Fue a votar más gente que lo habitual; la elección de
los candidatos que representarán a cada partido se realizó
por primera vez mediante el voto popular; todos los partidos
tuvieron espacio en los medios; el Frente de Izquierda pasó
con holgura el piso exigido para entrar en octubre... Con
estos argumentos, el kirchnerismo celebra la realización de
las primarias como un avance de la democracia producido por
la reforma política K a la ley de partidos. A pesar de que,
efectivamente, los vientos democráticos propios de una era
de rebeliones populares lograron que la mayoría de la
izquierda llegue a octubre, reafirmamos lo que venimos
diciendo desde que la ley electoral K se promulgó: favorece
a los partidos que manejan el Estado, dificulta la
organización política del movimiento obrero y popular, y
es proscriptiva para la izquierda. Y debemos seguir luchando
por su derogación.
No hay democracia sin reconocer los derechos de las minorías
El alto número de votantes en estas primarias indica que
el gobierno logró instalar la idea de que el voto universal
es la forma más democrática de elegir, inclusive a los
representantes de cada partido. Es conocida la opinión de
los socialistas revolucionarios acerca de que el sistema
“un hombre, un voto” no es tan democrático como los políticos
burgueses lo muestran, ya que se basa en el supuesto de que
todos los “hombres” tienen la misma posibilidad de
informarse, discutir, participar en política: en fin, de
acceder a los elementos necesarios para decidir a
conciencia. Y todos sabemos que esto es falso: alguien que
trabaja diez horas en una fábrica, o alguien que cría
cinco hijos, tiene infinitamente menos posibilidades de
conocer de política que una persona que vive cómodamente
con mucho tiempo disponible, y ni hablemos si el
“hombre”, además de emitir “un voto”, quiere crear
un partido o postularse a elecciones. Pero si lo “democrático”
del régimen burgués ya es cuestionable desde el punto de
vista de la clase trabajadora, la reforma K agrega una
especie de “distorsión”, discutible incluso desde el
punto de vista democrático general: el voto universal
decide quién puede presentarse y quién no. Esto atenta
contra los derechos de los partidos minoritarios, y no
agrega para los votantes ningún derecho real. El
kirchnerismo, hábil para estos ardides, quiere hacer pasar
como resultado de la voluntad popular el hecho de cerrar la
puerta de las elecciones a algunos candidatos, cosa en la
que sólo pueden tener interés el mismo gobierno u otras
fuerzas políticas patronales, pero nunca el electorado: ¿qué
interés puede tener la gente en que un partido o candidato
no se presenten? Si no le gusta, no lo vota y ya está, pero
no conocemos a nadie que haya ido a votar a las primarias
con la idea de dejar afuera a algún candidato. La gente votó
por quien mejor le pareció; la
proscripción a las minorías es sólo del gobierno y el
Estado capitalista.
Otra distorsión que introducen estas primarias y que
profundiza lo antidemocrático del régimen político es la
idea de que todos elegimos a los candidatos que representarán
a cada partido, seamos de ese partido o no. Aunque tenemos
la impresión de que nadie se creyó mucho esto, vale
mencionar que la sola idea es muy cuestionable, porque
diluye, desdibuja, la parcialidad, es decir, el hecho de que
los partidos se constituyen alrededor de determinadas ideas
y defienden determinados intereses sociales, y si esto es así,
nadie que no comparta esas ideas e intereses debería
decidir quién es el mejor candidato para representarlos. En
realidad, para todo el mundo es obvio que los partidos
decidieron internamente qué candidatos postular, incluso en
los casos en que hubo colectoras. Pero no queremos dejar
pasar sin crítica esta idea de que “todos elegimos
todo” cuando en verdad la función de las primarias es
dejar a algunos en el camino, como pasó por ejemplo con
nuestros candidatos en provincia de Buenos Aires, o con
Proyecto Sur; es decir, conculcar los derechos de las minorías,
sin los cuales no hay verdadera democracia.
El FIT superó el
piso pero la ley proscriptiva llegó para quedarse
El kirchnerismo considera el hecho de que el FIT sacara más
votos que de costumbre como un mérito de la ley K, porque
la gente se enteró de la proscripción gracias al espacio más
igualitario en los medios que la ley otorga. Es cierto que
este es el único aspecto progresivo de la ley: la
reglamentación del espacio mediático para las primarias
(prohibición de propaganda paga, reparto igualitario del
espacio) benefició a la izquierda con respecto a otras
elecciones. Pero ojo: hasta dónde se sabe, esto corrió sólo
para las primarias; para octubre, la pauta publicitaria
electoral se repartirá como siempre, según la cantidad de
votos obtenidos en la anterior elección. Además, al
parecer corre de nuevo la publicidad paga. O sea, la gran
mano que la ley K le dio a la izquierda fue darle espacio en
los medios para denunciar la proscripción producto de la
misma ley K… Te tiro a un pozo y después tiro una soga:
¡qué maravilla! Eso sí, a la hora de elegir cargos en el
Estado, y lo que es más importante para la izquierda, a la
hora de difundir tu programa, minga de espacio igualitario:
acá corren las habituales fórmulas del régimen
(anti)democrático burgués.
Los votos que sacó el FIT demuestran que, a pesar de que
el gobierno quiera ocupar el lugar de la izquierda en el
imaginario popular, la gente reconoce a la izquierda roja
como una fuerza real en la vida política del país. Esto ya
lo habíamos visto clarito cuando hicimos nuestra campaña
de afiliaciones: aunque no vote a la izquierda, la gente
quiere que la izquierda exista, se presente y haga su vida,
y esto es expresar, aunque sea de un modo no del todo
consciente, que no
solo de votos vive la política. Y esta idea es definitivamente
contraria a las disposiciones de la ley K, que te exige
un piso de votos no sólo
para gobernar, sino para existir como organización
legal.
Esta es la gran conclusión con la que tenemos que
irrumpir en la “fiesta de la democracia” K. Y es vital
que lo hagamos, no sólo nosotros que quedamos afuera de las
elecciones, sino toda la izquierda, porque el de las
primarias es sólo uno de los “pisos” que hay que pasar.
Si no sacás el 2% en dos elecciones, perdés la legalidad.
Si no renovás constantemente los afiliados que se te caen,
también. Si perdés la legalidad en un distrito, perdés la
nacional completa. Y varios etcéteras que presionan en el sentido de que la izquierda, si quiere figurar
electoralmente, en lugar de hacer campaña por sus
posiciones políticas viva “pidiendo milagros”,
adelgazando su política y unilateralizando, a la vez, su
actividad al puro terreno electoral. Y que no nos venga
el FIT otra vez a decir que estos requisitos son difíciles
sólo para el nuevo MAS: los
resultados de esa presión los vio todo el mundo por
televisión en la campaña del FIT, cuyo discurso casi
excluyente fue “sálvennos” sin agregar nada más.
La pelea no ha
terminado
Como ya dijimos, ponderamos como muy progresiva la decisión de tanta gente de ayudar a la izquierda a
pasar los obstáculos de la ley. Pero produciría una
distorsión en la vida política de la izquierda vernos
obligados a apelar una y otra vez centralmente a este
aspecto democrático de la conciencia popular. La existencia
de la izquierda revolucionaria tiene sentido si podemos
ayudar a que esa conciencia avance hacia el clasismo y el
socialismo; es decir, si a los motivos democráticos les
podemos sumar los clasistas y anticapitalistas: las
reivindicaciones positivas de la clase obrera como tal, cosa
que prácticamente el FIT no llegó a hacer.
Además, en ese camino, tenemos que llamar a las
organizaciones obreras y populares no sólo a que nos ayuden
a vencer los obstáculos de la ley, sino a luchar por su derogación, porque en lo esencial la reforma facilita las
cosas a los partidos de Estado y condena a los partidos de
trabajadores a dedicar una mucha mayor cantidad de
militancia y dinero a resolver cuestiones legales: está
hecha para cerrar el camino de la política independiente a
la nueva generación obrera, más allá de que en esta ocasión
haya adquirido, hasta cierto punto, un contenido diferente.
No educar en este sentido significaría educar a la
militancia de la izquierda en un sentido oportunista.