Roberto Sáenz
“No son pocos los que se preguntan si en la política el exitismo podría truncar la próxima gestión de Macri (…) Macri suele responder a estos temores con una sonrisa amplia: ‘Sólo yo sé, aclara, que en este lugar se pasa de la gloria al infierno en 24 horas’. La experiencia la ha vivido varias veces. ¿O acaso no fue eso lo que le pasó con el caso Santiago Maldonado en las vísperas electorales? ¿No fue eso lo que sucedió el viernes, cuando se supo que el muerto era lamentablemente el artesano, pero no se supo durante varias horas cómo había muerto? El juez aclaró luego que no había en su cuerpo señales de golpes ni balas” (J. M. Solá, La Nación, 25/10/17).
El gobierno se alzó el domingo con un triunfo electoral de importancia. Bordeando el 42% de los votos en todo el país quedó como primera minoría. Pero una minoría superior al 40% no es algo menor. Sobre todo si se tiene en cuenta que los demás “espacios” de la oposición patronal son heterogéneos. Si se sumaran todas las fuerzas que se reclaman peronistas (Unión Ciudadana, PJ y 1País[1]), el porcentaje que obtendrían es mayor al del oficialismo.
Pero esta suma sería engañosa porque entraña una fuerte contradicción: el sector peronista que salió menos malparado de la elección ha sido, paradójicamente, el kirchnerismo, que hoy por hoy no goza de los favores de la patronal para postularse como recambio. Aquellos sectores peronistas que más coquetearon con el macrismo –¡y que se aprestan a volver a coquetear!-, salieron ampliamente derrotados (Urtubey, Randazzo, el propio Massa).
Sobre el contraste de una semana marcada por el impasse de la aparición del cadáver de Santiago Maldonado, el triunfo oficialista ha impactado negativamente entre amplios sectores “progresistas” que se sienten desmoralizados.
Contra todo tipo de impresionismo hay que señalar, de todos modos, que dicho contraste aparece operando en favor del gobierno con el resultado puesto de la elección, pero también entraña una grave contradicción: ¿con qué país nos quedamos? ¿Con el resultado del domingo o con la semana de consternación y crisis política que la precedió?
En realidad, hay que quedarse con los “dos países” sin perder de vista que la resultante de las tendencias agregadas en el terreno electoral le dieron un contundente triunfo al gobierno; que éste aparece legitimado para aplicar sus medidas; que los mercados están plenos de regocijo con un gobierno representante directo de ellos que se muestra exitoso.
Y, sin embargo, los dos países de los que venimos hablando son reales y convocan al activismo a no dejarse impresionar. Las relaciones de fuerzas no están resueltas. Esta elección ha vuelto a mostrar que la izquierda tiene una acumulación de importancia; un piso político que la coloca en la perspectiva de disputar una parte de la base social del peronismo si es que la lucha contra las “reformas permanentes” de Macri llegara a extremarse. Se trata de una dura pelea que está abierta y para la cual hay que prepararse.
Un triunfo nacional
El primer dato a subrayar del triunfo oficialista tiene que ver no solamente con el porcentaje obtenido sino con el hecho de que se haya impuesto en los cinco principales distritos del país. Se trata de un logro de importancia sólo comparable, en los últimos 35 años, con la elección lograda por el alfonsinismo en 1985 (lo que, atención, no le impidió salir eyectado por los aires en 1989).
Socialmente los resultados expresan dos fenómenos de importancia. La votación de Cambiemos en CABA, Córdoba, el interior provincial de provincia de Buenos Aires, Mendoza y Santa Fe refleja, en primer lugar, un amplísimo sector de las clases medias y medias altas que giró a la derecha ya en la crisis con el campo en el 2008 y que se identifica a pie juntillas con Cambiemos.
Les cabe su crítica al “capitalismo de amigos” encarnado por el kirchnerismo (y disfrutan ahora el show de la detención de De Vido), en beneficio de una idea de capitalismo de libre mercado “pulcro”, libre de toda traza de “ilegalidad”, que de alguna manera es el relato legitimador de la supuesta “modernización conservadora” que vendría a encarnar el macrismo[2].
Ya entre la clase obrera sigue dominando la misma confusión que se arrastra desde el 2015. Se repudia, muy justamente, la corrupción K (se los identifica como “chorros”), cuestión que tiene su base material en que, en definitiva, el kirchnerismo no modificó las coordenadas básicas de la explotación del trabajo; por el contrario, defendió a capa y espada el aberrante impuesto al trabajo, que si bien el macrismo sostiene a pie juntillas, no aparece como motivo para dejar de votarlos.
Una cuestión algo distinta es la que ocurre entre sectores de las clases medias progresistas y sectores populares del conurbano bonaerense, que sí se expresaron votando al kirchnerismo y a su engañosa campaña “para frenar el ajuste” (una campaña de todos modos muy a la izquierda para los usos y costumbres del peronismo), así como una franja de la juventud e incluso de los trabajadores que rompió hacia la izquierda votando al FIT nacionalmente, también a Zamora en CABA y a la Izquierda al Frente por el Socialismo en varios distritos del interior.
El hecho que amplias porciones de las clases medias y de la clase obrera hayan votado por Cambiemos es lo que configura el fenómeno político saliente de la elección. En CABA, aun a pesar de sus dichos aberrantes sobre Santiago, Elisa Carrió se alzó con una votación de algo más del 50%. ¿Quién te ha visto y quién te ve?, se le podría preguntar a una amplísima porción de las clases medias de la ciudad que 15 años atrás, en plena crisis del Argentinazo, salía en masa a las calles contra el Estado de Sitio decretado por De la Rúa y ponía sobre el tapete la consigna “piquete y cacerola, la lucha es una sola”.
Pero hay que entender que la lucha de clases es así: que opera mediante una serie de desplazamientos políticos entre las clases sociales donde, en general, el péndulo político lo termina expresando el desplazamiento de las clases medias: ayer hacia la izquierda, hoy hacia la derecha.
Pero aquí se colocan, inmediatamente, las paradojas del triunfo electoral de Cambiemos reflejadas en la cita que encabeza este editorial. 2017 ha sido un año de fuertes contrastes. A comienzos de marzo detonó una coyuntura de bronca y movilización contra el gobierno que se extendió a lo largo de varios meses. Con el irremplazable apoyo de la CGT, se logró contener la oleada, contener el conflicto docente de la mano de CTERA, pasar a una contraofensiva de despidos y políticamente reaccionaria en julio, y hacer valer las tendencias reaccionarias más de fondo para imponerse claramente Cambiemos en las PASO.
Pasadas unas semanas el péndulo pareció oscilar nuevamente. Se instaló el escándalo de la desaparición forzada de Santiago Maldonado y el 1° de septiembre se vivió en Plaza de Mayo una movilización histórica por su aparición con vida que hizo recordar lo vivido sólo meses atrás con la movilización contra el 2 x 1 a los genocidas.
Sin embargo, el gobierno logró retomar oxígeno. Otranto hizo un inestimable trabajo para embarrar la cancha (aunque después fue desplazado de la causa). La concentración del 1/10 fue más débil y cuando parecía que la cosa tendía a “archivarse”, apareció el cuerpo de Santiago y se abrió un dramático impasse sólo cerrado con las elecciones. Un impasse que si no se transformó en una crisis política mayor fue debido a la acción de los K (arrastrando detrás suyo al FIT) para impedir la salida a las calles el miércoles 18/10.
Sumado a esto, Lleral le dio una mano inmensa al gobierno saliendo a declarar, a las 24 hs. del viernes 22/10, que el cuerpo de Santiago “no mostraba lesiones” y el gobierno terminaba garantizando el domingo el importante triunfo electoral que se adelantaba.
¿Cómo conciliar ambas realidades? He ahí el interrogante que incluso el gobierno y los medios quieren responderse cuando sacan el “centímetro” para medir qué medidas propondrán y cómo las aplicarán; un escenario que sin ninguna duda los tiene con el monopolio de la iniciativa y la ofensiva, pero que leeríamos de una manera equivocada, nos impresionaríamos, si perdiéramos de vista las inmensas contradicciones que entraña.
El kirchnerismo y la izquierda
Cristina perdió la elección en provincia de Buenos Aires. Pero sería un error si la definiéramos como un cadáver político. Eso no es verdad: tiene una importante base político-social que la acompaña. Combina sectores de la clase media, trabajadores del ámbito estatal (en la industria muchísimo menos), porciones importante de la juventud, sectores populares del Gran Buenos Aires, etcétera.
Sin embargo, el kirchnerismo tiene una inmensa contradicción: es una corriente política burguesa, pero en este momento no es apoyado por ningún sector sustancial de la misma. Como tal, para volver al gobierno, necesita recuperar los favores de la patronal. De ahí que en su lectura de las elecciones el lunes 23 haya insistido en un diagnóstico “catastrofista”.
Extrapolando tendencias reales de la economía –el crecimiento anémico, unas inversiones que se mantienen pobres, los déficits fiscal y comercial gemelos, el creciente endeudamiento externo- especulan con una nueva crisis general y que en un contexto de renovada crisis de gobernabilidad, la patronal vuelva a optar por ellos como mal menor.
Su crisis de perspectivas es la de todo el peronismo: gobernaron 12 años y son rechazados por todo un sector de la población. Es ahí donde se colocan las posibilidades de la izquierda. Esperar el “estallido del peronismo” por una vía puramente electoral ha sido siempre la base de las especulaciones electoralistas. Para que se pueda hacer por la izquierda una experiencia de masas con los K, es necesario un ascenso de la lucha de clases.
La izquierda viene mostrando una orgánica de amplia vanguardia y un peso político-electoral con elementos de cierta influencia minoritaria de masas; incluso, dato estratégico no menor, está el hecho que se ha verificado en las fábricas una pequeña franja de voto obrero a la izquierda; un voto obrero que repudia a Macri pero rompe con los K.
El FIT es el que ha concentrado este fenómeno en provincia de Buenos Aires y CABA el último domingo por cuenta del mecanismo proscriptivo que dejó afuera a la Izquierda al Frente, Manuela Castañeira y nuestro partido. En igualdad de condiciones, los votos se reparten (ver el caso de Córdoba con Izquierda al Frente o la Capital Federal con Zamora, entre otros).
La izquierda en su conjunto aparece como la cuarta fuerza electoral nacional. La importancia de esta ubicación es que en el caso de desatarse un ascenso real de la lucha de clases, los vasos comunicantes entre la base kirchnerista y la izquierda revolucionaria podrían ampliarse; romperse esos “diques de contención” que refleja nuestro partido, por ejemplo, en la simpatía con Manuela cuando muchos simpatizantes K le dicen: “como nos gustaría tener a alguien como vos en nuestro movimiento”.
Esta es una de las posibilidades revolucionarias que entraña la situación para la izquierda a mediano plazo; que le plantea una serie de desafíos que no siempre logra manejar correctamente: unirse en las calles cuando hay condiciones para ello, así como no hacerles seguidismo a los K cuando se juegan a la desmovilización (el rol criminal del FIT el miércoles de la semana pasada), evitando simultáneamente el abrazo del oso del régimen, de la adaptación, aparecer votando con Cambiemos en el Congreso (caso De Vido). Una cuestión frente a la cual se ve al FIT con pocos anticuerpos, enfermo de autoproclamación.
Prepararse para salir a las calles
Lo anterior nos reenvía a las perspectivas. El gobierno ya está exhibiendo sus músculos con el triunfo electoral. Ha salido a embarrar la cancha en el caso de Santiago jugándose a echar por tierra la carátula de desaparición forzada; Santiago se habría muerto “ahogado”, de “muerte natural”, por congelamiento, lo mismo da, aunque nadie entienda cómo su cuerpo apareció donde apareció 80 días después de desaparecido, o como si su fallecimiento hubiera ocurrido por fuera de una represión protagonizada por la Gendarmería (y ordenada desde lo más alto del Poder Ejecutivo).
Los medios reflejan estas tensiones: este intento de medir las relaciones de fuerzas. Carlos Pagni, periodista de La Nación, señala que Macri tiene ahora una suerte de “ventana de oportunidad”: un año para aplicar sus “reformas” antes que se abra la próxima ronda electoral. Que es un “ahora o nunca”, porque como habría declarado el ex presidente uruguayo Sanguinetti, lo que un presidente no hace en su primer mandato, nunca lo resuelve en el segundo…
Otros periodistas oficialistas aparecen lanzados a una campaña para que el gobierno no se ampare en el “gradualismo” y vaya a la “guerra total”. Macri ha hablado de “reformismo permanente”, lo que traducido significa contra-reformas antiobreras y antipopulares “permanentes”.
Ha convocado para el próximo lunes 30/10 a un acto frente a personalidades de todo el espectro político e institucional para hacer “un gran anuncio de medidas para los próximos dos años”. Dichas medidas entrañarán ataques graves a los trabajadores.
Por lo demás, habrá que seguir qué márgenes económicos tiene su gestión. Por ahora el ajuste económico se ha ido administrando apoyándose en el endeudamiento del país. ¿Qué márgenes existen para que esto continúe así?
La paradoja aquí es que aunque las tendencias hacia la derecha son las dominantes; aunque las direcciones del movimiento de masas –burocracia y kirchnerismo- están entre el apoyo negociado o una mera oposición institucional, la Argentina es estos “dos países” que se vieron reflejados este año; un año de coyunturas cambiantes con unas relaciones de fuerzas que buscan una definición.
Estamos frente a un combate que no ha terminado. La joven militancia del Nuevo MAS debe prepararse para los duros enfrentamientos de clase que se vienen en el mediano plazo. En lo inmediato, sosteniendo la pelea por el juicio y castigo a los responsables del asesinato de Santiago Maldonado y preparándonos con todo para marcha la Plaza de Mayo el 1º de noviembre.
También organizando nuestro mes de la Revolución Rusa y nuestra 2ª Jornada del Pensamiento Socialista para avanzar en la formación socialista de nuestra militancia, y preparando el Plenario Nacional de Cuadros donde trazaremos las tareas que se nos abren hacia el 2018 para seguir avanzando en la construcción de nuestro partido como una organización cada vez más nacional, con cada vez más perfil propio en el seno de la izquierda.
[1] Aunque este caso es más contradictorio porque Massa estableció una coalición electoral con una figura de “centroizquierda” proveniente del radicalismo como Margarita Stolbizer.
[2] El concepto se lo “robamos” a nuestros compañeros de SoB Brasil por referencia al gobierno de Temer; señalemos de paso que el análisis comparativo entre la situación del país hermano y el nuestro sigue siendo de gran utilidad para echar luz sobre los elementos comunes y los matices en materia de dinámica política y relaciones de fuerzas.