“Argentina vuelve a una de sus tradiciones más arraigadas: la calle manda en la política”
(El País, 15/12/17)
“Che, algo está pasando. Se enrareció el clima”, me comentó un compañero recién llegado de la fábrica el miércoles por la tarde. ¿Qué era eso que estaba pasando? El apuro del gobierno por tratar la reforma previsional en Diputados con el objetivo de convertirla en ley al día siguiente, había conmovido a capas profundas de la sociedad, provocando un cimbronazo de proporciones.
El sentido de este cimbronazo fue transversal: afectaba a aquellos que odian a Macri desde el primer día, a aquellos que comenzaban a esbozar alguna sospecha, a los que lo votaron para que “no vuelva Cristina”, e incluso a aquellos que confiadamente depositaron su voto con la expectativa del “cambio”. Para algunos fue una confirmación, para otros una sorpresa; en todo caso, los hechos testarudos mostraban que el gobierno quería robarles 100 mil millones de pesos a los jubilados. Y eso es intolerable.
Este hecho, que sacó a grandes sectores de la población del letargo y la inercia, adquiriría en los días siguientes una dinámica que aún estamos transitando y que se expresó de manera rutilante el jueves 14 y el lunes 18.
Sobre un mismo escenario, la Plaza Congreso, se vivió una jornada en dos rounds, con algunas características que no se veían desde hacía años: más precisamente 16 años, desde el Argentinazo[i].
Round 1: victoria parcial de los trabajadores
Con el paro convocado por algunos gremios, tempranamente comenzaban a nuclearse columnas en los principales accesos a la plaza: Entre Ríos, Callao, y sobre todo Avenida de Mayo eran testigos de la concentración de bancarios, docentes, no docentes universitarios, metalúrgicos de algunas seccionales, estatales, y decenas de grupos de trabajadores que se organizaron con sus compañeros para participar, dado el carnereo abierto de sus conducciones gremiales.
La recepción por parte del gobierno a este florido grupo de manifestantes probablemente tenga pocos antecedentes, por lo menos desde la caída de la dictadura: un Congreso completamente vallado, un operativo de 3000 efectivos, cuyo rol determinante lo tuvo Gendarmería, responsable de la muerte de Santiago Maldonado.
Esta puesta en escena no tardó en demostrar sus verdaderas intenciones. Puntualmente, cuando se cumplían las 14 hs., horario en que debía comenzar la sesión y las columnas comenzaban a pisar la plaza, empezaron a caer los primeros gases. El objetivo era evitar que los contingentes que provenían de los distintos lugares de trabajo pudieran confluir y generar la postal de una plaza repleta y opositora a la reforma.
Con los primeros gases, hubo una primera dispersión. Muchas de las columnas de trabajadores que venían ingresando, se detuvieron y se mantuvieron expectantes a la espera del desarrollo de los acontecimientos. Las corrientes de izquierda buscan una nueva ubicación sobre la plaza. Nuestro partido se retira brevemente para reagruparse, y retorna algunos minutos más tarde, sumándose a la resistencia a los intentos de desalojo de la plaza.
Detrás del vallado, las fuerzas represivas hacían llover gases lacrimógenos, disparaban balas de goma y rociaban con los hidrantes. Pero luego de un estado inicial de estupefacción, la solidaridad entre los manifestantes comenzó a ganar terreno, cimentando la idea de que nadie iba a retroceder: empezaron a repartirse limones para aliviar los gases, a compartir el agua, a ayudar a los más afectados, a socorrer a los heridos.
La idea inicial del gobierno de hacer votar una ley antipopular con un Congreso blindado, duró poco más de una hora: alrededor de las 15.30 hs. llega la noticia de que la sesión había sido levantada. La euforia se apodera de los manifestantes. En las columnas de los gremios en Avenida de Mayo, la gente se cruzaba y abrazaba con el que tenía al lado, sin importar el color de la pechera, la adscripción del gremio a alguna corriente política, ni ninguna de esas ficciones que la burocracia sindical inventa para dividir lo que por la fuerza de las cosas está unido: a los trabajadores y sus intereses comunes.
Con la conciencia y la algarabía de este primer pequeño triunfo obtenido, se sostuvo el aguante durante alrededor de una hora más. Luego de eso, comenzó la desconcentración hacia la 9 de Julio. La policía aprovechó la retirada de las columnas organizadas para salir con las motos a cazar gente dispersa. Durante toda la tarde grupos de jóvenes llegarán a Congreso a manifestar su bronca. La retina no podía dejar de asociar lo que veía con las escenas del Argentinazo.
Un primer objetivo había sido cumplido: el gobierno había recibido el golpe, la reforma había demostrado todo su carácter antipopular ante los ojos de las grandes masas, la represión despertaba un amplísimo repudio. La experiencia política con el gobierno se aceleraba.
Round 2: un triunfo a lo Pirro para Macri
Pero el gobierno no está dispuesto a cejar en su intento de hacer aplicar el plan. Luego de dudar si sacar la reforma previsional vía DNU, convoca a una nueva sesión para el lunes 18. Para esto realiza dos modificaciones tácticas: por un lado, re-ajusta su acuerdo con algunos gobernadores del PJ[ii] para que le garanticen el quórum y los votos de los diputados de sus provincias. Por otro lado, la imagen de unas fuerzas represivas descontroladas, golpeando y deteniendo manifestantes, había generado grietas hasta en la tropa propia[iii]. Esto obliga a un retroceso táctico, donde se monta un operativo de seguridad menos ostentoso pero no menos agresivo.
Este nuevo intento tensa aún más la nueva situación política. La CGT debe dar cuenta de esto y anuncia que el lunes a primera hora anunciaría un paro general de características difusas. A esta altura de las circunstancias no importaba demasiado: la bronca crecía por abajo y comenzaba a percibirse que la jornada del lunes sería muy superior en su convocatoria.
De hecho, así lo fue: con el paro general convocado a ultísima hora, con gremios importantísimos carnereando, con otros adhiriendo sin movilizar; así y todo, cuando faltaban minutos para el inicio de la sesión se agolpaban cientos de miles de almas en la Plaza Congreso y sus calles adyacentes. Una demostración de las fuerzas obreras de magnitud se desplegaba a la vista de todo el mundo.
Mientras esto sucedía, comenzaron los choques. Primero sobre Rivadavia, luego sobre Hipólito Irigoyen, donde la policía atraviesa el vallado y con motos y un hidrante se lanza contra las columnas que se ubicaban sobre ese costado de la plaza. Comienzan a sucederse los avances y retrocesos. La policía logra despejar parcialmente la plaza y los enfrentamientos se trasladan a Rivadavia. Esta situación se mantiene durante alrededor de dos horas, con una policía sacada que dispara postas de goma a la altura de la cabeza y arroja piedras. Dentro del recinto se pasa a un cuarto intermedio y se duda si seguir o no con el tratamiento de la reforma. Finalmente, el macrismo, dispuesto a concretar su orientación, decide ponerle un punto final a esta situación: Monzó, presidente de la Cámara de Diputados, anuncia que en media hora se terminaría con los disturbios. Dicho esto, la Policía Federal y la Gendarmería se hacen presentes. A través de gases lacrimógenos lanzados desde los techos del edificio del Senado, y a fuerza de balas de goma disparadas indiscriminadamente, la plaza es salvajemente desalojada y se produce la mayor cantidad de detenidos. Comienzan los escarceos en la 9 de Julio y la mayoría de las columnas se retiran.
En este despliegue de brutalidad policial inusitada es cuando se produce la mayor cantidad de heridos: compañeros que perdieron un ojo, quebraduras, etc.
Sin embargo, mientras se sucedía un primer momento de conmoción y la policía daba rienda suelta a su ferocidad, algo se estaba procesando entre muchos sectores que, por uno u otro motivo, no habían sido parte de esa jornada. Cuando Carrió denunciaba un “intento de golpe de Estado” y se ponía en marcha la campaña contra “los violentos que destruyen el bien público”, un nuevo sector ingresa a la lucha al momento que la noche comienza a caer: en todos los barrios de la Capital, y en importantes puntos del conurbano, un sector de la clase media salía con sus cacerolas a expresarse contra la reforma y la represión. Se confluía en Congreso mientras los diputados sesionaban. Era una caravana imparable de decenas de miles, en su mayoría jóvenes, que se movilizaban de madrugada a expresar su bronca.
Sí, otra vez el fantasma del Argentinazo sobrevolaba el país, recreando, aun potencialmente, la alianza entre los sectores trabajadores y la clase media.
Desarrollar la experiencia con el gobierno
Es evidente que, a pesar de haber aprobado la reforma, el gobierno de Macri perdió muchísimo capital político en estos días. Puso el dedo en la llaga del Argentinazo y sus conquistas, y éste mostró los dientes en dos jornadas a cielo abierto, generando una nueva situación política que los revolucionarios debemos ayudar a desarrollar, acompañando la experiencia que están atravesando los más amplios sectores de trabajadores para derrotar las reformas antiobreras.
Maxi Tasán
Notas:
[i] La comparación con el Argentinazo, en sus similitudes y diferencias, son abordadas en la editorial de esta edición.
[ii] Es sabido que del robo a los jubilados se desprende el pacto fiscal con las provincias. Pero sobre todo los recorre un profundo sentido de la “responsabilidad”, dado que cuando se cuestiona el poder, se sabe dónde se empieza, pero no donde se termina. Los otrora opositores actuaron como “comisarios políticos” garantizando personalmente la votación de lo que consideran que son “sus” diputados.
[iii] Carrió fue quien se expresó más firmemente al decir que “Bullrich tienen que parar”. Sin embargo, varios analistas, de indudables oropeles oficialistas se expresaron en el mismo sentido.