En la historia, hay años
que además de número tienen nombre propio. 1789 es el año de la
Revolución Francesa; 1917, el de la Revolución Rusa, 1929, el año que
estalló la mayor crisis económica del siglo XX, la Gran Depresión;
1968, el año del Mayo Francés...
Ha transcurrido poco más de
la mitad del año 2011 y pienso que ya tiene ganado un nombre propio.
Va ser recordado posiblemente como el año de las protestas y
rebeliones en multitud de países.
Un periódico madrileño del
domingo pasado, con el título “Adivine el país”,
planteaba el siguiente test a sus lectores:
“Hoy comenzamos con un
test. Seleccione el país de donde proviene la siguiente noticia: «En las
últimas semanas, calles y plazas han sido tomadas por miles de personas
que protestan contra el gobierno y por la situación del país. En algunos
lugares, las manifestaciones se han tornado violentas.» Las opciones son:
Azerbaiyán, Chile, China, España, Filipinas, Gran Bretaña, Grecia,
Indonesia, Israel, Portugal, Rusia, Tailandia. La respuesta es fácil: en
todos. Y la lista podría, por supuesto, incluir a Bahréin, Egipto,
Jordania, Marruecos, Libia, Siria, Túnez o Yemen.” (Moisés Naím,
“Test: ¡Adivine el país!”, diario El País, 14/08/11)
En la década pasada,
ocurrieron eventos como el “Argentinazo” del 2001, la movilización
popular en Venezuela que derrotó a los golpistas en abril del 2002 o el
“Octubre Boliviano” del 2003. Fueron acontecimientos de gran
importancia y trascendencia internacional; pero al mismo
tiempo, excepcionales a nivel mundial. Además, se producían sólo
en América Latina, y casi todos en Sudamérica.
Evidentemente, estamos en
una situación mundial muy distinta. Lo que era “excepcional” y
“sudamericano” hoy sucede en el resto del mundo... y ya casi como
regla no como “excepción”.
El principal motivo de esta
epidemia es obvio. Sólo el cinismo de gobiernos como el de Cameron en
Gran Bretaña, pueden fingir miopía acerca de eso. La crisis económica
mundial se está convirtiendo en crisis social y política. Era
algo inevitable, cuando los gobiernos de los países más afectados han
optado por salir del paso reventando a la clase trabajadora y a los
sectores populares.
Y esto tiene un agravante.
Este agitado 2011 también podría ser bautizado como el “año de la
recaída de la crisis mundial”. Efectivamente, la crisis que después
de un largo prólogo estalló en el 2008, se proclamó que estaba
solucionada o, por lo menos, en vías de curación. Ahora ya se admite la
recaída... que además podría ser más grave que el primer episodio.
Entonces, hay una suma explosiva: el año de las protestas y
rebeliones + el año de recaída de la crisis económica.
Por supuesto, estas
rebeliones presentan una amplia diversidad de formas y alcances políticos
y sociales, aunque tienen en común protagonismo de la juventud castigada
por la crisis. Varias de esa rebeliones –como la de Egipto– ya han
producido cambios revolucionarios en el régimen político, aunque
ninguna ha llegado a ser (todavía) una revolución social. Otras
han tenido hasta ahora alcances diferentes y más limitados.
Pero, todos estos procesos
tienen en común ser, por abajo, la expresión de un descontento cada
vez mayor, y por arriba, la de crisis políticas en que las
clases dominantes y sus gobiernos no solucionan gran cosa. Por eso, la
tendencia resulta ser cada vez más inquietante para el “orden
(capitalista) mundial”.
Pero, todos estos procesos tienen en común ser, por abajo, la expresión de un descontento cada vez mayor, y por arriba, la de crisis políticas en que las clases dominantes y sus gobiernos no solucionan gran cosa. Por eso, la tendencia resulta ser cada vez más inquietante para el “orden (capitalista) mundial”.
En condiciones de rebelión mundial,
las tareas de la solidaridad con los indignados en España, la juventud que se levanta en Gran Bretaña, los estudiantes del hermano país trasandino, pasa a ser una tarea cotidiana de la militancia de la izquierda en cada país.
Una nueva situación mundial se está
abriendo, un nuevo escalón está colocado para la actividad internacionalista como quizás no ha estado planteado desde la época del Mayo Francés.
Después
del circo mediático de la “boda del siglo”...
Estallido
social en Gran Bretaña
El jueves 4 de agosto, hubo
un incidente rutinario en el barrio londinense de Tottenham. La policía
asesinó a tiros a Mark Duggan, joven negro de 29 años que estaba en vísperas
de casarse con la madre de sus tres hijos.
Como luego se comprobó, la
policía había mentido acerca de que Duggan era un delincuente armado que
les había disparado. Fue un caso más de salvajismo policial, que es
norma en los barrios pobres contra los jóvenes, especialmente si son de
origen afrocaribeño, indio o paquistaní.
Los familiares y amigos de
Duggan fueron a reclamar y pedir explicaciones. La policía se negó a
darlas. El sábado 6, hicieron una pacífica marcha y vigilia ante la
comisaría de Tottenham. La respuesta de la policía fue detener, en un
callejón cercano, a una joven de 16 años que había participado en la
protesta, y darle una paliza feroz.
Esa gota rebalsó el vaso y
Tottenham estalló. Miles de vecinos, especialmente los jóvenes, salieron
a la calle, arrasando con lo que encontraban. Durante varios días, el
estallido se fue extendiendo, primero por los barrios pobres de Londres y
luego por gran parte de las ciudades de Inglaterra.
Estos hechos son los que
pintan la verdadera situación social de Gran Bretaña, y no el reciente
circo de la “boda del siglo”... en medio de la miseria generalizada...
No fue “más de lo
mismo”
Estos estallidos tienen
antecedentes en Gran Bretaña. En 1981, 1985 y 1995 hubo disturbios que se
iniciaron en barrios pobres de Londres y después se fueron propagando.
Sin embargo, ahora no fue
“más de lo mismo”, y no sólo por su extensión sin precedentes sino
también por otros rasgos importantes.
En primer lugar, no fueron
“disturbios raciales” ni de “inmigrantes”. Aunque el detonante fue
el asesinato policial-racista de un joven negro, el estallido involucró
a gente de todos los colores pero mayormente de ciudadanía británica.
Durante la primera noche en
Tottenham, la prensa informaba que “varios cientos de personas tomaron
las calles, reflejando a la población local, de todas las edades, tanto
negros como blancos y asiáticos, así como también muchos judíos
[ortodoxos]”.[1]
Por su parte, Walter
Oppenheimer, corresponsal en Londres de El País de Madrid
(10/08/11) pintaba así la cosa: “La protesta tiene ahora más tintes de
espontaneidad que en el pasado, a pesar de que se canalice en parte a través
de los nuevos sistemas de comunicación. Y no tiene fronteras: ni geográficas,
ni comunitarias, ni raciales. Afrocaribeños, paquistaníes y blancos
ingleses de toda la vida comparten indignación, palos y cócteles
molotov...”
Otro detalle no menos
importante: no todos son jóvenes “irresponsables”: “Los residentes
de una urbanización en Londres –informa un periodista de Reuters– se
rieron cuando la policía pidió por televisión a los padres que llamaran
a sus hijos y ayudaran a controlar a los jóvenes que saquearon y quemaron
los alrededores de la ciudad. No sólo algunos de esos padres estaban en
los disturbios, sino que muchos de los que participaban no eran los
delincuentes juveniles encapuchados a los que han culpado de las peores
revueltas que ha visto el Reino Unido en décadas...”[2]
La policía inglesa no es
como en las películas
Esta “indignación”
ampliamente compartida tuvo como generador inmediato la brutalidad
policial que había asesinado a Mark Duggan.
La policía británica de
carne y hueso tiene poco que ver con la que aparece en las en las series
del inspector Morse; una policía compuesta por gentlemen que además
no portan armas de fuego. En verdad, es tan brutal y corrupta como
cualquiera de América Latina. Su única diferencia es que trabaja con
tarifas mayores.
Justamente, en los días
previos al estallido de Tottenham, el escándalo político-periodístico
de la cadena Murdoch, que envolvió al actual primer ministro conservador
David Cameron, había destapado también la nauseabunda cloaca de Scotland
Yard. Los principales jefes policiales se habían visto obligados a
dimitir y Scotland Yard estaba acéfala al momento del estallido.
Por supuesto, esta crisis
política en las alturas, en la que está comprometida tanto el gobierno
como la policía, no fue la causa del estallido. Sin embargo, dio el tono
al clima político, quitando legitimidad al gobierno y a las fuerzas
represivas.
¿Qué dicen los
protagonistas?
Según Cameron, los
saqueadores son “thugs”, matones bestiales y “nauseabundos”
(sickenings) que impulsados por su maldad y codicia, se lanzaron al
incendio y al saqueo.[3] Simultáneamente, el primer ministro niega que
sus planes de ajuste, que están llevando al colmo el desempleo, la
pobreza y la desigualdad, tengan algo que ver en esto.
Pero sus mentiras son tan
evidentes, que hasta en misma prensa patronal que condena enfáticamente
los disturbios, se cuela la verdad. Veamos algunas citas y testimonios,
entre muchos:
• “«No eran los
típicos gamberros (pandilleros) ahí fuera. Era gente trabajadora, gente
enfadada. Han recortado todos los beneficios... Simplemente todo el mundo
usó esto como una oportunidad para desahogarse», dijo un vecino, refiriéndose
a las medidas de austeridad de David Cameron, que los pobres afirman que
les han golpeado con más fuerza. [...] En una urbanización vecina,
Jackie, de 39 años dijo estar disgustada con el retrato de los disturbios
en los medios como violencia juvenil descerebrada: «Esto no fueron
chicos. Eran jóvenes y adultos juntos contra la porquería que ha estado
pasando desde la Coalición», dijo refiriéndose al actual gobierno de
mayoría conservadora, que ha hecho grandes recortes de los programas
sociales.”[4]
• “Lo que
alimenta la furia juvenil –advierte otro cronista– es la convicción
de que las cosas no solo están mal, sino que todo estará peor porque la
biblioteca de la esquina va a cerrar, el centro social va a ofrecer menos
servicios, las ayudas a la vivienda se van a ver reducidas. Y con la
paradoja añadida de que todo eso se va a perder porque ha habido que
ayudar a los bancos.”[5]
• “La crisis financiera
despoja de oportunidades a una generación de jóvenes de todo el mundo
que no podrán satisfacer sus aspiraciones, quizás hasta el punto de
abandonar cualquier esperanza en el futuro.
“Para los jóvenes del
mundo desarrollado, la crisis implica que, casi invariablemente, tendrán
que aceptar primeros empleos peor pagos y más escasos, ya sean
profesionales recién graduados u obreros de fábricas. Los beneficios y
subsidios educativos también están siendo recortados...
“No importa si ese
desencanto alimenta protestas políticas o saqueos: lo cierto es que la
destrucción y el fuego en Londres sugieren que tanto la política como
las protestas van a volverse más cruentas en los próximos años.
“«Es muy triste de ver.
Pero los jóvenes no consiguen trabajo, no tienen un futuro, y con el
ajuste va a ser peor», nos dijo Adrian Anthony Burns, un electricista de
39 años de Hackney. «Estos chicos son de otra generación que la nuestra
y nada les importa. Ya van a ver: esto recién empieza».”[6]
• Por último, opina un
joven de Tottenham que participó en los saqueos: “Bobby tiene 24 años.
Es negro, abandonó los estudios universitarios por su situación económica
y los aumentos de aranceles dispuesto por Cameron, y reside en el barrio
londinense de Tottenham. «Este pillaje –dice Bobby– no es fruto de un
conflicto racial. En Enfield [otro barrio de la capital británica], la
gran mayoría de los saqueadores son blancos», explica. [...] «Hace 30 años
estalló un conflicto que fue racial. Ahora es diferente. La gente tiene más
información y sabe que la gran corrupción es la de Rupert Murdoch [el
magnate de la prensa] o la del sistema financiero y los bancos. Y también
sabe que se ha salvado a los bancos con el dinero público. Esto es
simplemente robar a los pobres para dárselo a los ricos», concluye Bobby.”[7]
La necesidad de un
alternativa política independiente
Lo sucedido en Gran Bretaña
es una expresión diferente del mismo proceso
mundial que ha ido generando desde las rebeliones del Medio Oriente
hasta los “indignados” del Estado español.
Pero, en este caso, es aun más
angustiosa la necesidad de una alternativa política independiente que encauce
la energía que expresa este estallido social, hacia el combate
consciente contra el gobierno y el capitalismo.
En la medida que esto se
vaya logrando –que la justificada rabia de los jóvenes británicos se
organice conscientemente para luchar contra el sistema capitalista y el régimen
político que lo sostiene– en el Reino Unido se abrirá una nueva página
de la historia.
Una página que seguramente
revivirá tradiciones muy diferentes de la repugnante “boda del
siglo”. Por ejemplo, las buenas tradiciones de la revolución que en
1649 –otro año también memorable– le cortó la cabeza al rey.
Notas:
1.- Citado por
davidkarvala.blogspot.com, 10/08/11.
2.- "No son gamberros
sino trabajadores, gente enfadada por los recortes sociales", por
Mohammed Abbas, desde Londres, Agencia Reuters, 10/08/11.
3.-
“London riots: David Cameron talks tough on rioting «thugs»”, The
Economic Times, August 9, 2011.
4.- “No son
gamberros..”, cit.
5.- “Explosión social en
el Reino Unido: muchos conflictos en uno solo”, por Walter Oppenheimer,
corresponsal en Londres, El País, 10/08/11.
6.- “La ira de una
generación sin esperanzas”, por Peter Apps, Agencia Reuters, 10/08/11.
7.- “Protagonistas de los
disturbios: «No nos escuchan, sólo nos reprimen»”, por Juan Miguel Muñoz,
enviado especial a Londres, El País, 11/08/11.
Los
vientos que soplan en Medio Oriente y Europa
hacen surgir un movimiento inédito
Los
“indignados” en Israel
Con toda razón, el Estado
de Israel es considerado uno de los páises más reaccionarios del mundo. Por eso,
el estallido de un movimiento masivo de jóvenes “indignados”, que
toma los ejemplos de las rebeliones de Medio Oriente y de la juventud de
Estado español es doblemente notable.
Como el estallido de
Tottemham y los barrios ingleses, todo comenzó con un incidente que en
condiciones “normales” habría pasado desapercibido. En este caso no
fue un crimen policial sino un hecho menor aun. ¡Pero esta visto que la
situación del mundo ha dejado de ser “normal”! ¡En mucho países, el
aire está cargado de electricidad!
Todo comenzó cuando la
joven Dafi Leef, de 25 años, se quedó sin vivienda, y decidió iniciar
una protesta. Por internet logró convocar en su apoyo a más de un
centenar de jóvenes y se instaló vivir en un carpa en centro de Tel
Aviv.
Semanas después, este
movimiento ha generado las movilizaciones populares más grandes de la
historia de Israel, en la que participan ciudadanos judíos pero también
palestinos. Las protestas del sábado pasado en Tel Aviv y otras once
ciudades reunieron a 700.000 personas. Un corresponsal describe así
la última movilización y los reclamos de este movimiento que se ha dado
el nombre de “Justicia Social”:
“«Queremos justicia
social», era una de las consignas coreadas en esta ciudad [Tel Aviv]. «De
la socialdemocracia al capitalismo salvaje», decía otra sostenida por jóvenes
estudiantes y profesionales, los más golpeados por la crisis.
“Hasta ahora la mayoría
de los «indignados» fueron universitarios y técnicos de clase media
que, por ejemplo, no pueden adquirir una vivienda porque los precios se
dispararon. Por eso, ayer, el objetivo de los organizadores fue
diversificar el movimiento y movilizar a los sectores más desfavorecidos
de la población, para no aparecer como una «protesta burguesa».[1]
El detonante inmediato del
movimiento ha sido efectivamente el problema de la vivienda. Sólo
los más ricos están en condiciones de comprar y/o alquilar algo. Los
precios son astronómicos. Un modesto apartamento es más caro en Tell
Aviv que una mansión en barrios de lujo de París o Nueva York.
Pero lo de la vivienda es sólo
el punto más sensible de una polarización social escandalosa que
se ha hecho más brutal con la crisis. ¡El 30% de la
riqueza nacional está en manos de una oligarquía de 10 familias![2]
Naturalmente, las
consecuencias de esta polarización social se agravan con la
crisis. Mientras los precios suben, los salarios bajan o están
congelados y el desempleo se extiende (aunque no todavía en la medida de
EEUU o Europa). Por eso, los reclamos se han propagado desde la cuestión
de la vivienda a los precios de los alimentos, la salud y la educación.
El estallido de los “indignados” estuvo además precedido por huelgas
de médicos y otros sectores de trabajadores, algo que tampoco es común
en Israel.
Todo esto ha generado una
inesperada crisis política al gobierno de ultraderecha encabezado
por Netanyahu. La amplitud del movimiento, que cuenta con el apoyo masivo
de la juventud y de amplios sectores de la población, le impide contestar
a palos los reclamos. Entonces, ha puesto en marcha las clásicas tácticas
dilatorias de todos los gobiernos: nombramiento de funcionarios y creación
de comisiones para “estudiar” y “analizar” los problemas y
“dialogar” con los manifestantes... Pero ya ha advertido:
"Escucharemos a todos, pero no podremos satisfacer a todos".[3]
Netanyahu espera que con el
tiempo la gente se canse y el movimiento se enfríe... Pero esto puede ser
un boomerang de resultados opuestos: que el descontento y la furia crezcan
por falta de sosluciones, y el movimiento se radicalice...
“Un pueblo no puede ser
libre al mismo tiempo que continúa
oprimiendo otras naciones”
Este concepto de Engels,[4]
resume la encrucijada en que están los “indignados” de Israel
y su movimiento de “Justicia Social”. ¡En esa situación, no se puede
ser libre... ni mucho menos lograr “justicia social”!
Es que el Estado de Israel
es un enclave colonial, constituido mediante el desplazamiento y
“limpieza étnica” de la población palestina, con un régimen político
de apartheid racista similar al que imperó en Sudáfrica hasta los
‘90. Íntimamente ligado a Estados Unidos desde la década de 1960 –al
punto que se lo ha definido como el “estado Nº 51 de EEUU”–, Israel
ha operado como el matón del imperialismo yanqui en Medio Oriente.
Las injusticias sociales de
las que con toda razón se quejan los “indignados” de Israel, son el inevitable
subproducto de esto.
Es verdad que, inicialmente,
en Israel se cultivó un discurso “igualitario” y hasta
(supuestamente) “socialista”. Pero esa fue la demagogia necesaria para
satisfacer a las masas desesperadas de inmigrantes, en gran parte
sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial, y que venían además con una
tradición ideológica de izquierda.
Pero en la medida en que se
fue avanzado en esa operación colonial, las ideologías se adecuaron a la
realidad. Y también desaparecieron las concesiones al
“igualitarismo”. Momentos fundamentales en ese curso fueron la ocupación
militar del resto de Palestina en 1967 y el vuelco al neoliberalismo
salvaje y las privatizaciones que con Menachem Beguin se insinúa incluso
antes que con Reagan en EEUU.
Las protestas sociales han
sido acalladas durante décadas por la misma situación colonial de
Israel: el chantaje de la “unidad nacional” para el enfrentamiento con
los palestinos y demás pueblos árabes, ha permitido un crecimiento de la
desigualdad a escala “tercermundista”, donde un puñado de familias y
corporaciones son los dueños de Israel.
Estas desigualdades son el resultado
concreto y directo del carácter del Estado de Israel como enclave
colonial opresor de los palestinos, enfrentado a los pueblos árabes y
sucursal de EEUU en Medio Oriente. Así, el 20% del presupuesto se
esfuma en gastos militares. Otra parte substancial va a los colonos
de Cisjordania, que son apenas el 4% de la población. A ellos sí
se les construyen viviendas, que se les niegan a los que no quieren
intervenir directamente en esa operación de “limpieza étnica”. Otras
sumas millonarias, se dedican a subvencionar a los sectores religiosos
ultra-ortodoxos, que en su mayoría no trabajan ni pagan impuestos, pero
que son imprescindibles para sostener el clima de odio, fanatismo y
oscurantismo que caracteriza las empresas coloniales.
Para hacer frente a todo
esto, el común de la población paga tasas de impuestos fenomenales, que
fuguran entre las más altas del mundo.
Como decíamos, el chantaje
del enfrentamiento a los árabes logró mantener esto taponado durante
largo tiempo. Ahora aparecen las lógicas fracturas sociales. Por un lado,
esto se debe la crisis. También, por otro lado, la influencia de la
“Primavera Árabe” se ha manifestado expresamente en la eclosión de
“Justicia Social”. A esto se suma que el “Gran Hermano” de
Washington, que antes daba el ejemplo y marcaba el rumbo, está de capa caída.
Pero el gran movimiento
Justicia Social se enfrenta objetivamente a la exigencia de definiciones
programáticas. Cuestiona al “neoliberalismo” en general, a los gastos
militares y en apoyo a los colonos de Cisjordania, a los religiosos, etc.,
etc., y en el movimiento además participan palestinos con ciudadanía
israelí. Pero hasta ahora no se menciona a la “madre del borrego”:
el carácter mismo de Israel y de su empresa colonial.
Como han dicho, demasiado tímidamente,
algunos de sus participantes de “izquierda”, ahora hay que “definir
el significado de Justicia Social”.[4]
Este hecho ha motivado que
algunos –en Europa y en otras latitudes– asuman una posición
sectaria y ultimatista frente al movimiento de “indignados” de
Israel. Lo desestiman desde el inicio.
Opinamos que esto es muy
equivocado. La mera aparición de este movimiento expresa, y su vez
dinamiza, una grieta político-social sin precedentes en ese bloque
sobre el que se ha apoyado durante décadas la colonización de Palestina.
Esto ya es inmensamente progresivo. Ha comenzado un “deshielo” en una
sociedad y en un estado que están entre los mas reaccionarios del
planeta.