“El gobierno debe tomar nota de lo que pasa en Brasil y en EEUU. Porque si creen que están blindados, es un grave error. No darse cuenta del nivel de vulnerabilidad de la economía argentina es casi suicida. Esto es, más o menos, lo que dijo un grupo de analistas desde Wall Street en un conference call con pares de la región y en particular con hombres del establishment local. (…) La Argentina, netamente dependiente del financiamiento externo para poder cubrir el déficit fiscal, no tiene mucho margen de maniobra ante el surgimiento de algún nuevo cisne negro que afecte el acceso al mercado de capitales por parte de los emergentes” (Ámbito Financiero, 19-5-17)
La crisis política y económica en Brasil es ya un problema serio para la economía argentina. La duda que recorre a todo el empresariado es si quedará en eso o pasará a la categoría de desastre. Veamos por qué y cómo podrían perfilarse los probables escenarios alternativos.
Tal como señalan los analistas yanquis mencionados en el acápite, la crisis brasileña (y la de EEUU, si se desarrolla en el sentido de un cuestionamiento a la gestión Trump) ponen de manifiesto el punto más débil del esquema económico macrista: su vulnerabilidad externa. Es lo mismo que aquejaba a la gestión de Menem, con una combinación de déficit fiscal permanente que sólo se sostiene con endeudamiento externo y una apertura económica neoliberal que abre la puerta de contagio ante cada resfrío del resto del mundo.
En esto hay una diferencia evidente con el “modelo” kirchnerista”, que en su fase inicial zafó del problema del déficit fiscal (y por lo tanto de la necesidad de aumentar demasiado la deuda), y que cuando no pudo sostener los superávits gemelos (fiscal y comercial) recurrió al cierre de la canilla externa vía el control de capitales. De esa manera, el esquema K derivó en dos cosas: primera, una relativa protección frente a los cimbronazos externos (como se vio en el impacto moderado que tuvo la crisis de 2009), pero al precio de una penuria de divisas que terminó afectado decisivamente la capacidad de crecimiento de la economía en general.
El macrismo buscó invertir los términos de esa ecuación liberando los controles cambiarios (eso fue la famosa “salida del cepo”) y confiando en que un aluvión de inversiones compensaría la salida inmediata de dólares y dinamizaría la economía. Por supuesto, eso no sucedió, y como se eliminaron las retenciones sin ajustar proporcionalmente el gasto público (por ejemplo, reduciendo mucho más los subsidios), el resultado fue un fuerte desfinanciamiento del Estado que sólo pudo taparse con deuda (para eso se hizo el acuerdo con los buitres). Claro que los préstamos ingresan en dólares y los gastos del Estado son en pesos. De allí que el Banco Central debiera emitir pesos para comprar esos dólares. Como esa emisión es sin respaldo, genera inflación (41% en 2016). Y para bajar la inflación, el mismo BCRA debe absorber esos pesos emitiendo su propia deuda, las Lebac.
El punto es que, a su vez, esa absorción de pesos no sólo patea el problema para adelante sino que revienta la actividad económica, ya que nadie invierte en la economía real porque prefiere especular con la ganancia financiera fácil. El propio INDEC reconoce que el crecimiento económico de todo el primer trimestre fue del 0,1%, bien lejos de los fantasiosos pronósticos del gobierno.
Hasta aquí el esquema es problemático, ya que crece la deuda (cerca de 90.000 millones de dólares), la inflación no baja lo suficiente, aumenta la desocupación y cae el consumo. Pero no se desploma… mientras se mantenga el flujo vital que lo sostiene, a saber, el flujo de dólares que toma la deuda que emite el Estado (nacional y las provincias también). Aquí entra Brasil y la citada “vulnerabilidad externa”.
Las vías de contagio de la gripe brasileña
Como dijimos, cuando Macri decide abrir la economía a la toma de deuda, a la fuga de capitales, a las importaciones, eso implica una exposición mucho mayor a cualquier crisis externa y a su inevitable corolario, la retirada ordenada o en pánico de los inversores que hasta ahora le vienen prestando al Estado nacional y a las provincias mediante la compra de deuda que éstos emiten.
De allí las posibles consecuencias de una profundización de la crisis brasileña, que puede darse de muchas formas y por múltiples vías: a) comercial: una recesión en Brasil causaría a la vez una caída de las exportaciones argentinas a ese país y una eventual invasión de productos brasileños; b) cambiaria: si como coletazo de la crisis en Brasil se da una fuerte devaluación del real, arrastraría al peso mucho más que la actual moderada suba del dólar; c) financiera: como peso pesado de los mercados emergentes y líder regional, la crisis en Brasil podría generar una reacción de temor de los inversores, que dejarían de comprar alegremente deuda de la región (con un papel preponderante de la Argentina por el volumen de emisión). Como dice el director de la consultora Macroview, Pablo Goldin: “A la Argentina no le conviene que el mundo ni la región hagan olas, porque está financiando los pagos de deuda y el déficit fiscal en los mercados de capitales. Por el momento, ninguna de las olas (Brasil, Trump, Brexit) generó un tsunami. Pero el ‘no pasa nada, nos siguen prestando’ no necesariamente es un evento extrapolable en un mundo picado” (Ámbito Financiero, 24-5-17).
En el mismo sentido, otra consultora, Ecolatina, advirtió que “si la situación política brasileña no se soluciona rápidamente, la incipiente recuperación de su economía puede marchitarse, acotando las perspectivas de recuperación de la actividad argentina”. Por lo pronto, el Banco Central de Brasil ya revisó a la baja el de por sí magro pronóstico de crecimiento económico, del 1% al 0,5% en 2017. Y el desempleo en el vecino país se disparó al 13,2%. Parece que no sólo en Argentina se secan los “brotes verdes”…
¿En modo espera o en modo plegaria?
A todo esto, la primera reacción de “los mercados” (es decir, las grandes empresas y bancos) fue caída de la Bolsa y suba del dólar. Algunos funcionarios incautos se alegraban de un dólar más caro porque se daban cuenta de que el atraso cambiario estaba matando la actividad económica vía la especulación financiera, y la crisis brasileña “ahorró” una corrección cambiaria que el BCRA no se animaba a hacer del todo. Pero es una ingenuidad, porque lo que se “gana” por un lado se pierde por el otro: la suba del dólar vuelve a meterle presión a un índice de inflación que sigue a años luz de las metas del gobierno. No en todas partes a una suba del dólar le sigue una suba de precios, pero es sabido que si hay país donde las dos cosas son tan inseparables como la sobra del cuerpo, es la Argentina.
Y la segunda reacción, no ya de “los mercados” sino del gobierno, fue dejar en espera una mega emisión de deuda por 20.000 millones de dólares. En este contexto turbulento, la miserable baja de dos puntitos de tasa de interés que el macrismo esperaba lograr con su renuncia a la soberanía ya se perdió, y hasta se podría terminar pagando una tasa más alta que antes. De modo que por ahora esa emisión de deuda queda en el cajón con la esperanza de que la cosa se calme.
Pregunta: ¿y si no se calma? En ese caso, ¿de dónde, o a qué precio, va a sacar el gobierno los 30.000 palos verdes que necesita para que las cuentas de este año cierren más o menos y sobre algo de guita para obras de campaña? Desde ya, como esto es Argentina, el largo plazo del gobierno termina en octubre (¡o agosto!) de este año. Pero las implicancias de la crisis brasileña, si no se cierra, van a ir mucho más allá de las tribulaciones electorales: lo que se puso sobre la mesa, de modo urgente y descarnado, es la sostenibilidad del modelo macrista.
Marcelo Yunes