¡Pan, trabajo y libertad!”

Por Elías Saadi

Nuevamente en Irán se está dando una situación explosiva. La infame teocracia de los ayatolás y su aparato político-militar vuelven a estar cuestionados y en crisis. Y, como acostumbran, las primeras medidas que toman es reprimir, encarcelar y asesinar a los que se atreven a protestar.

La última rebelión importante, de alcance nacional y que puso en cuestión al régimen teocrático, estalló hace menos de un década, concretamente en junio del 2009, poco antes del inicio de la “Primavera Árabe”. Es bueno hacer un paralelo con el actual estallido, y marcar sus coincidencias y diferencias, para entender lo que está pasando… y la profundidad del actual terremoto…

2009, un estallido político

En ese junio de 2009 se realizaron “elecciones” nacionales, donde competían dos candidatos, el “reformista” Mir-Hosein Musaví y el “conservador” Mahmud Ahmadineyad.

Aclaremos que ambos candidatos, como corresponde, habían sido seleccionados “a dedo” por las máximas autoridades religiosas de esa rama del islam chiita; a saber, el ayatolá Alí Jamenei y su “Consejo de Guardianes”. Es que la teocracia iraní ha tenido la habilidad de establecer una dictadura propia, pero vestida con sotanas “democráticas”. Cada tanto, se hacen “elecciones” presidenciales, parlamentarias, etc… Pero los candidatos deben tener el “visto bueno” del ayatolá de turno (una especie de Papa chiita) y los mencionados “Guardianes”.

Sin embargo, el necesario reparto de roles en esas farsas electorales destapó tensiones reales y profundas en la sociedad iraní. En primer lugar, el natural impulso de aflojar el asfixiante control clerical en todos los aspectos de la vida.

En 2009, eso se expresó en un vuelco masivo de votos por el “reformista” Musaví. Se dio especialmente en las ciudades, y en primer lugar en la capital, Teherán, donde Musaví arrasó. Las nuevas clases medias y sobre todo la juventud “ilustrada” demostraron así su hartazgo con la barbarie y el control clerical.

La reacción del régimen teocrático fue instantánea. Visto que ganaba el reformista Musaví, se suspendió el cómputo de votos y, al otro día se anunció el triunfo de Ahmadineyad. ¡Como vemos, en las recientes elecciones de Honduras no se inventó nada nuevo!

Esa burla hizo estallar a Teherán y otras ciudades. Las protestas se extendieron durante meses, pero a costa de una feroz represión fueron finalmente acalladas.

2017/18: un estallido social

El presente estallido ha tenido un detonante diferente. No ha sido el hecho político de una elección fraudulenta como sucedió hace una década, sino principalmente el inmenso y profundo descontento social, por la situación cada vez más insoportable que viven no sólo los más pobres sino también los trabajadores y los sectores de “clases medias” que no están “colgados” en la clientela de alguno de los aparatos religiosos y/o político-militares del régimen.

Por supuesto, eso no significa que las facciones políticas del régimen –que como veremos se disputan agriamente el reparto de la torta– no sean también factores de peso en esta crisis. Pero, en última instancia, todo se remite a esa creciente pauperización masiva. Lo más peligroso –subrayamos– es que ella afecta no sólo a las capas “tradicionalmente” miserables, sino también, por ejemplo, a amplios sectores de graduados universitarios sin otra perspectiva que agonizar en la pobreza y las privaciones.

Otra diferencia significativa con el 2009, ha sido que el estallido no se inició en Teherán. Esta vez fue al revés: marchó de la periferia al centro… aunque por supuesto terminó resonando en la capital.

Un agravante de este panorama, es que el régimen dictatorial de la “República Islámica”, al proscribir partidos, sindicatos y, en general, organizaciones políticas y sociales que no sean meras colaterales, se priva al mismo tiempo de tener “paragolpes”. Es decir, mecanismos “mediadores” y canales de negociación. Jugar al todo o nada puede ser extremadamente peligroso en una situación así.

Las divisiones por arriba y el estallido por abajo

A eso se suma el hecho peligroso de que el régimen teocrático es una dictadura sanguinaria y brutal contra cualquier oposición o mera disidencia, sobre todo las de izquierda, juveniles, femeninas o de trabajadores. Pero, al mismo tiempo, está lejos de ser una falange disciplinada y compacta, que avanza, retrocede y maniobra bajo un mando único. Hoy más bien está agrietada en fracciones. Y la creciente crisis económico-social al interior, sumada a la ruptura de Trump con el pacto nuclear del G5 + 1)[1] y las provocaciones de Arabia Saudita en el exterior, han agravado esto.

La conocida escritora iraní Nazanim Armanian –exiliada en Barcelona– pinta así la división por arriba, que precedió al estallido por abajo:

Estaba abierta una nueva fase de la lucha entre dos facciones de la República Islámica (RI) en la que el sector de la extrema derecha dirigido por una alianza formada por el «Líder Supremo» Ali Jameneí y los jefes del cuerpo militar de los Guardianes Islámicos (GI), intentan desbancar a los «moderados» del presidente Hasan Rohaní, cuyas facultades como el jefe del Ejecutivo están subordinadas a su sumisión al «Líder Supremo». Aun así, Rohaní es uno de los hombres más poderosos de la República Islámica. En el borrador de los presupuestos del próximo año (que en Irán empieza en primavera) se atrevió a reducir la suma destinada a los militares, provocando sus duras críticas…

[…] Durante las últimas semanas, el choque entre ambas facciones se intensificó. El eje Jameneí-GI culpaba a Rohaní del incumplimiento del acuerdo nuclear por EEUU, país que lejos de levantar las sanciones contra Irán las va aumentando, agravando la crisis económica del país. Mientras tanto, el presidente Rohaní le recordaba a Jameneí que las negociaciones entre ambos países empezaron en 2009, durante el gobierno de Ahmadineyad bajo la supervisión del propio «Líder Supremo».

El jueves, de repente, un grupo de personas se manifestaron en Mashad, ciudad feudo del Líder Supremo, contra la ineficacia del gobierno de Rohaní en detener la subida galopante de los precios de los productos básicos. Lo curioso es que la protesta no fue reprimida, cuando la República Islámica prohíbe y castiga cualquier acto que cuestione a las autoridades.

La noticia corrió como pólvora por las redes sociales y miles de personas ocuparon las calles de una veintena de las ciudades, lanzando consignas, y no sólo contra Jameneí y Rohaní, sino contra la totalidad de la teocracia islámica, la casta clerical, su abuso del poder y la monumental corrupción de los sacerdotes que viven en una obscena opulencia, aislados de la dura realidad social. La principal consigna ha sido: «¡Pan, vivienda, libertad!». Sí señores: ¡Si queréis un país laico, ponedle una teocracia!

Se trata de un movimiento espontáneo, desorganizado, sin dirección, ni ideología o tendencia política concreta, cuya principal demanda ha sido mostrar la indignación de los ciudadanos… […] Pero hoy se está ante una explosión social, difícil de controlar.” (Nazanim Armanián, “Irán en crisis”, Público.es, 02/01/2018)

Otra militante de la izquierda iraní, Nima Soltanzadeh, coincide en que la primera protesta en Mashad [segunda ciudad de Irán] fue iniciada por un pequeño grupo afín al Líder Supremo Jameneí para echar el fardo de la crisis al gobierno del presidente Hasan Rohaní. Pero eso fue como encender un fósforo en una habitación con gas:

La pequeña protesta –explica Soltanzadeh– fue tomada inmediatamente por la gente, buscando expresar sus propias frustraciones. Las manifestaciones crecieron vertiginosamente y tomaron como blanco no sólo al presidente Rohaní, sino también a su rival, el ‘Líder Supremo’ Jameneí… Esas movilizaciones de protesta se desarrollaron hasta en 70 ciudades, principalmente en provincias…” (“Iran in revolt – Iranian socialists on what sparked the protests and why they matter”, Socialist Worker, 5 Jan. 2018).

Frente a ese panorama, además de una represión salvaje, la dictadura teocrática ensayó impulsar contra-manifestaciones, para darle algo de legitimidad “popular” a su respuesta represiva. Movilizó a su clientela, tanto burocrática como religiosa. Pero en eso también demostró debilidad. No hubo comparación con las dimensiones, la extensión geográfica ni el “voltaje” de las protestas.

La insoportable crisis económico-social

Aunque facilitaron desencadenar el estallido por abajo, las interminables luchas por arriba de las diferentes facciones del régimen no fueron su causa. Lo decisivo, reiteramos, ha sido la insoportable situación económico-social en su conjunto, que además tiende a agudizarse… Sobre eso, la ya citada escritora iraní señala que:

“En los últimos meses, miles de asalariados desesperados se atrevieron a manifestarse sobre los salarios bajos o retrasados hasta seis meses, o por la estafa de varios bancos que se llevaron los depósitos de miles de pequeños inversos.

“El «thacherismo» que aplican los economistas de la República Islámica, admiradores de Milton Friedman, ha aumentado profundamente la brecha entre las clases. Los ricos no pagan impuestos, las empresas se privatizan, los precios suben sin control y los alquileres absorben la mitad del sueldo de las familias. El programa electoral de Rohaní preveía crear millones de puestos de trabajo, y los pocos que creó, se perdieron por el cierre de fábricas y talleres. Alrededor de 12 millones de iraníes están desempleados, y la mitad son titulados universitarios, afirma el diputado del parlamento Ghoalmreza Taygardan.

“La sanidad y la educación no son gratuitas ni universales. Millones de niños y niñas en vez de estudiar son explotados en los mercados negros de trabajo. Mientras, la Seguridad Social, para los que la tienen, no cubre las enfermedades como artrosis.

“Decenas de miles de sin techo (llamados «Carton-khab»), entre ellos familias enteras con niños pequeños, duermen a la intemperie en cajas de cartón, exhibiendo el fracaso total del capitalismo camuflado bajo las sotanas y los velos.

“Según las estadísticas del Banco Central Iraní, en 2015, cerca del 48% de familias vivían bajo la línea de la pobreza, siendo dueños de uno de los países más ricos del planeta.

“Los ciudadanos ven que el acuerdo nuclear [con el Grupo 5+1] sólo ha beneficiado a los hombres de negocios vinculados con el sistema, que en vez de invertir en la creación de fábricas y puestos de trabajo, gastan el dinero público en sus empresas de importación. La llamada «economía islámica» no es otra cosa que la primitiva «compra-venta» de mercancías, dirigida por una burguesía compradora parasitaria, enemiga de la producción industrial.” (Nazanim Amiriam, cit.)

De las protestas a la revolución

Irán, su pueblo y, en especial sus trabajadores, tienen una larga historia y tradición de grandes luchas sociales y políticas, incluso de verdaderas revoluciones. La última de ellas, la de 1979, logró derrocar a la monarquía absoluta del sha Reza Pahleví.

En ese proceso revolucionario, los sectores más avanzados, principalmente los obreros del petróleo, lograron incluso durante un tiempo establecer organismos de doble poder. Pero, por una serie de factores, entre ellos la debilidad de las organizaciones marxistas revolucionarias, logró imponerse finalmente una dictadura clerical, que arrasó con las libertades conquistadas.

Un motivo fundamental de esa victoria fue que en la Revolución de 1979 el clero chiita –acaudillado por el predecesor de Jameneí, el ayatolá Jomeini– había aparecido como el gran luchador contra la odiada tiranía del sha. Jomeini y sus clérigos conquistaron así un inmenso apoyo no sólo religioso sino también político.

Hoy el panorama es muy diferente. Al revés de 1979, el clero chiita y sus jerarcas están del otro lado de la barricada. Más allá de las creencias religiosas, amplios sectores populares, de trabajadores, y juveniles, comienzan a verlos como lo que son, una casta corrupta que vive a costa de ellos.

El gran desafío es que es que esos sentimientos decanten en organización, en primer lugar en un partido revolucionario…

Notas

1.- El pacto entre Irán y el Grupo 5+1 (Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Francia y Alemania) fue firmado en julio de 2015 para controlar la actividad nuclear de Irán a cambio del levantamiento de sanciones económicas y políticas.

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