Que la huelga más importante de la historia mundial haya comenzado con las trabajadoras textiles en Petrogrado el Día Internacional de la Mujer de 1917 (23 de febrero en el viejo calendario juliano) no fue una coincidencia. Trabajando hasta trece horas por día mientras sus maridos e hijos estaban en el frente, esas mujeres tenían que mantener solas a sus familias y esperaban por horas en colas con fríos bajo cero esperando conseguir pan. Como Tsuyoshi Hasegawa menciona en su investigación decisiva de la Revolución de Febrero, “No fue necesaria propaganda alguna para incitar a esas mujeres a la acción.”

La profunda crisis social rusa hundía sus raíces en el fracaso del régimen zarista en implementar cualquier reforma significativa y en el abismo económico entre los ricos y el resto de la sociedad rusa. Rusia estaba gobernada por un autócrata, el zar Nicolás II, quien en repetidas ocasiones disolvió la Duma, un cuerpo electivo sin poder que legalmente estaba dominado por los miembros de las clases propietarias.

En vísperas de la guerra, la actividad huelguística se acercó a los niveles alcanzados en la Revolución de 1905 y los trabajadores levantaron barricadas en las calles de la capital. La guerra dio al zarismo un alivio temporal, pero las crecientes derrotas militares y unas siete millones de bajas despertaron inesperadas acusaciones de corrupción del régimen provenientes de prácticamente todos los sectores de la sociedad. Tan profunda era la putrefacción que el futuro primer ministro, Príncipe Lvov, dirigió una conspiración – aunque sin intervenir personalmente – para deportar al zar y encerrar a la zarina en un monasterio. Rasputín, un monje charlatán que había ganado enorme influencia en la corte del zar, fue asesinado, no por anarquistas sino por monárquicos, en diciembre de 1916.

En la izquierda, los bolcheviques eran la fuerza dominante en un ámbito más amplio de revolucionarios, que dirigieron la mayor oleada de huelgas de la historia mundial (los segmentos pro-guerra de los socialistas moderados frecuentemente evitaron las huelgas).

Por años habían estado combatiendo el zarismo. Treinta huelgas políticas tuvieron lugar en la media década que siguió a la matanza de las minas de oro del río Lena en 1912, en la cual murieron 270 trabajadores. Los revolucionarios habían desafiado una tras otra las oleadas de arrestos de la policía secreta del zar (la Ojrana). El recuento de los revolucionarios arrestados en 1915 y 1916 evidencia la fuerza relativa de las distintas agrupaciones de izquierda en Petrogrado: 743 bolcheviques, 553 no partidarios, 98 socialistas revolucionarios (SR), 79 mencheviques, 51 mezhraionsty (de la organización Inter-Distritos), 39 anarquistas. Con unos seiscientos bolcheviques en las fábricas metalúrgicas, metal-mecánicas y textiles, el distrito de Vyborg fue por mucho el más militante durante la guerra.

El 9 de enero de 1917, en el decimosegundo aniversario de la masacre del Domingo Sangriento que dio inicio a la Revolución de 1905, 142.000 trabajadores pararon. Cuando la Duma abrió sus sesiones el 14 de febrero, otros 84.000 trabajadores marcharon, en una acción liderada por los mencheviques pro-guerra.

La creciente escasez de comida hizo que el gobierno requisara granos en el campo. Mientras, las panaderías de Petrogrado cerraban y los suministros se reducían a reservas para unas pocas semanas, las autoridades zaristas exacerbaron la crisis al afirmar que no había escasez. La Ojrana informó de numerosos enfrentamientos entre la policía y trabajadoras en las colas para el pan de Petrogrado. Las madres “que ven a sus hijos hambrientos y enfermos están mucho más cerca de la revolución que los señores Miliukov, Rodichev y compañía, y por supuesto son mucho más peligrosas.”

El 22 de febrero, el bolchevique Kaiurov se dirigió a una asamblea de mujeres de Vyborg, exhortándolas a no parar en el Día Internacional de la Mujer y a seguir “las instrucciones del partido”. Para su disgusto –más tarde escribiría que estaba “indignado” porque las mujeres bolcheviques ignoraron las directivas del partido– cinco fábricas textiles pararon la mañana siguiente.

Las líderes de la huelga en las fábricas de hilados Neva gritaron, “¡A las calles! ¡Paren! ¡Ya tuvimos suficiente!”. Abrieron las puertas y guiaron a cientos de mujeres a las fábricas metalúrgicas cercanas. Arrojando bolas de nieve a las ventanas de la fábrica metalúrgica Nobel, las multitudes de mujeres convencieron a los trabajadores a unírseles, agitando sus brazos y gritando, “¡Salgan! ¡Dejen de trabajar! ” Las mujeres también marcharon a la fábrica Erikson, donde Kaiurov y otros bolcheviques se reunieron brevemente con los socialistas revolucionaros y mencheviques de la fábrica y unánimemente decidieron convencer a los otros trabajadores a unírseles.

La policía reportó multitudes de mujeres y jóvenes trabajadores demandando “pan” y cantando canciones revolucionarias. Las mujeres tomaron los estandartes rojos de los hombres durante la marcha, diciendo: “Es nuestro día. Nosotras llevaremos los estandartes”. En el puente Liteinyi, a pesar de los reiterados embates de los manifestantes, la policía les impidió llegar al centro de la ciudad. Entrada la tarde, cientos de trabajadores cruzaron el hielo y fueron atacados por la policía. En el centro “un millar, predominantemente mujeres y jóvenes” alcanzaron la avenida Nevsky, pero fueron dispersados. La Ojrana reportó que las manifestaciones eran tan militantes que fue “necesario reforzar los destacamentos de la policía en todos lados.”

Sesenta mil de los 78.000 huelguistas eran del distrito Vyborg. Aunque levantaron slogans contra la guerra y contra el zarismo, la demanda más importante era por pan. Sin dudas, las autoridades zaristas consideraban esto sólo otro disturbio por el pan, aunque estaban alarmados por las vacilaciones de sus confiables tropas cosacas en atacar a los manifestantes. Esa noche, los bolcheviques de Vyborg se reunieron y votaron para organizar una huelga general de tres días con marchas hacia la avenida Nevsky.

Al día siguiente, el movimiento huelguístico se duplicó hasta alcanzar 158.000 participantes, transformándose en la mayor huelga política de la guerra. Setenta y cinco mil trabajadores de Vyborg pararon, como también lo hicieron unos veinte mil en cada uno de los distritos de Petrogradsky, la Isla Vasílievski y Moskovsky, y más de nueve mil en el distrito de Narvsky. Los jóvenes obreros lideraron la lucha en las calles, combatiendo a la policía y a las tropas en los puentes y luchando por el control de la avenida Nevsky en el centro de la ciudad.

En la fábrica Aviaz, mencheviques y portavoces de los socialistas revolucionarios llamaron a derribar al gobierno, suplicando a los trabajadores que no participaran en actos irresponsables e instándolos a marchar al Palacio Táuride, donde miembros de la Duma desesperadamente trataron de persuadir al zarismo de que hiciera concesiones. Los bolcheviques en la fábrica Erikson imploraron a los trabajadores que marcharan a la plaza Kazán y que se armaran con cuchillos, herramientas y demás implementos para las inminentes batallas con la policía.

Una multitud de 40.000 manifestantes lucharon con la policía y con los soldados en el puente Liteinyi, pero fueron nuevamente rechazados. 2.500 trabajadores de la fábrica Erikson fueron confrontados por cosacos en la avenida Sampsonievsky. Los oficiales cargaron contra la multitud, pero los cosacos siguieron cautelosamente por el corredor abierto por los oficiales. “Algunos de ellos sonreían” recuerda Kaiurov, “y uno de ellos guiñó a los trabajadores”. En muchos lugares las mujeres tomaron la iniciativa: “Tenemos maridos, padres y hermanos en el frente… ustedes también tienen madres, viudas, hermanas, niños. Estamos demandando pan y el fin de la guerra.”

Los manifestantes no intentaron fraternizar con la odiada policía. Jóvenes detuvieron tranvías, cantando canciones revolucionarias y tirando hielo y bulones a la policía. Luego de que varios miles de trabajadores cruzaran el hielo, furiosas batallas estallaron entre los manifestantes y la policía por el control de la avenida Nevsky. Mientras tanto, los trabajadores lograron organizar reuniones en los sitios revolucionarios tradicionales de la plaza de Kazán y en la famosa estatua de “hipopótamo” de Alejandro III en la plaza Znamenskaya. Las demandas se tornaron más políticas ya que los oradores no sólo pedían pan, sino que también denunciaban la guerra y la autocracia.

El 25, la huelga se hizo general, con más de 240.000 trabajadores fabriles a los que se sumaron oficinistas, maestros, mozos y camareras, estudiantes universitarios e incluso estudiantes secundarios. Los taxistas juraron que sólo llevarían a los “líderes” de la revuelta.

Nuevamente, los trabajadores comenzaron a celebrar asambleas en sus fábricas. En una bulliciosa reunión en la fábrica Parvianen de Vyborg, oradores bolcheviques, mencheviques y de los socialistas revolucionarios exhortaron a los trabajadores a marchar a la avenida Nevsky. Un orador concluyó con la frase revolucionaria: “¡Fuera del camino, mundo obsoleto, podrido de arriba abajo. La Joven Rusia está marchando!”

Los manifestantes protagonizaron diecisiete enfrentamientos violentos con la policía, y soldados y trabajadores lograron liberar a camaradas detenidos por la policía. Los rebeldes lograron imponerse, derrotando a las fuerzas zaristas en muchos puentes o cruzando el hielo hacia el centro. Tomando el control de la avenida Nevsky, los manifestantes se reunieron nuevamente en la plaza Znamenskaya. La policía y los cosacos fustigaron a la multitud, pero cuando el jefe de policía cargó contra los manifestantes fue abatido –por un sable cosaco-. Las mujeres trabajadoras jugaron nuevamente un papel crucial: “Bajen sus bayonetas,” les pedían. “Únansennos.”

Por la tarde, el lado del Vyborg era controlado por los rebeldes. Los manifestantes habían asaltado la estación de policía, capturado revólveres y sables de los centinelas zaristas y forzando a la policía y a los gendarmes a huir.

La rebelión empujó al zar Nicolás II al límite. “Ordeno que los desórdenes en la capital cesen mañana”, proclamó, y ordenó al comandante Khabalov de la guarnición de Petrogrado que dispersara a la multitud con armas de fuego. Khabalov era escéptico (“¿Cómo podían ser detenidos al día siguiente?”), pero aceptó la orden. En el Ayuntamiento, el ministro del Interior, Protopopov, alentó a los defensores de la autocracia a poner fin a los desórdenes: “Recen y tengan esperanzas en la victoria,” dijo. Temprano, al día siguiente, fueron colgadas proclamas prohibiendo manifestaciones y advirtiendo que el edicto sería hecho cumplir por las armas.

Temprano, el domingo 26, la policía arrestó el núcleo del Comité Bolchevique de Petersburgo y a otros socialistas. Las fábricas fueron cerradas, los puentes levantados y el centro de la ciudad fue transformado en un campamento armado. Khabalov telegrafió al cuartel central que “hay tranquilidad en la ciudad desde la mañana”. Poco tiempo después de este informe, miles de trabajadores cruzaron el hielo y aparecieron en la avenida Nevsky cantando canciones revolucionarias y gritando consignas, pero los soldados dispararon sobre ellos sistemáticamente.

Unidades del regimiento de Volynsky fueron encargados de hacer incursiones preventivas en la plaza Znamenskaya. Patrullas montadas azotaban a la multitud, pero no consiguieron dispersarlos. Entonces, el comandante ordenó a las tropas abrir fuego. Aunque algunos soldados dispararon al aire, cincuenta manifestantes fueron asesinados en la plaza Znamenskaya y en sus alrededores, y los trabajadores se dispersaron para esconderse en el interior de las viviendas y en los cafés. Gran parte de la carnicería fue llevada a cabo por tropas de elite usadas para entrenar suboficiales.

Sin embargo, el derramamiento de sangre no aplastó la rebelión.

Un informe de la policía describe el sorprendente nivel de resistencia y sacrificio de los rebeldes:

En el transcurso de los desórdenes fue observado como un fenómeno general, que la muchedumbre amotinada adoptaba una actitud de desafío extremo hacia las patrullas militares, a quienes, cuando se les pedía que se dispersasen, arrojaban piedras y trozos de hielo desenterrados de la calle. Cuando disparos preliminares fueron hechos al aire, la multitud no sólo no se dispersó, sino que respondió a estas descargas con risas. Sólo cuando los cartuchos cargados fueron disparados en medio de la multitud, fue posible dispersar la turba. Los participantes… se escondían en los patios de las casas cercanas y tan pronto como los disparos cesaban, salían nuevamente a la calle.

Los trabajadores pidieron a los soldados deponer sus armas, intentando entablar conversaciones para persuadir a los soldados. Como Trotsky observó, en los contactos “entre los trabajadores, las mujeres y los soldados, bajo el constante crepitar de rifles y ametralladoras, el destino del gobierno, de la guerra, del país, estaba siendo decidido.”

En la mañana del 26, los líderes bolcheviques de Vyborg se encontraron en un huerto en las afueras de la ciudad. Muchos propusieron que era tiempo de levantar la revuelta, pero su propuesta fue desestimada. El más clamoroso partidario de continuar la batalla luego fue desenmascarado como un agente de la Ojrana. Desde una perspectiva militar, la revolución se debería haber estancado después del 26. Pero la policía no podía aplastar la rebelión sin el apoyo de miles de soldados.

La mañana anterior, trabajadores se habían acercado a las barracas de Pavlovsky: “Digan a sus camaradas que el regimiento de Pavlovsky también nos está disparando,vimos soldados con su uniforme en la avenida Nevsky.” Los soldados “se veían angustiados y pálidos.” Ruegos similares se escucharon en las barracas de otros regimientos. Esa tarde, los soldados del regimiento de Pavlovsky fueron los primeros en unirse a los rebeldes (sin embargo, al darse cuenta que estaban aislados, regresaron a sus barracas y treinta y nueve líderes fueron rápidamente arrestados).

Temprano el 27, la revuelta alcanzó al regimiento Volynsky, cuyos cuerpos entrenados habían disparado sobre los manifestantes en la plaza Znamenskaya. Cuatrocientos amotinados dijeron a su teniente: “No vamos a disparar más y no queremos derramar la sangre de nuestros hermanos en vano.” Cuando el oficial les respondió leyéndoles la orden del zar de suprimir la rebelión, fue fusilado sumariamente. Otros soldados del regimiento Volynsky se unieron a la rebelión y luego avanzaron hasta las barracas cercanas de los regimientos de Preobrazhensky y del regimiento de los lituanos, quienes también se amotinaron.

Un participante describió luego la escena: “Un camión lleno de soldados, con rifles en sus manos, se abrió paso entre la multitud por la avenida Sampsonievsky. Banderas rojas ondeaban en las bayonetas de los rifles, algo nunca visto antes… las noticias que el camión trajo – que las tropas se habían amotinado – se esparcieron como fuego sin control.” Mientras un destacamento punitivo comandado por el general Kutepov anduvo sin control por horas –disparando a los manifestantes y a los camiones repletos de trabajadores–, por la tarde Kutepov escribió: “Una gran parte de mi fuerza está mezclada con la multitud.”

Esa mañana, el general Khabalov se había estado pavoneando en las barracas de la ciudad, amenazando a los soldados con la pena de muerte si se rebelaban. Por la tarde, el general Ivanov, cuyas tropas estaban en marcha para apoyar a los leales al zar, telegrafió a Khabalov para evaluar la situación.

Ivanov: ¿Qué partes de la ciudad mantienen el orden?

Khabalov: Toda la ciudad está en manos de los revolucionarios.

Ivanov: ¿Todos los ministerios están funcionando correctamente?

Khabalov: Los ministros fueron arrestados por los revolucionarios.

Ivanov: ¿Qué fuerzas policiales están a su disposición en este momento?

Khabalov: Ninguna en absoluto.

Ivanov: ¿Qué instituciones técnicas y de suministros del Departamento de Guerra están ahora bajo su control?

Khabalov: No tengo ninguna.

Informado de la situación, el general Ivanov decidió retirarse. La fase militar de la revolución había terminado.

La paradoja de la Revolución de Febrero fue que, aunque arrasó con el zarismo, lo reemplazó con un gobierno de liberales no elegidos que estaban horrorizados por la misma revolución que los puso en el poder. El 27 un diputado liberal de la Duma escribió: “se escucharon suspiros… y en alguno casos claras expresiones de temor por su vida.” Esto fue interrumpido brevemente por felices, pero inexactas noticias acerca de que “los desórdenes pronto serían sofocados.” Otro observador mencionó que “estaban horrorizados, se estremecían, se sentían ellos mismos cautivos en manos de elementos hostiles que los arrastraban por un camino desconocido.”

Durante la revolución, “la posición de la burguesía era bastante clara: por un lado mantener su distancia de la revolución y traicionarla al zarismo, y por el otro explotarla para sus propios fines.” Esta era la evaluación de Sukhanov, un líder del Soviet de Petrogrado que simpatizaba con los mencheviques y jugaría un rol crucial en entregar el poder a los liberales.

Sukhanov obtuvo mucha ayuda de muchos socialistas moderados. El líder menchevique Skobelev se acercó a Rodzianko, presidente de la Cuarta Duma, para conseguir un lugar en el Palacio Táuride.

Su propósito era organizar un soviet de diputados obreros para mantener el orden. Kerensky disipó los miedos de Rodzianko de que los soviets podrían llegar a ser peligrosos, diciéndole: “alguien debe tomar el control de los trabajadores.”

A diferencia de los soviets de los trabajadores de 1905, que surgieron como un instrumento de la lucha de clases, el soviet formado el 27 de febrero fue creado luego de la revuelta, y los líderes de su comité ejecutivo eran casi exclusivamente intelectuales que no habían participado en la revolución.

Hubo otras deficiencias también: los representantes de los 150.000 soldados estacionados en Petrogrado estaban inmensamente sobrerepresentados en este soviet de trabajadores y soldados. Era abrumadoramente masculino: había sólo un puñado de mujeres delegadas entre los 1.200 delegados (eventualmente casi 3.000), por lo que las trabajadoras estaban deplorablemente subrepresentadas. El soviet ni siquiera discutió la manifestación del 19 de marzo por el sufragio femenino, en la que participaron 25.000 personas, incluyendo miles de mujeres de la clase trabajadora.

El Soviet de Petrogrado sí aprobó la famosa Orden Número 1 –que instó a los soldados a elegir sus propios comités para organizar sus unidades y obedecer a sus oficiales y al Gobierno Provisional sólo si las ordenes no contradecían a las del soviet– pero esta orden sólo fue aprobada por la iniciativa de los propios soldados radicalizados.

Aun así, la formación del soviet forzó a los liberales y a su aliado socialista revolucionario, Kerensky, a actuar. Rodzianko argumentó que “si nosotros no tomamos el poder, otros lo harán”, porque ya habían “elegido a algunos canallas en las fábricas.” “Si no formábamos un gobierno provisional de inmediato”, escribió Kerensky, “el soviet se autoproclamaría la autoridad suprema de la Revolución.”

Según este plan, un grupo autodesignado que se llamaría a sí mismo Comité Provisional actuaría como un contrapeso del soviet. Pero los conspiradores no estaban muy confiados en su propio plan; dejaron que los líderes mencheviques y socialistas revolucionarios en el soviet hicieran el trabajo sucio.

El álgebra menchevique de la revolución indicaba que el “gobierno que tomara el lugar del zarismo debe ser exclusivamente burgués.” Sukhanov escribió: “Toda la maquinaria estatal… sólo puede obedecer a Miliukov.”

Las negociaciones entre el ejecutivo del soviet y los líderes liberales no electos se desarrollaron el primero de marzo. “Miliukov entendió perfectamente que el Comité Ejecutivo estaba en una posición perfecta para, o bien darle el poder al gobierno burgués o no dárselo,” pero, Sukhanov agregó, “el poder destinado a reemplazar el zarismo debe ser sólo un poder burgués… Debemos ajustarnos a este principio. De otra forma el levantamiento no triunfará y la revolución colapsará.”

Los líderes del soviet estaban dispuestos a renunciar incluso a las “tres ballenas”, el programa mínimo que todos los grupos revolucionarios habían acordado (la jornada de ocho horas, la confiscación de los latifundios y la república democrática), para que los liberales accedieran a tomar el poder. Asustados por la perspectiva de tener que gobernar, Miliukov testarudamente insistió en hacer un último intento desesperado por salvar a la monarquía.

Increíblemente, los socialistas concedieron y permitieron que el hermano del zar, Miguel, decidiera por sí mismo si él debía gobernar. Al no recibir garantías sobre su seguridad personal, el gran duque rechazó cortésmente. Todas esas negociaciones entre bambalinas fueron, por supuesto, llevadas a cabo sin el conocimiento de los trabajadores y soldados.

El sistema de poder dual que surgió de esas discusiones –el soviet por un lado y el Gobierno Provisional no elegido por el otro– duraría por ocho meses.

Ziva Galili describió esas negociaciones como “el mejor momento de los mencheviques.” Trotsky las comparó con una obra de vodevil dividida en dos partes: “En una, los revolucionarios estaban pidiendo a los liberales que salven la revolución; en la otra, los liberales estaban pidiendo a la monarquía que salve al liberalismo.”

¿Por qué los trabajadores y soldados, que lucharon tan valientemente para derrocar el zarismo, permitieron al soviet entregar el poder a un nuevo gobierno que representaba a las clases propietarias? Primero, porque la mayoría de los trabajadores aún tenía que escoger entre las políticas de los distintos partidos socialistas. Además, los mismos bolcheviques no tenían muy en claro aquello por lo que luchaban, en parte porque ellos conservaban una comprensión (rápidamente desactualizada) de la revolución como democrático-burguesa, en la cual gobernaría un gobierno revolucionario provisional. Lo que esto significaba en la práctica, en especial luego de la formación del Gobierno Provisional, estaba abierto a diferentes interpretaciones.

Aunque los militantes bolcheviques jugaron un rol fundamental en los días revolucionarios, muchas veces lo hicieron a pesar de sus líderes. Las trabajadoras textiles pararon en febrero a pesar de las objeciones de los líderes del partido que consideraban el momento «aún no maduro» para la acción militante.

El liderazgo del Buró Bolchevique en Petrogrado (Shliapnikov, Molotov y Zalutsky) también era inadecuado. Aun luego de la huelga del 23 de febrero, Shliapnikov sostuvo que era prematuro llamar a una huelga general. El buró no fue capaz de imprimir un panfleto para entregar a las tropas y se negó a la demanda de armar a los trabajadores para las inminentes batallas.

La mayor iniciativa vino, o bien del comité del distrito de Vyborg, que actuó como el líder de hecho en la organización del partido en la ciudad, o de los miembros de base, especialmente el primer día, cuando las mujeres ignoraron a los líderes del partido y jugaron un rol decisivo en la propagación del movimiento huelguístico.

Durante todo marzo, la confusión y la división agitaron a los bolcheviques. Cuando el Soviet de Petrogrado entregó el poder a la burguesía el primero de marzo, ni uno solo de los once bolcheviques en el Comité Ejecutivo del soviet se opuso. Cuando los delegados bolcheviques de izquierda en el soviet presentaron una moción llamando al soviet a formar un gobierno, sólo diecinueve votaron a favor, y muchos bolcheviques votaron en contra.

El 5 de marzo, el Comité Bolchevique de Petersburgo apoyó al soviet en su llamada para que los trabajadores regresen a sus tareas, aunque la jornada de ocho horas, una de las principales demandas del movimiento revolucionario, aún debía ser establecida.

El Buró del partido bajo Shliapnikov se acercó a los radicales en Vyborg, quienes llamaban al soviet a gobernar. Pero cuando Kamenev, Stalin y Muranov regresaron de su exilio en Siberia y tomaron el control del Buró el 12 de marzo, las políticas del partido viraron bruscamente a la derecha, para el regocijo de los líderes mencheviques y socialistas revolucionarios y para la ira de muchos militantes del partido en las fábricas, algunos de los cuales demandaron la expulsión del nuevo triunvirato.

Lenin estaba entre los furiosos. El 7 de marzo, escribió desde Suiza: “Este nuevo gobierno ya está atado de pies y manos por el capital imperialista, por la política imperialista de la guerra y el saqueo.” Kamenev, en contraste, sostuvo en Pravda el 15 de marzo que “el pueblo libre” va a “resistir firmemente en sus puestos, va a replicar bala por bala, proyectil por proyectil.” Y a finales de marzo, Stalin habló a favor de la unificación con los mencheviques y sostuvo que el Gobierno Provisional “ha asumido el rol de asegurar las conquistas de la revolución.”

Lenin estaba tan preocupado por el giro a la derecha del liderazgo bolchevique que el 30 de marzo escribió que él prefería una “ruptura inmediata con cualquiera en nuestro Partido, quienquiera que sea, que haga concesiones al social-patriotismo de Kerensky y compañía.” Ningún abogado era necesario para aclarar las palabras de Lenin o acerca de quién estaba hablando. “Kamenev debe darse cuenta que carga con una responsabilidad mundial e histórica.”

La esencia del leninismo desde 1905 fue su énfasis en la completa desconfianza hacia el liberalismo, al que consideraba una fuerza contrarrevolucionaria, y una crítica incisiva de aquellos socialistas empeñados en tratar de conciliar con los liberales. Y sin embargo, la propia formulación de Lenin de 1905, que llamaba a crear un gobierno revolucionario provisional para llevar a cabo la revolución burguesa, era contrastada por Lenin con lo que él denominaba las “absurdas y semianárquicas ideas” de Trotsky llamando a una “revolución socialista”. El mismo Lenin ahora se viró hacia esa idea del socialismo, mientras que los conservadores viejos bolcheviques, comprensiblemente, lo acusaron de «trotskismo».

De muchas maneras, el golpe de Estado de principios de marzo siguió el modelo típico de eventos similares durante el siglo XIX: una pequeña camarilla no elegida usurpa el poder para los propósitos de su clase a costa del movimiento que los puso en el poder. Había dos grandes diferencias, sin embargo. Una era que existía un partido de las masas trabajadoras que lucharía sin descanso por sus objetivos. Y segundo, había soviets.

La Revolución Rusa apenas había comenzado.

13/03/2017 https://www.marxists.org/history/ussr/events/revolution/100th/espanol/la-historia-de-la-revolucion-de-febrero.htm Original en: https://www.jacobinmag.com/2017/03/february-revolution-strike-tsar-lenin/

Kevin Murphy
21/03/2017

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