Roberto Sáenz
“La democrática violencia constitucional del Estado español asaltó ayer colegios, secuestró urnas, abrió cabezas. Le molestaban las sonrisas, los cantos, la imaginación desbordada, la fiesta en la calle. Los carteles, pancartas, trípticos y charlas fueron tachadas de apología de mil y un delitos; las democráticas votaciones en Ayuntamientos y Parlament, de pura sedición. Sobres, papeletas y urnas fueron perseguidas cual si fueran armas de destrucción masiva. El sagrado orden constitucional debía ser restaurado” (Sabino Cuadra, “La primavera catalana”, Viento sur, 02/10/17).
Pasado el referéndum del 1-O y ante la amenaza del rey Felipe VI y Rajoy de intervenir Catalunya (anulando su autonomía y declarando el Estado de sitio), la principal cuestión del momento es rechazar esta amenaza y exigirle a Puigdemont que se aboque a declarar de inmediato la independencia.
La dirección nacionalista (PDdeCAT, ERC, ANC, Òmnium) se comprometió a declarar la independencia inmediatamente después del referéndum. El referéndum se realizó: fue una jornada de masas en las calles. Ayer, martes 3/10 se realizó un “paro cívico general” que sorprendió a propios y extraños: tuvo elementos que fueron más allá de un mero paro cívico expresando la participación de un sector de los trabajadores; Rajoy quedó en crisis viéndose obligado a hacer intervenir al rey Felipe, desarrollos históricos que marcan la emergencia del mayor movimiento de masas que se puede apreciar hoy en Europa con elementos de una verdadera rebelión popular[1].
Lo inmediato ahora es la exigencia a Puigdemont que declare la independencia: hay que exigir a la dirección del PDdeCAT y Junts pel SI, que cumpla con su promesa. Existe el peligro concreto de desvio / traición / entrega del reclamo popular debido al carácter –burgués y / o pequeño burgués- de la dirección del proceso. Pero por eso mismo el centro tiene que estar colocado en la declaración sin dilaciones de la independencia[2].
El pueblo catalán manifestó su determinación inequívoca de declarar la república. Hay que hacerlo; dejarse de dar vueltas. La apelación a la “mediación” de la Unión Europea es una trampa. La UE es ajuste y reaccionarismo, no es ninguna alternativa. La UE es la que aplicó el ajuste brutal en Grecia y no hay ninguna posibilidad de negociación-mediación por parte de ellos en el sentido de satisfacer las reivindicaciones del pueblo catalán.
Además, sus autoridades ya se han pronunciado “en defensa de la legalidad”, desconociendo el referéndum del domingo. El tema es que Puigdemont y cia. procedan a hacer lo que dijeron que iban a hacer: declarar la independencia. Este es el primer punto político: que declaren ya la independencia Puigdemont y todas las fuerzas catalanas.
Sin dudas después del amenazador discurso del Rey el martes 3/10 se coloca una segunda tarea: rechazar la presencia del Ejército en el suelo catalán. Rechazar la amenaza del Estado de suspender la autonomía catalana. Rechazar el eventual Estado de sitio que declararían en cuanto el Parlament catalán –si es que lo hace- declare la independencia. Rechazar lo que pueden llegar a ser tanques en las calles de Barcelona en el caso que el proceso independentista siga (una imagen que sería muy fuerte en un país imperialista en este período histórico, pero que quizás no se pueda descartar).
Existe un doble peligro. Uno, que la dirección nacionalista, ante las amenazas de represión, se justifique para dar un paso atrás. Insista en la necesidad de una “mediación”. Se ampare en los temores que la intervención desde Madrid pueda desatar entre la población para retroceder. Dos, y simultáneamente, que “posmodernamente” no prepare la resistencia ante la eventual escalada represiva del Estado español.
Ocurre que luego del discurso del Rey es bastante evidente que el Estado español no asistirá impasible ante la declaración de la independencia. La economía ya está sufriendo la turbulencia; los grandes grupos empresarios catalanes han comenzado a alertar que España es “su más grande mercado”; que hay que “evitar” que todo esto afecte “la buena marcha de los negocios”.
Prepararse para enfrentar el eventual zarpazo represivo del Estado central, lanzar una campaña internacional de solidaridad, ver las reservas que hay entre los sectores populares para organizarse son tareas que deberían encararse a partir de la amenazas de Felipe VI y Rajoy (amenazas que cuentan con la cínica complicidad del PSOE de Sánchez, encuadrado firmemente en la defensa del régimen del 78).
Hay un tercer elemento que se coloca de inmediato, de carácter programático: ¿independencia para qué? Los socialistas revolucionarios defendemos la independencia catalana en la perspectiva de tirar abajo el régimen del ’78, acabar con la corona, trabajar por una alternativa anticapitalista frente al neoliberalismo. Sobre todo apoyamos la independencia catalana en la perspectiva de unir más profundamente a todos los trabajadores del Reino de España, a todos los explotados y oprimidos de la península ibérica[3].
Por eso luego de defender el derecho a decidir, la independencia, el segundo punto es: ¿independencia para qué? ¿Para una república burguesa neoliberal catalana? ¿O para la perspectiva que los trabajadores, las mujeres y la juventud, los explotados y oprimidos, los de abajo, acaben con los planes neoliberales que defienden Puigdemont y cia. dando pasos hacia la unidad de los trabajadores de toda España?
Una perspectiva anticapitalista que planteé una federación socialista de toda la península ibérica y que se pueda discutir en una Asamblea Constituyente realmente soberana, revolucionaria, donde se pueda decidir.
Una vez declarada la independencia (y mientras se encara la organización para enfrentar la represión del Estado central), hay que defender la convocatoria a una Asamblea Constituyente para que el pueblo catalán pueda discutir qué independencia se quiere: qué independencia puede ser útil para los intereses de los trabajadores. No queremos una independencia para los planes de ajuste, para la UE, para más neoliberalismo. Queremos la independencia para dar respuesta a los derechos democráticos y sociales de los trabajadores. Este ítem es clave.
El cuarto punto es que hay que seguir en las calles: no se puede retroceder. Más sectores de la población se han sumado. Se ha constituido el movimiento social más dinámico de Europa de la actual coyuntura: casi una rebelión popular (o algo cercano de ella): “Hasta los hechos del 20 de septiembre (20S), cuando el Estado intensificó su política represiva, la dinámica de auto-organización por abajo fue prácticamente nula en el movimiento independentista, dirigido por la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium (…) Pero el ariete represivo (…) espoleó por primera vez una dinámica de auto-organización popular, cuya mejor expresión han sido los Comités de Defensa del Referéndum creados en muchos barrios y pueblos, juntamente con el movimiento ‘Escoles Obertes’ (Escuelas Abiertas) con un peso decisivo de profesores y maestros, que organizó a voluntarios para concentrarse ante los centros de votación el día 1 de madrugada. No puede hablarse en sentido estricto de un desborde de la ANC y Onmium (…) pero si de capacidad para arrastrar a sus militantes sobre el terreno a ser más consecuentes y más ofensivos en la desobediencia civil, ante un planteo oficial inicialmente bastante timorato (…) que no tenía planificado ningún sistema de defensa real para afrontar el hostigamiento policial” (Josep María Antenas, “1 de octubre: el día que conmovió Catalunya y el Estado español).
A esto hay que sumarle la extraordinaria jornada de paro general del martes 3/10; jornada que si tuvo más la forma de un paro cívico que de un verdadero paro general, de todos modos mostró elementos de participación de sectores de los trabajadores; que el debate sobre la independencia está comenzando a entrar en la clase obrera[4].
Hay que denunciar el nefasto rol de la UGT (socialistas) y CC.OO. (comunistas) que se negaron a apoyar el paro general catalán porque “no es nuestra tarea convocar paros políticos”… Son las direcciones burocráticas de ambas centrales las responsables de la confusión y pasividad de la clase trabajadora de toda España frente al proceso democrático catalán. Responsables de dejarlos inermes frente a los discursos reaccionarios de Rajoy, el Rey, Sánchez y el empresariado.
También hay que subrayar el papel vergonzoso que vienen jugando Pablo Iglesias y Podemos, quitándole el cuerpo a la pelea por el derecho a decidir. Es en estos momentos donde se desnuda la postración frente a la institucionalidad de organizaciones reformistas como Podemos; donde se revela el lugar por donde aprieta el zapato (símil a Syriza en Grecia): su capitulación en defensa del status quo, su rechazo a los métodos de acción directa como se expresaron en el referéndum y movilización popular del 1-O: “Por su parte, las iniciativas de ámbito estatal que Unidos Podemos y Catalunya en Comú están impulsando (…) nacen amputadas de todo potencial estratégico al hacerse desconectado de un apoyo real al 1-O. Se falta así a la cita del presente en nombre de una incierta propuesta para el futuro y se proyecta un mensaje de ambigüedad y titubeos en un momento crítico, como si lo que ocurra ahora no vaya a tener repercusión alguna para el día después. La escalada represiva ha acentuado la conexión entre el proceso independentista catalán y la crisis del régimen” (Antentas, ídem).
Podemos y las centrales sindicales deberían tomar acciones prácticas en defensa del derecho a decidir del pueblo catalán, en repudio a las acciones represivas que Rajoy amenaza con multiplicar en los próximos días.
Deberían hacer esto llamando al resto de España al apoyo activo al movimiento de masas del pueblo catalán en la perspectiva de la unidad más duradera, más firme de los explotados y oprimidos de toda España en el futuro
Veamos ahora algunos problemas de análisis. No hay que confundir el proceso social de conjunto con su dirección. La primera definición es que el movimiento de lucha que está en las calles, que es ciudadano, estudiantil, de “clase media”, es un movimiento enormemente progresivo más allá de su dirección[5]. A pesar que tiene un reclamo que puede ir de la izquierda hacia la derecha y viceversa (porque es poli-clasista), su actual contenido es evidentemente progresista.
Su instrumentalización por la vía de “a estos vagos de España no los queremos mantener”, es por la derecha. Pero el contenido que tiene en estos momentos el reclamo, no es ese: se trata de un desborde de tipo democrático nacional progresista por la izquierda.
Muchos se confunden por la dirección burguesa (o pequeño burguesa) que tiene el proceso. Una dirección burguesa que se está metiendo en un callejón sin salida; esa es la contradicción: ha ido muy lejos, de ahí que no haya que descartar que Puigdemont comience a retroceder ahora.
Si todo este “show” es para “renegociar”, es muy peligroso, porque se le está yendo demasiado lejos la jugada. Retroceder ahora es complejo, se van a desprestigiar aunque no deja de ser, seguramente, la perspectiva más probable.
Si su orientación es para independizarse, no se sabe bien a quién, a qué sector social reflejan realmente. Seguramente no es a la flor y nata de la gran burguesía. Los mercados están entrando en crisis. La burguesía catalana tiene como principal mercado el resto de España y tiene miedo de que haya un boicot a sus productos. La UE no los apoya. ¿A quién responden? ¿Es una dirección burguesa o una dirección pequeñoburguesa “radicalizada”?: “La gran burguesía catalana se ha manifestado una y otra vez contra el procés por irresponsabilidad y por generar inestabilidad en sus negocios” (Casanovas y Fernández, ídem).
Hay un problema aquí: ¿adónde van? ¿Cuál es su orientación política? Insistimos. No está claro que algún sector gran capitalista los apoye; no se ve claro quién está detrás de la independencia (más allá de la autonomía relativa que tiene la política en general): “Entonces, ¿quién lidera? o, más bien, ¿quién ‘surfea’ el movimiento soberanista catalán? Es claro que un sector de la clase política catalana (sin duda, llena de elementos poco deseables y poco sospechosos de querer una transformación radical de la sociedad) ha dejado de representar los intereses políticos de la gran burguesía catalana (aunque siguen defendiendo su programa económico) y mantiene su aspiración a jugar un papel dirigente mediante su control sobre una parte del aparato de Estado y su capacidad de irse adaptando a un proceso de masas independentista” (Casanovas y Fernández, ídem).
Es casi inevitable que capitulen por un problema de análisis materialista; porque socialmente, de todos modos, hay que expresar a alguien (las direcciones pequeño-burguesas no se caracterizan por ser muy consecuentes).
El tema es que las cosas fueron muy lejos. Rajoy se puso muy duro. La famosa “desconexión” de la que venía hablando el independentismo es un proceso light; aquí también hay una confusión. Se habla de “desconexión”. Pero eso no es la independencia. La independencia es sencillo: es una ruptura fáctica de la unidad del Estado. Independencia es una cosa, “desconexión” otra; aunque parezca lo mismo es algo mediado: “vamos a negociar”. Ahí hay un problema porque entonces son años de negociaciones, y acaba en nada[6].
Entonces la política verdadera serían “mejores términos” con el Estado español, no la independencia. Carles Puigdemont fue muy lejos al afirmar, taxativamente, “vamos a declarar la independencia”.
Por eso no hay que confundir el proceso por abajo y la dirección; sino se pierde toda la dinámica. En algún punto la dirección va a traicionar. El tema es que el proceso por abajo es riquísimo, con elementos de desborde y hay que ver cómo sigue. En un aspecto recién se inicia, aunque quizás esto sea una mala definición porque no hay direcciones independientes. Por lo demás, todos los análisis señalan la pasividad de la CUP, una organización populista-chavista independentista que teóricamente es la que está más a la izquierda en el proceso independentista.
La situación de la clase obrera es el último punto. Primero, hay que preguntarse si el tema catalán es un tema genuino (sino, no habría que apoyarlo); lo segundo es que históricamente a la clase trabajadora le cuesta elevarse a comprender los temas democráticos y nacionales generales (los problemas políticos más generales).
Hay que tener claridad principista sobre eso. Si la reivindicación democrática es genuina, hay que partir de ahí para entender este punto: “Pero lo que acabo de decir [Trotsky se refiere al papel dirigente de la pequeño burguesía en el seno del movimiento nacionalista] no disminuye en nada el carácter progresista, revolucionario, democrático de la lucha nacional catalana contra el imperialismo burgués, la soberanía española y el centralismo burocrático (León Trotsky, Escritos sobre la revolución española).
Es verdad que coexisten elementos conservadores y progresistas en la reivindicación nacionalista. Muchos reportajes que trasuntan la idea de “no financiar a los vagos del resto de España”: “En esta coyuntura clave, emerge con fuerza el límite político fundamental de todo el proceso independentista: haber disociado la propuesta de Estado propio de un plan concreto de emergencia social y regeneración democrática” (Antentas, ídem).
Pero el proceso giró hacia una inequívoca causa democrática, de cuestionamiento de la “España una e indivisible” (de Franco), del franquismo que nunca terminó; de ahí que varios periodistas hablen de los “aires guerra-civilistas” que se respiran en Barcelona, lo que no es un dato menor[7].
El reclamo por la independencia tiene hoy un carácter claramente por izquierda, democrático radical. Esto es así aunque el proceso sea, todavía, “ciudadano”, light, “pequeño burgués”.
La desorientación de la clase obrera tiene que ver más con la confusión, y está vinculada al problema de su dirección nacionalista conservadora (neoliberal, ajustadora). Pesa, también, la despolitización que campea por estos casi 40 años de estabilidad en España (más allá de la crisis económica del 2008y del proceso de los indignados).
Pero los problemas que refleja la clase obrera catalana no son solo “nacionales”: son internacionales. La clase obrera no viene estando en el centro de los procesos. Incluso peor: se aprecia internacionalmente una confusión entre los trabajadores, una crisis de alternativas.
Los trabajadores temen perder sus conquistas. Seguramente están sometidos a la campaña de la patronal de que “perderán sus trabajos si se divide España”.
Por lo demás, desde el punto de vista económico-social, la fragmentación del Estado español es un desarrollo complejo; no es algo progresivo en sí mismo, porque implica un retroceso de las fuerzas productivas conquistadas dentro del Estado en su conjunto. De ahí que haya que insistir en la perspectiva de una federación socialista ibérica que reestablezca en una escala superior la unidad perdida.
Siempre ha sido un error subordinar el proceso político de lucha por la autodeterminación nacional a un criterio economicista (ver el famoso debate entre Lenin y Rosa Luxemburgo a propósito de esta materia). De todos modos, eso no quiere decir que los marxistas revolucionarios estemos por la partición de los Estados. Defendemos incondicionalmente el derecho a la autodeterminación y solamente nos definimos por la independencia en condiciones muy determinadas. En el caso actual, llevar el reclamo independentista catalán hasta el final (independencia y proceso constituyente), parece ser la única manera de radicalizar el proceso: “Frente a la tendencia a ver el proceso independentista catalán como algo homogéneo, es interesante explorar sus contradicciones internas y verlo como un campo de luchas y un final sin determinar. En un proceso nacional-popular, la homogeneidad es una ficción previa a la lucha real (…) Es cierto que la matriz dominante son las llamadas ‘clases medias’ (…) y que la ‘clase obrera’ en un sentido clásico está ausente” (Casanovas y Fernández, ídem).
Pero no hay que confundir las cosas; el peligro está en perder de vista el proceso dinámico. El carácter de un proceso se define por todos sus componentes. Pero primero que nada por el sentido –progresivo o reaccionario- del movimiento movilizado. No hay que perder de vista que aun a pesar de sus limitaciones (sobre todo el programa social conservador de la dirección), el reclamo democrático por al derecho a decidir es progresivo.
De ahí que haya que ganar a los trabajadores para que sean parte del proceso; para que coloquen sus propias reivindicaciones como parte del mismo; para que a partir de ahí puedan vascular socialmente el proceso hacia la izquierda; cuestión que podría ponerse al rojo vivo si para enfrentar la eventual represión de Rajoy y el rey se pone en marcha una verdadera huelga general: “¿Cómo hará Rajoy para imponer la ley si el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, cruza la línea roja de la independencia? La férrea aplicación de la Constitución no le sirvió. Con la política ni lo intentó. Le queda el uso de la fuerza. Ya se vio el domingo cual es el peligro” (Martín Rodríguez Yebra, La Nación, 4/10/17).
La izquierda revolucionaria española y catalana es muy débil. Componentes fundamentales de la misma se han disuelto en Podemos. Socialismo o Barbarie del Estado español está aún en una etapa muy fundacional.
Pero el proceso histórico que parece estarse abriendo en Catalunya, puede crear las condiciones para dar pasos en la construcción de nuestra corriente. Esto en la perspectiva de que al calor del proceso, y en un frente único con otros grupos, construir un punto de referencia independiente de las corrientes burguesas y pequeño burguesas.
Por lo demás, nuestra construcción inicial en Catalunya nos debe permitir sacar conclusiones a partir del proceso real de la lucha evitando “teorizaciones” separadas de la lucha misma; sobre todo en un proceso tan complejo como es la cuestión nacional.
[1] Dejemos anotado que a pesar de la coyuntura internacional que se está viviendo girada a la derecha, se confirma el ciclo internacional de rebeliones populares: el hecho que cada proceso de lucha profunda que ocurre en alguna parte del mundo desemboca en una rebelión popular (o en elementos marcados de la misma).
[2] Veamos las declaraciones de Artur Mas, anterior presidente de Catalunya, que capituló en su momento, sin pena ni gloria, al gobierno español: “Las elites del país no deben pretender cambiar el curso de la historia, sino que han de canalizar este movimiento de base. No se trata de frenar ni de parar, sino de hacer que salga bien” (“Clase, hegemonía e independentismo catalán”, Casanovas y Fernández, Viento sur, 28/09/17).
[3] Es decir: se trata de un programa opuesto al de la dirección burguesa del proceso, que es el de una república burguesa catalana neoliberal eventualmente integrada a la Unión Europea.
[4] De todos modos, todo el proceso a nivel de la clase obrera, todavía muy incipiente, hay que seguir apreciándolo para ver en qué punto se encuentra realmente; un tema que es complejo.
[5] “(…) una vez agotada la experiencia autonomista y frustrada la vía federalizante del Estatut, es un movimiento soberanista mayormente independentista el que reclama su derecho a decidir si quiere separarse del Estado español” (Jaime Pastor, “El Estado penal frente al 1-O, las libertades y la democracia”, Viento sur, 19/09/17).
[6] “En la narrativa del movimiento independentista se ha utilizado habitualmente el termino desconexión para visualizar el proceso de materialización unilateral de la independencia. El concepto tiene una agradable tonalidad placentera, alejada de estridencias y tensiones. Ahuyenta cualquier sensación de conflicto e inseguridad (…) nos remite al indoloro apagado de un circuito eléctrico (…) Contrariamente a esta imagen, en realidad no es posible desconectarse de un Estado. Acaso es posible romper con él tras un enfrentamiento (…) no existe una desconexión placentera de un Estado contra su voluntad” (“Días decisivos”, Josep María Antentas, 25/09/17).
[7] Es increíble la lógica profunda que tiene la lucha de clases: en el proceso quizás más profundo de crisis del Estado capitalista español desde 1978, la referencia histórica, así sea vaga, vuelve a la guerra civil de los años ’30, la más grande revolución histórica que haya vivido España.