El capítulo de las tensiones en la región Asia-Pacífico se reabrió con el último lanzamiento de misiles intercontinentales por parte del gobierno de Corea del Norte, esta última semana. La situación se volvió un quebradero de cabeza permanente para el gobierno de Donald Trump en Estados Unidos.
El mandatario norteamericano intenta mostrar una actitud “dura” hacia el régimen norcoreano, pero no encuentra las herramientas para hacerlo (más allá de las provocaciones, como hacer sobrevolar bombarderos en su territorio, etc.). Las sanciones económicas no producen ningún resultado, la presión diplomática no surte efecto y la opción militar parece seguir afuera de la mesa. Un ataque directo en su territorio provocaría una guerra de grandes proporciones con cientos de miles de muertos, muchos de los cuales provendrían de Corea del Sur y hasta de Japón (ambos aliados de EEUU): una aventura de ese tipo no parece contar con demasiado consenso, aunque tampoco puede ser descartada si las cosas se van de control.
Por eso Trump descargó su frustración contra China: desde su cuenta en twitter acusó al gigante asiático de no hacer lo suficiente para contener a los norcoreanos. Esto marca un nuevo deterioro en las relaciones EEUU-China, que se estaban recuperando (desde la reunión entre ambos presidentes realizada en abril) luego de un mal comienzo. Trump había realizado su campaña electoral denunciando a China por sus prácticas comerciales y monetarias, mediante las cuales obtiene un enorme superávit en su relación con Estados Unidos (más de 386,000 millones de dólares en 2015). Es decir, China inunda de mercancías a EEUU, y además una gran cantidad de empresas norteamericanas deslocalizan su producción (y sus puestos de empleo) hacia China. Esta última semana, Trump reflotó este discurso: en el mismo “tweet” en el que le reprochó a China no colaborar contra Corea del Norte, recordó la ineficiencia de los gobiernos anteriores norteamericanos para combatir el déficit comercial con China. También amenazó con poner en pie una investigación contra aquélla por sus prácticas comerciales “desleales”, en relación a la cuestión de la propiedad intelectual de las empresas radicadas en China (a las que el Estado asiático les exige que compartan sus tecnologías).
El problema de fondo es el ascenso ininterrumpido de China en el terreno económico-comercial. No sólo se trata ya hace mucho de la segunda potencia económica mundial, sino que con algunos criterios de medición (paridad de poder adquisitivo), ya se encuentra superando a EEUU, alrededor del enorme potencial industrial de la primera. Pero la novedad no es esta, sino que China intenta también ponerse al día en los terrenos que venía más atrás (y donde EEUU todavía le saca mucha distancia): por un lado, el desarrollo tecnológico, y por otro, especialmente, la modernización de sus Fuerzas Armadas.
En este último rubro se registraron varias novedades significativas. Hace unos meses atrás, China construyó su primer portaviones de fabricación nacional, lo que mejora su ubicación en el terreno más dinámico de la guerra moderna, la aviación militar. Pero estas semanas ocurrieron también otros hechos de gran significación.
Uno de ellos es la realización de maniobras conjuntas de su flota con la de Rusia… nada menos que en el Mar Báltico, en Europa. Rusia y China realizaron sus ejercicios en el enclave de Kaliningrado, en medio de dos Estados de la OTAN, Polonia y Lituania. La presencia allí de naves chinas de combate es toda una novedad y un salto en calidad de su alianza militar con Rusia. No es posible subestimar en modo alguno la importancia de que el mayor competidor hegemónico de EEUU en el mundo comience a tener actividad militar en Europa, a sólo 600 kilómetros de Berlín.
La otra novedad es la apertura de una base militar china en el cuerno de África, más precisamente en el estado de Djibouti. Se trata de una región de gran importancia estratégica ya que controla el paso del Golfo de Adén hacia el Mar Rojo, es decir: la entrada obligada a la ruta que sigue el Canal de Suez y desemboca en el Mediterráneo, uniendo Asia con Europa. Esa ruta marítima es uno de los principales focos comerciales del mundo, teniendo también una importancia específica para el transporte de hidrocarburos (es decir, de energía). La presencia militar china significa el comienzo de una transición hacia una vigilancia directa de las grandes arterias comerciales mundiales: algo similar a lo que comenzó a hacer China en su propio mar meridional, donde se lleva a cabo una porción muy importante de las transacciones globales.
Por otra parte, esta base significa un salto en calidad de la presencia de China en África, donde ya posee tropas participando de “misiones humanitarias” internacionales, es decir, jugando un rol de ocupación imperialista. China tiene enormes aspiraciones sobre el continente africano, donde participa con gran cantidad de inversiones y con el cual juega un rol comercial de primera categoría.
Por otra parte, el mero hecho de que China realice actividades militares a más de 7000 kilómetros de sus propias costas, significa todo un mensaje al mundo: en modo alguno la clase dominante china piensa restringirse a sus meros “asuntos internos”, sino que comienza a proyectarse como imperialismo global (aunque recubierto de una retórica “defensiva”, “pacífica” y “multilateral”).
En estas condiciones, sólo puede esperarse una tendencia al aumento en los roces entre China y EEUU (y sus aliados de la OTAN). En estas tensiones, aumenta también la solidez de la alianza militar con Rusia, el otro gran enemigo de “occidente”. Esta alianza cobra una mayor importancia estratégica en la medida en que Estados Unidos votó y promulgó un fuerte paquete de sanciones contra el gobierno de Putin, dañando fuertemente las relaciones entre ambos países. Si los acontecimientos continúan con su dinámica actual, es de esperarse un crecimiento de la polarización mundial, entre dos grandes bloques geopolíticos que compiten por la hegemonía global, con elementos de guerra comercial, monetaria y hasta de posibles choques militares.
Para evitar esta perspectiva, que podría sumir al mundo nuevamente en la barbarie (como atestiguaron las dos guerras mundiales y toda la historia del siglo XX), es necesario transformarlo de raíz, acabando con el régimen capitalista que sustenta tanto a uno como otro bloque.
Por Ale Kur