El clima moral
(…) Hay una pérdida
de sentido de las palabras que hacen al campo semántico
(político e ideológico) del régimen. Y la primera de
ellas es “socialismo”. Ya vimos cómo, pronunciada por
la burocracia, puede significar casi cualquier cosa, según
pasan los períodos y los virajes políticos. El crecimiento
de la desigualdad y la polarización social pudieron haberse
presentado como fenómenos negativos pero inevitables. En
cambio, siguiendo el más puro ejemplo stalinista, la
burocracia quiere convencer ahora a los cubanos de que el
“igualitarismo” es ajeno al socialismo, y que la
mentalidad economicista y hasta egoísta, mientras redunde
en un aumento de la producción, es la esencia del
socialismo.
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Criterios
programáticos para una nueva revolución cubana
Por
Roberto Ramírez
“Cuba frente a una encrucijada”,
SoB Nº 22, noviembre 2008
Hace algo más de dos años, nuestra corriente esbozaba
una serie de puntos programáticos, en el inicio mismo de
este curso de crisis. Aunque una formulación más precisa y
completa será el resultado de las experiencias que se vayan
desarrollando en la isla, creemos que las definiciones más
generales no sólo no han quedado desactualizadas, sino que su
vigencia se ve reforzada a la luz de la concreción del giro
restauracionista del VI Congreso del PCC.
“- Por una nueva revolución que defienda las conquistas
de 1959 y establezca realmente el poder de la clase
trabajadora.
“- Por el fin del régimen de partido único y de
estatización de los sindicatos y demás organizaciones
obreras, populares, juveniles, femeninas, etc. Plena
libertad de organización política, sindical y asociativa
de los trabajadores, estudiantes y sectores populares que
defiendan las conquistas de 1959, especialmente la
independencia nacional y la expropiación del capitalismo, y
repudien el bloqueo imperialista. Por la constitución de un
partido o instrumento político obrero y socialista,
independiente de la burocracia.
“- Por la democracia obrera y socialista. Ni
‘democracia’ burguesa fraudulenta estilo Miami ni
‘voto unido’ por la lista única de la burocracia. Que
las organizaciones de masas obreras, campesinas,
estudiantiles y populares, con funcionamiento absolutamente
democrático, designen el gobierno de Cuba, y debatan y
decidan los planes económicos y políticos.
“-
Ni plan económico burocrático, ni anarquía capitalista.
Democracia socialista para determinar el plan económico, y
verificación por el mercado de su realización. Por la
administración y/o control obrero democrático de todas las
empresas, con absoluta publicidad de sus operaciones, como
forma principal de avanzar en la productividad y terminar
con el saqueo a la propiedad nacionalizada que hace la
burocracia”
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Sobre todo entre las nuevas generaciones, hay una
creciente pérdida de
legitimidad, descreimiento y confusión; los antiguos
valores se declaran caducos y el pecado de ayer es la máxima
virtud de hoy. Al igual que en las sociedades del Este
europeo y la URSS, la palabra “socialismo”, enunciada
por un elenco dirigente corrupto e hipócrita, no puede
menos que sonar a hueco.
Lo propio ocurre con la relación socioeconómica
decisiva: la del trabajo
asalariado, fuente de los ingresos del 80% de los
cubanos. La relación laboral está totalmente
distorsionada: como el salario es casi puramente virtual, la
prestación laboral se degrada también. La falta de
productividad y de interés en el trabajo, así como el
total desprecio por la idea de “propiedad del pueblo” en
lo referido a los elementos de trabajo, no son una
demostración de haraganería, como denuncia la burocracia,
sino una manifestación sorda de descontento, tal como ocurría
en los países “socialistas”. Para Farber, “parte del
descontento y enojo con el sistema político se ha vertido
hacia la actividad delictiva. El problema del robo en Cuba
es enorme” (“¿Adónde..: ?”, cit.).
También a semejanza del Este europeo, se instala la cultura
de robar para sobrevivir, puesto que el salario y la
libreta de racionamiento no cubren las necesidades más básicas
por más de dos semanas. (…)
Las privaciones
materiales son el acicate indiscutido para innumerables
conductas sociales y tiñen asimismo la atmósfera cultural
e ideológica. Un estudio de un economista cubano en el
exilio (pero que hasta bien entrado este siglo formaba parte
del riñón del PCC) calcula que el ingreso monetario real
de un asalariado es del 22 al 25% del que tenía en los años
80, antes del colapso de la URSS y el “período
especial”. ¿Cómo se cubre la diferencia? Una parte, con
“ingreso en especie”, desde los comederos hasta
beneficios de transporte y vivienda (hoy limitados a los burócratas);
otra parte, con “salario ilegal pero tolerado para
empleados de empresas de capital mixto” (vinculadas sobre
todo al turismo), remesas del exterior, ingreso por
autoempleo legal, “bienes y servicios de tipo casero
intercambiados con o vendidos a amigos y vecinos,
actividades de la economía informal, sean no registradas o
ilegales, y saqueo de bienes del sector estatal para la
reventa o para consumo personal” (Oscar Espinosa Chepe,
“Changes in Cuba: Few, Limited, and Late”, 16-11-10).
En este contexto, los proyectos orientados al turismo de
lujo, (los campos de golf, spas y marinas previstos en los
Lineamientos), y a los que sin duda también accederán los
cubanos privilegiados, no pueden menos que generar rechazo y
resentimiento. Como cuestiona indignado Cobas Avivar, “el
impacto de la inmoralidad del ocio de la alta burguesía
internacional, que lava de ésa y mil maneras el dinero que
le roba a las clases trabajadoras en sus países y en la
expropiación del trabajo a escala internacional,
constituyen una genuina bomba de profundidad política para
la joven sociedad cubana. Hoy mismo en Venezuela la juventud
revolucionaria debate y apoya en sus programas televisivos
(Zurda Konducta, VTV) la prohibición de la expansión del
negocio de los campos de golf en su país” (“La
patria…”, cit.).
En contraste con estos emprendimientos obscenos, la
penuria de divisas, de las que dependen cada vez más el
nivel de vida y la capacidad de consumo cotidianos a medida
que crece el conjunto de bienes sólo disponibles en moneda
convertible, le da un papel desproporcionado a las remesas de familiares en el extranjero.
El efecto en la conciencia de reconocer que el nivel de vida
y hasta de subsistencia dependen de trabajo, valor y dinero generados fuera de Cuba es potencialmente devastador. No de otra
manera puede entenderse la justificación social de la
prostitución.
Al respecto, un escritor cubano, Leonardo Padura, pinta
con trazo descarnado aspectos de la circulación de sentidos
sociales en la isla: “Cuba es un país que vive un
cansancio histórico. La gente está cansada de sentir o que
se le diga que está viviendo un momento histórico, y
quiere vivir una normalidad. Esto ha generado, además, un desgaste moral bastante serio en la sociedad cubana. En un país
donde la prostitución
deja de ser un oficio reprobable y se convierte muchas veces
en una salvación para la economía hogareña, con
el beneplácito y la admiración de la familia, hay algo
que funciona mal (…) Un país donde la mayoría de las
personas tiene que buscar alternativas de supervivencia en
los márgenes o más allá de los márgenes de la
legalidad y lo hacen con
total desenfado, como una actividad absolutamente
normal, es un problema serio. El propio gobierno –que es
el empleador del 90 por ciento de los cubanos– ha
reconocido que los salarios que les paga a sus asalariados
son insuficientes para vivir, lo que es un reconocimiento de
que las personas tienen que buscar alternativas de
supervivencia. Y cuando alguien en Cuba, por ejemplo, espera
poder resolver sus problemas con los 100 ó 200 dólares que
les puede mandar un pariente desde Estados Unidos, México o
España, o espera resolver los problemas haciendo un
determinado negocio que está más allá de los márgenes de
la legalidad, es una sociedad que tiene problemas. Y estos
problemas tienen un costo social y moral” (“Entrevista a
Leonardo Padura”, Sin Permiso, 5-9-10) (…)
Finalmente, digamos que otro rasgo del actual momento político
es la incertidumbre
y la desazón ante los cambios que se vienen, y que muchos
cubanos no están seguros de que vayan a ser para mejor. Son
legión los honestos jóvenes y militantes del PCC que
sospechan y temen que, a pesar de la convicción
“socialista” que derrochan los discursos, se puede
emprender el camino de la vuelta al capitalismo. La
desconfianza es muy entendible cuando la misma burocracia
dice un día que tiene la “brújula” más segura (acompañados
por sus corifeos latinoamericanos) y afirma al día
siguiente que “nadie sabe nada de cómo se hace el
socialismo”.
La juventud
A diferencia de las generaciones anteriores, que vivieron
el contraste positivo entre las conquistas de la revolución
(hoy muy deterioradas) y el destino de otros países de la
región, hoy la comparación arroja, para los más jóvenes,
un resultado menos inequívoco. (…) En una sociedad
envejecida en términos demográficos, [1] la realidad de la
emigración debilita las fuerzas sociales potencialmente dinámicas,
y desequilibra progresivamente la relación entre los
cubanos en la isla y la diáspora. Unos 35.000 cubanos salen
del país cada año, y el número total de nativos cubanos
en el exterior ronda los 2,5 millones, es decir, el 22% de
la población. Para muchos jóvenes, el único proyecto
posible es individual, no colectivo, y además fuera de
Cuba, frente a una situación que se percibe como terminal.
Por otra parte, la vía de la emigración no está abierta
para todos, naturalmente; no es más que una válvula de
escape para aquellos sectores que puedan sufragarla económicamente
y/o puedan desandar (con dinero o con relaciones) los
laberintos burocráticos que implica la autorización para
salir del país
El panorama que pinta Padura de la juventud difiere drásticamente
de los rituales ideológicos de la “juventud
revolucionaria” de los discursos de los Castro: “Una
parte notable de los jóvenes del país están emigrando o
piensan emigrar, y entre ellos hay un porcentaje alto de
personas preparadas, que deberían asumir las
responsabilidades de un futuro en lo social, en lo académico,
en la vida económica del país. Al mismo tiempo, hay
un sector de esa juventud muy despolitizado, que lo que
quiere es vivir su
vida, muy distintos de lo que fuimos nosotros hace 20 ó 30
años (…) ”
(“Entrevista…”, cit.).
Farber, en cambio, ve un costado positivo de este
alejamiento de la juventud de los canales formalizados por
la burocracia para la participación política y social:
“Lo que parece prometedor, en cuanto a las posibilidades
que existen dentro de Cuba, está relacionado con la
tremenda enajenación que reina entre la juventud,
especialmente entre la juventud
negra. En Cuba hay un movimiento hip hop enfocado a
expresar el enojo de los jóvenes negros, específicamente,
contra el hostigamiento y brutalidad que sufren a manos de
la policía. (…) Quizá en algún momento esa frustración
y enajenación llegue a expresarse en términos de protesta
política. Pero ésta es sólo una posibilidad” (“¿Adónde…?”,
cit.).
Posiblemente la mirada más abarcadora sea la de Guillermo
Almeyra, que busca dar cuenta de las tensiones, tradiciones
y contradicciones que desgarran a las nuevas generaciones de
la isla: “La juventud cubana actual creció en la crisis
constante y, en su gran mayoría, está atraída por el consumo de tipo capitalista que jamás tuvo… Esa
juventud siente, pues, un descontento
sordo. Una parte minoritaria más activa y consciente
utiliza el campo cultural para discutir
y abrirse espacios creativos y políticos; otra, muy
pequeña, se hunde en la delincuencia en las ciudades, y el
grueso busca sobrevivir como sea, ‘inventando’, y aunque
no deja de ser
antiimperialista y de defender la soberanía nacional, se aleja de la política y desea elevar sus consumos de todo, de lo
necesario y de lo superfluo” (“¿Adónde…?”, cit.).
Es importante aquí retener las contradicciones entre las
presiones pro consumistas (que alientan las tendencias al
capitalismo) y la conciencia, sin duda mayoritaria, de que
la independencia y las conquistas de la revolución deben
mantenerse. Por otro lado, no es tan sencillo que la primera
opción sea la voluntad de tomar el destino en sus manos
cuando la burocracia bloquea hasta la idea de eso desde el
inicio mismo de la revolución, como lo simboliza la
consigna emblemática del PCC: “¡Comandante en jefe,
ordene!”
Los trabajadores y el pueblo cubanos tienen la palabra
La tradición política desde la revolución es que, a
contramano de la constante invocación al “pueblo” y a
“la clase obrera”, éstos no sólo no deciden
absolutamente nada, sino que no se espera que lo hagan. La
política no es asunto de las masas, sino de los
“cuadros”. Toda iniciativa viene siempre desde la cúpula
del PCC y en particular de Fidel. La acción política
consiste en comprender
y obedecer los visionarios mandatos del Comandante,
nunca en actuar de manera independiente, dado que los
canales organizativos están controlados por la burocracia,
desde el partido y los sindicatos hasta los CDR. La otra
posibilidad que ofrece la política son los acontecimientos
impuestos objetivamente por la fuerza de las circunstancias,
ante los cuales no cabe más que rendirse, como durante el
“período especial”. En suma, la política cubana ha
sido desde la Revolución una combinación de llamados a
acatar la voluntad del PCC y anuncios de resignación ante
lo inevitable. Lo que nunca ha operado como factor es la
acción independiente.
Pero
esto, con toda probabilidad, va a cambiar. La profundidad de la crisis, la
magnitud de los cambios y lo obsceno de la desigualdad y
desprotección social que representa el rumbo de la
burocracia van a generar, y ya están generando, a una
escala todavía poco detectable pero real, movimientos de
inquietud, de oposición, de descontento. Como dice Cobas
Avivar, “no es posible no coincidir con los análisis de
estudiosos cubanos como Julio César Guanche y Juan Valdés
Paz en el criterio de que hoy
el pueblo cubano ya no estaría dispuesto a resistir
‘ideológicamente’ un embate similar al que la
crisis de 1990-1993 produjo sobre los fundamentos de su
existencia y reproducción socio-material” (“La
patria…”, cit.).
En efecto, en Cuba parece estar agotándose el poder casi
mágico de “la palabra de Fidel”, y los cubanos, en un
futuro muy cercano, podrían no conformarse con soportar las
privaciones con raciones de retórica “revolucionaria”.
Sobre todo cuando los que pronuncian esas inflamadas
palabras no comparten ninguno de los padecimientos
materiales de las masas.
No es posible establecer de antemano los ritmos ni las
formas que adoptarán las manifestaciones de rebeldía, pero
es sencillamente inevitable que aparezcan. Posiblemente, los
primeros puntos de apoyo para una acción independiente van
a pasar por el rechazo a las medidas brutales de desempleo
en masa y mayor desigualdad. Por eso, más allá de los
lineamientos programáticos generales que citamos más
abajo, es esencial prestar atención a cómo pueda
articularse un conflicto, que vemos inevitable, entre las
masas y la burocracia con la formulación de una política y
la construcción de organismos antiburocráticos,
antiimperialistas y socialistas.
El destino del régimen actual de la isla está sellado;
Cuba será completamente distinta de aquí a poco tiempo. El
lugar que ocuparán a) la burguesía cubana en el exilio; b)
su estrecho aliado, el imperialismo yanqui; c) la
burocracia, y d) los trabajadores y las masas cubanas en
general, no está escrito en la piedra: dependerá de la
profundidad de los procesos de lucha de clases que,
insistimos, no pueden no tener lugar. Tales son las fuerzas
sociales en pugna.
Lo que representa un criterio esencial es que toda ubicación
política que se ponga del lado de oponerse a la restauración
del capitalismo en Cuba y de defender las conquistas de la
revolución debe partir
de que la burocracia castrista está de la vereda de
enfrente. No es ni un aliado vacilante, ni un “campo
contradictorio”, ni mucho menos la conducción de la lucha
contra la restauración. Por el contrario, es la
fuerza impulsora del capitalismo más activa y poderosa
dentro de la isla. Sólo la acción y organización de los
trabajadores y los sectores populares, de manera
independiente, revolucionando o (más probablemente) por
fuera de las instituciones que encorsetan a las masas
puede cumplir el papel de frenar
la restauración en curso y abrir paso a una verdadera nueva
revolución.
Porque no se trata sólo de defender lo que queda del
pasado, sino de enfrentar los desafíos del presente, esto
es, poner verdaderamente en el poder a quien hoy, según la
Constitución castrista, lo detentan pero que en la realidad
están muy lejos de él: la clase trabajadora.
Como señalamos, la
inercia política de décadas juega en contra de una rápida
reconstitución de la capacidad de organización y acción
independiente, pero no hay que subestimar la dimensión de
los problemas ni la descomposición de la burocracia. En
Cuba está todo en juego, y, como señala Alan Woods,
“si bien es posible establecer comparaciones con Rusia,
también hay diferencias importantes. En 1989, la Revolución
de Octubre era un recuerdo lejano para la mayoría de los
rusos. Las antiguas tradiciones habían sido enterradas
durante décadas por la burocracia. Pero en Cuba la revolución
que se llevó a cabo permanece dentro de la memoria viva del
pueblo. La mayoría
de los cubanos están muy orgullosos de los logros de la
Revolución y no estarán dispuestos a rendirse sin
luchar” (“Intelectuales y comunistas…”, cit.).
No obstante, es necesario tener presente también que esa
“memoria viva” está mucho más desdibujada entre los jóvenes,
como hemos expuesto más arriba.
Desde la corriente Socialismo o Barbarie venimos alertando
desde hace tiempo sobre el curso de la burocracia y los
peligros que éste implica para los cubanos y para toda la
izquierda en América Latina y el mundo. La ubicación política
frente a la dinámica de la isla es materia de intenso
debate en el seno de la izquierda. Como hemos visto, el
castrismo y el chavismo (y, lamentablemente, diversas
corrientes y personalidades que vienen de la tradición
trotskista) parecen creer que con la segura guía de los
comandantes, con la infalible “brújula” del PCC, el
camino de “seguir avanzando en el socialismo” está
garantizado. Por otro lado, en el seno del trotskismo también
hay una polémica con un amplio rango de posiciones, que por
su especificidad se debaten en un texto aparte. (…)
Sin ser exhaustivos, creemos que estos criterios programáticos
[ver recuadro] son fundamentales a la hora de ofrecer una
perspectiva a un pueblo que ha dado sobradas muestras de
valentía y heroísmo, pero que enfrenta hoy un nuevo desafío.
Se trata de sacudirse el yugo político de una burocracia
que, en nombre del socialismo, conduce a Cuba de regreso al
capitalismo, bajo formas que no son acaso las que quiere el
imperialismo o los gusanos de Miami, pero son no menos
gravosas para las masas.
En ese sentido, no hay que perder de vista la permanente línea
de los Castro de hacer apología tras apología del
“socialismo” chino. A esta altura, no debe haber otra
corriente política en el mundo, de izquierda o de derecha,
que considere seriamente que el régimen existente en China
merece esa calificación. Y más en momentos en que toda la
prensa económica burguesa aplaude el rol que la China
dirigida por los jerarcas del PCCh, primero como locomotora
del capitalismo y ahora como factor de estabilización de la
crisis mundial. (…) [2]
Por supuesto, Cuba no es ni puede ser China en términos
de inserción en la economía mundial. (…) A una escala
mucho más modesta (más parecida, por ejemplo, a la de
Vietnam, aunque Cuba tenga la octava parte de la población
de ese país), los Castro se proponen marchar a un capitalismo
cubano que no podrá ser sino atrasado y semicolonial, con
islotes de productividad y modernidad, y sobre todo bajo férreo
control del PCC, que ni siquiera necesitará cambiarse
el nombre.
La sanción oficial de este rumbo es lo que se pretende
con el VI Congreso y sus Lineamientos. [3] La tarea de la
hora en Cuba es detenerlo, porque pretende llevar a una
tremenda derrota de las masas cubanas y en general a un
retroceso en las relaciones de fuerza en toda Latinoamérica.
Pero esto no se logrará con consejos a la burocracia, sino
con la acción y organización de los trabajadores y el
pueblo cubanos de manera independiente de los Castro, del
PCC y, por supuesto, de todos los sectores agentes de la
contrarrevolución capitalista, desde la Iglesia Católica a
la gusanería, pasando por los gobiernos latinoamericanos.
La irrupción de las masas cubanas frente a este inédito
ataque a sus conquistas y su tradición revolucionaria puede
y debe abrir paso a una nueva revolución que complete la
obra de la de 1959 derrotando a quienes hoy quieren
enterrarla en nombre del socialismo.
Notas:
1. “(…) Así unos 1,9 millones de personas en Cuba tenían
entre 0 y 14 años en 2008, y aproximadamente 1.8 millones
tenían 60 y más años. El envejecimiento de la población
se coloca como el efecto neurálgico de la transición
demográfica en el país” (O. Pérez Villanueva,
“Notas…”, cit.).
2. Una expresión del rechazo que genera la “sinolatría”
del PCC en intelectuales más independientes es este
indignado llamado de Cobas Avivar: “Alto a la ideología
que gana espacio político en el país glorificando la
transición capitalista china, inducida a la sociedad cubana
desde el discurso del Partido, el Estado y los medios de
comunicación como camino promisorio: apertura económica,
privatizaciones, empoderamiento burocrático sobre el
patrimonio económico, un Partido único omnipotente al
frente de un Estado suprasocietal” (“La patria…”,
cit.).
3. Otro VI Congreso, el del Partido Comunista de Vietnam
en 1986, inauguró el camino de la “renovación” (Doi
Moi) del “socialismo”, que, en otro contexto y bajo
otras condiciones, condujo en cuestión de pocos años al
capitalismo abierto y reconocido hasta en términos jurídicos.
Claro que siempre bajo la preclara guía del PCV, líder del
pueblo vietnamita en la “construcción del
socialismo”…