José Luis Rojo


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“Dada la enorme percepción negativa de Trump en América Latina, sería muy imprudente desde un punto de vista político, que un presidente de la región busque un acercamiento” (La Nación, 19/12/16).

 

La imagen de tranquilidad con la que se transitarán los últimos días del año podría llevar a engaño a más de uno. El final del 2016 no será con saqueos, ni se vivirán en medio de una crisis social generalizada. El país está en recesión y los precios no paran de aumentar. Pero no se está viviendo un hundimiento económico como en otras oportunidades, esto independientemente que el nivel de vida ha descendido a ojos vista durante los últimos doce meses.

En este contexto, el grueso de la población trabajadora está procesando –todavía lentamente- su experiencia con Macri. Por lo demás, la flor y nata del empresariado mantiene a rajatabla su apoyo al macrismo, y la CGT aparece más preocupada por la gobernabilidad que por los intereses de la clase obrera, todos factores que han posibilitado que Cambiemos llegue a finales del año con la coyuntura controlada.

El argumento de este editorial es, sin embargo, que la calma de finales del 2016 no es el espejo en el cual podrá mirarse un 2017, que se adelanta movido. En este editorial nos dedicaremos a desarrollar algunas razones para este pronóstico.

 

Dar por un lado lo que se saca por el otro

 

La palabra que más se repitió en la renegociación del Impuesto a las Ganancias fue “gobernabilidad”. Luego de que todos los actores reconocieran la “torpeza” del gobierno al presentar sin necesidad en sesiones extraordinarias (donde se tratan exclusivamente los proyectos oficialistas) una ley de Ganancias que no iba a contar con apoyo en las Cámaras, al cierre de esta edición se está votando finalmente un proyecto consensuado.

El gobierno pagó con una derrota en Diputados la torpeza de este paso en falso; lo salvó el hecho que posteriormente saliera en masa el empresariado a respaldarlo: hubo pánico que se terminara aprobando una ley que, a pesar de sus límites (no eliminaba el impuesto al trabajo), fuera en sentido contrario del ajuste que toda la patronal le está pidiendo profundizar a Macri.

Ser “generosos” en materia del mínimo no imponible, habilitar el cobro de nuevos impuestos recientemente derogados, hubiera constituido una pésima señal en un sentido opuesto al nuevo ajuste que deberá implementar, más temprano que tarde, el gobierno (sobre todo cuando el contexto internacional parece deteriorarse de manera acelerada).

De ahí que, rápidamente, hayan comenzado a actuar los “mecanismos institucionales” haciendo “control de daños” y buscando abrir una negociación que diera por tierra el proyecto originado en Diputados, reemplazándolo por uno mucho más moderado en Senadores.

La primera ficha la movió Pichetto (presidente del bloque del Frente para la Victoria en la Cámara alta) dándole al gobierno una semana para arreglar el desaguisado. Conseguido este tiempo suplementario, el gobierno giró sobre sus pasos y fue a golpear la puerta a donde tendría que haber ido desde el comienzo: la CGT.

Quizás a algunos les haya parecido sorprendente que la CGT no dijera esta boca es mía cuando el tratamiento del proyecto opositor en Diputados (que si bien no eliminaba este impuesto, subía de manera considerable el piso para comenzar a pagarlo).

Pero no, no dijo una palabra; y esto por razones bien fundadas: la CGT temió que el gobierno vetara la posible ley, lo que hubiera dejado en evidencia su rol traidor a lo largo de todo el año, porque, veto y todo, de ninguna manera estaba dispuesta a convocar a una medida de fuerza en la agonía del año.

Pues bien: la renegociación con la CGT no tuvo contratiempo alguno. La Confederación del Transporte (encabezada por uno de los miembros de la troika que conducen la central, Schmidt), realizó una medida de fuerza en la mañana del lunes 19; una medida contundente pero limitada en su duración que, en el fondo, fue sólo para posar de combativos porque se esperaba que el gobierno permitiera que las horas extras en el transporte estuvieran exentas de pagar Ganancias.

Acordado un nuevo proyecto de ley con la CGT (y con la mayoría de los senadores del PJ), estuvo también esa bochornosa reunión a puertas cerradas en la casa de Massa –sushi mediante, escandalosamente borrado de la foto que extraoficialmente se hizo circular- donde hubo “fumata blanca” alrededor de lo acordado con los líderes cegetistas.

Ocurre que a Massa, luego de votar con los K el proyecto opositor, le agarró vértigo exactamente por el costado que le marcó Macri: su débil credibilidad frente “a los que mandan” (los empresarios), credibilidad que se construye haciendo años de buena letra con la patronal y no con avivadas electoralistas…

El proyecto que se acordó, finalmente, sólo le costará al gobierno unos 300 millones de dólares más que el original (una cifra exigua). Es verdad que sube en algo los pisos respecto del proyecto enviado inicialmente, sobre todo en el caso de los casados con dos hijos. Pero lo que Macri “concede” por un lado, lo quita por el toro: para contrapesar la suba del mínimo no imponible se volvieron a aumentar las escalas (el porcentaje de impuesto que se pagará sobre el excedente sobre los mínimos), con lo cual la ecuación económica quedará exactamente en el mismo lugar (ver nota en esta misma edición).

La moraleja del caso es que la patronal no quiere, bajo ningún concepto, que el gobierno se desestabilice. Ha pasado sólo un año de mandato y sigue unificada en sostenerlo, lo que se entiende cuando se comprende que el de Macri es un gobierno directo de los negocios.

 

No será un año puramente electoral

 

Esto nos lleva a las previsiones para el año que comienza. Como señalamos al comienzo de este editorial, la calma que se observa en este final del 2016 no será el rasgo que domine el año que viene.

Las amenazas vendrán desde varios frentes. Primero, los elementos de imprevisibilidad global que vendrán con la asunción de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos (asunción que ocurrirá el 20 de enero). Sectores del gobierno macrista (Malcorra a la cabeza) manifestaron por lo bajo que, quizás, Trump vaya a hacer la “gran Menem”: declaraciones de campaña para un lado, y medidas de gobierno para el otro…

Pero ni el mundo de hoy es el de comienzos de los años 90 –pleno apogeo del neoliberalismo en el que se apoyó Menem-, ni las consecuencias de las acciones de un presidente yanqui se pueden siquiera comparar con las de un país prácticamente insignificante (desde el punto de vista internacional) como el nuestro: “El triunfo electoral de Trump es significativo también porque forma parte de una tendencia global hacia el ultranacionalismo, el proteccionismo y el rechazo al orden liberal occidental vigente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial” (La Nación, 19/12/16).

Existe también consenso mayoritario en que Trump no traerá beneficios para Latinoamérica: el dólar se va a fortalecer (¡multiplicando las presiones para una nueva devaluación del peso!), las tasas de interés van a aumentar en el norte del mundo dificultando el acceso al crédito internacional, a lo que se pueda desde ya sumar la eventual dificultad para acceder a sus mercados.

Trump plantea problemas políticos, geopolíticos y económicos muy difíciles de anticipar; problemas globales en un mundo que, para colmo, está convulsionándose cada vez más.

Pero al “efecto Trump” se le viene a sumar la mediocridad general de la economía mundial, incluyendo en esto la desaceleración del crecimiento chino y, por añadidura, algo de impacto directo en nuestro país: la crisis económica y política en Brasil.

Se habla, por ejemplo, que el mercado automotriz brasilero podría reactivarse recién a finales del 2017, y eso si la situación política se estabiliza. Temer cuenta con una popularidad bajísima; para colmo, está siendo golpeado -cada vez más cerca- por acusaciones de corrupción.

Sin embargo, todavía es difícil dar un pronóstico certero sobre su continuidad (se llegó a hablar estos días de que podría renunciar, algo que no parece lo más probable); esto debido a que de todos modos su “blindaje” parlamentario es mayor que el del presidente argentino: de momento goza de mayoría en ambas Cámaras.

Por otra parte, las relaciones de fuerzas en Brasil para los de abajo, son claramente adversas: Brasil está inmerso –realmente- en una coyuntura reaccionaria. Esto es lo que le ha permitido a Temer aprobar un congelamiento del gasto estatal por 20 años y estar preparando ahora una ofensiva para el 2017 alrededor de contrarreformas jubilatorias y laborales.

Insistimos: es evidente que la situación política en Brasil es abiertamente reaccionaria, cosa que por ahora no se ha concretado en la Argentina: de ahí que Temer reprima duro y parejo. Algún día Macri deberá desafiar las relaciones de fuerzas si es que quiere llevar adelante, de manera consecuente, sus planes de ajuste y racionalización económica; y se verá cuál es el resultado de ese combate, algo que está abierto.

La elección de la “línea del medio” entre el “populismo K” y el ajuste neoliberal ortodoxo significa, por ahora, una serie de concesiones a esas relaciones de fuerzas; concesiones que han tenido como consecuencia económica la supervivencia de un elevado déficit fiscal que, para ser financiado en el 2017, requerirá tomar deuda por otros 25 a 30.000 millones de dólares.

El interrogante que aún no tiene respuesta es si Macri gozará de ese margen de maniobras; si podrá conseguir esa cantidad de crédito internacional sin caer, a corto plazo, en una nueva crisis de la deuda externa como otras que se vivieron en el país en las décadas anteriores.

Si de la economía pasamos a la situación social, el nivel de conflictividad es aún bajo. Uno, porque todavía no les cae la ficha a los trabajadores sobre el verdadero carácter del gobierno de Macri, lo que se expresa en que conserve todavía un importante nivel de popularidad (algo en torno al 50%).

Sin embargo, esa popularidad se ha ido lentamente deteriorando y lo seguirá haciendo en la medida que el salario siga cayendo (este año ya cayó el 5%), que los despidos aumenten y la pobreza se mantenga en los niveles altísimos en los que está (32% de la población); cuestiones que se esperaba pudieran moderarse en el 2017 con la caída de la inflación y la recuperación económica, supuestos ambos que no están asegurados.

 

Construyendo la Izquierda al Frente por el socialismo

 

De deteriorarse la situación económica, lo hará la social. Una cosa es “perdonar” a un gobierno en su primer año de gestión, otra muy distinta es cuando ya comienza su segundo año de mandato: a la población le empezarán a caer las fichas inevitablemente. En esas condiciones: ¿hasta cuándo podrá evitar la CGT convocar a un paro general?

El 2017 podría presentarse como un año no puramente electoral (al menos, no en sus comienzos), lo que puede ayudar a agigantar las contradicciones verificándose un desarrollo mayor de las luchas que en 2016. Pero incluso entre los sectores políticos patronales, las cosas quizás no sean iguales a los últimos doce meses: acordar con el gobierno en un año no electoral es una cosa, otra muy distinta es cuando se acerca el momento de la votación.

La combinación de todos estos elementos anticipa un 2017 movido. Aquí es donde se coloca, precisamente, la importancia enorme del lanzamiento de la Izquierda al Frente por el socialismo, que viene de realizar una hermosa columna el 20/12.

No fue casual que su lanzamiento haya ocurrido en el 15° aniversario del Argentinazo; fue coherente con su declaración política y programa. Se trata de un frente electoral con el cual habrá que ir haciendo, paso a paso, la experiencia, y que deberá validarse en las elecciones.

Sin embargo, eso no quiere decir que no pueda ensayar ir más lejos: sacar declaraciones políticas comunes, participar de manera conjunta en movilizaciones, incluso explorar si hay acuerdos en las luchas; todas cuestiones que no se pueden saber por anticipado: la experiencia lo dirá.

Que la primera presentación del nuevo frente haya sido en el aniversario del Argentinazo, tiene un enorme valor. Se trató de una presentación exitosa realizando una columna militante del frente que entró con muchísima fuerza a la Plaza de Mayo (de igual forma se expresó en Córdoba, Neuquén y otras provincias).

Las tareas que nos esperan en el 2017 son inmensas. Un año en el que habrá que jugarse entero en las elecciones para capitalizar una parte de la crisis de representación que se vive en amplios sectores desde la Izquierda al Frente por el socialismo, pero que también nos planteará intervenir en las luchas; luchas que si son de magnitud plantearán, precisamente, realizar la campaña electoral desde el terreno mismo de dichas peleas, lugar privilegiado donde deberemos construir las principales candidaturas del frente.

Y un desafío, también, para dar un salto cualitativo en la construcción de nuestro partido; salto que ya venimos realizando pero que con el lanzamiento del nuevo frente nos coloca sobre un terreno completamente diferente. Como definiéramos en nuestro último Congreso partidario, una plataforma para jugarnos a transformar nuestro partido en uno de los partidos más fuertes de la izquierda argentina.

¡Vamos con todo a concretar estos objetivos en el 2017!

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