El 19 de mayo, el Parlamento uruguayo
se cubrió de vergüenza. También, el “progresista”
Frente Amplio y el presidente Mujica, que de tupamaro ha
devenido finalmente en el mejor amigo de los militares y
policías que torturaron y asesinaron durante la dictadura.
Ese día una ajustada votación –un
empate– impidió la derogación de la infame Ley de
Caducidad, que desde 1986 viene garantizado la impunidad
de los represores. Esta “ley”, a su vez, fue producto de
una entregada aún más canalla: el Pacto del Club Naval acordado
en agosto de 1984 entre la dictadura y el Frente Amplio, el
Partido Colorado y la Unión Cívica.
El escándalo de mantener una legislación
que contradice incluso la normas burguesas de derecho
internacional (que estiman imprescriptibles los crímenes
de lesa humanidad), recae ante todo en los principales
dirigentes del Frente Amplio; en primer lugar, su anterior
presidente, Tabaré Vázquez, y el actual mandatario. En
efecto, la gran mayoría de la dirigencia del Frente se ha
opuesto activamente –como Vázquez y Mujica– o ha
colaborado con su pasividad, para que la impunidad siga en
pie.
En el 2009, un referéndum para anular
esta ley fue escandalosamente saboteado por los dirigentes
del FA. A pesar de eso, logró el 48% de los votos. Ahora,
el pasado viernes 20, una multitudinaria manifestación
marchó por Montevideo en repudio a la ley de impunidad.
Pero nada de esto hace variar la actitud de la cúpula del
FA.
Por el contrario, Mujica multiplica sus
gestos de amistad y solidaridad con los torturadores y
asesinos de la dictadura. Fue, por ejemplo, a visitar al
general retirado Miguel Dalmao, internado en el Hospital
Militar. Este general está procesado por crímenes de
lesa humanidad. Es como si aquí un dirigente político
fuese pública y ostensiblemente a animar a Videla o Astiz
cuando están engripados.
Esta política, con actitudes que rozan
en la provocación, ha generado una cierta crisis dentro del
FA y también con sectores populares que lo han votado. A
esto se suma la línea social y económica de Mujica,
encuadrada en el neoliberalismo, la sumisión perruna a los
bancos y corporaciones (en primer lugar, a la gran burguesía
agraria) y la “mano dura” con los conflictos sindicales.
El punto clave para el activismo obrero
y juvenil es comprender que nada puede ya esperarse del
FA, ni de ninguno de sus partidos. Muchos tuvieron la
ilusión de que Mujica significaría un “giro a la
izquierda” en relación a la gestión de Tabaré. Los
hechos son elocuentes.
La única conclusión posible es la
necesidad de romper totalmente con el FA, para
construir una alternativa obrera, socialista y
revolucionaria, absolutamente independiente.