4 de noviembre de 1935, León Trotsky
Acepto con todo gusto el pedido de Fred Zeller de escribir un artículo para Révolution en ocasión del decimoctavo aniversario de la Insurrección de Octubre. Es cierto que Révolution no es un «gran» diario; está tratando de convertirse en semanario. Eso podría provocar muecas de desprecio en los burócratas de la cúpula. Pero en muchas ocasiones he visto cómo organizaciones «poderosas» con una prensa «poderosa» se derrumbaron e hicieron polvo bajo el impacto de los acontecimientos, y cómo, por otra parte, organizaciones pequeñas con una prensa técnicamente débil, se trasformaron en poco tiempo en fuerzas históricas. Esperemos que ésta sea la suerte que corra vuestro periódico y organización.
En 1917, Rusia atravesaba por una crisis social extrema. Sin embargo, las lecciones de la historia nos permiten decir con certeza que de no haber existido el Partido Bolchevique, la colosal energía revolucionaria de las masas se hubiera despilfarrado en explosiones esporádicas y que la culminación de las grandes conmociones hubiera sido la más severa dictadura contrarrevolucionaria. La lucha de clases es el gran motor de la historia. Necesita un programa justo, un partido firme, una dirección valiente y digna de confianza; no héroes de salón y del conciliábulo parlamentario, sino revolucionarios dispuestos a llegar hasta el fin. Esta es la gran lección de la Revolución de Octubre.
Sin embargo, debemos recordar que a principios de 1917 el Partido Bolchevique dirigía a una ínfima minoría de trabajadores. Tanto en los soviets de soldados como en los de obreros, el bloque bolchevique constituía el uno o dos por ciento, a lo sumo el cinco por ciento. Los grandes partidos de la democracia pequeñoburguesa (los mencheviques y los autotitulados socialrevolucionarios) dirigían como mínimo al noventa y cinco por ciento de los obreros, soldados y campesinos en lucha. Los dirigentes de esos partidos acusaron a los bolcheviques, primero de sectarios y luego… de agentes del káiser alemán. Pero no, ¡los bolcheviques no eran sectarios! Toda su atención estaba concentrada en las masas, no en su estrato superior, sino en los más bajos, en los millones y decenas de millones de oprimidos, aquéllos a quienes los charlatanes parlamentarios generalmente olvidaban. Justamente para dirigir a los proletarios y semiproletarios de la ciudad y del campo, los bolcheviques estimaron necesario diferenciarse tajantemente de todos los sectores y grupos burgueses, en especial de esos falsos «socialistas», que en realidad son agentes de la burguesía.
El patriotismo es el ingrediente principal de la ideología con que la burguesía envenena la conciencia de clase de los oprimidos y paraliza su voluntad revolucionaria, dado que «patriotismo» significa sumisión del proletariado a la «nación», en cuya cumbre está la burguesía. Los mencheviques y social-revolucionarios eran patriotas: antes de febrero, en forma semioculta; después del vuelco de febrero, abierta y descaradamente. Decían: «Ahora tenemos una república, la más libre del mundo, donde hasta los soldados están organizados en soviets; debemos defender esta república del militarismo alemán.» Los bolcheviques respondían: «No cabe duda de que la república rusa es la más democrática; pero esta democracia política superficial podría hacerse polvo mañana mismo, porque descansa sobre cimientos capitalistas. Mientras el pueblo trabajador, dirigido por el proletariado, no expropie a sus terratenientes y capitalistas y rompa los tratados de pillaje con la Entente, no podemos considerar a Rusia nuestra patria, ni asumir su defensa.» Nuestros adversarios se indignaron. «¡En ese caso no sóis simplemente sectarios, sóis agentes de los Hohenzollern! ¡Traicionáis y le entregáis las democracias rusa, francesa, inglesa y norteamericana!» Pero el poder del bolchevismo radicaba en su capacidad para despreciar los sofismas de los «demócratas» cobardes, autotitulados socialistas, que en realidad se inclinan ante la propiedad capitalista.
En este tribunal los jueces eran las masas trabajadoras; con el paso del tiempo, su veredicto se fue haciendo favorable a los bolcheviques. No es casual: en esa época los soviets agrupaban a su alrededor a las masas obreras, campesinas y de soldados que despertaban a la lucha y de quienes dependía la suerte del país. El «frente único» de los mencheviques y social-revolucionarios dominaba a los soviets e incluso detentaba el poder. La burguesía se encontraba políticamente paralizada, dado que diez millones de soldados, agotados por la guerra, se pasaron con sus armas al bando de los obreros y campesinos. Pero lo que más temían los líderes del «frente único» era la perspectiva de «asustar» a la burguesía y «empujarla» hacia el campo de la reacción. El frente único no osó meterse con la guerra imperialista, los bancos, la propiedad feudal de la tierra, las fábricas, ni los talleres. Perdía el tiempo y escupía frases generales, mientras las masas perdían la paciencia. Más aún: los mencheviques y social-revolucionarios entregaron el poder directamente al Partido Cadete, rechazado y despreciado por los trabajadores.
Los cadetes representaban a un partido burgués imperialista, basado en los estratos superiores de las «clases medias», pero que en todas las cuestiones fundamentales permanecía fiel a los propietarios «liberales». Si se quiere, los cadetes se pueden comparar con los radicales franceses: poseen la misma base social, es decir las «clases medias»; adormecen al pueblo con las mismas frases huecas; le prestan los mismos servicios leales a los intereses del imperialismo. Al igual que los radicales, los cadetes poseían dos alas: la izquierda para engañar al pueblo, la derecha para hacer política «seria». Los mencheviques y social-revolucionarios esperaban que la alianza con los cadetes, es decir, con los explotadores y defraudadores de las clases medias, les granjearía el apoyo de estas mismas clases. Con ello los social-patriotas firmaron su propia sentencia de muerte.
Al atarse voluntariamente al carro de la burguesía, los dirigentes mencheviques y socialrevolucionarios trataban de convencer a los trabajadores de dejar la expropiación de los propietarios para el futuro y, mientras tanto… que fueran al frente a morir por la «democracia», es decir, por los intereses de esa burguesía. «No debemos empujar a los cadetes al bando de la reacción», repetían como loros los oportunistas en todos los mitines. Pero las masas, ni podían, ni querían comprenderlos. Confiaban en el frente único de los mencheviques y social-revolucionarios y estaban dispuestos a defenderlo en todo momento, armas en mano, de la burguesía. Pero, habiéndose granjeado la confianza del pueblo, los partidos del frente único entregaron el poder al partido burgués y se ocultaron detrás de él. Las masas revolucionarias insurrectas jamás perdonan la cobardía y la traición. Los obreros de Petersburgo y luego de todo el país; después del proletariado, los soldados; después de los soldados, los campesinos, se convencieron a través de su propia experiencia de que los bolcheviques tenían razón. En pocos meses, el puñado de «sectarios», «aventureros», «conspiradores», «agentes de Hohenzollern», etcétera se trasformó en el partido dirigente de millones de insurrectos. Lealtad al programa revolucionario, hostilidad despiadada hacia la burguesía, ruptura decisiva con los social-patriotas, y profunda confianza en la fuerza revolucionaria de las masas: tales son las principales lecciones de Octubre.
Toda la prensa, incluida la menchevique y la socialrevolucionaria,[2] libró una campaña perversa, sin precedentes en la historia, contra los bolcheviques. Miles y miles de toneladas de impresos publicaron informes acerca de que los bolcheviques estaban vinculados a la policía zarista, que recibían cargamentos de oro de Alemania, que Lenin se ocultaba en un avión alemán, etcétera, etcétera. En los primeros meses después de Febrero, el torrente de insultos fue demasiado para las masas. Más de una vez los soldados y marineros amenazaron con acuchillar a Lenin y a otros dirigentes bolcheviques. En julio de 1917 la campaña de calumnias alcanzó su apogeo. Muchos izquierdistas y semiizquierdistas, sobre todo intelectuales, simpatizantes del bolchevismo, se amedrentaron ante la presión de la opinión pública burguesa. Decían, «desde luego que los bolcheviques no son agentes de Hohenzollern, pero son sectarios, no tienen sentido táctico, provocan a los partidos democráticos; es imposible trabajar con ellos.» Este era el tono del diario de Máximo Gorki, que agrupaba a todo tipo de centristas, semibolcheviques, semimencheviques, muy izquierdistas en teoría, pero muy temerosos de romper con los mencheviques y social-revolucionarios. Pero es ley que los que temen romper con los social-patriotas se trasforman inevitablemente en sus agentes.
Mientras tanto, entre las masas el proceso tomaba la dirección contraria. Cuanto más se desilusionaban con los social-patriotas, que traicionaban los intereses del pueblo en aras de la alianza con los cadetes, más atentamente escuchaban los discursos de los bolcheviques, más se convencían de que éstos tenían razón. Para el obrero en el taller, el soldado en la trinchera y el campesino hambriento, empezó a quedar claro que los capitalistas y sus lacayos calumniaban a los bolcheviques precisamente porque estos últimos defendían firmemente los intereses de los oprimidos. La indignación de los soldados y marineros se trasformó en apasionada devoción y abnegada disposición de seguir a los bolcheviques hasta el final. Y, por otra parte, el odio que las masas sentían por los cadetes se extendió inexorablemente a sus aliados, los mencheviques y social-revolucionarios. Los social-patriotas, en lugar de salvar a los cadetes, perecieron con ellos. El cambio final de ánimo de las masas, que se produjo en un período de dos o tres meses (agosto-septiembre) posibilitó la victoria de Octubre. Los bolcheviques tomaron los soviets y los soviets tomaron el poder.
Los Señores Escépticos podrían decir: pero en definitiva la Revolución de Octubre produjo el triunfo de la burocracia. ¿Valió la pena hacerla?
Este problema merece un artículo aparte. Aquí diremos, sucintamente: la historia no avanza en línea recta, sino por una senda sinuosa; al igual que en la artillería, después de un gigantesco salto hacia adelante viene el rebote. No obstante, la historia avanza. No cabe duda de que la burocracia soviética es una úlcera horrible que amenaza las conquistas de la Revolución de Octubre y del proletariado mundial. Pero en la URSS hay algo más que absolutismo burocrático: medios de producción nacionalizados, economía planificada, agricultura colectivizada. Estos factores, a pesar de los enormes perjuicios causados por la burocracia, hacen avanzar el país en el terreno económico y cultural, mientras los países capitalistas retroceden. Solo el desarrollo de la revolución internacional puede liberar a la Revolución de Octubre de la garra burocrática; la victoria de ésta garantizará la construcción de una sociedad socialista.
Por último -y esto no carece de importancia- la Revolución de Octubre también es importante porque le dio a la clase obrera internacional una serie de lecciones invalorables. Cuando los revolucionarios proletarios franceses aprendan estas lecciones, serán invencibles.
[1] Lecciones de Octubre. New Militant, 30 de noviembre de 1935. Artículo escrito para el periódico francés Révolution, en ocasión del aniversario de la Revolución de Octubre.
[2] Para quitar malentendidos señalemos que este partido antimarxista no tenía nada que ver con el socialismo revolucionario. [Nota del autor].