Por Ale Kur

El lunes 25 de septiembre se llevó a cabo en la región kurda de Irak un referéndum por su independencia, impulsado por el Gobierno Regional del Kurdistán. Como era previsible, el mismo se saldó con un rotundo triunfo del “sí”: esta opción obtuvo el 92,7 por ciento de los votos, sobre 3 millones de votos válidos. La participación fue muy alta: el 72% del padrón electoral (casi 900 mil personas más que las que votaron en las elecciones provinciales kurdas del 2014).

Con estos resultados, el Gobierno del Kurdistán (encabezado por el presidente Masud Barzani del “Partido Democrático del Kurdistán”) quiere avanzar en negociaciones con el gobierno central iraquí sobre las condiciones de la posible secesión. Pero el primer ministro iraquí Haidar Abadi (junto a todo el “establishment” político de Bagdad) se opone rotundamente a esta posibilidad. El parlamento iraquí respondió al referéndum kurdo con un ultimátum que exige la rendición de estos últimos, bajo amenaza de enviar sus tropas a las zonas disputadas, cerrar las fronteras e impedir los vuelos a la región. Para esto cuenta con el apoyo de los países vecinos como Turquía e Irán, que también amenazaron con aislar al Kurdistán iraquí.

El presidente turco Erdogan fue todavía más lejos: amenazó con cerrar los oleoductos a través de los cuales los kurdos exportan su petróleo a Europa, bloquear el comercio (incluidas las importaciones kurdas de alimentos, vitales para su supervivencia) y con ello hacer colapsar su economía. Por si esto fuera poco, fue todavía más contundente: advirtió que “cualquier noche” las Fuerzas Armadas tucas podrían invadir sorpresivamente la región, sin previo aviso.

Pese a la subordinación estratégica del gobierno de Barzani a EEUU y Turquía, el referéndum se llevó a cabo contra la voluntad de ambos países, especialmente del segundo. El gobierno de Erdogan ve con preocupación el envalentonamiento del pueblo kurdo, que puede reactivar su lucha también en Turquía y fortalecer su autogobierno en Siria. Por eso dio un giro de 180 grados (por lo menos en el terreno discursivo) y dejó al Kurdistán iraquí relativamente aislado en el terreno internacional, aunque con una polémica excepción. El Estado de Israel es el único que le brindó apoyo a la independencia kurda, siguiendo sus propios motivos geopolíticos: el interés sionista está en restarle poder a los Estados árabes, creando un nuevo posible punto de apoyo pro-occidental. Con respecto a Estados Unidos, las declaraciones fueron de rechazo a la independencia, pero con un tono más conciliador. Por último, no está clara actitud que va a tomar Rusia (potencia con un creciente peso regional) frente al problema.

En este escenario, queda planteada la posibilidad de un nuevo gran conflicto político, diplomático y militar en Medio Oriente, abriendo otro capítulo en la larga sucesión de enfrentamientos de los últimos años. La perspectiva de una «estabilización regional» aparece fuera del horizonte, pese a la derrota del “Estado Islámico” y del peligro jihadista más inmediato.

Dadas las condiciones de aislamiento internacional, la pelea histórica del pueblo kurdo por su autodeterminación queda exclusivamente en manos de sus decenas de millones de miembros, tanto en Irak como en Turquía, en Siria y en Irán, así como del apoyo internacionalista del resto de los pueblos de Medio Oriente y del mundo.

El pueblo kurdo y la independencia

Se estima que en Irak habitan entre 5 y 8 millones de kurdos. Son parte de un grupo étnico-nacional mucho mayor: el pueblo kurdo en Medio Oriente está formado por alrededor de 50 millones de habitantes divididos en 4 países (Turquía, Irán, Irak y Siria). Conforman por lo tanto la población étnica más grande de Medio Oriente sin un Estado propio, con una muy larga tradición de lucha por sus derechos, su reconocimiento y su autodeterminación. El actual referéndum de independencia del Kurdistán iraquí se nutre tanto de las condiciones políticas actuales como de esa tradición histórica, tanto en Irak como en todo Medio Oriente.

Con respecto a las condiciones políticas más inmediatas, estas se remontan a la situación abierta por el rápido avance de ISIS (el “Estado Islámico”) en el norte de Irak a partir de mediados de 2014, que provocó una profunda alteración en el mapa político de la región. El poder central iraquí se esfumó rápidamente en la zona con la retirada sin combate del ejército de Irak, y en su lugar la resistencia quedó en manos de los «Peshmerga» (fuerzas de seguridad del gobierno regional del Kurdistán), apoyados por la fuerza aérea de EEUU. Los éxitos militares de esta coalición consiguieron evitar el avance de ISIS en la región kurda, consolidando el gobierno regional del Kurdistán como poder autónomo y reduciendo su dependencia del poder central iraquí.

El caso más emblemático de lo anterior es la ciudad de Kirkuk, que posee las segundas reservas de petróleo más importantes de todo Irak. Esta ciudad es reivindicada históricamente por el Gobierno Regional del Kurdistán como propia, pero su control estaba hasta 2014 en manos del poder central iraquí. Esto provocó fuertes tensiones desde la caída del régimen de Saddam Hussein (en 2003). En junio de 2014, ante el avance de ISIS las tropas iraquíes huyeron de la ciudad, ante lo cual los Peshmerga se hicieron con su control –que se mantiene hasta la actualidad. Con Kirkuk en manos del gobierno kurdo, este pasó a contar con recursos económicos de gran importancia, que hacen viable el proyecto de la independencia.

Pero este “statu quo” fue efímero: con la reconquista de Mosul y de casi todas las zonas ocupadas por ISIS en el norte de Irak (ya sea a manos de las fuerzas del gobierno iraquí o de los Peshmerga) hace unos pocos meses atrás, quedó planteado nuevamente el problema de cómo se redibuja el mapa político de la región. Esto incluye la cuestión de las fronteras, y tanto o más importante, cómo se repartirá la muy jugosa renta del petróleo proveniente de estas zonas.

Así, se le planteó al gobierno de Barzani una oportunidad histórica: las relaciones de fuerza entre el Kurdistán y el poder central iraquí se encuentran en un momento relativamente favorable para el primero, que con el tiempo solo pueden empeorar a medida que el Estado iraquí se reconstruya luego de la guerra contra ISIS.

A esto se le suman otros problemas coyunturales como la falta de legitimidad del gobierno de Barzani: su mandato al frente del Kurdistán iraquí venció hace dos años sin renovarse, y la administración se encuentra sumida en una crisis con fuertes disputas internas entre las fuerzas políticas kurdas.

En estas condiciones, Barzani decidió lanzar la política del referéndum de independencia, como iniciativa de su partido político. La respuesta cerrada y desafiante por parte del gobierno central de Irak y de los países vecinos terminaron empujando al resto de los partidos kurdos y la opinión pública al apoyo del mismo y al voto del “sí”.

Una larga historia de enfrentamiento con el poder central

Los elementos mencionados, sin embargo, son sólo las condiciones coyunturales. De fondo, lo que hay es una larga historia de lucha del pueblo kurdo y de enfrentamientos con las fuerzas opresoras.

La región que hoy conforma Irak (incluido el Kurdistán iraquí) fue desde el siglo VII parte del imperio árabe-islámico, siendo Bagdad su capital durante varios siglos. Desde su caída, pasó a distintas manos, pero la mayor parte del tiempo fue parte del Imperio Otomano (califato islámico con centro en la actual Turquía). Tras la finalización de la Primera Guerra Mundial, los famosos acuerdos de Sykes-Picot y los tratados de Sèvres y Lausanne desmembraron al antiguo Imperio Otomano, trazando fronteras artificiales que crearon tres países diferentes (Turquía, Siria e Irak). Los kurdos de la región quedaron divididos entre esos tres Estados (además de Irán) y sin ningún Estado propio. Irak en particular quedó en manos de Inglaterra, que lo administró como colonia. Los kurdos iraquíes protagonizaron ya en ese período rebeliones por su autonomía contra los ocupantes británicos (en las cual ya jugaba un rol muy destacado el clan Barzani, el mismo al cual pertenece el presidente actual).

La independencia de Irak no mejoró su situación, y las guerrillas kurdas siguieron combatiendo contra sucesivos gobiernos iraquíes. La década del ‘60 vio el ascenso al poder del partido pan-arabista Baath, que desarrolló una política de «arabización» (incluyendo el cambio demográfico forzado por vía de colonización y deportaciones) en perjuicio de los kurdos. En la década del ‘70 el poder central iraquí le concedió una autonomía formal a los kurdos pero sin libertades reales, en el marco de un régimen verticalista y de partido único.  El enfrentamiento entre los kurdos y el gobierno iraquí continuó.

En ese marco, y durante el transcurso de la guerra entre Irak e Irán a fines de los ’80, el gobierno de Saddam Hussein llevó adelante una gran masacre contra el pueblo kurdo conocida como “genocidio de Anfal”, provocando decenas de miles de muertos. Este implicó entre otras el uso de armas químicas contra las poblaciones kurdas, asesinando a por lo menos cinco mil personas. Esta masacre significó un punto de “no retorno” en las relaciones entre los kurdos y el gobierno central, que tiene todavía hoy un enorme peso en la conciencia del pueblo kurdo.

Con el estallido de la Guerra del Golfo en el ’91, Estados Unidos estableció una “zona de exclusión aérea” sobre los territorios kurdos, que significaba en los hechos la inhabilitación del Estado iraquí para utilizar sus fuerzas armadas en la zona. Las tropas iraquíes se retiraron del Kurdistán, lo que permitió por primera vez el desarrollo de una autonomía real en la región. Gracias a la existencia de importantes reservas de petróleo, el Gobierno Regional del Kurdistán pudo consolidarse y desplegar cierta prosperidad económica.

Cuando Estados Unidos invadió Irak en 2003, el gobierno regional kurdo se alineó con los invasores aprovechando la oportunidad de derrotar al régimen opresivo de Saddam y el Baath. Tras la caída de dicho régimen, las nuevas autoridades sostenidas por los yanquis lanzaron una nueva constitución en 2005 reconociendo al Kurdistán como gobierno autónomo y estableciendo sus actuales prerrogativas. Allí se realizaron las elecciones regionales en las que fue electo el actual presidente Barzani.

La administración de Barzani desarrolló lazos muy estrechos con el imperialismo yanqui y con el gobierno del islamista Erdogan en Turquía, fundados entre otras cosas en el comercio del petróleo de las regiones kurdas. Pero el gobierno central iraquí fue girando cada vez más hacia la órbita de influencia de Irán, adversario de Turquía y EEUU, lo que los dejó nuevamente en veredas opuestos. Esto llevó la fase actual de las tensiones, cruzadas por las consideraciones geopolíticas de todo Medio Oriente.

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