La OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) es una venerable entidad internacional nacida como continuidad del Plan Marshall de la segunda posguerra y que agrupó inicialmente a la mayoría de los países de Europa occidental más Estados Unidos, Canadá y Japón. Es una especie de club de países desarrollados que se permite darle al resto lecciones de qué deben hacer con sus economías. En las últimas décadas, tanto como para atenuar su imagen de “club de ricos”, incorporó a algunos países algo más periféricos, pero con impecables credenciales neoliberales, como países del Este europeo, países bálticos, México, Chile e Israel.
Argentina hace rato que quiere ingresar a la OCDE, y en particular Macri está que se muere por codearse “el mundo” en un ámbito más “exclusivo” que la Asamblea General de la ONU. Tanto como para reconocer los esfuerzos de Macri y a la vez recordar los deberes pendientes, la OCDE elaboró un estudio sobre la economía argentina, que fue recibido con sonrisas en Buenos Aires en un encuentro entre la directora de Gabinete del organismo y el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne.
Se trata de una especie de auditoría informal que termina planteando unas “recomendaciones” que por supuesto son, en el fondo, una lista de requisitos de ingreso al club. Hay que reconocer que las recomendaciones son exhaustivas: no dejan de lado prácticamente ningún aspecto importante de la política económica. De más está decir que el macrismo recibió encantado los elogios de la OCDE y le sobra voluntad para llevar adelante las “reformas” que reclama. Como dice su spot de campaña: ¿podrá?
Déficit cero por ley y más desigualdad tributaria
La OCDE aplaude la intención de Macri de darse “objetivos presupuestarios plurianuales” es “progreso notorio, pero esos objetivos aún no fueron integrados a la legislación”. Así, se pide “introducir una regla fiscal de gasto y considerar la implementación de un objetivo de deuda”. Es decir, se le reclama al gobierno que establezca por ley el ajuste del déficit, al estilo de Alemania, donde tiene incluso rango constitucional.
Ahora bien, ¿cuál es el camino para que el Estado pueda alcanzar ese límite de gasto que deberá cumplir por ley? Para la OCDE, lo que hay que hacer es “eliminar gradualmente los subsidios a la energía, racionalizar el gasto público (sobre todo en las provincias) y lograr mayores reducciones de gastos en empresas estatales”. Por si no se entendió, traducimos las tres recomendaciones en el orden original: tarifazos, despidos y ajuste.
Siguen las “recomendaciones”. Es sabido que las autoridades monetarias, en todos los países del mundo, tienen determinados objetivos. El mandato neoliberal clásico es que ese objetivo sea uno solo: contener la inflación. Pero muchos bancos centrales agregan otros. Sin ir más lejos, la Reserva Federal yanqui considera siempre dos variables: la inflación y la tasa de desempleo. El Banco Central de la República Argentina, luego de la modificación de su carta orgánica bajo el kirchnerismo en 2012, agregó metas como “estabilidad financiera” y “desarrollo económico con equidad social”.
Paparruchas, dice la OCDE. Acá hay que “simplificar el mandato del BCRA, priorizando la estabilidad de precios”. Bajar la inflación y listo, y que el desarrollo y la equidad se vayan a los quintos infiernos. Que es lo que hace el bueno de Sturzenegger.
No terminan ahí los mandobles de la OCDE. Curiosamente, parece criticar por izquierda al gobierno al decir que “el sistema tributario contribuye relativamente poco a reducir las desigualdades”. Pero todo se normaliza cuando vemos las propuestas. Lo primero es… ¡bajar el mínimo no imponible de Ganancias, es decir, aumentar la proporción de trabajadores que pagan el impuesto! ¿Y quiénes serán los beneficiados de esta mayor contribución de los obreros? Pues los ricos: para la OCDE hay “eliminar gradualmente Ingresos Brutos” y el impuesto al cheque, esto es, eliminar impuestos que sólo pagan los empresarios. La frutilla del postre es el pedido de “ampliar la base imponible del IVA”, con lo que no sólo no se reducirá ese tributo regresivo sino que se eliminarán las pocas exenciones que hay hoy y que benefician a los consumos esenciales. Una joyita.
Exprimir a los trabajadores hasta la muerte
Si lo que vimos hasta ahora es bien feo, lo referido a los trabajadores es siniestro. Por lo pronto, todo el acento está en la necesidad de una reforma laboral profunda en un sentido brutalmente antiobrero. Como “las normativas rígidas del mercado laboral obstaculizan la creación de empleo, aumentan el costo laboral y frenan el aumento de la productividad”, una de las medidas propuestas es “proteger a los trabajadores mediante seguros de desempleo y formación, y no con una normativa laboral estricta”.
¡Vaya “protección”: lo que esta gente busca es eliminar la indemnización y reemplazarla con un seguro de desempleo! Una solución similar se ofrece a los trabajadores de las industrias perjudicadas por la apertura de importaciones. Como uno de los objetivos centrales de la OCDE es promover el libre comercio (que beneficia siempre a los países más desarrollados), ni se le ocurre ninguna forma de protección o compensación, sino simplemente bajar las tarifas a la importación, reducir la aplicación de licencias no automáticas y “ampliar las políticas de apoyo a los trabajadores afectados”. ¡Qué vivos: abrimos la economía, reventamos la industria local y resolvemos el caos social resultante con la “ampliación de políticas de apoyo”!
No crean que la OCDE se olvidó de las políticas de género: tan progresista ella, se preocupa de que “la tasa de empleo femenina es baja”. ¿Y cómo se hace? Pues hay que “promover acuerdos flexibles sobre la jornada laboral y extender el permiso por paternidad”.
Parece poco, ¿no? Tal vez, pero no tan risible como la “solución” de la OCDE para combatir el trabajo en negro: “Más inspecciones laborales, en conjunto con otras medidas”, que por supuesto no se especifican. Es un clásico: cuando hay que hacer algo en favor de los trabajadores, todo son vagas promesas y afirmaciones genéricas; en cambio, cuando se trata de beneficiar a los empresarios o de achicar el gasto, las propuestas son explicadas con minucioso detalle.
El final a toda orquesta es la política previsional. Más quejas: el gasto en pensiones es alto y el envejecimiento de la población amenaza la sostenibilidad a largo plazo del sistema de jubilaciones. ¿Cómo se resuelve? Pues bien, hay que “igualar la edad de jubilación de las mujeres a las de los hombres”. Como se imaginarán, esa igualación es hacia arriba: no es que los hombres podrán jubilarse a los 60, sino que las mujeres deberán jubilarse a los 65.
Pero no es tan grave: para Gabriela Ramos, directora de Gabinete de la OCDE, “una recomendación que hacemos a todos los países miembro es que revisen la edad de retiro. Los 65 años se determinaron cuando la gente vivía 80 años promedio, pero ahora viven 90”.(1)
Para beneficio de esta ignorante o mentirosa profesional, vamos a dar los datos verdaderos. En 1970, bastante después de que se definieran los 65 años como edad jubilatoria, la esperanza de vida en Argentina era de 66,6 años, y en Estados Unidos, de 70,8 años. No de “80 años promedio”, señora Ramos. De hecho, según el informe anual World Health Statistics de la Organización Mundial de la Salud, la esperanza de vida promedio en todo el mundo en 2015 es de 71,4 años. En Estados Unidos, de 79,3 años, y en Japón, el país de mayor esperanza de vida del planeta, de 83,7 años.
No hay país del mundo del que se pueda decir que “ahora viven 90 años”, señora Ramos. Vaya a proponer sus reformas jubilatorias al Tibet o al valle de Vilcabamba, famosos por su longevidad. En Argentina y en 2015, según la OMS, la expectativa de vida promedio es de 76,3 años. Si a usted, señora Ramos, le parece que 65 años es pronto para jubilarse, y quiere que la gente trabaje hasta los 70 o 75 años, dígalo con claridad, para que todo el mundo entienda que la OCDE, y Macri, quieren que la gente se deslome trabajando casi hasta el día de su muerte.
Marcelo Yunes
Notas