Mucho antes de que la clase obrera rusa y los bolcheviques tomaran el poder, las vanguardias buscaban tomar por asalto el cielo del arte. Decenas de pintores, escultores, escritores, cineastas, dramaturgos y diseñadores comezaron a replantearse qué era el arte y cómo transformarlo, en un período convulsionado de crisis, guerras y revoluciones, que obligaba a todos y todas a pararse de algún lado de la trinchera.

El constructivismo ruso tuvo su origen en estas experiencias, pero fue un movimiento que buscó darle una vuelta de tuerca. Muchos artistas que provenían del futurismo o del cubismo empezaron a pensar que con la conquista de la abstracción o el dinamismo en la pintura no bastaba para combatir el arte de la burguesía: había que patear el tablero, mandar al demonio el caballete, los museos y las exposiciones cerradas, las tertulias de café y la charca en la academia; había que sacar el arte a la calle, llevarlo a la fábrica, a la avenida y a la barricada; había que acercarlo al trabajador, a la campesina, al niño. Pero por sobre todas las cosas, el arte debía tomar la lucha por el socialismo, por transformarlo todo, construyendo una relación dialéctica entre el arte y la revolución.

Un arte de transición al socialismo

El Manifiesto Constructivista, firmado por los escritores rusos Gabo y Pevsner en 1920, postula lo siguiente: «El hoy pertenece al hecho. Lo tendremos en cuenta tambien mañana. Dejemos el pasado a nuestras espaldas como una carroña. Dejemos el futuro a los profetas. Nosotros nos quedaremos con el hoy». Por un lado, dejaban en claro que para hacer un nuevo arte, no burgués, había que destruir todos los paradigmas establecidos hasta ese entonces y dejarlos atrás, para no retornar a ellos. Pero lo más importante para los constructivistas supo ser «el hoy». Para ellos, «el hoy» era la lucha por la emancipación de la humanidad, la guerra civil de los bolcheviques y los obreros en el poder contra el Ejército Blanco, la construcción del nuevo Estado obrero y la satisfacción de las necesidades básicas del conjunto del proletariado. Se planteaban la edificación de un arte con perspectiva socialista, marxista, científico y materialista, que apuntara a encarar las transformaciones sociales y políticas de la vida cotidiana. No era un arte «del socialismo», no era un arte «obrero»: era el arte de la revolucón.

Esta idea fue completada por Trotsky en sus Escritos sobre Arte y Cultura, donde explicaba que es imposible saber cómo sería el arte en el socialismo y que era erróneo pensar en un «arte obrero». Esto es así, porque para cuando el conjunto del proletariado hubiera conquistado para sí la capacidad de construir una cultura, ciencia y arte propios, sin vicios capitalistas, las relaciones de clase ya habrían sido abolidas. En ese sentido, es que Gabo y Pevsner declararon que dejaban el futuro a los profetas. Lo que se erigía era un arte de transición al socialismo, un arte del fusil y del desarrollo de las fuerzas productivas.

De todos modos, esto no quería decir que debiera dejarse por fuera del arte a los obreros, ¡sino todo lo contrario! A Trotsky lo desvelaba la necesidad de acercar al proletariado hacia el arte, aunque en ese momento estuviera más tensionado por ganar la guerra que por su educación. Una de las principales tareas que emprendía el Estado Obrero era la elevación cultural de las masas, en un país que contaba con un 70% de analfabetismo. En ese sentido, se lanzó, por ejemplo, la campaña gráfica liderada por Rodchenko Ligez! (¡Libros!), que promocionaba la nueva editorial soviética e incentivaba a todos y todas a escolarizarse y leer. De igual manera, funcionaban los cine-trenes y el Cine-Ojo documental de Vertov, o las obras de teatro callejeras de Méyerhold y Vesnin, como nuevas formas de producir y reproducir arte, al alcance de los trabajadores y con perspectiva socialista.

Del estudio a la fábrica

Pero los constructivistas quisieron ir más allá, involucrarse de lleno en la producción industrial, hacer avanzar con sus conocimientos a las fuerzas productivas y servir a los soviets como propagandistas. Pronto, surgieron el Productivismo y el Utilitarismo y los artistas dejaron de pensarse a sí mismos como tales, abandonando la idea del «arte» (como arte puro), y abrazaron una nueva identidad: ellos eran ahora los «técnicos constructivistas» e «ingenieros», diseñadores proletarizados.

El Manifiesto Productivista de Rodchenko y Stépanova (también de 1920) vociferaba que era imprescindible «establecer contacto con todos los centros productivos y con los órganos centrales del engranaje unificado de los soviets», para llevar su labor a la fábrica y a los espacios de organización del Estado Obrero. Se planteaban poner su trabajo al servicio de solventar las necesidades materiales de las masas, avanzar en resolver los problemas de la vida cotidiana, incrementar el desarrollo industrial y servir de propagandistas revolucionarios y concientizadores.

Rodchenko y Maiakovsky se volcaron al diseño gráfico, la propaganda y la agitación. Popova y Stepanova al diseño de indumentaria y textil; Ioganson, a la metalurgia. El escritor Ósip Brik escribía en el primer número de la revista LEF (1923): «Rodchenko era un artista abstracto. Se ha convertido en un artista constructivista y productivista. No sólo de nombre, sino en la práctica». Y continuaba: «Rodchenko sabe que no se logra nada quedándose uno sentado en su estudio, que se debe salir al mundo real, llevar el talento organizativo que se posee a donde se necesita: a la producción». Así, establecieron nuevas relaciones sociales entre diseñadores y artistas y trabajadores. Con sus conocimientos no sólo hacían avanzar la industria soviética, sino que hacían avanzar también el nivel cultural y las capacidades de los obreros, mientras ellos servían de creativos e ingenieros a las necesidades del partido y la revolución.

El caso más emblemático de proletarización de un artista, fue el del escultor constructivista Karl Ioganson. En 1923 abandonó el arte que tan famoso lo había hecho con sus Esculturas Espaciales en acero, para estructurarse en la fábrica metalúrgica del Estado «Laminado Rojo». Mientras trabajaba allí produjo una «máquina de acabado» que él mismo describió como un «sistema mecanizado para el tratamiento del aluminio, el estaño y el plomo que permitiría aumentar la productividad aproximadamente en un 150%». Así cumplió su objetivo de convertirse en un «inventor en su puesto de trabajo», un verdadero trabajador de fábrica que es también un diseñador, en vez de un artista que ejerce la función de diseñador en jefe.

Esta relación entre diseñadores, ingenieros y proletarios perduró hasta la muerte de Lenin. La contrarrevolución stalinista persiguió políticamente a varios de estos vanguardistas, o los obligó a cambiar el rumbo de sus producciones. Luchó por eliminar estas ideas revolucionarias, para reemplazarlas por el «Realismo Socialista», que fue un movimiento artístico de tradición burguesa, revestido de culto al trabajo/trabajador y personalismo. La decepción e incapacidad de contrarrestar esta avanzada, mediada por las purgas de Stalin, llevó, por ejemplo, a que el poeta Maiakovsky se quitara la vida. Sin embargo, es preciso recordar los versos de un poema suyo donde llama a no abandonar la lucha por el socialismo:

 

«¿Vamos a gritar que nos hundimos?
La historia con sus aguas bravas,
la guerra
y las amenazas
están ahí:
nosotros
seguiremos adelante
como una proa en medio del espacio.»

 

Por la vigencia de la lucha socialista

Desde la juventud del Nuevo MAS de FADU y Filosofía y Letras, armamos para el próximo sábado 18 la EXPO SOVIET – Expresiones Nuevas para un Mundo Nuevo, dentro de las Jornadas del Noviembre Rojo, una muestra de diseño y arte, donde entre otras cosas, expondremos y analizaremos obras de esta vanguardia. El objetivo es rendir homenaje a los artistas y diseñadores soviéticos a 100 años de la Revolución de Octubre, porque sus obras y proyectos marcaron el diseño de la posteridad, desde la Bauhaus hasta nuestros días. Pero nosotros, elegimos reivindicar no solamente su calidad material, sino su condición de revolucionarios.

En pleno siglo XXI y ante el recomienzo histórico del conjunto de los explotados y oprimidos, el Nuevo MAS y la Corriente Internacional Socialismo o Barbarie se propone relanzar la perspectiva socialista, como salida a la barbarie capitalista que imponen la burguesía y sus nuevos gobiernos de derecha. A 100 años de la toma del cielo por asalto, queremos, igual que Trotsky, que la revolución gane para las masas el derecho al pan, pero también a la poesía. Seguimos luchando por el socialismo.

Tofi Mazú

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