Un acto de resistencia contra la barbarie nazi
“(…) fue como si nuestra maldita resignación tomase cuerpo de por sí, se hiciese voz colectivamente por encima de nuestras cabezas. Pero todos oyeron el grito del moribundo, éste traspasó las gruesas y antiguas barreras de inercia y de sumisión, golpeó el centro vivo del hombre en cada uno de nosotros:
-Kamaraden, ich bin der Letze! (¡Camaradas, yo soy el último!)”
(Primo Levi, “Si esto es un hombre”. Así está relatada la ejecución de uno de los perpetradores del levantamiento en el campo de concentración.)
Escribimos esta nota en ocasión del 72° aniversario del levantamiento de los Sonderkommando[1] en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau (actual Polonia). El 7 de octubre de 1944, un grupo de ellos hizo explotar uno de los cinco crematorios del campo y dio inicio a un levantamiento e intento de fuga. La operación llevó varios meses de preparación en la cual tomaron parte, también, numerosas prisioneras que realizaban tareas relacionadas a las instalaciones industriales del campo. A pesar de haber sido aplastado, este acto heroico es una muestra, como lo son otros eventos de resistencia y el propio levantamiento del ghetto de Varsovia durante la primavera de 1943, del valor de la voluntad humana en el imperio de la barbarie.
Además de rendir un homenaje a estos hombres y mujeres, haremos algunas reflexiones acerca de ese verdadero “universo concentracionario” que puso en pie el régimen nazi y que pasó a formar parte, durante más de una década, del cuerpo social del imperialismo germánico.
Cuando la barbarie se convierte en sistema
Auschwitz-Birkenau, Treblinka, Dachau, Buchenwald, Ravensbrück, Chelmno, Sobibor, Sachsenhausen, Majdanek: nombres de algunos de los campos que integraban una verdadera red que atravesaba, en todas direcciones, la Europa ocupada por los nazis. Algunos de ellos creados simultáneamente con el régimen, en 1933, dentro de Alemania. Más tarde, tras la conferencia de Wannsee y el inicio de la “solución final” en enero de 1942, proliferaron exponencialmente.
Los Lager (literalmente “campo”) cumplían una doble función: podían ser de trabajo, en los cuales los prisioneros eran mano de obra en estado puro, esclava, despojada de sus necesidades más básicas y constantemente recambiada por las durísimas condiciones de vida y muerte, y la constante llegada de nuevos contingentes del resto del continente; y campos de exterminio, en los cuales se desarrolló un genocidio a escalas industriales y que están indisolublemente ligados a la imagen de la cámara de gas y la chimenea de los crematorios.
La población de los Lager estaba compuesta por todos los individuos y sectores de la sociedad que fueran considerados enemigos por el régimen nazi: gitanos, homosexuales, activistas políticos, soldados (principalmente soviéticos), criminales comunes y corrientes (que frecuentemente pasaban a cumplir tareas intermedias como subalternos de las SS) y, de manera enormemente mayoritaria, judíos. Por una parte, esto cumplía una función de control social dentro de la propia Alemania sumergida en la Segunda Guerra Mundial: el chovinismo belicista y la “revancha” frente a las condiciones humillantes del Tratado de Versalles precisaban explotar un sentimiento que enfrentara a un sector de la sociedad contra otro, que ocultara la responsabilidad de los grandes capitales germánicos e internacionales y encauzara el descontento hacia otro sector oprimido. Fueron principalmente los judíos, junto a las distintas identidades y sectores que mencionamos antes, los principales blancos de estas campañas.
Por otra parte, la producción de guerra rápidamente tensionó la economía alemana. Sucede que la concepción de la Blitzkrieg (“guerra relámpago”), adoptada por Hitler y sus generales, pronto chocó con la realidad de una guerra que se extendió a lo largo del tiempo[2]. A medida que se desarrollaba el conflicto, los suministros comenzaron a ser escasos, mientras que el bloque aliado aceleraba sus ritmos de producción para la guerra. A partir de 1942, hacia el tramo final de la Segunda Guerra Mundial, la utilización de la población prisionera como mano de obra se acentuó aún más; aunque en realidad, el grueso de la producción se llevó a cabo mediante la importación de trabajadores forzados de todo el resto de la Europa ocupada por los nazis, los que llegaron a totalizar los 10 millones de trabajadores.
Hacia los últimos meses de la guerra, cuando ya era inocultable del avance de todos los frentes (y especialmente el Frente Oriental) sobre Alemania, la mayoría de los campos fueron desmantelados. La memoria de muchos de ellos sólo ha trascendido gracias a los relatos de los sobrevivientes. Otros, debido a sus dimensiones y la rapidez con la que fueron evacuados, permanecen aún hoy como un terrible testimonio.
La resistencia humana cuando lo humano parece desaparecer
El levantamiento en Auschwitz-Birkenau fue quizás uno de los más difundidos, al haber tenido lugar en uno de los sitios más conocidos del Holocausto y estar documentado en los relatos de varios sobrevivientes. Plantea, además, profundas preguntas acerca de la naturaleza humana: ¿de qué forma estas personas, obligadas sistemáticamente durante meses a estar en contacto (y formar parte de) la maquinaria de matar que diseñaron los mentores del Holocausto, pudieron encontrar la fuerza para un último intento de rebelión?
Sin embargo este hecho, a pesar de toda su singularidad, no fue único en su especie. Menos de un año antes, el 14 de octubre de 1943, en el campo de exterminio de Sobibor (Polonia), unos pocos centenares de prisioneros lograron escapar, dejando incluso más de una decena de bajas entre el personal militar del Lager. Este levantamiento fue comandado por el capitán soviético Alexander Pechersky, quien luego sería paradójicamente perseguido y encarcelado por el estalinismo. Y durante la primavera y el verano de ese mismo año, un intento frustrado de rebelión en Treblinka y la propia resistencia del ghetto de Varsovia fueron otras valiosísimas páginas en esta serie de actos de resistencia, de una población con una organización casi inexistente y posibilidades materiales casi nulas. Estos actos verdaderamente heroicos vinieron a apuntalar la resistencia de la humanidad frente a la barbarie.
Estos sucesos cobran aún más relieve al tener en cuenta otro factor que entró en juego durante el Holocausto. Desde el mismo momento en que los prisioneros ingresaban en los Lager (si es que no eran inmediatamente enviados a las cámaras de gas), toda una serie de mecanismos físicos y psicológicos estaban destinados a despojarlos de toda su humanidad: humillaciones y torturas constantes, el reemplazo del nombre por un número, el aislamiento y el sometimiento a las condiciones más duras que se pueden imaginar. A pesar de ser una historia cargada de dolor, también permite valorar y poner en su lugar la voluntad de sobreponerse a las condiciones más extremas que puede originar el desarrollo de la lucha de clases en épocas de “extremos”.
Es por esto último que estos episodios, que son sólo pequeñas pero profundas “muestras” de la historia del convulsionado siglo XX, deben ser cada vez más conocidos entre las jóvenes generaciones que luchan por la emancipación de la clase trabajadora y del conjunto de la humanidad. Aunque en la actualidad el mundo esté principalmente sumergido en el régimen de la democracia burguesa, no debemos olvidar que el fascismo y las guerras mundiales son los productos más extremos de una lucha de clases que aún no cesa. La historia de la resistencia de los explotados y oprimidos es una historia que debemos asimilar las jóvenes generaciones de socialistas revolucionarios.
Marcos Duch
[1] Literalmente “Escuadra especial”, eran el cuerpo de prisioneros utilizados como “mano de obra” para las tareas de exterminio del campo. Si bien no estaban involucrados directamente en las ejecuciones masivas, realizaban tareas auxiliares, como llevar los cuerpos desde las cámaras de gas hacia los hornos. Según narra Primo Levi, sobreviviente y cronista del Holocausto, llegó a haber hasta mil miembros de los Sonderkommando simultáneamente, que tras algunos meses eran ejecutados y reemplazados por un nuevo grupo.
[2] Así lo señala agudamente el historiador Ian Kershaw, quien dedica un capítulo de su libro “La dictadura nazi” a analizar las relaciones entre los grandes conglomerados de empresas industriales y el régimen de Hitler. Efectivamente, la casi totalidad de fuerza de trabajo cautiva en los campos de concentración fue explotada por el monopolio IG-Farben, dedicado a fabricaciones químicas y militares y con participación en su directorio de funcionarios gubernamentales.