Rafael Salinas
El triunfo del NO en el plebiscito sobre los “Acuerdos de paz” abre una crisis del gobierno de Santos pero también del régimen político –
“No es exagerado afirmar que este resultado es comparable al Brexit por el cual el Reino Unido decidió salir de la Unión Europea. Lo única sorpresa que le queda al mundo es que en noviembre gane Donald Trump.” (revista Semana, Bogotá, 13/10/2016)
“Los intentos de la insurgencia por «meterle pueblo» al proceso de paz no han podido o no han sabido llegar más allá de sus áreas tradicionales de influencia o de los sectores políticos que desde siempre han pedido una solución política al conflicto. ¿Qué significa para los trabajadores y trabajadoras tercerizados y precarizados? ¿Qué significa para esas muchedumbres que sobreviven en el subempleo? ¿Qué significa la paz para una mujer indígena emigrante en una capital departamental? ¿Qué significa este proceso de paz para una travesti en los barrios marginales de Bogotá? ¿Para los que chupan bóxer [pegante] porque no pueden llevar un pan a la boca? El tener que recordar al pueblo que «la paz sí es contigo», como reza la campaña plebiscitaria de la izquierda, sencillamente deja en evidencia que ese vínculo de la paz con el ciudadano del común no es evidente, que el proceso de paz es visto como algo ajeno por éste. (José Antonio Gutiérrez “¿Habemus pacem? Los desafíos en el tránsito de la Habana a Colombia”, revista Mala, 11/09/2016)
Finalmente, Colombia sorprendió al mundo. El lunes 26 de septiembre, se firmaron los “Acuerdos de Paz” entre el gobierno y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). Fue una ceremonia transmitida desde Cartagena a todo el planeta, con numerosos representantes extranjeros presentes, que traían las bendiciones de las principales potencias mundiales, de la ONU, de la Unión Europea, de los gobiernos latinoamericanos, del Vaticano y hasta del FMI. Pocas veces el establishment mundial había coincidido en forma tan unánime en hacerse presente en un acto político de trascendencia internacional.
Pero el siguiente domingo, todo se vino abajo. El plebiscito colombiano no sólo tuvo escaso número de votantes. Además, contra los últimos pronósticos de las encuestadoras, triunfó el NO, aunque por pequeñísimo margen. Por ese motivo entre otros, tanto en Colombia como en el resto del mundo se lo comparó con el “Brexit”… Es decir, un hecho “inconcebible”… hasta que sucede.
La gran mayoría, ni SÍ ni NO
Pero veamos concretamente las cifras. Los inscriptos para el plebiscito eran 34.899.945 electores. Pero fueron a votar y lo hicieron positivamente sólo 12.808.858. Es decir, apenas algo más de un tercio de los inscriptos, el 36,7%. La inmensa mayoría –22.091.087 electores– prefirió no ir a votar o anular su voto.
De los que votaron positivamente, 6.431.372, que representan el 50,21% de votantes, lo hicieron por el “NO”. Y otros 6.377.464, el 49,79%, votaron por el “SÍ”. ¡¡La diferencia entre el NO y el SÍ fue de sólo 53.908 votos (0,42%)!!
Medidas en relación a la totalidad de electores inscriptos, las cifras se hacen aún más débiles en cuanto a representatividad. Proporcionalmente, los votantes por el “NO” constituyen apenas el 18,4% del total de ciudadanos colombianos. Los votantes por el SÍ, el 18,3%.
Como hemos señalado, los últimos sondeos pronosticaban, en mayor o menor medida, el triunfo del “SÍ”. Pero esta pifiada indicó mucho más que fallas de los sondeos de opinión (que las hay). La realidad es que hay elementos cada vez más difíciles de medir, en las presentes situaciones de “crisis” y “anormalidades”. El descontento creciente (que muchas veces “flota en la atmosfera” pero aún no “precipita”) y la deslegitimación de gobiernos y regímenes, están generando escenarios “inauditos” o “imprevisibles”… sobre todo cuando no hay alternativas fuertes a su izquierda, asentadas en las clases trabajadoras.
Esto giro inesperado ya se había insinuado unos dos meses antes del plebiscito. Lo comentamos en el artículo “Colombia, complicaciones inesperadas en los ‘acuerdos de paz’ con las FARC”[1] Los sondeos mostraban un debilitamiento del SÍ y algunos incluso la posibilidad de triunfo del NO.
Esa tendencia al rechazo, pareció luego retroceder, sobre todo ante los abrumadores y unánimes aplausos mundiales a favor de los “Acuerdos de Paz”. Sin embargo, ya en vísperas del plebiscito, alertamos que esto no era del todo firme: “El Acuerdo –decíamos– será sometido a plebiscito para su aprobación definitiva el próximo domingo 2 de octubre. Aunque al día de hoy se descuenta que habría mayoría por el ‘Sí’, existe cierta incertidumbre. Las cifras de los sondeos de opinión han tenido oscilaciones demasiado amplias y ‘anormales’… incluso para esta época mundial de inestabilidad y malhumor político-social que viene dejando a las encuestadoras cada vez más desacreditadas.”[2]
Múltiples causas pero un eje central, el descontento generalizado por abajo
A la distancia, nos parece que no hay una sola causa de estos resultados (relativamente) inesperados. Hay una combinación de motivos que se dan el marco de un descontento político-social generalizado. Este descontento no tiene que ver directa o exclusivamente con los acuerdos de paz con las FARC, sino que más bien ensombrece todo lo que haga el gobierno de Santos.
Ya en agosto advertíamos que “lo fundamental, es que existe un profundo y creciente descontento en las masas populares con el gobierno Santos. Según los últimos sondeos, en este segundo mandato un 76% está en contra del gobierno. El descontento se debe a la situación económico-social, más que al tema de la paz con las FARC. Pero el plebiscito sería la oportunidad de darle a Santos el garrotazo de un ‘voto castigo’.”(“Colombia, complicaciones inesperadas…”, cit.)
Pero este “voto castigo” se dio más por omisión que por acción… aunque no por eso fue menos contundente. Se expresó principalmente no yendo a votar. Como señala la reflexión (profética) del activista por el “SÍ” que citamos al inicio, para “el ciudadano del común… el proceso de paz es visto como algo ajeno…”.
Asimismo, ni las mismas FARC ni los sectores de izquierda favorables a las “negociaciones de paz” contribuyeron mayormente a remediar esto. Las FARC, como advertíamos antes del plebiscito, “nunca tuvieron una política dirigida a ganar a las masas trabajadoras y populares… Por el contrario, mucho de lo que las FARC hicieron las afectaban o, por lo menos, daban ‘combustible’ al discurso y las acciones de personajes como Uribe…”(“Colombia, complicaciones…”, cit.)
Asimismo, tanto las FARC como la gran mayoría de los sectores de izquierda que apoyaban las negociaciones, sostuvieron una política de “no hacer olas”, especialmente en el movimiento obrero, para no molestar a Santos. Así, todas las burocracias sindicales de “derecha” o de “izquierda” coincidieron en garantizar la “paz social” al gobierno de Santos, mientras el salario, el empleo y las condiciones de trabajo se deterioraban al calor de la crisis. También, por unanimidad, apoyaron su reelección.
Es en este marco general, cuya consecuencia principal fue que casi dos tercios de los ciudadanos le diesen la espalda al plebiscito, que el “NO” logró imponerse por un pelo… por apenas el 0,42% de los votos emitidos.
Por supuesto hubo otras causas concurrentes al triunfo del “NO”, desde meteorológicas a político-religiosas. Pero éstas no hubiesen podido inclinar la balanza en uno u otro sentido sin la monumental abstención en que se materializó el clima de descontento social generalizado.
Por ejemplo, algunos analistas explican el triunfo del “NO” exclusivamente por motivos meteorológicos. El día de la votación, el huracán Matthew azotó la costa colombiana del Caribe, bajando el número esperado de votantes. Los “costeños” eran ampliamente favorables al “SÍ”. Conclusión: el buen tiempo hubiese permitido revertir los resultados.
Es posible que así fuese. Pero la cuestión de fondo seguiría siendo la misma: que dos tercios del pueblo colombiano –entre los que se cuenta la gran mayoría de los trabajadores– le dieron la espalda al plebiscito.
Asimismo, facilitado por el hecho de que la gran mayoría no fue a votar, hubo otro factor que también probablemente inclinó la balanza: la movilización de los archireaccionarios sectores “evangélicos”. Es una relativa novedad en la política colombiana. Esas “religiones de la barbarie” vienen jugando en Brasil y algunos países centroamericanos un creciente papel político, movilizando idiotas útiles para la extrema derecha. Ahora salieron al ruedo en Colombia, de la mano de Uribe.
El lunes 26 de septiembre, Santos hacía su gran acto “multinacional” de firma de los “Acuerdos de Paz”, que fue abierto con un discurso de monseñor Parolin, representante del papa. Francisco, además, envió un duro mensaje: “Tengo que decir que el presidente Santos está arriesgando todo por la paz, pero hay otra parte que está arriesgando todo para continuar la guerra, y los que están por la guerra hieren el alma”… y casi amenazaba con excomunión al que se atreviese a votarle en contra a Santos.
Ese mismo día, en la misma Cartagena, Uribe realizaba un acto y posterior manifestación del brazo del pastor Miguel Arrázola, uno de los más importantes del país. Pero el tema de su contra-movilización no fue sólo la cuestión de los acuerdos de paz. Al frente de la marcha, un gran cartel proclamaba: “Abanderados de la familia”.
Junto a los cavernícolas evangélicos, Uribe había asumido desde tiempo atrás la “defensa de la familia tradicional”. Esa sagrada institución estaba amenazada de muerte por el gobierno de Santos. Su ministra de Educación, Gina Parody, había editado una cartilla de educación sexual. ¡Horror! ¡Quieren destruir la “familia tradicional”!
Uribe y los evangélicos impulsaron una amalgama delirante pero eficaz. Finalmente no se sabía qué se votaba el 2 de octubre, si los “Acuerdos de Paz” o la satánica “abolición de la familia”. Pero la alianza con los evangélicos no fue sólo una ventaja “ideológica”. Aunque todavía minoritarias, esas sectas organizan a sus fieles más sólidamente que la Iglesia católica de hoy. Además, el catolicismo colombiano no está políticamente unido, algo que viene de muy lejos.
La salida por arriba: un “acuerdo de paz” aún más reaccionario
La reacción inmediata del gobierno de Santos ante el monumental fracaso del plebiscito, fue dar un giro a la derecha. Concretamente, girar hacia Uribe –con quien no se dirigía la palabra desde que asumió la presidencia– y comenzar a negociar un cambio más o menos “radical” de los acuerdos con las FARC.
Hay que tener en cuenta que Uribe no hizo su campaña diciendo que estaba por continuar la guerra (hubiese logrado pocos votos), Por el contrario, se reclamaba a favor de la paz, pero modificando algunos puntos de lo acordado. “¡Renegociar los acuerdos para corregirlos!”, esa fue su consigna. ¡Junto a la “defensa de la familia”, fue otro factor de confusión! ¡En la propaganda, todos hablaban de “paz”, Santos, Uribe y las FARC!
Sin embargo, los cambios que, en principio, reclama Uribe son tales que podrían hacer naufragar todos los acuerdos. Por ejemplo, que los jefes y cuadros de las FARC sean castigados con largas penas de cárcel y privación de derechos políticos. También rechaza, por supuesto, cualquier medida que permita recuperar las inmensas extensiones de tierras, hoy en manos de terratenientes que hicieron expulsar y/o asesinar a los campesinos que las ocupaban.
Los jefes de las FARC están en un brete muy difícil, en que ellos mismos se metieron al jugar todo a la negociación por arriba y la desmovilización por abajo. En el fondo, siguieron dando la espalda a las masas, que los han ido detestando cada vez más y desde hace largo tiempo. Si personajes de la calaña de Uribe han logrado cierto apoyo masivo, la responsabilidad en gran medida cae sobre las FARC y sus direcciones.
En conclusión: el rechazo de los “acuerdos de paz” ha abierto una grave crisis política. Desde la extrema derecha, Uribe pretende capitalizar esto. El desafío es darle una salida opuesta, de acuerdo a los intereses de los trabajadores y las masas populares de Colombia.
Notas:
1.- Rafael Salinas, “Colombia, complicaciones inesperadas en los ‘acuerdos de paz’ con las FARC”, SoB n° 393, 18/08/2016.
2.- Rafael Salinas, “La salida del conflicto debería pasar por una Asamblea Constituyente donde se resuelva el futuro del país”, SoB n° 399, 29/09/2016.
Viene siendo evidente para muchos que Colombia arrastra no sólo el problema de una semi-guerra civil de varias décadas. Algo que se remonta a mucho antes de la aparición de las FARC. Como en cualquier crisis global, en el fondo todo está en cuestión. Las soluciones “por arriba” que se fueron intentando, a través de acuerdos y/o de masacres, han dejado las cosas peor que antes.
En ese cuadro, es explicable que la salida democrática de una Asamblea Constituyente sea considerada por sectores relativamente amplios. La plantean, por ejemplo, figuras políticas del “progresismo” como Piedad Córdoba, Gustavo Petro y otros. También la proponía las FARC… que renunciaron a la exigencia de Constituyente en el curso de las negociaciones con Santos.
Uribe, como buen demagogo, la reivindicó en su campaña… para dejarla de lado luego del triunfo del “NO”.
Que hoy, en la política colombiana, se hable tanto de “Constituyente” –aunque más no sea para hacer demagogia y lograr votos– es sin embargo un síntoma indudable de esta crisis global y de la necesidad de “reconstituir” de arriba a abajo el país.
La cuestión es si la clase trabajadora, las masas populares de la ciudad y del campo, y sus organizaciones políticas, sindicales y comunitarias, se ponen de pie y luchan para imponer una auténtica salida democrática. Es decir, una Constituyente, impuesta y basada en la fuerza de la movilización de esas amplias masas.
Esto es cada vez más necesario. De lo contrario, la salida a la actual crisis institucional (que se asienta además en una crisis social no menos grave) la van a imponer sus enemigos, a través de pactos o farsas de “constituyentes” como las que proponía Uribe.