Las elecciones de Santa Fe, como era
previsible, le han dado al kirchnerismo más motivos de
preocupación. La elección a gobernador de su candidato,
Rossi (jefe del bloque K en la Cámara de Diputados, además),
fue mala, peor que la de Filmus: sacó un 22% y quedó
tercero lejos. El candidato PRO, Miguel Del Sel, hizo una
muy buena elección (35%), transformándose en la novedad de
las mismas, y quedando a sólo 3 puntos debajo del
gobernador electo, el oficialista (socialismo) Antonio
Bonfatti, que no dejó de pasar sustos creyendo que podía
perder la elección.
Sin embargo, el
resultado propiamente provincial está lleno de paradojas,
ya que las tres fuerzas lograron algo pero se quedaron con
un gusto amargo. Al kirchnerismo le fue mal a gobernador,
pero como premio consuelo se aseguró el control de las dos
cámaras provinciales gracias al 35% de Eugenia Bielsa. Del
Sel apareció como la estrella de la elección (sin duda, se
llevó los votos del PJ de derecha y Reutemann), pero en el
fondo se quedó sin nada tangible: no ganó a gobernador y
el PRO sacó sólo 6 diputados contra 15 del frente PS-UCR y
28 del PK. Y el binnerismo ganó a gobernador, pero está
atado de pies y manos en las cámaras y depende del PJ. En
un sentido, todos perdieron más de lo que ganaron, algo a
lo que colaboró el sistema de boleta única, facilitando
votos “cruzados”, evitando el engorro de los cortes de
boleta (lo que de ninguna manera quiere decir que se trate
de un método más “democrático” como han vendido los
medios, sino solamente que es pasible de otro tipo de
maniobras que las de la lista sábana).
Corrimiento
electoral al centro-derecha
Sin embargo, las conclusiones más
interesantes son las que se desprenden para el escenario
electoral nacional. Luego de dos elecciones en distritos
importantes (Capital y Santa Fe), y con los recaudos del
caso para no extrapolar en exceso realidades con fuerte
componente local, hay que decir que parece asomar una
porción importante de voto conservador de centro-derecha,
que puede manifestarse de distintas maneras. Las elecciones
del PRO no pueden entenderse sólo como suma de dos
realidades locales particulares; deben expresar también un
corrimiento de parte del electorado hacia el centro derecha
expresando electoralmente la actual coyuntura de estabilidad
[1]. Quizá Del Sel resumió el pensamiento de esa
franja al decir “yo no quiero un país donde lo anormal
sea normal; quiero un país normal-normal”. Como señalamos
tras las elecciones de Capital, la “normalización” del
país por la cual trabaja el kirchnerismo, tiene la
contradicción de que le quita, en parte, su propia base de
sustentación que le dio origen y razón de ser: las
condiciones heredadas de la crisis del 2001. Superada esa
“anormalidad”, el “progresismo” K no hace falta más:
su trabajo ha sido “completado” abriéndole el camino a
fuerzas más a la derecha tipo el PRO.
Pero esta posible dinámica debe ser
considerada como parte del cuadro más de conjunto, evitando
extrapolaciones mecánicas. Porque lo más probable sigue
siendo que la elección de Cristina el 14 de agosto se
parezca más al buen resultado de Eugenia Bielsa que al casi
papelón de Rossi. Además, la diáspora de la oposición
hace que todavía ningún candidato en particular pueda
capitalizar las últimas malas performances del kirchnerismo
[2]. El voto “despolitizado” o “antipolítico”
empalma bien con el estilo de campaña cuasi infantil del
PRO, con música y globos de colores, pero no tanto con
candidatos de perfil ideológico mucho más definido como
Alfonsín o Duhalde, vistos además como políticos
(demasiado) tradicionales. Es difícil que el propio Binner
logre a presidente los votos que obtuvo su lista para
gobernador. Irónicamente, el único que podría aprovechar
plenamente estos aires conservadores despolitizados es
Macri… que no puede ser candidato.
La
apuesta al aparato en Provincia de Buenos Aires
Dicho esto, nos parece un hecho que de todos
modos el kirchnerismo se ha llevado un flor de susto a
partir de estos malos resultados (y todavía faltan el
ballottage porteño y la elección en Córdoba, donde no hay
candidato K puro). Así, tras pasarla mal en 3 de los 4
distritos más importantes del país, el gobierno quiere
asegurar el cuarto: la Provincia de Buenos Aires. En ese
marco hay que entender la escandalosa decisión de la
justicia electoral de no garantizar la distribución de
boletas y dejarla en manos de los fiscales partidarios,
más allá de que ahora, al parecer, se haría cargo de esta
tarea la Cámara Electoral Nacional. En todo caso, ese
intento escandaloso hacía parte de un conjunto de medidas
funcionales a asegurarle al gobierno una victoria con artes
lícitas e ilícitas, apuntando a directamente repartirse
los votos de las agrupaciones minoritarias (lo que
igualmente tratarán de hacer en el caso de los lugares
donde las agrupaciones minoritarias no lleguen a tener
fiscales para controlar el comicio a lo largo de todo el día).
Estas “artes” representan un verdadero manotazo
reaccionario en el plano electoral, uno de cuyos
objetivos es borrar del mapa a la izquierda.
Porque la realidad es que en la Provincia de
Buenos Aires cada vez se vienen acumulando más mecanismos
de distorsión masiva de las condiciones en que se
dan las elecciones nacionales, por la vía de hacer
desaparecer las boletas de los partidos que no tengan
fiscales. Lo que es ya una práctica habitual del tipo “no
se quejen que no hay sus boletas en la mesa porque no tienen
fiscales”, frase habitual de los punteros del PJ, intentó
ser “legalizada” con la escandalosa resolución del juez
Blanco.
Se trata ya de una práctica generalizada en
la Provincia de Buenos Aires, no casualmente donde se
concentra el 40% del electorado nacional, y, además, el
grueso de los votos de la clase trabajadora.
El sentido de estas prácticas kirchneristas
que seguramente estarán al rojo vivo el 14,
está muy claro: para lograr que las “internas”
de agosto dejen instalada la sensación de reelección
inevitable de Cristina, es indispensable una avalancha de
votos al FpV en la Provincia de Buenos Aires, el electorado
más numeroso del país. Si persiste la dispersión del voto
opositor (de ahí la desesperación de Duhalde por conseguir
un compromiso de unirse detrás del anti K más votado el
14), y la diferencia a favor de Cristina es grande superando
el ansiado 40%, las últimas derrotas K pasarán a segundo
plano y lo que quedará como saldo es la
“invencibilidad” del kirchnerismo, hoy cuestionada. Por
eso la apuesta en la Provincia de Buenos Aires es tan
decisiva para el gobierno, y por eso esa batalla la darán
con todo el arsenal de trampas y fraudes de que puedan
disponer.
El
costo de no haber hecho campaña contra la proscripción
Este operativo es tanto más peligroso para la
izquierda por cuanto la coyuntura nacional sigue bastante
“planchada” desde el punto de vista de las luchas. Esto
no sólo quita presencia y visibilidad a la izquierda,
puesto que ése es su verdadero terreno, sino que pone en
primer plano de la escena política las idas y vueltas de la
aritmética electoral, aspecto en el que las noticias no
parecen auspiciosas.
Lamentablemente, las fuerzas agrupadas en el
Frente de Izquierda, que se dedicaron desde principios de año
a minimizar el peligro de proscripción por la vía
del piso del 1,5% (llegando al extremo de que este planteo
no figura en ninguna de las dos versiones de programa
presentadas públicamente), oscilan entre el autismo y una
denuncia tardía. Porque a lo largo del año no hicieron
nada concreto para enfrentar y derrotar los
instrumentos con que el gobierno busca invisibilizar a
quienes lo critican desde la izquierda. Para esto habría
que haber hecho una tarea preparatoria de esclarecimiento
entre una amplia franja que solamente ahora parece estar
comenzando a acometerse...
Desde el punto de vista electoral, y con las
actuales reglas del juego, es evidente que la auto
proclamación estilo Altamira (“tenemos un piso de
400.000 votos en todo el país”) y la pasividad pedante
del PTS (“no hay que dramatizar”) son pésimos
consejeros. La elección de Santa Fe volvió a mostrar
una paupérrima performance del Frente (11.200 votos a
gobernador, el 0,64%, y 19.300 a diputados, el 1,15%), nuevamente
por debajo de la suma de los votos PO-PTS en 2009.
Para colmo de males, si algo han mostrado las
últimas elecciones es el tremendo grado de polarización
entre los principales candidatos, que deja muy poco para el
resto (aunque es difícil hacer pronósticos categóricos,
precisamente porque recién el 14 se votará en Provincia de
Buenos Aires, donde se concentra el grueso del voto de la
izquierda independiente). En Capital, la suma de los votos a
Jefe de Gobierno de las tres listas más fuertes fue del
88%. En Santa Fe la polarización fue aún más brutal: las
tres listas más votadas se llevaron el 96,2%. El PO
(formalmente en la provincia no alcanzaron a constituir el
“frente”) salió cuarto… con el 0,64% (esperemos que
el PO no salga a decir ahora con tono triunfalista “somos
la cuarta fuerza de la provincia”).
Digamos que este escenario muestra también un corrimiento
al centro del electorado que supo votar a la izquierda. El
peso del “voto útil” es aplastante y ex votantes de
la izquierda roja se inclinan sin mayores contradicciones
por un candidato, como mucho, de centroizquierdista
reformista, pero que al menos “tiene chances” [3]
y luego cortan boleta en los cargos legislativos. [4]
Redoblar
la pelea contra la escalada proscriptiva
En estas condiciones, la tarea número uno de
la izquierda, el activismo y la vanguardia es poner todo
para defender la existencia electoral de la izquierda
independiente e impedir el avance kirchnerista sobre las
reglas de juego electorales en un sentido reaccionario y
antidemocrático. Más allá del resultado de los
recursos judiciales, lo decisivo es poner en marcha una
campaña masiva que tenga dos sentidos. El fundamental,
naturalmente, es el político, de denuncia del
atropello K a los derechos políticos de la izquierda.
Pero también es necesaria una campaña de
orden práctico, para que todas las fuerzas políticas
que no dependemos del aparato de Estado, ni actuamos con
estructuras punteriles y bandas semimafiosas sostenidas con
dinero público, nos pongamos de acuerdo para la
distribución de las boletas si fuera necesario y para la
fiscalización, preservando el derecho democrático
elemental de que las personas puedan votar a quien quieran y
que su voto sea respetado. Los partidos y agrupaciones de
izquierda y democráticas tienen la palabra y la oportunidad
de actuar en común para evitar una degradación de los
derechos adquiridos por todo el pueblo y los trabajadores
argentinos.
Notas:
1. Esto amén de la reaparición en escena del
“voto campestre”, movimiento que si parecía
“disuelto” con la renovación de sus super ganancias, se
está haciendo presente de manera electoral introduciendo un
elemento de presión conservadora sobre el escenario
electoral en su conjunto. En el mismo sentido va el reciente
discurso de Biolcati inaugurando una nueva exposición en la
Rural, discurso en el cual volvió con la retahíla de la añoranza
de la Argentina oligárquica agro-exportadora de comienzos
del siglo pasado.
2. En el caso santafecino hubo otra novedad electoral: una
franja se expresó en el voto en blanco o anulado. A
diferencia de Capital, donde ese factor no tuvo peso, en
Santa Fe (que igual tiene tradición al respecto), la suma
de votos anulados y en blanco fue de 116.000 a gobernador y
de casi 300.000 a diputados. Habrá que ver si este fenómeno
se repite el 14 y cuál podría ser su significado.
3. Como máximo, se puede consignar que un sector al menos
cortó boleta, votando partidos patronales a cargos
ejecutivos y a la izquierda a cargos parlamentarios. En el
caso del FIT, la diferencia entre votos a cargos ejecutivos
y parlamentarios fue de un 30% en Capital (0,77% vs. 1,00%)
y de un 80% en Santa Fe (0,64% vs. 1,15%). De todos modos,
esto quedó lejos del 1,5%, incluso a cargos legislativos
4. Es en esa realidad donde se introduce un
elemento oportunista en la campaña del FIT con el mismísimo
Altamira llamando a cortar boleta lo que ya es directamente
suicida porque conspira en contra de que la propia fórmula
presidencial del frente supere el 1.5%.