El trabajo por la memoria de las nuevas generaciones militantes - Por José Luís Rojo
“Si, por nuestra concepción de la revolución socialista pasamos por experiencias tremendas y aterradoras. Pero ni la taiga, ni la tundra, ni nuestra vida difícil quebrantaron con su aliento helado nuestra voluntad de luchar hasta el final” (Samizdat, Voces anónimas de la oposición soviética).
Queremos dedicarnos aquí a uno de los puntos más heroicos de la tradición que reivindicamos: la experiencia de la Oposición de izquierda en la URSS. Una experiencia prácticamente desconocida entre las nuevas generaciones, que plantea una lucha por no perder la memoria histórica de los revolucionarios. Lucha que tiene el valor agregado de plantarse frente a tanto posmodernismo ambiente; incluso frente a las corrientes de la izquierda consagradas a formar a las nuevas generaciones en las artes más bajas del poroterismo.
El concepto de tradición partidaria
Establezcamos primero el concepto de tradición. El mismo remite a la vinculación de nuestra actividad con la de las generaciones precedentes. Las corrientes revolucionarias nos reivindicamos de las experiencias de lucha, batallas, sacrificios, desarrollos políticos y organizativos más altos de la clase obrera en sus dos siglos de historia. Desde las primeras luchas de los Ludistas (1815) y los Cartistas (1830) en Inglaterra, pasando por las experiencias de peleas semiindependientes de la clase obrera en las revoluciones de 1830 y 1848, la heroica experiencia de la Comuna de París (1871), la fundación de la I Internacional (1864), los Mártires de Chicago, el día de la mujer trabajadora, los primeros años de la II Internacional, hasta llegar a la Revolución Rusa (1917) y a la III Internacional en su época revolucionaria (1919-1923).
Todo esto entra en nuestra tradición, así como la heroica pelea de la Oposición de Izquierda, la fundación de la IV Internacional por parte de Trotsky (1938), la lucha de Rosa Luxemburgo y Karl Liebeneck durante la Revolución alemana, así como su trágico asesinato por los esbirros de la socialdemocracia en enero de 1919. A esto se puede agregar la larga lista de militantes trotskistas asesinados bajo el nazismo y el estalinismo durante la Segunda Guerra Mundial.
En síntesis: cuando hablamos de la tradición de los revolucionarios, se trata de los hilos de continuidad con las experiencias, enseñanzas y luchas de las generaciones anteriores, a las que reivindicamos como parte de una causa común, y que hace a la amplitud de miras que nunca debemos perder en nuestra actividad.
Las cárceles como último reducto de la democracia proletaria
Dentro de la tradición que reivindicamos nos interesa referirnos aquí a un momento de inmensa importancia: la heroica batalla que dio la Oposición de izquierda contra la burocratización del primer Estado Obrero en la historia.
Podemos establecer algunas de sus etapas. La batalla comienza a partir de la “Declaración de los 46” (1923) que es un documento firmado por importantes figuras del Partido Bolchevique que alertaba acerca de la acumulación de graves problemas en materia de democracia partidaria, así como referidas al curso general del país. Andando el camino se producen las primeras campañas contra León Trotsky y el “trotskismo” sustanciadas por la “Troika” formada por Stalin, Kamenev y Zinoviev, trío que lanza un brutal ataque contra este último denunciando el supuesto carácter “antileninista” de la teoría de la revolución permanente, campaña contra la cual Trotsky les responde inmediatamente con obras como Lecciones de Octubre (1924).
Entre 1926 y 1927 se produce la experiencia de la “Oposición Unificada”, esto a partir de la ruptura de Zinoviev y Kamenev con Stalin, y la unificación de los dos primeros con Trotsky. Stalin se alía en ese momento con Bujarin, rompiendo con él en oportunidad de su giro “izquierdista” en 1929; Bujarin formará a partir de allí la llamada Oposición de derecha. Cuando la expulsión de esta oposición unificada del partido a finales de 1927 (en medio de un congreso partidario), Zinoviev y Kamenev capitulan inmediatamente y la Oposición de izquierda adquiere su fisonomía definitiva.
A comienzos de 1929 Trotsky es expulsado definitivamente de la URSS. Pero a mediados de ese año vendrá el gran acontecimiento bisagra en la vida de los bolcheviques leninistas. En un giro aparentemente a “izquierda” de Stalin hacia la industrialización acelerada del país y la colectivización forzosa de la producción agraria, se desata la más dramática crisis en el seno de la oposición izquierdista en su historia.
Una fracción encabezada por Preobrajensky, Smilga y Radek (eminentes dirigentes de la oposición izquierdista junto con Trotsky) hace un llamado a la capitulación bajo la justificación que este giro significaba que Stalin había pasado a “aplicar el programa de la Oposición de izquierda”…
En medio de esta crisis la Oposición de izquierda se derrumba numéricamente: de 8000 miembros cae hasta 1000 integrantes en medio de una gran desmoralización. Se trataba de una verdadera crisis existencial que puso en cuestión la razón de ser de la misma como tendencia revolucionaria; en seguida nos dedicaremos a este debate.
Mientras tanto señalemos que pasado este momento de aguda crisis, los bolcheviques leninistas recuperarían sus filas hasta alcanzar 4000 militantes a comienzos de los años 30 y el núcleo revolucionario de la misma se mantendría firme todo a lo largo de la década hasta su destrucción física final.
Para que se tenga idea de dónde se reclutaba la Oposición de izquierda a comienzos de los años 30, señalemos que era una “organización de vanguardia” que se nutría, principalmente, en el destierro dentro de la propia URSS. Una organización que actuaba en la clandestinidad, con muy poca o nula actividad “pública”, pero que animaba verdaderas “universidades populares” de debate y discusión bajo las durísimas condiciones de detención: ¡la última expresión de “democracia obrera” bajo la burocratización de la URSS!
La Oposición de Izquierda no era el único núcleo oposicionista de izquierda, pero sí el mejor organizado y el más coherente políticamente de todas las tendencias que se encontraban a izquierda de Stalin. Otras corrientes animaban este “espacio” como los Decistas (viejo grupo fundado en 1919), así como un amplio “arco iris”de matices y grupos izquierdistas (y ultraizquierdistas).
Las cárceles estaban pobladas también por integrantes de la Oposición de derecha bujarinista, restos del menchevismo, de los socialistas revolucionarios y otros grupos reformistas que habían militado en la trinchera opuesta a la Revolución de octubre y apoyado el gobierno provisional de Kerensky.
La crítica del objetivismo
“El marxismo positivista de la Segunda y Tercera Internacional que consideraba el socialismo como una batalla ganada de antemano ineluctablemente inscrita en el ‘progreso de la historia’ y científicamente asegurada por la fuerza de sus ‘leyes’, ha sido desmentida radicalmente en el siglo XX” (“La memoria de Auschwitz y del comunismo. El ‘uso público’ de la historia”. Enzo Traverso)
Refirámonos ahora a los argumentos del debate dentro de la Oposición de izquierda en 1929. El mismo remite a una temática a la que ya nos hemos dedicado en otras ocasiones: la relación entre el “qué” de las tareas que se deben llevar adelante para la revolución y el socialismo, el “quién” del sujeto que las lleva a cabo y el “cómo” (es decir, de los métodos) con que las mismas son aplicadas.
Desde el exilio en Alma Ata Trotsky señala que no se trataba solamente de qué medidas estaba tomando Stalin, sino cómo las llevaría a cabo y quien realizaría las mismas: si es el aparato burocrático, o si es la clase obrera y el partido bajo un régimen de democracia obrera reestablecido. Christian Rakovsky, principal dirigente de la Oposición de Izquierda dentro del país, va incluso más lejos señalando que no se estaba frente a un giro a la izquierda de algún tipo, sino frente a un conjunto de medidas que en ausencia de la clase obrera (de la democracia en el seno del partido), vendrían a reforzar los puntos de apoyo de la burocracia.
El debate se sustanció contra las posiciones capituladoras de Preobrajensky. Apoyado, este, en una lectura objetivista de los acontecimientos, creyó ver en Stalin la “confirmación” de sus tesis económicas. La supuesta “ley del plan” identificada por él en 1926 tendría su propia “lógica objetiva”: una lógica independiente de quien dirigiera la planificación como tal; la clase o la burocracia, lo mismo daba. Esta supuesta “ley económica” habría “obligado” a Stalin a operar el giro a la izquierda. Un giro que al colectivizar el campo y dar paso a la industrialización del país debería resultar en un “fortalecimiento” de las posiciones del proletariado: “(…) la teoría según la cual la industrialización y la colectivización tendrían como consecuencia –automática– reforzar el ‘núcleo proletario’ del partido, comprometiendo definitivamente, más temprano que tarde, a este último, en la vía de la reforma (Broue)[1].
Como ya señalamos, Rakovsky se ubicó en el campo opuesto a Preobrajensky. Lo hizo con un enfoque alternativo al economicismo que caracterizaba al sector capitulador. Le espetó a Preobajensky que había perdido de vista que Marx había criticado los enfoques que veían a la historia como “haciéndose sola”; una historia con H mayúscula que fuera a realizar sus designios ineluctablemente por fuera de las luchas sociales y políticas vivas. Rakovsky insistía que en ausencia del reestablecimiento de la democracia partidaria, las medidas que estaba tomando Stalin no podían significar el retorno de la URSS a la vía revolucionaria: “La única manera justa de abordar el problema es desde el punto de vista político: no se trata de hacer una filosofía de la historia (…) Lenin ya había señalado que para hacer una apreciación global era necesario tener una actitud política, porque la política no es otra cosa que la economía y el Estado concentrados”[2].
Una nueva generación toma relevo
Luego de este debate la Oposición de izquierda se consolidó; no volvió a tener una “crisis existencial” de esta magnitud. Fuera de la URSS la labor de Trotsky fue dando resultados y la IV Internacional fue poniéndose en pié fundándose en 1938; la continuidad del marxismo revolucionario había quedado garantizada.
Pero la situación concreta de la oposición en la URSS fue deteriorándose cada vez más. El cerco de Stalin sobre los “trotskistas” se hizo cada vez más estrecho, acorralando uno a uno a sus principales dirigentes. La asunción de Hitler en Alemania marcó el giro final a la capitulación para Rakovsky y otros oposicionistas famosos como el publicista Sosnovsky. Trotsky dijo: “Stalin cazó a Rakovsky con la ayuda de Hitler”. Y fue así. Luego de su heroica resistencia con una salud quebrantada (desterrado a lugares con hasta 50 grados bajo cero), de un intento fallido de evasión y en medio del aislamiento más completo, terminó capitulando bajo el argumento que la ascensión de Hitler planteaba un terreno completamente nuevo “dejando de lado los desacuerdos anteriores”…
Sin embargo, en los campos de detención había nacido una nueva generación oposicionista de izquierda; una nueva camada obrera y estudiantil que a golpe de huelgas de hambre y todo tipo de métodos heroicos de resistencia, le plantó cara a la burocracia asesina. Nombres como los de Fiodor N. Dingeltedt, Solntsev, Boris Eltsin, Pevzner, Man Nevelson, Sermuks, Pankratov, Iakovin, Mussia Magid, Maria M. Joffé, los hermanos Tsintsadze y muchos otros son algunos de los que formaron parte de esta nueva camada.
El avanzado grado de burocratización de la URSS entrados los años 30 trajo todo tipo discusiones: acerca del carácter de la URSS, de su defensa incondicional, los problemas de la democracia socialista, la problemática del partido. Serge lo reflejaba al llegar a occidente luego de ser liberado en 1936 de las garras de Stalin: “Somos muy pocos en este momento: algunos centenares, en torno a quinientos (…) Entre nosotros, no hay gran unidad de puntos de vista. Eltsin decía ‘Es la GPU la que fomenta nuestra unidad’. Dos grandes tendencias nos dividen, aproximadamente por la mitad: los que creen que hay que revisar todo, que fueron cometidos errores desde el inicio de la Revolución de Octubre; y los que consideran el bolchevismo como inatacable desde sus inicios. Los primero se inclinan a considerar que en las cuestiones de organización usted tenía razón junto con Rosa Luxemburgo, en algunos casos en relación a Lenin en otra época. En este sentido existe un trotskismo cuyas raíces vienen de lejos (…) Nos dividimos también por la mitad en relación a los problemas de la democracia soviética y la dictadura (fuimos los primeros partidarios de la más amplia democracia partidaria en el marco de la dictadura; mi impresión es que esta es la tendencia más fuerte). En las ‘cárceles de aislamiento’ y en otros lugares, pueden encontrarse ahora, sobre todo, los oposicionistas trotskistas de 1930-33. Una sola autoridad subsiste: la suya. Usted posee allí una situación moral incomparable, de devoción absoluta” (Victor Serge citado por Pierre Broue en Los trotskistas en la Unión Soviética).
Era inevitable que todo estuviera en discusión dado el aislamiento y las tremendas condiciones de detenciónen que se encontraban estos militantes; para colmo frente al fenómeno original de la burocratización de la más grande revolución en la historia de la humanidad.
En las cárceles se podía tener, evidentemente, gran agudeza acerca del grado al que había llegado la degeneración de la Revolución de Octubre. Pero también pesaba la dificultad de poner en correspondencia ese proceso degenerativo respecto del proceso más global, internacional de la lucha de clases, que se estaba viviendo con la ascensión del nazismo. Síntesis que fue la que intentó Trotsky desde su exilio en obras inmensas como La Revolución Traicionada, donde buscaba analizar el fenómeno de la burocratización sin perder de vista el ángulo de la defensa incondicional de la URSS.
Una de las páginas más gloriosas de la lucha revolucionaria
La Oposición de izquierda bullía en discusiones; esto fue así hasta que prácticamente todos los bolcheviques leninistas fueran fusilados: “solución final” como la califica agudamente Broue[3], que fue llevada a cabo en correspondencia con los últimos juicios de Moscú (durante las Grandes Purgas de 1936 a 1938 fueron detenidos 8 millones de personas y asesinadas unas 700.000; la flor y nata de la generación revolucionaria y más allá). A partir de ese momento literalmente no quedaron más militantes oposicionistas de izquierda en la URSS: “la huelga de hambre iniciada el 27 de octubre de 1936 duró 132 días. Todos los medios fueron empleados para quebrarla: alimentación forzada y suspensión de calefacción con temperaturas de 50 grados bajo cero. Los huelguistas resistieron. Bruscamente, en el inicio de 1937, las autoridades penitenciarias cedieron ante una orden proveniente desde Moscú: todas las reivindicaciones fueron satisfechas y los huelguistas fueron alimentados progresivamente bajo control médico. Después de algunos meses de tregua, recomenzó la represión (…) [Pero luego de un período de ‘calma’] una mañana de marzo de 1938, treinta y cinco hombres y mujeres, bolcheviques leninistas, fueron llevados a la tundra, alineados a lo largo de fosas preparadas y ametrallados (…) Día tras día, las ejecuciones continuaron de la misma manera a lo largo de dos meses. El hombre que fue encargado por Stalin para la ‘solución final’ de los problemas de la Oposición de Izquierda se llamaba Kachketin” (Broue, ídem).
La lucha de la Oposición de izquierda quedó inscripta así entre las páginas más gloriosas y, al mismo tiempo, más trágicas del socialismo revolucionario. Es deber de las nuevas generaciones conocer esta historia heroica así como tomar nota que este capítulo forma uno de los más importantes de nuestra tradición como corriente; tradición que viene del acervo histórico común del movimiento trotskista del que formamos parte y que, además, como hemos visto, ha dejado y no podía dejar, enseñanzas políticas y metodológicas en materia de nuestro abordaje del marxismo: “Kachketin, parado en una roca, daba la señala a los verdugos. Todo era apagado, abatido, los cánticos, los espíritus, las vidas. Se pisoteaban páginas de historias inconclusas. ¿Cuanto podrían dar ellos todavía a la revolución, al pueblo, a la vida? Pero ya no estaban. Definitivamente y sin retorno posible” (M.M. Joffe, Una larga noche, citada por Broue, ídem).
Cabe a las nuevas generaciones recoger este legado; garantizar que estas vidas no hayan caído en vano relanzando la lucha por la revolución socialista en este nuevo siglo.
[1] Para ampliar en este debate ver el texto de Roberto Sáenz: “Democracia obrera, plan y mercado. La dialéctica de la transición socialista”. En www.socialismo-o-barbarie.org.
[2] “Un homenaje crítico a un gran revolucionario. Las ‘Cartas de Astrakan’ de Christian Rakovsky”. Luis Paredes, en www.socialismo-o-barbarie.org.
[3] Broue no incorpora esta categoría ingenuamente; por el contrario, la misma está directamente vinculada a la “solución final” del problema judía instrumentada a partir de comienzos de 1942 por Hitler y que consistió en su aniquilamiento sistemático.