“La dinámica económica de estos dos años dio lugar a una temprana e inesperada aparición de los déficits gemelos; el fiscal y el de cuenta corriente (balanza de pagos). (…) La preocupación de los economistas no sólo radica en la velocidad y magnitud de los déficits gemelos sino en las experiencias históricas. Un trabajo del Estudio Broda cuenta que hay cuatro episodios de elevados déficits gemelos en la historia argentina que terminaron mal: 1975, 1981-83, 1987 y 1998-2001” (J. Herrera, Ámbito Financiero, 27-11-17)
“El enamoramiento de los mercados no dura para siempre, hay que alimentarlo. El déficit fiscal es demasiado alto. Para acomodar el Presupuesto hay que tocar vacas sagradas” (Claudio Loser, economista argentino, ex director del Hemisferio Occidental del FMI).
“Vamos directamente al abismo; viéndolo algunos, ciegos los más, otros empujando” (D. F. Sarmiento, contra el endeudamiento de Roca con Inglaterra)
Ya tomó estado público y oficial: la economía argentina está entrando en zona de riesgo. No es un diagnóstico de los marxistas: es el veredicto que dan los propísimos “mercados” a los que el gobierno intentó seducir desde que asumió. Por supuesto, todos los voceros neoliberales le tienen profundo amor al gobierno de Macri. Pero, como decía el bueno de Aristóteles, “amigo soy de Platón, pero más lo soy de la verdad”. Y la verdad que canta el coro de garcángeles es ésta: así como vamos, esto termina mal. ¿Pronto? No. Pero mal.
Ya hemos mencionado en otras columnas la cuestión de los déficits gemelos. Se trata de que a) las cuentas fiscales (del Estado) no cierran, sale más de lo que entra, y por lo tanto hay que cubrir ese déficit con deuda, y b) la balanza general de entrada y salida de dólares del país (la llamada cuenta corriente externa) también da negativo. ¿Cómo se equilibra? Con deuda. Esto ha sido el principio rector de la política económica externa de Macri: ¿no alcanza? Pues nos endeudamos.
La suma del endeudamiento externo nacional, provincial y privado desde la asunción de Macri hasta hoy, según el Observatorio de la Deuda Externa de la UMET, supera los 110.000 millones de dólares (62.000 millones sólo el Estado nacional). Y la amplia mayoría de esa deuda no tuvo como destino expandir la capacidad productiva o la paupérrima infraestructura de energía y transporte, indispensable para un crecimiento sostenido. Por el contrario, el 75% de ese endeudamiento, siempre según la UMET, sólo sirvió para financiar fuga de capitales vía la bicicleta financiera de las Lebac.(1) Otro ultraliberal, Alejandro Tagliavini, prefiere darle un nombre más púdico, pero la realidad es la misma: “El 85% del nuevo endeudamiento público de este año financió la compra de billetes para atesoramiento y turismo” (Ámbito Financiero, 28-11-17).
Es el propio Ministerio de Finanzas el que admite que el peso de la deuda pública sobre el PBI (uno de los indicadores del grado de vulnerabilidad de la economía) subió desde el 38 por ciento en 2015 hasta el 51,2 por ciento en el primer trimestre de 2017. El citado Loser alerta que “tener del 50 al 60% de deuda sobre el PBI ya es un problema. Falta poco para ese nivel, es acá nomás, un año más. Estamos entrando en una zona amarilla” (Ámbito Financiero, 6-12-17). Justamente tomando este indicador es que la consultora internacional Standard & Poor’s puso a la Argentina en la lista de los cinco países del mundo más vulnerables a un cambio en las condiciones globales de crédito (suba de tasas de interés, bah).
Inversiones externas no, exportaciones tampoco
La razón de fondo de este circuito infernal déficit-deuda-más déficit-más deuda es que la economía argentina no ha logrado, desde los “años dorados” de la época K (2003-2008 y 2010-2011), un fuerte ingreso de dólares genuinos, sea por mayores importaciones o por inversiones externas. Empecemos por las inversiones. Sin meternos ahora en la cuestión de que en el largo plazo generan transferencias negativas de valor a favor de las compañías multinacionales, lo más sencillo es constatar que no han venido. Desde ya que no durante el gobierno de Cristina, que les impedía remitir dividendos a sus casas matrices. Pero tampoco con Macri, pese a que el gobierno les puso la alfombra roja y no para de darles facilidades.
Lo que sí vienen son capitales golondrina para llenarse de plata con la tasa de interés de las Lebac, pero ¿inversiones productivas importantes? ¿Más rentables que las Lebac? Nada de eso por ahora, y en todo caso cuando el esquema Lebac se estrelle contra el suelo, se verá si hay condiciones para inversiones “de verdad”.
El panorama de la otra fuente genuina de divisas, las exportaciones, es más penoso todavía. Digámoslo simplemente: Argentina exporta menos hoy que en 2011, con un agravante: bajo el kirchnerismo, y en buena medida (sobre todo a partir de 2011) por las restricciones a las importaciones, la balanza comercial daba superávit. Claro, Cristina quería endeudarse pero “los mercados” la tenían estigmatizada como populista y no le prestaban (verdadero origen del “desendeudamiento” de los K, que hicieron virtud de necesidad). Pero ahora que Macri levantó esas restricciones, la cuenta de importaciones se disparó y el déficit comercial va a ser en 2017 el más alto de la historia económica argentina: entre 7.500 y 8.000 millones de dólares. Y sigue engordando el rojo de la cuenta corriente.
Para no hablar del patético perfil productivo de la balanza comercial, que en las exportaciones depende de soja y derivados, mientras que el déficit industrial, según estima la UIA, superará este año los 35.000 millones de dólares. Exportar materias primas e importar productos elaborados: tal es la definición comercial de cualquier país bananero.
Crédito sí, pero ¿hasta cuándo?
Es así que otra entidad garca y fiel reflejo de “los mercados”, el Institute for Internacional Finance (IIF), hizo un informe titulado “Tiempo de reformas” en el que se deshace en elogios a Macri y su política pro mercado, peeero… ellos también registran los déficits gemelos que “proyectan nubarrones e inquietudes en el horizonte de mediano plazo”. Advierten que “Argentina es vulnerable a los cambios en el sentimiento del inversor” (lo mismo que señalaba Standard & Poor’s). Así, los macrodesequilibrios han desalentado la inversión externa directa y frenado las exportaciones, mientras se fomentan las importaciones y los flujos de deuda”, por lo que cierra recomendando “monitorear de cerca” la evolución de estos factores.
Y no se trata sólo de que no vendrán por ahora inversiones genuinas. Quizá el peligro mayor es que empiece a darse cierta saturación en cuanto a la demanda de títulos de deuda del Estado argentino, lo que puede ser explosivo si esa emisión de deuda sigue siendo el último recurso de la política económica macrista. Al respecto, comenta un analista que “los inversores no dudan de que seguirán participando de las próximas colocaciones de deuda pública, pero manifiestan que lo harán con cada vez menor intensidad. Temen por el nivel de vulnerabilidad externa, que puede derribar las expectativas sobre la sustentabilidad del gradualismo”. Y cita a un inversor que asistió a un evento en Londres organizado por Morgan Stanley, el banco creador del índice de mercados emergentes al que Macri quiere entrar: “Hay apetito, pero moderado. A la hora de comprar más deuda pública surgen los cuestionamientos y restricciones, porque la mayoría señala que muchos más bonos argentinos ya no pueden tener en cartera” (J. Herrera, Ámbito Financiero, 23-11-17).
En una palabra, o en dos: restricción externa. Sí, La misma que viene atormentando a todos los gobiernos argentinos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. La misma cuya muerte había anunciado el kirchnerismo allá por 2010. La misma que se llevó puesto a Cristina y su esquema económico 2011-2015. La misma que está dejando sin aire al plan económico del PRO, a punto tal de que ya hay consenso en llamarla “el talón de Aquiles” del gradualismo fiscal de Macri.
Desde ya que, a esta altura, más que talón es la pierna entera de Aquiles. Algo que no tiene solución… salvo que, como recomienda Loser, se toquen las “vacas sagradas”. Pero esas vacas sagradas (el rol de los sindicatos, la legislación laboral, el gasto social y en general toda la red de relaciones sociales producto de una larga y profunda acumulación histórica de lucha de clases) son más fáciles de profanar para un ex burócrata desde su oficina en Nueva York que para cualquier presidente argentino frente a la Plaza de Mayo…
Marcelo Yunes
Notas