Escribo: no hay en el mundo enemigo más esforzado de las asociaciones clandestinas, de la anarquía y del comunismo, que el general Rosas. “El farmer”, Andrés Rivera
En varias de las salas itinerantes del recientemente reabierto Teatro General San Martín (el viernes 30/6 estará en el Gran Rivadavia de Flores) se presenta la obra El farmer, basada en la novela homónima de Andrés Rivera, con la adaptación, actuación y dirección de Pompeyo Audivert y Rodrigo de la Serna.
La poco más de hora y media que dura la puesta, logra mantener en vilo al espectador y dando por descontado el profesionalismo de los intérpretes, a éste se le suma una probaba calidad artística. Como si fuese poco, la música compuesta por Claudio Peña no desentona para nada, sino por el contrario, aporta un magnífico clima al “diálogo” que se nos muestra.
En el texto de Rivera (algo que la obra respeta), la acción transcurre a lo largo del 27 de diciembre de 1871, en donde el Rosas exiliado luego de Caseros en Southampton, Inglaterra, “acurrucado junto a un brasero y con la sola compañía de una perra en celo, repasa, por momentos con añoranza y por momentos con rencor, los momentos luminosos y oscuros de su vida”.
A modo de muy breve sinopsis, recordemos que Rosas fue gobernador de Buenos Aires, con un pequeño interregno de tres años, durante 1829 y 1852. No existía aún el Estado nacional: “Rosas era un estanciero terrateniente, adepto a la causa federal. Con miles y miles de hectáreas, saladeros y en relación a esto, muchas vacas; había logrado transformarse en un ejemplo de ganadero exitoso y acaudalado. Respetado por otros estancieros, e incluso por sus peones, con quienes entabló una relación singular para la época. Mientras la ciudad de Buenos Aires trataba de imponer su política sobre el resto de las provincias, don Juan Manuel amasó una fortuna y acumuló tierras a costa de tratados con los indios o el simple robo de sus tierras. Como se ve, no se puede decir que fuera federal. Por más que él se dijera federal y creara el Pacto Federal, su política fue apoyarse en los federales para combatir a los unitarios, pero sin cumplir los principales puntos del federalismo, entre ellos algo elemental: la organización de un gobierno nacional. Prefirió mantener la división existente que ponerse a la cabeza de la organización nacional, cosa que podría haber hecho. Esta clase burguesa, ligada a la producción de ganado, estaba muy ligada al mercado mundial. Esta simple frase explica mucho. Rosas fue el representante de la burguesía agraria argentina, o sea los estancieros. Como representante de tal clase, la cuestión de la soberanía muestra a las claras el plan de gobierno de Rosas; lejos del federalismo su idea es que las potencias no se entrometieran en algunos de los asuntos internos, pero tampoco romper con ellas y cortar el lucrativo comercio de exportación. Pelearse sí, romper no, simplemente estar en mejor condición para negociar. Que no molesten el comercio interno, dejen que Rosas se encargue. Para más datos recordemos que Rosas se exilió en Inglaterra, a la cual llegó en un barco de esa bandera, lo cual demuestra las buenas relaciones que conservaba a pesar de los roces.”(1)
Audivert señala: “La adaptación de El farmer se basó en el desarrollo escénico de un concepto sumamente teatral y metafísico, que la novela de Rivera naturalmente destila: ‘el doble mítico’. Esto es: el alcance de la figura de Rosas en el inconsciente colectivo, más allá de su presencia física temporal. Su indudable proyección en el ser nacional como la identidad frustrada, la que no pudo ser, la que cayó en Caseros y no obstante permanece activa en las sombras, acechante y temible. En el helado exilio inglés, el general Juan Manuel de Rosas y su doble cierran cuentas antes de morir”. Esa incorporación que la adaptación teatral presenta y que estaba solamente “sugerida” en la novela, oficia a modo de conciencia o “super yo” si quisiésemos tomar la jerga psicoanalítica, hecho que vitaliza aún más los parlamentos. Alejándonos un poco de lo dicho por el director, creemos que Rosas y su “doble” no logran cerrar cuenta alguna y en gran parte eso es lo que beneficia al espectador y a la puesta en su conjunto.
Bertolt Brecht, que además de crear obras admirables y en varias de ellas tomaba como protagonista principal a un personaje histórico, hablaba del “efecto distanciamiento”, que el teatro debía poseer: “…a fin de que los espectadores se distancien de las peripecias argumentales de las obras y adopten una actitud crítica ante los sucesos contemplados.”(2) Dicho postulado que el dramaturgo alemán toma en gran parte de la vanguardia soviética de los veinte y el llamado formalismo de Sergei Tretiakov, contrario a lo que luego sería el denominado “realismo socialista” con su didactismo casi infantil postulado para la producción artística, va en consonancia con lo que escribía Engels hacia 1888: “Cuando más ocultas permanezcan las opiniones del autor, tanto mejor será para la obra de arte …(éstas) deben surgir de la situación y la acción mismas de la obra, sin que el autor llame la atención expresamente sobre ella, ya que el compañero de Marx identificaba su concepción del realismo con la honesta sobriedad de un Balzac, contraponiéndola a la composición ‘tendenciosa’ de un Zola”.(3)
La obra debe, y la que comentamos cumple dicho precepto, mostrar y no meramente demostrar o pontificar. Azuzar el espíritu crítico del espectador. Si a eso le sumamos, como dijimos al comienzo, actuaciones casi superlativas y una puesta ágil y, aunque suene prosaico el término, entretenida; el objetivo se habrá cumplido con creces. No es poco.
Guillermo Pessoa
(1) Juan Manuel de Rosas, el mito de la soberanía. Martiniano Rodríguez, Socialismo o Barbarie, 30/01/2014.
(2) Escritos sobre teatro. Brecht, B. Nueva Visión, Buenos Aires 1970.
(3) Para una aproximación a la posición marxista en relación a la literatura y el arte en general, recomendamos Escritos sobre literatura, Marx y Engels, selección e introducción de Miguel Vedda, Colihue, Buenos Aires, 2003, de donde están tomadas las citas de referencia.