Compartir el post "Alemania: El “voto castigo” contra Merkel y sus socios socialdemócratas favoreció a la extrema derecha"
Por Claudio Testa
El domingo pasado hubo elecciones legislativas en Alemania. Recordemos que son las elecciones más importantes dado que, según el régimen político de Alemania, es el parlamento quien elige al gobierno.
En estas elecciones, Ángela Merkel y la coalición de partidos que la respalda (CDU/CSU)[1] se presentaban con la convicción de que lograrían con facilidad las bancas suficientes para imponer un una cuarto mandato de la emperatriz de Europa. Pero en las urnas recibieron un formidable “voto castigo”.
La coalición de partidos demócrata-cristianos CDU/CSU logró apenas el 33% de los votos. En relación a la anteriores elecciones parlamentarias de 2013 implicó un retroceso de casi un 9%.
Los socios incondicionales de Frau Merkel, los socialdemócratas del SPD (Sozialdemokratische Partei Deutschland) que venían gobernando con ella en la llamada “Gran Coalición”, recibieron también su cuota de “voto castigo”. Bajaron al 20% de los votos, lo que representa una pérdida de más del 5% en relación a las elecciones parlamentarias de 2013.
Pero la “bomba” de estos comicios, su rasgo más importante, fue la irrupción de un partido que salió tercero, después de los democristianos y los socialdemócratas, y que por primera vez lograba bancas en el parlamento. Se trata del agrupamiento de extrema derecha AfD: Alternative für Deutschland (Alternativa por Alemania).
En elecciones anteriores, ningún agrupamiento de extrema derecha había logrado rebasar el piso del 5% de los votos, exigido para obtener diputados.
Ahora la AfD no sólo logra rebasar ese piso obteniendo casi el 13%, sino que se coloca como el tercer partido de Alemania, detrás de los dos tradicionales pilares del régimen posterior a la Segunda Guerra Mundial: los demócrata-cristianos y los socialdemócratas.
Pero el “voto castigo” por derecha no acaba en el gran salto de estos “fachos” posmodernos. Otro partido que aumentó votos, aunque no en la magnitud de la AfD, fue el FDP: Freie Demokratische Partei (Partido Libre Democrático), un agrupamiento neoliberal rabioso, que también hace oposición a Merkel desde la derecha.
En las elecciones de 2013, el FDP (con el 4,8% de los votos) tampoco había logrado ingresar al parlamento. Ahora alcanzó el 10,7%, logrando 80 diputados.
Detrás de esas listas se ubicaron Die Linke (La Izquierda) y Die Grünen (Los Verdes). Die Linke aumentó levemente su votación llegando casi a 9% y a 69 diputados (cinco más que en el anterior parlamento). Die Grünen (Los Verdes) superó el 8% y ganó 67 bancas.
Giro a la derecha, raíces y contradicciones
Se trata indiscutiblemente de un giro a la derecha, que contrasta con otros hechos que se dan simultáneamente en Europa, como las grandes movilizaciones democráticas por el derecho a decidir en Catalunya, o las protestas obreras contra las medidas neoliberales y antiobreras de Macron en Francia.
Una coalición fascistoide ha logrado constituirse en la tercera fuerza política-parlamentaria… cuando hasta hace pocas semanas todos los sabihondos “analistas” daban por sentando un triunfo rotundo de Frau Merkel y una sólida votación de sus socios socialdemócratas, encabezados por Martin Schulz, presidente del Parlamento Europeo hasta hace poco, y estimado como la nueva “estrella” política que acompañaría a Merkel.
Pero como sucedió con el Brexit, las elecciones yanquis en que ganó Trump y tantos otros pronósticos, las cosas salieron muy diferentes.
Merkel hizo la peor votación de su reinado y ahora su continuidad en el puesto de canciller está entre signos de interrogación. Depende de lograr un acuerdo para constituir una coalición con los Verdes y los ultra-neoliberales del FDP. Algo que no sería fácil.
Por otra parte, la histórica socialdemocracia alemana no puede venir en su ayuda para constituir gobierno. Antes se turnaba tranquilamente en el poder con los demócrata-cristianos del CDU/CSU o formaba con ellos la usual “Gran Coalición”. Pero ahora, ante el peligro de ir desapareciendo como le sucedió al Partido Socialista francés, prefiere el papel menos peligroso de “oposición”… de su majestad.
Pero el punto más importante es otro. Es la cuestión de porqué se da este giro a la derecha. Y la respuesta, en esencia, no es muy diferente a las “sorpresas” del Brexit, de Trump, del triunfo del NO en referéndum del Italia, etc., etc.
Principalmente, en las elecciones de Alemania estamos otra vez ante el mecanismo del “voto castigo”. En una situación de creciente descontento social y político, se vota principalmente contra los que se supone responsables.
Por supuesto, tiene su importancia cómo se elige el “garrote” con el que se castiga al gobierno y/o los candidatos detestados.
Que, en este caso, la mayoría haya preferido utilizar el palo de la Alternative für Deutschland más que el de Die Linke, tiene enorme importancia. Pero eso no implica que todo está decidido, ni que ese voto automáticamente significa ya el encuadramiento orgánico de esos votantes en las filas de la extrema derecha.
Además, la misma AfD, al pasar a primer plano, empieza a sufrir las contradicciones de una coalición estructurada más como un voto en contra que como una fuerza política homogénea.
Una sorpresa en ese sentido fue la posible división del bloque de diputados electos de la AfD horas después de los comicios. La copresidenta del partido, Frauke Petry, decidió romper el bloque en reacción al discurso con tintes neonazis de su presidente Alexander Gauland, que manifestó que Alemania debería sentirse orgullosa de las acciones de sus soldados en la Segunda Guerra Mundial…
Aunque esto podría ser más un pretexto fraccional que un motivo real, lo cierto es que ahora la AfD va a confrontar las más diversas presiones, tanto por arriba como por abajo, desde su recién lograda base electoral.
Pero lo decisivo será si desde la juventud, el movimiento obrero y la izquierda se desarrolla una alternativa independiente para enfrentar tanto a la extrema derecha como al gobierno que finalmente se constituya.
Los activistas obreros juveniles y populares, y las corrientes de izquierda como Die Linke tienen el inmenso desafío de dar esa pelea que aún no está saldada.
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1.- Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU) y Unión Social Cristiana de Baviera (CSU).
Como en los casos anteriores ya citados, el “voto castigo” tiene motivos fundados. En el caso de Alemania es que el “verso” de la gran potencia industrial próspera, donde todos tienen trabajo y son felices, no tiene nada que ver con la realidad. Es otra de los tantas mentiras con que se pretende presentar la situación social en los países que encabezan el paraíso mundial neoliberal.
La verdad es que, como en los EEUU que generaron a Trump, como en el Reino Unido que protestó votando el Brexit o en la Francia donde se hundieron los partidos tradicionales, en Alemania cunde también el descontento.
Pero, como ha sucedido tanta veces en la historia, el simple descontento sin conciencia y organización política y de clase que lo oriente, puede llevar a desastres. Y recordemos en relación a Alemania, que si Hitler llegó al poder en 1933, no fue porque la mayoría de los alemanes estuviesen muy satisfechos.
Esto no implica, por supuesto, que la situación actual sea la misma de la Alemania de 1933. Pero sí que el cuadro social empeora, como sucede en casi todo el mundo.
“La potencia económica vive una creciente polarización social en la que el 10% más rico del país posee el 60% de la riqueza.” Así resumía un corresponsal extranjero en Berlín, la fuente generadora de esta inmensa bronca.[1]
“Como apuntan los índices macroeconómicos –prosigue este corresponsal–, la locomotora europea es cada vez más próspera. Y también es más injusta y polarizada. Según el último informe de la OCDE, el 10% más rico posee el 60% del patrimonio privado mientras que el 40% más pobre no tiene casi nada. Una creciente brecha que convierte a Alemania en uno de los países más desiguales de Europa.
“El crecimiento es constante y la tasa de desempleo es de sólo el 3%, la menor en los últimos 20 años. Aún así, no ha sido ajena a la creciente desigualdad del país y ha visto cómo la brecha entre ricos y trabajadores mal remunerados es cada vez mayor. Muchos economistas apuntan a la globalización como causa. La desigualdad se ha disparado en los países industrializados desde 1985.
“Crece el empleo… precario. La adopción de la llamada ‘Agenda 2010’, un paquete de medidas para flexibilizar el mercado laboral, reducir gasto público y restringir ayudas impulsada por el canciller Gerhard Schröder, sentó los pilares de esa recuperación. Pero también contribuyó a un aumento de la precariedad laboral, una tendencia que empieza tras la caída del Muro de Berlín.
“Mientras la riqueza se acumula en cada vez menos manos privilegiadas, Alemania también ha visto una polarización de salarios en el mercado laboral donde sólo crecen los empleos mal remunerados.
“Aquejados por el empobrecimiento del sistema de pensiones, cada vez más jubilados necesitan un empleo parcial para subsistir. Desde el 2010, esa necesidad se ha disparado hasta un 22%. La gran mayoría de ellos también dependen de ayudas del gobierno.”(cit.)
La ola de refugiados que se extendió por Europa y llegó también a Alemania fue la gota que rebalsó el vaso. Desde el gobierno de Merkel, con la colaboración de la socialdemocracia y el silencio de los burócratas sindicales, se los usó como presión para ponerlos en competir en materia de salarios y condiciones de trabajo. Y la izquierda no era lo suficientemente fuerte para enfrentar y derrotar esta maniobra clásica.[2]
La extrema derecha se aprovechó de esta situación de descontento social, para derivarla en un sentido racista y un “voto castigo” que le abriese las puertas del parlamento.
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1.- Carles Planas Bou, «Alemania rica; Alemania pobre», desde Munich, El Periódico, Barcelona, 17/09/2017.
2.- Recordemos que en los orígenes de la Primera Internacional, fundada en Londres en 1864 bajo la presidencia de Karl Marx, estaba la necesidad inmediata de los trabajadores de hacer frente a las maniobras de las burguesías europeas, en primer lugar la británica, de poner a competir a los trabajadores inmigrantes contra los nativos para bajar a todos sus salarios y condiciones de trabajo.