Vaya sorpresa se llevó la CGT. Después del acto en la 9 de Julio, y cuando
Moyano ya la contaba para su equipo en la discusión por el
proyecto de reparto de ganancias, Cristina
se puso abiertamente la camiseta de la UIA y definió el
partido. En la mismísima Casa Rosada, la presidenta se
alineó con el reclamo de la Unión Industrial Argentina ¡del
día anterior! de que, en vez de una ley, se implementara el
“modelo Firestone” vía paritarias.
El lunes 9, la propuesta de la UIA fue “que se acuerde con los
trabajadores en el marco de las paritarias y a través de
los convenios colectivos –lo que permitiría reconocer las
particularidades de cada sector– y que no sea único para
todas las actividades de la economía” (BAE,
10-5). ¿Qué dijo Cristina al día siguiente? Esto:
“Participar a los trabajadores de la rentabilidad de las
empresas a través del convenio colectivo me parece
realmente un instrumento muy idóneo. Una ley es algo
general, lo general no puede ser aplicado a todo el mundo y
a todas las actividades económicas” (La
Nación, 11-5).
¡Exactamente, casi palabra por
palabra, la posición de los patrones! (1) No es de
extrañar que a José Ignacio De Mendiguren, presidente de
la UIA y presente en el acto, no le alcanzaran las manos
para aplaudirla. Las expresiones empleadas por la prensa
para describir el estado de ánimo de los industriales tras
el discurso fueron “música para los oídos”,
“entusiasmo”, “estaban exultantes”. Y no es para
menos, porque Cristina agregó otras definiciones que van en
el mismo sentido: poner
límites a las aspiraciones y a los “métodos” de Moyano
y la CGT.
Empecemos por lo segundo: Cristina se quejó de paros y piquetes y sostuvo
que “hay que encontrar métodos más racionales para
encauzar los conflictos” para “no someter de rehén al
resto de la sociedad”. Y hasta se despegó con una ironía
del respaldo cegetista: “A los que me están pidiendo que
sea Presidenta, les digo que me apoyen de manera contundente
solucionando las cosas sin
presiones o hechos que crean demasiada conflictividad,
que no le hacen bien a los argentinos (…) Cuando se
discuten intereses, hay que ser sensatos e inteligentes para
que la discusión no termine rompiendo los intereses de
todos” (ídem).
La CGT, aturdida, apenas atinó a contestar, por boca de Juan Schmid, de
Dragado, que “el gobierno y los empresarios también
tienen responsabilidad” por los conflictos, y lanzó un
recordatorio que sonó más a queja que a amenaza: “Nunca
les hicimos un paro general” (ídem).
Ahora bien, ¿cuáles son las consecuencias de este cambio de
frente del gobierno? ¿Hay tanta diferencia entre repartir
las ganancias por ley y repartirlas a través de las
paritarias?
Sí, hay un mundo de
diferencia. Por eso los mismos empresarios pidieron ir
hacia el “modelo Firestone” (2), y que el gobierno haya
accedido es una clara señal de que mantiene el rumbo
“normalizador” y “amigo de los negocios”, y de que la
CGT puede despedirse
del sueño de integrar la fórmula oficialista en 2011. La
prioridad de Cristina, a todas luces, son las preocupaciones
de los empresarios.
Ventajas para la patronal I: se
reparte menos plata
Desde el anuncio mismo del proyecto de ley de reparto de
ganancias, la patronal había puesto el grito en el cielo.
Pero hay que saber discernir qué es lo que realmente les
provocaba urticaria. Y por mucho que los empresarios, como
el avaro de Molière, adoren el contenido de su cofrecillo
de ganancias, hay algo que adoran todavía más: el monopolio de las decisiones y de la información sobre el negocio.
Era eso lo que en el fondo más aterrorizaba a los
capitalistas de todos los tamaños del proyecto de ley
Recalde, como veremos luego. Pero empecemos por los
dinerillos.
Como señaló una periodista, si sólo nos detenemos en el reparto de ganancias en sí mismo, “a
priori, la iniciativa
es moderada y ninguna empresa tiene de qué asustarse.
Abundan ejemplos de esquemas similares en otros países
genuinamente capitalistas” (Cledis Candelaresi, BAE,
5-5). Este mismo argumento adelantaron los cuadros
kirchneristas, que buscaban mostrar el proyecto a la vez
como progresista y perfectamente capitalista. Después de
todo, “el reparto estaría limitado a grandes empresas
que, en muchos casos,
ya cumplen con esa consigna a través de bonus y otras herramientas (eso sí, manejadas a su arbitrio y no bajo el imperio de una ley)”; además,
“las ganancias a repartir no involucran a aquellas que
decidan reinvertir” (C. Candelaresi, ídem).
Entonces, desde el punto de vista del dinero a repartir, la ley,
más que obligar a ese reparto que es bastante común en las
grandes firmas, lo que hace es establecer para ese fondo un
criterio público y general, en vez de quedar librado a la vocación
“filantrópica” de cada patrón o a las condiciones de
cada empresa.
Pues bien, son precisamente esas condiciones particulares
las que la UIA y Cristina buscan ahora hacer valer como
regla para el reparto de ganancias. No otra cosa quiere
decir que se negociará por paritaria y hasta por empresa.
Es por eso que la misma UIA reclamó, en vez de una ley, la
generalización del “modelo Firestone”. Es decir, cada
rama y hasta cada firma negocia con la burocracia del sector
en cuestión, y no hay “paraguas” general para nadie.
Es evidente que esta atomización
de negociaciones favorece al sector con más fuerza
relativa, que es siempre la patronal. No existe un piso a
repartir (el 10% de las ganancias, en el proyecto de Recalde),
sino que empresarios y burócratas, con la
“responsabilidad” que les pide Cristina, acuerdan
repartir lo que se puede… si se puede. Porque, en el caso
de Firestone, el acuerdo tiene 10 años, pero sólo
en cuatro hubo distribución de ganancias.
Además, como se quejaron los propios burócratas de la CGT después
del anuncio, descentralizar el reparto vía las paritarias aumenta
las desigualdades, ya que perjudica más a los gremios
con menos capacidad de negociación y relación de fuerzas más
desventajosa. En cambio, los sindicatos (y burocracias) con
mayor “capacidad de presión” estarán en mejores
condiciones para pelear unas migajas más de un reparto que,
como no tendrá regulación general por la vía de una ley,
dependerá de la fuerza bruta que puedan desplegar las
partes. Así nomás es.
Otro beneficio para la patronal es que no se establece con claridad qué parte de las ganancias se reinvierte y
qué parte puede “distribuirse”. De más está decir
que si la empresa esgrime el argumento de que no puede
redistribuir porque va a reinvertir, el gobierno saldrá en
su defensa. Justamente, la felicitación que Cristina les
hizo a los empresarios en la Rosada fue “sigan
invirtiendo”. En términos marxistas, el
gobierno ha decidido que la acumulación de capital es mucho
más prioritaria que su “redistribución”. El
cacareado “fifty-fifty”, es decir, la igualación de
ingresos globales de empresarios y trabajadores, se aleja
sin remedio…
Por otro lado, nadie podrá desmentir a una patronal si, para no
repartir, aduce tener pérdidas, o ganancias muy bajas, o
planes de reinversión muy ambiciosos, aunque no se cumplan.
Y no se la podrá desmentir porque no
se tendrá acceso a sus números. Es este punto el que
generó el mayor alivio para los empresarios y su mayor
gratitud hacia Cristina.
Ventajas
para la patronal II: ni el olor a “cogestión”
Como señalamos, la patronal rechazaba de plano el proyecto
Recalde en primer lugar no por los pesitos, sino porque
consideraban que la iniciativa abría la puerta a alguna
forma de “cogestión” de los asuntos de la empresa con
los representantes de los trabajadores.
No mentían los kirchneristas cuando argumentaban –en esos
cercanos tiempos en que decían “vamos por todo”– que
la propia Constitución habilitaba un proyecto como el del
diputado abogado de la CGT. El artículo 14 bis (salido de
la reforma de 1957) establece, entre otros derechos de los
trabajadores, que “tendrán participación en las
ganancias, con control de la producción y colaboración en
la dirección”. Claro que las condiciones políticas del
país siempre hicieron que este punto fuese letra muerta,
aunque no hacía más que seguir el esquema de otros países
capitalistas desarrollados, sobre todo europeos. El proyecto
Recalde estaba incluso muy por detrás de la letra
constitucional. Pero alcanzó para que los capitalistas
argentinos saltaran hasta el techo.
El planteo de la UIA el día anterior a la definición
presidencial apuntaba precisamente a repartir las ganancias
vía convenios colectivos porque de esa manera sólo
se discute por plata, pero no hay acceso a la información
confidencial de la empresa por parte de los
representantes de la parte obrera.
En el análisis ya citado (cuyo significativo título es “Si se
trata de ganancias, repartir es lo de menos”), la
columnista afirma que “difícilmente
haya algo que incomode más al dueño de una empresa que la
obligación de participar información, no ya sobre sus
balances –que en el caso de las firmas que cotizan en
Bolsa son públicos– sino sobre
cómo se consiguió el resultado allí plasmado, con
detalles que muchas veces pueden no estar especificados en
esos cuadros de resultados” (C. Candelaresi, cit.). A buen
entendedor, pocas palabras bastan. Una cosa es presentar los
números globales del balance, y otra muy distinta es tener
que detallar manejos que, en el caso del empresariado
argentino, son turbios por antonomasia: evasión de
impuestos, trabajo en negro, compras y ventas no declaradas
y un largo etcétera, que desde ya no se limita a las pymes,
ya que las grandes lo hacen quizá con menos frecuencia,
pero a mucha mayor escala.
El proyecto Recalde establecía (ya podemos hablar en pasado) que
“la asociación sindical podrá fiscalizar la información
proporcionada por la empresa y requerir información
complementaria”, y la firma que no cumpliese se vería
sujeta a sanciones. En verdad, “la fórmula está muy
lejos de la cogestión obrero-empresarial, pero empieza a
arrimarse un poco a ese modelo tan temido. (…) Como si
esto no fuera suficiente para alborotar el ánimo patronal,
el alcance preciso de la norma estará determinado por un
consejo asesor en el que los empresarios tendrán
participación pero serán minoría. Qué empresas estarán
obligadas a repartir utilidades y cuáles quedarán eximidas
es una sensible determinación sujeta al arbitrio de ese
cuerpo” (C. Candelaresi, cit.).
Cristina, en la Rosada, liberó
a los empresarios de
todo este angustiante panorama de sindicalistas que
piden información sensible, entes con mayoría Gobierno-CGT
que los obligan a pagar y mecanismos de control del trabajo
en negro y de la evasión, entre otras pesadillas. En
cambio, “planteó que la distribución podría plasmarse a
través de bonos por productividad” (La
Nación, 11-5). Un mecanismo mucho más inocuo, y que de
paso condiciona el reparto de ganancias al aumento del sudor de los trabajadores.
En resumen: los empresarios pagarán menos ya que la distribución no será
general ni por ley y se negociará con la burocracia del
sector; nadie cuestionará los números que den los patrones
porque no estarán obligados a entregarlos ni mucho menos a
dar detalles; a la burocracia sindical sólo le queda como
herramienta de presión tomar medidas directas, que Cristina
ya aclaró que no ve con buenos ojos porque no son
“sensatas”; el interlocutor de la patronal será
justamente una burocracia menos fuerte, sin el respaldo de
una ley del Congreso y que acaba de recibir un severo tirón
de orejas; desaparece el fantasma de la cogestión, por
lavada que fuere, y Cristina guiña el ojo y palmea la
espalda a los patrones pidiéndoles que “sigan
invirtiendo”, que eso y no andar repartiendo plata es lo
que importa de verdad.
A la UIA y demás capitalistas argentinos todavía les deben doler las manos
de aplaudir a una presidenta tan “racional” y preocupada
por el bienestar y los derechos de “todos los
argentinos”.
Notas:
1. Y no sólo los patrones de la UIA: la CAME,
representante de las medianas empresas y pymes, también
mostró su beneplácito el mismo día (10 de mayo) en la
Rosada, ya que iban con la misma postura que la UIA y
descubrieron, en el encuentro con Cristina por el “diálogo
social”, que no tenían que convencerla de nada. Por
supuesto, con el nuevo esquema difícilmente les toque poner
un solo peso a estos aliados del “proyecto”.
2. A esta altura, ya no es siquiera irónico recordar que
fue Pedro Wasiejko, del SUTNA y número 2 de la CTA (sector
oficialista), quien estableció este esquema, que la propia
Unión Industrial defiende con tanto ardor como el mejor
para sus intereses. Wasiejko no puede argumentar que firmó
el acuerdo en plena crisis de 2001, porque jamás lo
cuestionó; por el contrario, no dejó de proponerlo como
“modelo”. Lo que no previó es que quienes lo tomarían
como propio serían los capitalistas industriales…