Compartir el post "Trump en Asia: una política zigzagueante que refleja debilidad estructural"
Por Ale Kur
El presidente norteamericano Donald Trump se encuentra en este momento realizando una gira por Asia en la que planea visitar varios países (Japón, Corea, China, Vietnam y Filipinas), a lo largo de doce días. Esta gira culminará con su participación en el APEC (Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico) los días 11 y 12 de noviembre en Vietnam.
El continente asiático posee una enorme importancia estratégica: concentra casi el 60% de la población mundial y por lo menos un tercio del PBI de todo el planeta. Se trata de la región más dinámica en cuanto a su crecimiento económico, siendo hace ya mucho tiempo el motor de todo el crecimiento capitalista del globo. Se concentra allí una parte muy importante del comercio mundial y de la producción industrial.
Allí también se encuentra la segunda potencia económica más grande del mundo, China. Por su enorme y creciente peso significa el mayor desafío estratégico a Estados Unidos, amenazando su hegemonía sobre el mercado mundial. A su vez, esto se ve acompañado por una creciente influencia geopolítica de China sobre todo el continente asiático, tejiendo lazos de comercio, inversión y cooperación con cada vez más países. A esto se le suma la modernización de sus Fuerzas Armadas y su cada vez mayor proyección diplomática y militar. Por último, hay que tomar también en cuenta el desafío planteado por Corea del Norte, que se encuentra en una carrera hacia el desarrollo de misiles intercontinentales capaces de transportar cabezas nucleares hacia el territorio de Estados Unidos.
Todas estas cuestiones se encuentran detrás de la gira de Trump que, como puede verse, posee una importancia considerable. La política y las relaciones que Estados Unidos logre establecer con los países de Asia son decisivas para su futuro y el de todo el planeta.
La administración de Obama, advirtiendo sobre esta situación, había desarrollado anteriormente una orientación de “giro estratégico” de EEUU hacia la región Asia-Pacífico. Se combinaban allí varios aspectos: por un lado, la intención de contener a China, estrechando lazos económicos, político-diplomáticos y militares con sus países vecinos para intentar dejarla lo más aislada posible. Por otro lado, la propia lógica de la globalización neoliberal, que implica profundizar las inversiones y el comercio bilateral para favorecer a las grandes empresas de EEUU con mano de obra barata y mejor acceso a mercados. Esto se traducía, por un lado, en un giro de recursos militares y de atención política a esta región, y por otro lado, en la firma del TTP (Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica), esencialmente un tratado de libre comercio con los países mencionados.
La administración Trump, en sus comienzos, intentó dar un giro de 180 grados con respecto a esa política desarrollada por Obama. De fondo se encuentra otra apreciación muy diferente de las consecuencias de la globalización: para Trump, ésta provocó un fuerte retroceso de la industria norteamericana (que deslocalizó su producción hacia otros países), y un enorme déficit comercial de EEUU con China. Esto a la vez tiene fuertes consecuencias sociales (crecimiento del desempleo en Norteamérica) y una mayor debilidad de EEUU como Estado en el concierto mundial.
Con la orientación nacionalista-imperialista del “América Primero” formulada por Trump, Estados Unidos debía levantar barreras proteccionistas y enfrentar a China de manera mucho más directa. Así el gigante asiático se convirtió en el blanco de gran parte de las críticas de su campaña electoral y de sus primeros meses de gobierno. Por otro lado, el mandatario norteamericano dio vuelta atrás a la firma del TTP: anuló la implementación del tratado por considerarlo contrario a los intereses de EEUU (por la presión a la deslocalización de las empresas), desarmando de esa manera el gran logro de Obama. Paradójicamente, esto favoreció en gran medida a China, al arrojar a sus países vecinos nuevamente a sus brazos como principal socio económico y político. Así EEUU perdió su principal herramienta de influencia en la región.
Por otra parte, la orientación de Trump con respecto a China sufrió un cambio rotundo durante el transcurso del año corriente, en la medida que se desarrolló su gobierno. Luego de varios acercamientos y de una primera reunión bilateral entre los mandatarios de ambos países (Trump y Xi Jinping), la hostilidad comenzó a disiparse “como por arte de magia”. Poco quedó de los llamados a imponer barreras arancelarias o de las declaraciones incendiarias. En su lugar, avanzaron los discursos sobre la cooperación y la amistad entre países. Esto fue parte de un giro más global de la política de Trump, que en cierto sentido se vio “moderada” por las presiones del “establishment” imperialista norteamericano. La salida de sus ministros y asesores más “radicalizados” en la estrategia nacional-imperialista (como el estratega Steve Bannon) consolidó esta reorientación.
China recibe a Trump con los brazos abiertos
En este marco, se llevó a cabo la visita de Trump a China, que comenzó el miércoles 8/11. Allí fue recibido, según varios diarios, con una “bienvenida imperial”. El régimen chino le realizó toda clase de agasajos y de homenajes, con un gran despliegue ceremonial.
Es significativo que este mismo estado de ánimo es transmitido por los medios de comunicación del régimen chino: en varios de ellos se insiste en que Trump sería mucho más inteligente y sabio que como lo pinta la prensa norteamericana. Resulta por lo menos extraño este intento de rehabilitación del mandatario norteamericano frente a los ojos del mundo y de los propios estadounidenses, que cada vez desarrollan una opinión más negativa sobre el mismo.
La razón está deslizada en uno de esos mismos medios: en la editorial del Global Times1, se explica que Trump “no está interesado en la diplomacia ideológica” ya que “no utilizó el asunto de los Derechos Humanos para perjudicar a China”, lo cual permite “concentrarse en los asuntos sustantivos”. Es decir: Trump es un presidente pragmático con el que se puede hacer negocios sin preocuparse por cuestiones secundarias. En esta visita, se firmarán acuerdos comerciales, se discutirá cómo avanzar en el asunto de Corea del Norte y se buscarán áreas de cooperación.
Para el régimen chino, esto es pura ganancia. Como potencia emergente, se encuentra a la ofensiva: sólo necesita que nadie intente poner trabas a su desarrollo. Mientras pueda continuar con su creciente desarrollo en el mercado mundial, mientras pueda inundar el mundo de mercancías e inversiones, sólo puede ir mejorando paulatinamente su posición y desbancando a EEUU como potencia hegemónica. De esto se desprende que al régimen chino le resulte provechoso cultivar la mayor cantidad de “amistades” posibles, evitando los enfrentamientos. Esto es lo que hay detrás de la imagen “benevolente” que intenta mostrar al mundo: el hecho de que actualmente la dinámica de las cosas juega a su favor.
Por el contrario, es Estados Unidos quien se encuentra en un terreno defensivo. Cada avance de China significa un retroceso de su propia posición en el mundo. Con las reglas del juego del “libre comercio” EEUU tiene mucho que perder, ya que China produce cada vez más, más barato y con una calidad creciente. Aunque EEUU conserve todavía la ventaja tecnológica y cualitativa –brecha que, por otro lado, se acorta cada vez más-, ésta no es suficiente por sí sola para frenar (ni menos aún) revertir la tendencia existente.
Esta correlación cambiante de fuerzas es lo que está detrás de los zig-zags de la política norteamericana frente a China y Asia en general. Cada vez más se le plantea a EEUU el siguiente dilema: o se adapta a las nuevas reglas del juego (aceptando la posibilidad de ser desplazado en su hegemonía mundial en el mediano plazo), o “patea el tablero” llevando a una confrontación mayor y más directa con China, que podría tener consecuencias incalculables (ya sea en forma de guerras monetarias-comerciales, de “guerra fría” o de enfrentamiento militar abierto). Este problema, y las decisiones que se tomen para afrontarlo, será el asunto central de la gira de Trump, así como la cuestión central para el imperialismo norteamericano durante las próximas décadas.