Por León Trotsky
Publicado en Novy Mir, Nueva York, 20 de enero de 1917.
Los aniversarios revolucionarios no son sólo días para conmemorar, son días para sacar lecciones de las experiencias revolucionarias. Especialmente para nosotros, los rusos. Nuestra historia es pobre. Nuestra llamada «originalidad nacional» está compuesta en gran parte de pobreza, grosería, incapacidad y atraso. Fue la Revolución de 1905 la que abrió primero ante nosotros la gran autopista del progreso político. El 9 de enero, el obrero de Petersburgo golpeó el portón del Palacio de Invierno.
El 9 de enero todo el pueblo ruso golpeó el portón de la historia. El conserje real no respondió al golpe. Nueve meses después, sin embargo, el 17 de octubre, se vio obligado a abrir el pesado portón del absolutismo. No importaron todos los esfuerzos de la burocracia, una pequeña rendija quedó abierta para siempre. La revolución fue derrotada. Ahora la dirigen las mismas viejas fuerzas y casi las mismas figuras que gobernaban Rusia doce años atrás.
Pero, sin lugar a dudas, la revolución ha cambiado a Rusia. El reino del estancamiento, la servidumbre, el vodka y la humildad se ha convertido en el reino de la fermentación, el criticismo, la lucha. Donde una vez había una masa amorfa -el pueblo impersonal amorfo, la «Santa Rusia»- ahora, las clases sociales se oponen conscientemente unas a otras, surgieron partidos políticos, cada uno con su programa y métodos de lucha. El 9 de enero abre una nueva historia rusa. Es una línea marcada por la sangre del pueblo. No hay vuelta atrás en esta línea a la Rusia asiática, a las malditas prácticas de las generaciones anteriores. No hay vuelta atrás. No la habrá nunca. No fue la burguesía liberal, ni los grupos democráticos de la baja burguesía, ni los intelectuales radicales, ni los millones de campesinos rusos, sino el proletariado ruso el que ha comenzado con su lucha la nueva era en la historia rusa. Esto es elemental. Sobre esta base, nosotros los socialdemócratas hemos construido nuestras concepciones y nuestras tácticas.
El 9 de enero, fue el cura Gapón (figura fantástica, combinación de aventurero, entusiasta histérico e impostor) quien estuvo a la cabeza de los obreros de Petersburgo. Su sotana de cura fue la última ligazón que conectó entonces a los obreros con el pasado, con la «Santa Rusia». Nueve meses después, en el curso de la huelga de octubre -la mayor huelga política que haya visto la historia-, estaba a la cabeza de los obreros de Petersburgo la organización de autogobierno que ellos mismos habían elegido: el soviet de diputados obreros. Contenía a muchos de los obreros que habían estado entre la gente de Gapón. Nueve meses de revolución habían hecho crecer a esos hombres como hicieron crecer a toda la clase obrera que el soviet representaba.
En el primer período de la revolución, las actividades del proletariado eran vistas con simpatía inclusive eran apoyadas por la sociedad liberal. Los Miliukov esperaban que el proletariado golpearía al absolutismo y lo harían inclinarse a un compromiso con la burguesía. Sin embargo, el absolutismo, que durante siglos fue el único amo del pueblo, no tenía deseos de compartir su poder con los partidos liberales. En octubre de 1905, la burguesía aprendió que no podía obtener el poder antes de que se rompiera la columna vertebral del zarismo. Esta bendita cuestión podría ser lograda, evidentemente, sólo por una revolución victoriosa. Pero la revolución puso a la clase obrera en el primer plano, la unió y solidificó no sólo en su lucha contra el zarismo, sino en su lucha contra el capital. El resultado fue que cada nuevo paso revolucionario del proletariado en octubre, noviembre y diciembre (el tiempo del soviet), movió a los liberales cada vez más en la dirección de la monarquía. Las esperanzas de cooperación revolucionaria entre la burguesía y el proletariado se convirtieron en una utopía sin esperanza. Aquellos que no lo vieron entonces y no lo comprendieron después, aquellos que todavía sueñan con un levantamiento «nacional» contra el zarismo, no entienden la revolución. Para ellos la lucha de clases es un libro cerrado.
A fines de 1905, la cuestión se hizo aguda. La monarquía había aprendido a través de la experiencia que la burguesía no apoyaría al proletariado en la batalla decisiva. La monarquía decidió entonces moverse contra el proletariado con todas sus fuerzas. Los días sangrientos de diciembre se sucedieron. El consejo de diputados obreros fue arrestado por el Regimiento Ismailovski que permanecía leal al zarismo. La respuesta del proletariado fue inmediata: la huelga en Petersburgo, la insurrección en Moscú, los tormentosos movimientos revolucionarios en todos los centros industriales, la insurrección del Cáucaso y las provincias letonas.
El movimiento revolucionario fue aplastado. Muchos pobres «socialistas», rápidamente, sacaron la conclusión de nuestras derrotas de diciembre que una revolución en Rusia era imposible sin el apoyo de la burguesía. Si esto fuese verdad, sólo significaría que una revolución en Rusia es imposible.
Nuestra alta burguesía industrial, la única clase que posee poder real, está separada del proletariado por una barrera insuperable de odio de clase, y necesita de la monarquía como pilar del orden. Los Guchkov, Krestovnikov y Ryabuchinski no pueden dejar de ver en el proletariado su enemigo mortal.
Nuestra burguesía industrial y comercial media y baja ocupa un lugar insignificante en la vida económica del país, y está enredada en la red del capital. Los Miliukov, dirigentes de las clases medias bajas, tienen éxito en la medida que representan los intereses de la alta burguesía. Esta es la razón por la que el líder cadete [4] llamó al estandarte revolucionario un «trapo rojo»; es por ello que declaró, después del comienzo de la guerra, que si era necesaria una revolución para asegurar la victoria sobre Alemania, preferiría que no hubiera victoria alguna.
Nuestro campesinado ocupa un inmenso lugar en la vida rusa. En 1905, fue conmovido hasta sus raíces más profundas. Los campesinos echaban a sus señores, prendían fuego a las haciendas, tomaban la tierra de los terratenientes. Sí, la maldición del campesinado es que está desperdigado, desunido, retrasado. Es más, los intereses de los distintos grupos campesinos no coinciden. Los campesinos se levantaron y lucharon con fiereza contra sus esclavistas locales, sin embargo se detuvieron con reverencia ante el esclavista de toda Rusia. Los hijos de los campesinos en el ejército no entendieron que los obreros estaban derramando su sangre no sólo por ellos, sino también por los campesinos. El ejército fue una obediente herramienta en manos del zarismo. Aplastó la revolución obrera en diciembre de 1905.
Quien reflexione sobre las experiencias de 1905, quien dibuje una línea desde aquel año hasta el presente, comprende hasta qué punto los deseos de nuestros socialpatriotas, de cooperación revolucionaria entre el proletariado y la burguesía liberal, son totalmente quiméricos y lamentables.
Durante los últimos doce años el gran capital realizó grandes conquistas en Rusia. La mediana y baja burguesía se ha hecho aún más dependiente de los bancos y trusts. La clase obrera -que creció en número desde 1905-, ahora está separada de la burguesía por un abismo más profundo. Si la revolución «nacional» fue un fracaso doce años atrás, hay aún menos esperanzas que ella estalle en el presente. Es verdad que en los últimos años el nivel cultural y político del campesinado ha aumentado. Sin embargo, son menos fundadas las esperanzas en el rol revolucionario del campesinado que hace doce años.
El único aliado real del proletariado urbano es el estrato del proletariado y semiproletariado de la aldea.
Pero un escéptico puede preguntar, «¿hay alguna esperanza en una revolución victoriosa en Rusia en estas circunstancias?»
Es una pregunta particular. Desde las columnas de Novy Mir nos esforzamos por demostrar que las esperanzas existen y tienen bases sólidas. Pero algo está claro: si llega una revolución, no será el resultado de la cooperación entre el capital y el trabajo. La experiencia de 1905 muestra que ésta es una miserable utopía. Familiarizarse con esas experiencias, estudiarlas, es el deber de cada obrero pensante que esté ansioso por evitar los trágicos errores. Es en este sentido que hemos dicho que los aniversarios revolucionarios no sólo son días para conmemorar, sino días para sacar lecciones de las experiencias revolucionarias.