Esa juventud siente, pues, un descontento sordo. Una parte minoritaria más activa y consciente utiliza el campo cultural para discutir y abrirse espacios creativos y políticos; otra, muy pequeña, se hunde en la delincuencia en las ciudades, y el grueso busca sobrevivir como sea, ‘inventando’, y aunque no deja de ser antiimperialista y de defender la soberanía nacional, se aleja de la política y desea elevar sus consumos de todo, de lo necesario y de lo superfluo” (“¿Adónde…?”, cit.).

Es importante aquí retener las contradicciones entre las presiones pro consumistas (que alientan las tendencias al capitalismo) y la conciencia, sin duda mayoritaria, de que la independencia y las conquistas de la revolución deben mantenerse. Por otro lado, no es tan sencillo que la primera opción sea la voluntad de tomar el destino en sus manos cuando la burocracia bloquea hasta la idea de eso desde el inicio mismo de la revolución, como lo simboliza la consigna emblemática del PCC: “¡Comandante en jefe, ordene!”

Los trabajadores y el pueblo cubanos tienen la palabra

La tradición política desde la revolución es que, a contramano de la constante invocación al “pueblo” y a “la clase obrera”, éstos no sólo no deciden absolutamente nada, sino que no se espera que lo hagan. La política no es asunto de las masas, sino de los “cuadros”. Toda iniciativa viene siempre desde la cúpula del PCC y en particular de Fidel. La acción política consiste en comprender y obedecer los visionarios mandatos del Comandante, nunca en actuar de manera independiente, dado que los canales organizativos están controlados por la burocracia, desde el partido y los sindicatos hasta los CDR. La otra posibilidad que ofrece la política son los acontecimientos impuestos objetivamente por la fuerza de las circunstancias, ante los cuales no cabe más que rendirse, como durante el “período especial”. En suma, la política cubana ha sido desde la Revolución una combinación de llamados a acatar la voluntad del PCC y anuncios de resignación ante lo inevitable. Lo que nunca ha operado como factor es la acción independiente.

Pero esto, con toda probabilidad, va a cambiar. La profundidad de la crisis, la magnitud de los cambios y lo obsceno de la desigualdad y desprotección social que representa el rumbo de la burocracia van a generar, y ya están generando, a una escala todavía poco detectable pero real, movimientos de inquietud, de oposición, de descontento. Como dice Cobas Avivar, “no es posible no coincidir con los análisis de estudiosos cubanos como Julio César Guanche y Juan Valdés Paz en el criterio de que hoy el pueblo cubano ya no estaría dispuesto a resistir ‘ideológicamente’ un embate similar al que la crisis de 1990-1993 produjo sobre los fundamentos de su existencia y reproducción socio-material” (“La patria…”, cit.).

En efecto, en Cuba parece estar agotándose el poder casi mágico de “la palabra de Fidel”, y los cubanos, en un futuro muy cercano, podrían no conformarse con soportar las privaciones con raciones de retórica “revolucionaria”. Sobre todo cuando los que pronuncian esas inflamadas palabras no comparten ninguno de los padecimientos materiales de las masas.

No es posible establecer de antemano los ritmos ni las formas que adoptarán las manifestaciones de rebeldía, pero es sencillamente inevitable que aparezcan. Posiblemente, los primeros puntos de apoyo para una acción independiente van a pasar por el rechazo a las medidas brutales de desempleo en masa y mayor desigualdad. Por eso, más allá de los lineamientos programáticos generales que citamos más abajo, es esencial prestar atención a cómo pueda articularse un conflicto, que vemos inevitable, entre las masas y la burocracia con la formulación de una política y la construcción de organismos antiburocráticos, antiimperialistas y socialistas.

El destino del régimen actual de la isla está sellado; Cuba será completamente distinta de aquí a poco tiempo. El lugar que ocuparán a) la burguesía cubana en el exilio; b) su estrecho aliado, el imperialismo yanqui; c) la burocracia, y d) los trabajadores y las masas cubanas en general, no está escrito en la piedra: dependerá de la profundidad de los procesos de lucha de clases que, insistimos, no pueden no tener lugar. Tales son las fuerzas sociales en pugna.

Lo que representa un criterio esencial es que toda ubicación política que se ponga del lado de oponerse a la restauración del capitalismo en Cuba y de defender las conquistas de la revolución debe partir de que la burocracia castrista está de la vereda de enfrente. No es ni un aliado vacilante, ni un “campo contradictorio”, ni mucho menos la conducción de la lucha contra la restauración. Por el contrario, es la fuerza impulsora del capitalismo más activa y poderosa dentro de la isla. Sólo la acción y organización de los trabajadores y los sectores populares, de manera independiente, revolucionando o (más probablemente) por fuera de las instituciones que encorsetan a las masas puede cumplir el papel de frenar la restauración en curso y abrir paso a una verdadera nueva revolución.

Porque no se trata sólo de defender lo que queda del pasado, sino de enfrentar los desafíos del presente, esto es, poner verdaderamente en el poder a quien hoy, según la Constitución castrista, lo detentan pero que en la realidad están muy lejos de él: la clase trabajadora.

Como señalamos, la inercia política de décadas juega en contra de una rápida reconstitución de la capacidad de organización y acción independiente, pero no hay que subestimar la dimensión de los problemas ni la descomposición de la burocracia. En Cuba está todo en juego, y, como señala Alan Woods, “si bien es posible establecer comparaciones con Rusia, también hay diferencias importantes. En 1989, la Revolución de Octubre era un recuerdo lejano para la mayoría de los rusos. Las antiguas tradiciones habían sido enterradas durante décadas por la burocracia. Pero en Cuba la revolución que se llevó a cabo permanece dentro de la memoria viva del pueblo. La mayoría de los cubanos están muy orgullosos de los logros de la Revolución y no estarán dispuestos a rendirse sin luchar” (“Intelectuales y comunistas…”, cit.). No obstante, es necesario tener presente también que esa “memoria viva” está mucho más desdibujada entre los jóvenes, como hemos expuesto más arriba.

Desde la corriente Socialismo o Barbarie venimos alertando desde hace tiempo sobre el curso de la burocracia y los peligros que éste implica para los cubanos y para toda la izquierda en América Latina y el mundo. La ubicación política frente a la dinámica de la isla es materia de intenso debate en el seno de la izquierda. Como hemos visto, el castrismo y el chavismo (y, lamentablemente, diversas corrientes y personalidades que vienen de la tradición trotskista) parecen creer que con la segura guía de los comandantes, con la infalible “brújula” del PCC, el camino de “seguir avanzando en el socialismo” está garantizado. Por otro lado, en el seno del trotskismo también hay una polémica con un amplio rango de posiciones, que por su especificidad se debaten en un texto aparte. (…)

Sin ser exhaustivos, creemos que estos criterios programáticos [ver recuadro] son fundamentales a la hora de ofrecer una perspectiva a un pueblo que ha dado sobradas muestras de valentía y heroísmo, pero que enfrenta hoy un nuevo desafío. Se trata de sacudirse el yugo político de una burocracia que, en nombre del socialismo, conduce a Cuba de regreso al capitalismo, bajo formas que no son acaso las que quiere el imperialismo o los gusanos de Miami, pero son no menos gravosas para las masas.

En ese sentido, no hay que perder de vista la permanente línea de los Castro de hacer apología tras apología del “socialismo” chino. A esta altura, no debe haber otra corriente política en el mundo, de izquierda o de derecha, que considere seriamente que el régimen existente en China merece esa calificación. Y más en momentos en que toda la prensa económica burguesa aplaude el rol que la China dirigida por los jerarcas del PCCh, primero como locomotora del capitalismo y ahora como factor de estabilización de la crisis mundial. (…) [2]

Por supuesto, Cuba no es ni puede ser China en términos de inserción en la economía mundial. (…) A una escala mucho más modesta (más parecida, por ejemplo, a la de Vietnam, aunque Cuba tenga la octava parte de la población de ese país), los Castro se proponen marchar a un capitalismo cubano que no podrá ser sino atrasado y semicolonial, con islotes de productividad y modernidad, y sobre todo bajo férreo control del PCC, que ni siquiera necesitará cambiarse el nombre.

La sanción oficial de este rumbo es lo que se pretende con el VI Congreso y sus Lineamientos. [3] La tarea de la hora en Cuba es detenerlo, porque pretende llevar a una tremenda derrota de las masas cubanas y en general a un retroceso en las relaciones de fuerza en toda Latinoamérica. Pero esto no se logrará con consejos a la burocracia, sino con la acción y organización de los trabajadores y el pueblo cubanos de manera independiente de los Castro, del PCC y, por supuesto, de todos los sectores agentes de la contrarrevolución capitalista, desde la Iglesia Católica a la gusanería, pasando por los gobiernos latinoamericanos.

La irrupción de las masas cubanas frente a este inédito ataque a sus conquistas y su tradición revolucionaria puede y debe abrir paso a una nueva revolución que complete la obra de la de 1959 derrotando a quienes hoy quieren enterrarla en nombre del socialismo.


Notas:

1. “(…) Así unos 1,9 millones de personas en Cuba tenían entre 0 y 14 años en 2008, y aproximadamente 1.8 millones tenían 60 y más años. El envejecimiento de la población se coloca como el efecto neurálgico de la transición demográfica en el país” (O. Pérez Villanueva, “Notas…”, cit.).

2. Una expresión del rechazo que genera la “sinolatría” del PCC en intelectuales más independientes es este indignado llamado de Cobas Avivar: “Alto a la ideología que gana espacio político en el país glorificando la transición capitalista china, inducida a la sociedad cubana desde el discurso del Partido, el Estado y los medios de comunicación como camino promisorio: apertura económica, privatizaciones, empoderamiento burocrático sobre el patrimonio económico, un Partido único omnipotente al frente de un Estado suprasocietal” (“La patria…”, cit.).

3. Otro VI Congreso, el del Partido Comunista de Vietnam en 1986, inauguró el camino de la “renovación” (Doi Moi) del “socialismo”, que, en otro contexto y bajo otras condiciones, condujo en cuestión de pocos años al capitalismo abierto y reconocido hasta en términos jurídicos. Claro que siempre bajo la preclara guía del PCV, líder del pueblo vietnamita en la “construcción del socialismo”…