Compartir el post "Corea del Sur: Sigue la pelea del movimiento obrero y la movilización popular"
La península de Corea, dividida en dos Estados, el del Norte y el del Sur, viene últimamente ocupando un lugar de importancia en las noticias internacionales.
Por razones obvias de propaganda política, la prensa occidental suele dar más “volumen” a las barbaridades de la monarquía absoluta de la familia Kim, que impera en Corea del Norte, hoy encarnada en la excéntrica persona de Kim Jong-un.[1] Su última hazaña fue el envenenamiento el mes pasado de su hermanastro Kim Jong-nam, potencial pretendiente al trono que prudentemente se había exiliado… pero que podía regresar para reclamarlo bajo el patrocinio de China.
El desenlace de este conflicto –propio de una lucha dinástica en tiempos de los Borgia– ocurrió en el aeropuerto de Kuala Lampur, capital de Malasia, y quedó así filmado desde todos los ángulos. Dos jovencitas rociaron al hermano-rival con un perfume que no era Chanel Nº 5, sino un tóxico que acabó con él en minutos.
Desde entonces, casi no hay día en que la CNN, Euronews, la BBC & Co no repitan las filmaciones, presentando el episodio como algo “natural” de regímenes que califican mentirosamente de “comunistas” y/o “socialistas”… Pero ya sabemos que semejantes falsificaciones son tarea habitual de ese periodismo.
Estallido político-social en el Sur y “suspensión” de la presidenta
Sin embargo, lo más importante que está sucediendo en la península coreana, no transcurre en el Norte, bajo la autocracia de la familia Kim, sino en el Sur, en la llamada “República de Corea”.
Allí, en el supuesto “mundo feliz” de uno de los principales capitalismos de Asia y del mundo, viene desarrollándose desde el año pasado una combinación de crisis política y masivas protestas populares en las que intervienen importantes sectores organizados del movimiento obrero. Esto podría terminar derribando a la presidenta Park Geun-Hye, que ya ha sido suspendida en sus funciones.
Para ubicarnos en esta rebelión que se prolonga con altibajos desde el año pasado, hay que comenzar mirando hacia atrás.
Recordemos, primero, que la península de Corea sufrió uno de los conflictos más atroces posteriores a la Segunda Guerra Mundial (1939-45). Fue durante la llamada “Guerra Fría”, de Estados Unidos y sus aliados “occidentales” versus la Unión Soviética y luego China, donde en 1949 las guerrillas campesinas del PCCh habían triunfado en la guerra civil y ocupado todo su territorio menos la isla de Taiwán.
La península de Corea (que desde 1905/10 había sido colonia de Japón), había sido dividida en dos al finalizar la Segunda Guerra Mundial.
En el Norte, ocupado por las tropas de Moscú, bajo el nombre de “República Popular Democrática de Corea” se inició la dinastía de los Kim, con el gobierno de Kim il-sung, abuelo del actual dictador Kim Jong-un y de su envenenado hermanastro.
En el Sur, ocupado por tropas de EEUU, no les fue mucho mejor a los coreanos. Con un nombre más breve – República de Corea–, fue impuesta por Washington otra dictadura, la de su antiguo agente coreano Syngman Rhee.
En medio de las tensiones de la “Guerra Fría”, en 1950 estalló un conflicto entre las dos Coreas, que duró hasta 1953. El imperialismo yanqui y la burocracia soviética se hacían la guerra por intermedio de los desdichados coreanos del norte y del sur. Este conflicto –en el que luego intervino China en apoyo a Corea del Norte, y EEUU y decenas de otros Estados de Occidente sosteniendo a Corea del Sur– fue, en proporción, una de las guerras más sangrientas de la historia. Las cifras son discutidas, pero aproximadamente se calcula entre los dos bandos unos 2.500.000 soldados muertos, heridos o mutilados, y una cifra igual de civiles, además de otros 7 millones que perdieron sus hogares y/o se convirtieron en refugiados.
Por último, un “detalle” geopolítico de gran importancia: esta guerra “técnicamente” aún no ha terminado. En 1953, sólo se firmó un “armisticio”, estableciendo una frontera provisoria aproximadamente en el paralelo 38º. En décadas de “negociaciones”, nunca se logró acordar la paz y ambos Estados reivindican su soberanía sobre toda la península. Es que la situación de guerra (eterna) es muy conveniente para ambas partes. Proporciona un fenomenal justificativo, tanto a la dinastía de los Kim en el Norte como a EEUU y los gobiernos del Sur, para legitimarse y “disciplinar” a las masas de sus respectivos territorios. Cada tanto, para atizar el fuego, en el Norte, el Kim de turno dispara un misil o detona una bomba atómica. Y, en el Sur, EEUU realiza maniobras conjuntas no menos provocativas con las fuerzas armadas surcoreanas, ensayando una invasión del Norte.
No hay que olvidar que es bajo estas fenomenales presiones (y chantajes) que en el Sur, el año pasado, se inició y continúa la rebelión contra la presidenta Park.
Mi papá, el Gran Dictador
Políticamente, la presidenta Park Geun-hye no nació de un repollo. Es hija del más importante dictador de la historia de Corea del Sur, el general Park Chung-hee. Después de encabezar un golpe de Estado militar, Park Chung-hee gobernó con mano de hierro durante casi dos décadas. Pero en 1979 fue asesinado por el director de su propia Agencia Nacional de Inteligencia, en medio de una disputa en las alturas de la dictadura militar, que había entrado en crisis por el descontento generalizado y el estallido de protestas populares.
Durante la dictadura del general Park, Corea del Sur experimentó una transformación económico-social muy importante. El imperialismo yanqui, el Gran Hermano que ponía y sacaba gobiernos allí y en otros países de la región, impulsó una transformación de enormes consecuencias geopolítica en el Asia-Pacífico: la industrialización de Corea del Sur y de la isla de Taiwán. Eran medidas para hacer frente al “comunismo” en la región. Concretamente a China (en primer lugar) y también a la Unión Soviética.
A velocidad supersónica, bajo la dictadura de Park Chung-hee y con el patrocinio y financiamiento de EEUU, se crearon los “chaebols”, el puñado de corporaciones monopólicas –encabezados por Samsung y la automotriz Hyundai–, que industrializaron Corea del Sur. Al mismo tiempo, fue un gran negocio. La explotación de una mano de obra incomparablemente más barata que la de EEUU o Europa occidental, garantizó ganancias colosales. Corea del Sur y Taiwán marcarían así el camino que luego seguiría China (supuestamente) “comunista”… claro que a una escala que las superó de lejos, convirtiendo a Pekín en rival mundial de EEUU.
El fracaso de la heredera
Pero los tiempos ya no son los mismos, aunque Corea del Sur no está de ninguna manera en bancarrota. Su industria sigue técnicamente a la vanguardia en el mercado mundial. Por ejemplo, está aún más robotizada que la de Japón. Pero todo eso no ha significado mayores beneficios para los trabajadores y las masas populares.
Además, arrastra casi desde siempre factores de descontento y crisis política. Entre ellos, la tradicional y fenomenal corrupción del aparato de Estado, un mal que hoy no es exclusivamente coreano ni tampoco del Asia-Pacífico.
Además, el asesinato del Gran Dictador Park Chung-hee en 1979, no implicó inmediatamente el establecimiento en Corea del Sur de un régimen democrático-burgués “normal”. Las primeras elecciones medianamente democráticas, con varios candidatos, tuvieron lugar recién en 1987, después de fuertes movimientos de protesta que hicieron imposible continuar con regímenes dictatoriales.
Pero esa transformación política “democrática” no fue profunda, ni implicó cambios sociales que beneficiaran a las masas trabajadoras y populares. Tampoco corrigió la corrupción tradicional del aparto de Estado y sus “servidores”. Como de costumbre, se sucedieron los escándalos, que en un caso llevaron al suicidio de un ex presidente.
En ese contexto, ascendió, desde la derecha, la estrella política de Park Geun-hye, 1a hija del Gran Dictador.
Se presentó como una especie de “monja laica”, que no se había casado ni tenido otras relaciones; una persona absolutamente honesta, dedicada exclusivamente a la lucha por la grandeza y el bienestar de Corea. Al mismo tiempo, se reivindicaba como la Margaret Thatcher surcoreana, que iba a privatizar todo lo que tocase, comenzando por los servicios públicos, ferrocarriles, etc. También predicaba “línea dura” hacia Corea del Norte.
Finalmente, en 2013, Park Geun-hye llegó a la presidencia, en elecciones muy discutidas, por el escaso margen del 51% de los votos, y en medio de acusaciones de fraude.
A un año de asumir, su política de privatizaciones sufrió un duro y sangriento golpe. En abril de 2014 se produjo el naufragio del ferry Sewol en el que se ahogaron 295 personas. Esto destapó la administración desastrosa de la empresa privada concesionaria. En aras de la máxima ganancia, se sobrecargaban los barcos y no se tomaban medidas de seguridad.
El hundimiento del ferry fue también el comienzo del naufragio político de la Thatcher surcoreana. Pero lo peor estaba por venir.
En el 2016, ya muy desprestigiada, comenzaron a estallar escándalos en serie, que hundieron la farsa de la devota e inmaculada gobernante. Peleas internas en el círculo íntimo de la presidenta, levantaron el telón de una organización dedicada a lograr negociados millonarios con los “chaebols”.
Comenzó así una truculenta “telenovela” de revelaciones, entre ellas de algunos ex-gigolós de Choi Soon-sil, amiga íntima de la presidenta, bautizada por la prensa de escándalos como la “Rasputina”… recordando al místico y curandero ruso que servía a los últimos zares.
Pero este carnaval de la prensa amarilla es también una cortina de humo que oculta el proceso político de fondo, la salida a la calle de millones de coreanos, en manifestaciones como nunca se habían visto en Corea del Sur.
En ese proceso jugó un rol fundamental el movimiento obrero organizado. La primera movilización que superó el millón de personas en la calle, fue la que impulsó la KCTU (Korean Confederation of Trade Unions). Las columnas organizadas de trabajadores son un actor de primer orden en esta rebelión popular.
Pero ese papel fundamental en la movilización no está a la altura de su rol político. La gran tarea pendiente de la clase trabajadora y sus organizaciones es también la de ofrecer una alternativa política de clase, totalmente independiente de los partidos de la burguesía. Las direcciones sindicales impulsan movilizaciones multitudinarias que expresan la rabia y frustración generada por Park Geun-hy en las masas trabajadoras. Pero la alternativa política la dejan, por omisión, en manos de los políticos de la burguesía. Cambiar esto radicalmente es decisivo para evitar una nueva frustración.
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1.- En coreano, los apellidos se escriben primero.
Por Claudio Testa