Otra fecha del 25 de Mayo, y en las escuelas se conmemora la misma. Como siempre, se nos dirá que los revolucionarios de esos años buscaron la independencia de España, que la sociedad quería el fin de la dominación colonial. En otros números hemos tratado el punto sobre la independencia[1], sosteniendo que ese sentimiento no estaba en la mayoría y que fue apareciendo con la lucha entre 1810 y 1816. El 25 de Mayo no se buscó la independencia, no era el objetivo. La intención fue más modesta, una especie de autonomía (algunos incluso cambiar de imperialismo).
Mitre (fundador del diario La Nación, órgano conservador de la oligarquía) fue el que más éxito tuvo a la hora de divulgar los sucesos de Mayo, y como buscaba “un pasado glorioso para un presente magnífico” (la burguesía agraria se enriquecía como nunca), tuvo la idea de inventar “la revolución” y así se trató por décadas. Esa revolución funda la Primera Junta, considerada el primer gobierno patrio. Pero este gobierno revolucionario tiene algunos problemas que no encajan con esta gloriosa página de la historia.
En primer lugar, esta Junta se crea a imagen y semejanza de las Juntas que se forman en España. Con el rey preso, las Juntas provinciales forman la Junta Central para que gobierne en lugar él. Esto no era algo original, sin rey cada comunidad formaba su organismo para autogobernarse. La discusión fue si este derecho le correspondía a los americanos (en la práctica poco importó y se formaron muchas en América). Por eso surgieron Juntas, casi como un acto de reflejo.
Ahora, como todas las juntas, la de Buenos Aires era un gobierno en nombre del Rey Fernando VII que estaba preso por los franceses. O sea, que los juntistas juraban por Fernando VII y las medidas eran realizadas en su nombre. ¿Una revolución de independencia en nombre del rey? Ahí surgió el mito de “la máscara de Fernando VII”, un artilugio bastante poco creíble, que dice que los revolucionarios siguieron las formas para no despertar sospechas o no generar problemas con los españoles. Siguiendo esto se diría que los revolucionarios estaban haciendo una revolución, pero no les decían al resto y los españoles no se dieron cuenta de los verdaderos objetivos.
Pero además de seguir jurando por Fernando, es bastante sabido que el presidente de la Junta, Saavedra, era el líder de uno de los grupos políticos y no estaba a favor de grandes cambios (de hecho los que quieren ver una revolución lo ubican como el conservador). Nos deja esto una Junta armada según las costumbres españolas (que a priori no sería problema), pero que reconoce a Fernando VII como rey y la preside un conservador.
Otro punto discutible de este “primer gobierno patrio” es su sentimiento anti español. No sólo la bandera española y los retratos de Fernando VII siguieron estando en los actos y ejércitos, sino que la Junta tenía 2 españoles: Domingo Matheu y Juan Larrea, ambos comerciantes. Sobre todo el segundo era miembro de los comerciantes monopolistas que apoyaban a Álzaga, un comerciante español monárquico ultra conservador. En este punto, Galasso (que defiende la teoría de la revolución), tiene la delicadeza de opinar que no fue una revolución independentista patriótica, sino que fue una revolución guiada por las ideas del liberalismo conservador que buscaba sólo cambios económicos (no sociales ni políticos), que daría por resultado una revolución incompleta. El sentimiento anti español existía, pero fue tomando forma de independentismo con el correr de los años y la imposibilidad de otra salida para generar cambios.
La visión que se tiene de esta Primera Junta todavía está atada a lo que dijo Mitre, y lamentablemente se embellece un hecho que está sobrevalorado y se repite todos los calendarios escolares como una verdad eterna.
Martiniano Rodríguez
[1]Socialismo o Barbarie n°381, 25/5/16.