Acaba de salir comercialmente el dvd de esta coproducción franco alemana de 2016, que estuvo en el BAFICI de este año en Buenos Aires, y hasta donde sabemos, no tuvo la suerte de estrenarse en ninguna sala porteña (algo tendrá que ver con esto el copamiento que los tanques norteamericanos realizan sobre la distribución cinematográfica). La misma fue dirigida por Raoul Peck y los papeles principales fueron protagonizados por el actor alemán Auguste Diehl, (aquel de «Bastardos sin gloria» de Tarantino) como Marx, la actriz luxemburguesa Vicky Krieps como Jenny, la esposa de Marx y Stefan Konarske, en el personaje de Engels.
El film narra el primer lustro de experiencia política de Marx entre los años 1843 y 1848 como redactor de La Gaceta Renana, obligado a exiliarse en París primero (allí conoce a quien será su gran compañero) y finalmente Bruselas en donde, a pedido de la Liga de los Justos, redactará con Engels el hoy mundialmente conocido Manifiesto del Partido Comunista. Brevemente tomemos dos aspectos de Der jungen Karl Marx que terminan conformando una película que se puede ver… y recomendar.
El primero de ellos es comprobar si la verdad histórica sale dañada o por el contrario es medianamente fiel y digamos que lo es (advertimos al pasar, que la reciente Trotsky, serie rusa de ocho episodios que pronto estrenará Netflix, es decididamente un engendro de tres P: paródica, patética y putinesca). Las disputas con los llamados jóvenes hegelianos al cual Marx pertenecía, los encontronazos con Weitling (dirigente obrero) o Proudhon (pensador francés) y la propia evolución del pensamiento del joven y futuro revolucionario es fidedigna. De la filosofía al periodismo (el film se abre con el robo de leña de los campesinos del Mosela sobre el cual el joven Marx escribirá), de allí a la actividad política (el panorama que traza Engels de la situación de la clase obrera inglesa obra en esa dirección, como el contacto con las pequeñas organizaciones obreras parisinas) y finalmente la economía, a la cual su reciente amigo lo introducirá.
Quizás deba mencionarse una omisión y una apreciación errónea (al menos en el subtitulado español) que el film tiene. La primera, es la viva impresión que le causó a Marx la rebelión de los tejedores de Silesia que, entre otras cosas, oficia de verdadero estímulo para que éste empiece a “ver” al incipiente proletariado como el sujeto de la transformación social. Y en cuanto al “error”, en un cruce de palabras con un empresario conocido del padre de Engels (recordemos, algo que el film muestra, que éste era un capitalista fabril), Marx le recrimina su negativa a pagar “salarios justos”. Sin entrar en grandes disquisiciones, digamos que para Marx no existe tal cosa; sí se puede (y se debe) plantear “salarios dignos” que no es exactamente lo mismo, ya que lo primero es directamente imposible.
La escena final con pasajes del Manifiesto… en una concentración obrera en donde ambos socialistas intervienen y deben lograr la mayoría para que éste se apruebe, es emotiva y debidamente proporcionada (no son grandes multitudes, claro está, pero todo se resuelve a mano alzada y en asamblea). Digamos también que la actitud de las compañeras de ambos (la citada Jenny y Mary, una operaria irlandesa que trabajaba en la fábrica de los Engels y que termina siendo la gran compañera de aquél) está bien presentada y valorada.
Por último, el otro aspecto del que hablábamos al comienzo, es el artístico. Y aquí también la película pasa la prueba. Las interpretaciones (el guión tiene mucho que ver en ello) son sobrias: ni grandilocuentes ni carentes de vida. Lo mismo para el vestuario y las locaciones de época. Quizás cierto color “mortecino” de su fotografía y una trama que por momentos parece requerir de más agilidad, estarían entre aquellas cosas que nos parecieron más débiles.
Eso sí, perfectamente comprobado es un logro que tuvo el film, al menos con nuestro sobrino adolescente. Luego de verla me dijo casi entusiasmado: “Ahora sí, prestáme el Manifiesto Comunista que prometo leerlo entero”. Un logro, no menor, más allá de que éste haya sido un propósito consciente (o no) de Peck, poco importa. Entre tantas otras cosas, “qué herramienta educativa puede resultar el cine”, decían Lenin y Trotsky, cuando éste arribaba a tierras rusas. Y no les faltaba razón.
Guillermo Pessoa