Cuando un soñador muere
la primavera reduce sus días,
el aleteo de los pájaros
que huyen del invierno
dejan el aire lleno de cenizas.
Cuando un poeta de la utopía
desaparece
las montañas se desprenden
desterrando a las viejas aldeas,
haciéndole sentir al mundo
la lava que hierve en sus entrañas.
Cuando un profeta de lo desconocido
calla
mil puertas se cierran a la vez
y nosotros,
como plumas,
giramos en el viento sostenido
intentando explicar de una vez
lo absoluto de la crueldad,
lo absurdo de la fatalidad.
–
-En memoria de mi compañero de militancia Ale B.
Socialista, luchador y revolucionario.
El amanecer está rosado, se parece al atardecer de ayer.
Otra vez tratando de entender.
No entiendo.
Mi mente se rehúsa a las razones porque solo se alimenta de pasiones.
La pasión de vivir, luchando, por mí, por vos, por nosotros, por todas, por todos.
Aunque intenten dividirnos, separarnos, enemistarnos.
Luchamos por todas, luchamos por todos.
Luchamos por los que están, por los que vendrán, por los que se fueron pero dejaron su pasión de vivir luchando en nuestros cuerpos.
El amanecer está rosado, quizá el atardecer también lo esté.
Tal vez me encuentre en calma, tal vez me encuentre agotada, cansada, enojada.
Quizá me encuentre así por no entender.
Vivimos luchando y luchamos para vivir.
Espero encontrarte, seguro lo haga.
Te encontraré en cada paso de esta batalla, en el abrazo con cada compañera y con cada compañero, en el bombo, en el redo, en la calle, en el fuego.
No te conocí pero te siento.
El amanecer está rosado otra vez.
Seguiremos creciendo.
Seguiremos luchando.
Seguiremos venciendo.
Los revolucionarios somos así. Estamos acá para cambiar el mundo.
Y no vamos a parar hasta conseguirlo.
Y sí, somos obstinados.
Los troskos, en especial.
Somos gritones, en la facultad dicen que siempre ‘estamos enojados’
o que nuestros carteles gritan por estar pintados en letra mayúscula.
Cortamos calles,
hacemos piquetes,
asambleas, movilizaciones.
Tomamos facultades, fábricas y colegios.
Gritamos nuestra consigna con un megáfono bajo el brazo.
Probablemente hayas escuchado alguna vez a la troska gritona.
Hablamos hasta el hartazgo del clasismo,
de la independencia de clase,
del internacionalismo.
Unos pocos, en nombre de unos muchos,
crecen a pasos agigantados, casi dando zancadas,
zancadas tan grandes que son capaces de cruzar el Atlántico.
Y así, en un abrir y cerrar de ojos, sentar campamento
y clavar bandera en nombre de la revolución socialista internacional.
Aprendemos a hablar otro idioma,
convivimos con otras costumbres,
y otros grupos oprimidos.
“¿Ocio o trabajo?”
“Construir un partido revolucionario”.
Nos desvelamos pensando,
en Francia, en España, en Honduras, en Argentina,
en un rincón del conurbano, en Córdoba, en Santa Cruz,
tomando el tren en Constitución o un café frente a la Torre Eiffel
en cómo cambiar el mundo.
Hay revolucionarios que pareciera que tienen en su ADN
las ganas y la convicción de cambiar el mundo.
Y así, la más tierna adolescencia,
la edad del pavo,
y las hormonas,
se empapan de lucha, de asambleas, de reuniones del Centro de Estudiantes.
Y la edad del pavo deja de ser la edad del pavo,
pero el pibe no deja de ser pibe
y como quien no quiere la cosa,
él se convierte en un pequeño pero enorme dirigente secundario.
Protagoniza una toma en el 2008 junto a sus compañeros,
vive, jode, ríe, disfruta, crece,
quizás, en ese interín, lava la remera de su banda favorita.
Si la burguesía edulcora a los mártires, a los cuadros y a las figuras de nuestra clase,
los revolucionarios nos encargamos de endulzarlos.
O mejor: nos encargamos de mantener prendida su llama.
De avivar su fuego para que crezca,
para que siga brillando con la misma luz,
para que siga quemando con la misma intensidad.
Y las generaciones venideras, los más jóvenes e inexpertos,
recordarán así tal cual fueron a los camaradas que ya no están:
como cuadros revolucionarios, entrañables -y extrañables-
militantes férreos a sus convicciones.
Los revolucionarios no nos conocemos todos con todos,
menos conocemos a cada miembro de nuestra clase.
Más tenemos una cualidad única:
si hay dos o tres de nosotros del otro lado del mundo,
cruzando el gran charco,
en el viejo continente,
lo vamos a sentir como un compañero,
y lo vamos a llorar como un compañero.
Porque compartir la causa revolucionaria
no encuentra sus límites en el tiempo,
en las distancias,
en las camadas nuevas o viejas de militantes.
Compartir la causa revolucionaria une,
en un abrazo tan estrecho y cálido,
a todo aquel que quiere cambiar el mundo de raíz
porque LA VIDA es HERMOSA
y queremos las futuras generaciones la disfruten plenamente.
Y aunque a veces no parezca,
los troskos que gritan en la facultad,
que cortan la calle,
que te pelean el voto en un esquina
o te venden la prensa a las 5 a.m en una fábrica con -5 grados,
además de resignar muchas cosas -y personas-,
además de ordenar su vida alrededor del partido,
también son personas.
Aman con intensidad,
ríen hasta las lágrimas,
lloran hasta la risa,
caminan descalzos por el pasto de verano,
pisan las hojas de otoño,
saltan los charcos de invierno,
se refugian en la sombra de primavera,
disfrutan de una cerveza bien fría,
y de un guiso bien caliente.
Los revolucionarios sienten una empatía tan fuerte
que cualquier palabra que pretenda explicarla,
se queda corta.
Esa empatía, que se traduce como amor a la humanidad,
está cargada de solidaridad de clase,
de lazos nuevos,
de vida.
Somos así, disfrutamos la vida y queremos vivirla intensamente
cada minuto, cada segundo. No queremos perder tiempo.
Decimos las cosas claras, plantamos bandera:
en la vida no hay tiempo para eufemismos.
Y la cualidad más hermosa, quizás, de un revolucionario
es entristecerse hasta las lágrimas,
por otro compañero revolucionario que no conoció.
Porque este sistema,
de indiferencia y frivolidad imperante,
de desorganización organizada,
de muerte y opresión,
nos quiere solos, separados, enemistados si es posible.
Y la causa revolucionaria,
el amor por la verdadera causa revolucionaria,
nos une de una manera tan estrecha
que nos sentimos y nos lloramos como hermanos.
Y nos hace entender que además de cuadros revolucionarios,
de militantes que quieren cambiarlo todo,
de personas que ponen primero al partido,
somos hijos, hermanos, novios, y amigos también.
Sentimos,
en cada fibra de nuestro cuerpo,
las injusticias que nos hermanan para cambiar el mundo.
Los sepultureros de la sociedad vieja,
los que abrirán paso a la libertad,
los que lloran las injusticias,
los que tienen un colchón preparado siempre que un compañero lo necesite,
los que sacrifican todo por la causa, hasta lo más preciado,
hoy tenemos la tarea de construir el partido que somos
y el que, por Ale y todos los compañeros, seremos.
Compañero Ale: hasta que todo sea
como lo soñamos.
No te conozco
No sé quién sos
No se tu rostro
No se tu voz
Sólo se tu nombre
Y el valor de tu convicción
Pero te lloré
Te lloré compañero, te juro que te llore
Porque te leí
Porque compartimos
Porque somos lo mismo
Estamos por lo mismo
Siento una cercanía
Casi íntima
Casi hermana
Casi místicamente humana
Yo no hablo
Tampoco escribo bien
Pero quiero, necesito
Contar tu lucha
La muerte lleva directamente
A pensar en la vida
En mi vida
En lo que hago y lo que no
La muerte te lleva
Directamente
A pensar en la vida
En toda la vida
En la del obrero
La mujer
El joven
De todo explotado y oprimido
La muerte y la vida desembocan
En la lucha eterna
Por la emancipación
Por poder arrancarle la alegría al futuro
¡Hasta el socialismo siempre Ale!
Tu lucha nos construyó a cada compañero y compañera como los revolucionarios que somos hoy, eternas gracias.