Por José Luis Rojo, Editorial SoB 405, 10/11/16


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El triunfo de Trump impacta al mundo

“Yo podría disparar a alguien en la Quinta Avenida y no perdería ni un voto” (Donald Trump)

Ganó Trump y EE.UU. y el mundo se estremecieron. Tanto Hillary Clinton como él fueron los candidatos del Imperio en la elección que se cerró ayer. Ninguno de los dos era opción. De todas maneras, la concreción del triunfo del magnate inmobiliario configura un categórico giro a la derecha en los asuntos estadounidenses y mundiales.

“Make America great again”

No fue un relámpago en el cielo estrellado. Se sabe que existe una franja importante de la población enormemente descontenta en los países imperialistas. Ante la falta de alternativas, y en un clima general de despolitización, esa franja fue canalizada en las elecciones estadounidenses por Trump: una candidatura “nacional/imperialista” reaccionaria hasta la médula.

Por “nacional imperialismo” nos referimos a un fenómeno inexistente en las últimas décadas debido al consenso “globalista” hegemónico en el seno del imperialismo. Es una forma distinta de defender los intereses imperialistas, por una vía proteccionista y/o autárquica y/o aislacionista (que tiene su tradición en el norte del mundo, sobre todo cuando fijamos la mirada en el proceso ocurrido entre las décadas del ‘20 y ‘30 del siglo pasado): “Trump parece estar obsesionado con (…) los tratados de libre comercio que han firmado nuestros líderes, las numerosas empresas que han trasladado sus centros de producción a otros lugares, las llamadas que hará a los presidentes de esas empresas para amenazarlos con elevar los aranceles si no vuelven a Estados Unidos” (“¿Por qué millones de trabajadores norteamericanos apoyan a Trump?”, Thomas Frank, The Guardian, 08/03/16).

Trump anticipa un giro en los asuntos mundiales. El consenso “globalista” impuesto en las últimas décadas está en crisis. La base material de esto es la crisis económica histórica abierta en el 2008, que no se ha cerrado. Por el contrario, ha significado una caída generalizada del nivel de vida de amplias porciones de trabajadores.

De ahí que haya calado el discurso proteccionista de Trump. Afirma el economista marxista británico Michael Roberts: “(…) la globalización, que extendió los tentáculos del capitalismo a través del mundo, se ha paralizado. Y el crecimiento de la productividad del trabajo, la medida del ‘progreso’ futuro, tambien ha cesado de crecer en las grandes economías” (“El fin de la globalización y el futuro del capitalismo”). A esto hay que agregarle, que por primera vez en varias décadas, el crecimiento del comercio mundial que venía subiendo más que proporcionalmente respecto al PBI internacional, se ha estancado (para ampliar estas temáticas ver la revista Socialismo o Barbarie nª30 de próxima aparición).

Internacionalmente varias expresiones aparecieron cuestionando la mundialización neoliberal. En los propios Estados Unidos, Bernie Sanders, histórico senador socialista del Partido Demócrata, concitó la adhesión de las generaciones jóvenes (los millenials) haciendo una gran elección interna frente a Hillary Clinton en la primera mitad del año. Pero terminó capitulando frente al aparato demócrata (volveremos sobre él más adelante). En Grecia, Syriza, que había despertado enormes esperanzas, las defraudó a la velocidad del rayo.

Se trata de un retroceso general del “progresismo” (Obama, Cristina Kirchner, Lula, etcétera) visible también en Latinoamérica; crisis general por la obvia incapacidad de tomar una sola medida que vaya contra el sistema.

Sobre la base de este fracaso ha emergido Trump así como el conjunto de las expresiones de derecha o extrema derecha que vienen observándose en la coyuntura internacional: “Brexit” en Gran Bretaña, ascenso de Marie Le Pen en Francia, imperio despótico de Erdogan en Turquía, etcétera.

Difícilmente Trump vaya a ser más de lo mismo. Habrá que ver hasta dónde pueda y quiera ir: “(…) la doctrina de la autarquía es reaccionaria y totalmente utópica. Los criaderos del nacionalismo son también laboratorios de terribles conflictos futuros; como un tigre hambriento, el imperialismo se replegó en su cubil nacional a fin de prepararse para un nuevo salto” (León Trotsky, “El nacionalismo y la economía”, 30 de noviembre de 1933).

Traducido de las geniales palabras del gran revolucionario ruso: lo que se prepara es un ataque en regla contra los pueblos del mundo, los trabajadores, los inmigrantes, la población negra, las mujeres y la juventud. La consigna de la hora es salir a las calles –¡como ya han comenzado a hacer los estudiantes yanquis!-para pararle la mano a los planes imperialistas, guerreristas y los ajustes económicos del nuevo gobierno derechista.

El voto de los de abajo

Era de esperar que las encuestas volvieran a fracasar. Durante el 2016, en muchos lugares se ha votado contra el consenso “globalista” dominante. Un caso reciente fue el triunfo del Brexit (salida de la Unión Europea) en Inglaterra. También sorprendió la votación por el no a la paz en Colombia. Y podría dar sorpresas Marie Le Pen el año que viene en las presidenciales francesas (aunque difícilmente se imponga debido a que el sistema del ballotage permite que todos sus oponentes se unan detrás de otro candidato).

En la elección de ayer en los EE.UU se verificó una gran polarización. La población negra y la comunidad latina respaldaron masivamente a Clinton con el 88% y el 65% de los votos respectivamente. Entre la juventud (tomando una amplia franja entre 18 y 45 años), tambien el voto a Hillary fue mayoritario.

Sin embargo, un problema bastante universal, por lo demás, ocurre con una franja de importancia de la clase trabajadora. En un mundo donde por ahora está fuera de la escena la alternativa socialista (aunque está en curso un histórico recomienzo de la experiencia entre las franjas más jóvenes), en un sector de la vieja clase trabajadora que ha perdido su empleo, que se siente sin perspectivas, abandonada por la perorata neoliberal, caló hondo el discurso de Donald Trump.

Los compañeros del Socialist Worker de los Estados Unidos lo reflejan agudamente: “Los especialistas del Partido Demócrata no entienden qué pasó durante los ocho años de la presidencia de Obama, cuando respondieron a la Gran Recesión rescatando a los banqueros, mientras que redoblaban su compromiso con el neoliberalismo y la austeridad recortando el presupuesto a expensas de los trabajadores”. Y luego agregan: “Las condiciones de vida de millones en Estados Unidos se han deteriorado, o estancado. Por eso, cuando Trump chilla por la pérdida de empleos decentemente pagos y acusa Clinton y los Demócratas por tirar las personas a los lobos, algunos segmentos de la población creen –de hecho erróneamente, pero presionados por la necesidades- que alguien entiende sus sufrimientos” (“¿Cómo pudo ganar este monstruo?”, Socialist Worker, 9/11/16).

Esto no le aporta a Trump ni un gramo de “progresista”, evidentemente. Sólo refleja una campaña que conectó, demagógicamente, con el sentimiento de amplios sectores que consideran que se acabó para ellos “el sueño americano”; una franja a la que periodísticamente se le llama “los perdedores de la globalización”: “La historia profunda de la derecha es que uno está esperando en la cola como un peregrino que va a la cima de una colina. La cima, es el sueño americano. Uno trabajó duro, cumplió las reglas y siente que se merece esa recompensa. La cola no se mueve, pero uno es paciente. No culpa a nadie. Y luego ve a gente que se cuela en la fila. Negros, mujeres, inmigrantes, refugiados, respaldados por los programas federales. Todos está empujando la cola hacia atrás, y ellos ven al gobierno federal como el patrocinador de los que se cuelan. El gobierno federal es el enemigo” (“Gane el candidato que gane, vamos a una mayor polarización”, La Nación, 1/11/16).

El carácter populista de Trump es un fenómeno nuevo por lo menos a escala de un imperio como el yanqui. Ocurre que los gobiernos y políticos neoliberales de las últimas décadas se caracterizaron, más bien, por una gestión aséptica, por no comprometerse a nada. Pero el demagogo es el que toca “fibras sensibles” de amplios sectores no porque tenga respuestas acordes a sus demandas, sino como estrategia de poder.

El panorama sería incompleto, de todas maneras, si nos olvidáramos de Sanders. Todo el mundo habla de Trump, pero se olvida de la campaña que realizó el senador socialista. Sanders hizo promesas inaceptables para los de arriba: aumentar el salario mínimo a 15 dólares, impulsar la gratuidad en uno de los sistemas universitarios más onerosos del mundo, y otras medidas que conectaron con las jóvenes generaciones y una inmensa franja de los trabajadores. Pero al abandonar la contienda en favor de Clinton, al no correr por fuera de los Demócratas, defraudo a millones que muy justamente no quisieron votar por Hillary[1].

.¿A quién representa Trump?

La cloaca que fue toda la campaña electoral expresó una profunda crisis de la “democracia” imperialista yanqui, una crisis traducida en el profundo deterioro del sistema bipartidista. Dicho sistema viene dominando la política norteamericana desde hace más de 100 años y, por lo demás, en las últimas décadas imperó un consenso bipartidista respecto de la orientación globalizadora neoliberal.

De todas maneras, este consenso se venía resquebrajando. Sobre todo en temáticas como los derechos de las mujeres, cuestiones religiosas, la política hacia Cuba, el presupuesto nacional, el plan de salud, etcétera, que resultaron en un cuasi bloqueo parlamentario a Obama. El Partido Republicano se fue demasiado hacia la derecha. De ahí el surgimiento del movimiento Tea Party, del cual, de cualquier manera, Trump no ha sido expresión directa.

Sin embargo, Trump surgió por fuera del establishment de dicho partido. Y, sobre todo, por fuera del consenso globalista. Proviene del mundo de los negocios y se hizo gran figura televisiva, cuestión que le dio rapport con el ciudadano medio del país[2].

Para presentar su candidatura, ganar la nominación republicana y correr la recta final hacia la presidencia, debió enfrentarse al aparato del partidario. Tan serio fue el enfrentamiento a la cúpula del partido, que pocas semanas atrás, cuando arreciaron las denuncias ante la evidencia de que es un acosador serial de mujeres, se llegó a especular con su renuncia a la candidatura[3].

Pero la razón de fondo de esta falta de apoyo no hay que buscarla en su estilo. Tiene que ver con una orientación política distinta a la dominante: llegará al máximo cargo mundial como un verdadero “outsider”. No como un outsider de su clase social, se entiende: es un magnate (según el diccionario: una persona muy rica e importante por su cargo o por su poder, especialmente en el mundo de los negocios, la industria o las finanzas). Pero sí con respecto a las orientaciones políticas y económicas hasta ahora dominantes, cuestión que ha dejado en un mar de incertidumbres acerca de cuáles serán sus próximos pasos.

Cuando el conjunto del establishment y los medios más reconocidos como The New York Times, The Washington Post o The Economist se posicionaron en contra de Trump, lo hicieron, en primer lugar, en vista de esto: se atrincheraron en defensa de la globalización imperialista: “El triunfo de Mister Trump, un emprendedor inmobiliario transformado en estrella televisiva sin experiencia gubernamental, expresó un poderoso rechazo a las fuerzas del establishment que se unieron contra él, desde el mundo empresarios hasta el gobierno, en defensa del consenso forjado desde el comercio a la inmigración (“New York Times”, Matt Flegenheimer y Michael Barbaro, 9/11/16).

Trump expresa la crisis de este consenso. El presidente del Partido Popular Europeo (centro derecha clásica), Manfred Weber, acaba de manifestar: “No sabemos qué podemos esperar de Estados Unidos” (eldiario.es, 09/11/16).

Paradójicamente, por lo demás, el Partido Republicano se ha alzado con las dos cámaras (ha ratificado su domínio en ellas), lo que sumado a la presidencia, le da un monopolio de la vida político-institucional mucho más grande que la que siquiera soñó Obama durante su presidencia.

Sin embargo, esta es otra paradoja más, otra fuente de problemas. Con los demócratas quedándose sin nada, muchas de las decisiones y los conflictos deberán procesarse dentro de este Partido Republicano, que sólo semanas atrás parecía a punto de estallar y ahora se ha quedado con todo. Su prédica proteccionista, sus planteos en contra de los tratados de libre comercio, que Estados Unidos “vuelva a ser una gran potencia”, etcétera, todo esto parece augurar fuertes encontronazos y crisis[4].

La historia no terminó

Lo que se acaba de coronar en los EE.UU. es un giro a la derecha en los asuntos mundiales. Si Trump realmente avanza en su orientación, la economía mundial podría ir nuevamente a una gran crisis. Un giro proteccionista en EE.UU. que de lugar a respuestas competitivas simétricas en los demás países del centro imperialista, China y Rusia, no solamente debilitaría el lugar de Estados Unidos en el mundo: abriría una Gran Depresión similar a la de los años ’30 (de ahí el pánico que muestran las bolsas mundiales, y las autoridades de las instituciones económicas internacionales).

El mundo comenzaría a dejar atrás el “posmodernismo”. Las cosas se pondrían serias. La inédita “gran moderación” que vivió el mundo en las últimas décadas (el manejo neoliberal mundializado democrático burgués de los asuntos), podría quedar gravemente minado: “(…) el llamado orden liberal de las últimas décadas parece estar ahora resquebrajándose” (“¿Qué pasa si gana Trump? Cinco claves. Ricardo Mir).

La ruptura de este consenso arranca por la derecha, no por la izquierda. Si Trump lleva adelante su programa (esto todavía hay que verlo), configurará ataques inéditos a los de abajo. Pero estos no dejarán pasar sin luchar el ataque brutal a sus derechos.

Trump amenaza a la población latina. Trump amenaza a las mujeres. Trump amenaza a la población negra. Trump desconoce el cambio climático y ya es el regocijo de las industrias medicinales que están aumentado a estas horas sus acciones. Y, aunque no lo diga, aunque haga demagogia, apuesta a súper explotar a los trabajadores a los que les promete el oro y el moro mientras se apresta a retirar los impuestos a los ricos y millonarios.

Es probable que se esté preparando así una contestación social como desde los años ‘70 no se ve en el gigante del norte. Aunque lleve tiempo, aunque haya que superar la desmoralización inicial, si Trump aplica sus vagas orientaciones, ese desenlace podría ser inevitable.

El péndulo de la lucha de clases es así. Lo ocurrido hasta el momento es una “mera” elección. Pero podría ser una anticipación de intenciones. Si Trump concreta lo que anticipa, aunque los desarrollos arranquen por la derecha, el péndulo podría rebotar, las circunstancias polarizarse, politizarse la nueva generación y dar lugar a enfrentamientos de la lucha de clases sin antecedentes en los últimos 30 o 40 años.

Todo el equilibrio mundial podría ser puesto en cuestión. La época de crisis, guerras y revoluciones reabrirse. Estos tiempos líquidos posmodernos quedar atrás. La derecha podría estar abriendo la puerta a lo desconocido. Hay que unirse en las calles para pararles la mano a todos los gorilas que hay en el mundo y relanzar la perspectiva de la revolución socialista en el siglo XXI.

[1] El antecedente de mayor peso de un partido alternativo a los de las grandes finanzas es el Partido Socialista de las primeras décadas del siglo XX, cuya máxima figura fue el legendario dirigente obrero Eugene Debs que corrió por la presidencia del país por 4 veces consecutivas llegando a alcanzar el 6% de los votos en 1920.

[2] Esto sobre todo del interior del país. Todos los analistas destacan como quedó partido el voto tambien en este sentido: el mundo rural votó masivamente por Trump y el urbano por Clinton.

[3] Señalemos de paso que muchos analistas señalan que nunca se tomó demasiado en serio a Trump hasta que ya era tarde. Incluso los compañeros del Socialist Worker señalan que cuando Trump se presentó por primera vez en política, lo hizo más bien para buscar relevancia en el mundo periodístico que otra cosa.

[4] Agreguémosle a estos los problemas de política internacional que podrían plantearse. Obama fue en los últimos años el “rostro humano” del neoliberalismo y la globalización, lo que le permitió a EE.UU. recuperar en algo el aura perdida. Pero ahora resulta que el “legado” de este podría quedar cuestionado. A Trump se la ha escuchado criticar los acuerdos con Irán así como con Cuba. Por lo demás, la mayoría propia Republicana en ambas cámaras podría llevar para atrás otros acuerdos internacionales.

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