FUERA TRIACA

por Fernando Dantés

Como es sabido, el gobierno se ha visto golpeado una vez más por una crisis desatada alrededor de uno de sus funcionarios, en este caso el ministro Jorge Triaca. Ya hemos perdido la cuenta de las veces en que Macri tiene problemas porque “el mejor equipo de los últimos 50 años” está compuesto por personajes indisimulable, incuestionable, incontrovertiblemente impresentables. Lo divertido del caso es que Triaca logró la difícil tarea de hacer de un solo escándalo la fuente de muchos otros, estallando una revelación nueva todos los días, por todos los costados, por izquierda, por derecha, desde el norte, desde el sur, el este y el oeste. No quedó sector social sin indignarse, desde el trabajador recientemente despedido hasta la señora de clase media que se espanta con el Estado y adora a los empresarios. Pero lo más sensible del caso fue lo primero y evidente: un ministro de Trabajo despidió con un despotismo digno de “patroncito de estancia” a una empleada doméstica a la que tenía en negro.

El Ministerio de Trabajo

Desde el inicio de su existencia, los Ministerios de Trabajo fueron creados con la intención de “poner en caja” al movimiento obrero. Si los primeros gobiernos capitalistas no veían ninguna necesidad en legalizar los sindicatos, tampoco se molestaban en disimular su nulo interés por sus reivindicaciones. Con el reconocimiento legal de las organizaciones obreras, se vieron obligados a tratar de mantenerlas lo más controladas posible. La creación de los “Ministerios de Trabajo” fue la herramienta para crear un nexo entre los gobiernos de los patrones y los representantes del movimiento obrero. Porque, si bien la esencia explotadora de los empresarios estuvo lejos de dejar de existir, las conquistas de las luchas obligaron a los capitalistas a mostrar un rostro más amable y a su Estado una ubicación supuestamente equidistante entre patrones y trabajadores.

Para que las cosas no salgan del carril adecuado, diversos gobiernos buscaron convertir a los dirigentes sindicales en tránsfugas de su clase. Con jugosos sueldos, sedujeron a algunos (los otros daban con sus huesos en la cárcel) para ser sus representantes en los sindicatos. Esa es la esencia de la burocracia sindical. Los que más suerte tuvieron se hicieron funcionarios estatales. Por todo esto es que, en general, en el Ministerio de Trabajo siempre buscaron poner a alguien que mantuviera algún nexo con las organizaciones obreras. Para mostrarle a los trabajadores que ahí había uno de “los suyos”. Porque si bien la burocracia sindical es profundamente detestada, no por eso los trabajadores dejan de ver a los sindicatos como el canal de sus reclamos. El Ministerio de Trabajo es, en suma, el canal para contener las reivindicaciones de los trabajadores en las manos de funcionarios capitalistas que tengan aún alguna apariencia de vínculo con ellas. Por supuesto que esta ficción no se habría sostenido jamás si de ella no hubiera salido alguna concesión real. Por eso es bastante importante que quien esté a la cabeza de esa cartera mantenga en muchos sentidos “las formas”.

Portación de nombre

La mayoría de los gobiernos capitalistas son una representación “indirecta” de su clase, políticos profesionales dedicados a la tarea exclusiva de gobernar, que son recompensados cuando se los hace ricos a ellos también. Cambiemos es diferente en este sentido: es un gobierno directo de empresarios. Por ese motivo debe haber sido difícil la elección de un ministro de Trabajo. Como entre sus filas no pudieron encontrar a nadie que pudiera siquiera disimular su condición de rancio capitalista y cheto descarado, pusieron en el puesto a alguien que tuviera al menos un lejano vínculo familiar con algo parecido nominalmente a los trabajadores. Jorge Triaca (hijo) no tiene nada parecido a un currículum propio entre los sindicatos, el movimiento obrero o trabajar. Recibido como economista en una Universidad privada (nada de que un funcionario PRO tenga el antecedente de mezclarse con el vulgo) y dirigente de la “Fundación Pensar” (destinada a hacer marketing político y a desviar fondos estatales), toda su historia transcurre como funcionario de alto rango.

Jorge Triaca padre fue lo más cercano que encontró el macrismo entre sus filas a una ligazón con el movimiento obrero en el momento de formar gabinete en 2015, un hombre muerto en el 2008 que jamás militó en el PRO. Él sí tenía un largo recorrido en las filas de la burocracia sindical. En los inicios de su carrera en el sindicato del Plástico, estuvo vinculado primero a Vandor y luego a José Ignacio Rucci. Desde siempre su lugar fue lo más rancio de la derecha peronista, siendo parte del ala más bien amistosa con el gobierno de Isabel y López Rega. Como delegado argentino en la Organización Internacional del Trabajo a fines de los 70 y principios de los 80, apoyó abiertamente la “lucha contra la subversión” de la dictadura militar. Cuando la movilización de masas la puso en jaque, se opuso al ala sindical de Ubaldini, que impulsaba las movilizaciones, y formó parte de la “dialoguista” CGT Azopardo. A la hora de ser testigo en los juicios a las Juntas, dijo que no sabía nada de secuestros y desapariciones. Poco más y planteaba que no había leído los diarios del 24 de marzo de 1976 y que nada sabía sobre un golpe de Estado. Como vemos, llegamos a los 80 y nuestro personaje ya tenía un prontuario bastante largo. Pero evidentemente creyó que debía dejarle algo a la posteridad y decidió aceptar el puesto de ministro de Trabajo en el gobierno de nada más y nada menos que de Carlos Saúl Menem. Ya sabemos lo que pasó con el “trabajo” bajo su mandato. Triaca también ofició de interventor de SOMISA para su privatización.

En suma, se trata de toda una vida puesta a disposición de los más nefastos ataques a los trabajadores. Pero hasta los más derechistas burócratas sindicales suelen no perder los gestos hacia “los compañeros”, la simulación de ser parte de la clase a la que han traicionado, la necesidad de esconder su condición de nuevos ricos. Es evidente que en los Triaca se perdió de una generación a otra hasta el recuerdo de su pasada pertenencia a la clase obrera. De un momento a otro, el hijo perdió todo su perfil de funcionario inofensivo (sostenido en que nadie le prestaba mucha atención) para demostrar con creces por qué lo eligieron como miembro del gobierno de los CEOs.

La vil cara de un patrón

El detonante de sus tambaleos en el cargo fue la viralización del audio de Whatsapp en el que echaba a su empleada doméstica. No necesitó dar muchos más pasos formales. Ni telegrama, ni rescisión de contrato, ni indemnización. Ninguno de los pasos legales socialmente aceptados de la dictadura patronal, fue despotismo capitalista sin filtros. Ante el escándalo, al principio sólo desatado por el contenido del audio, el ministro twiteó: “Pido disculpas por el exabrupto que circula en un audio. El mismo es en el marco de un diálogo personal, no condice con mi manera de actuar ni refleja mi forma de ser, y lamento que haya sido utilizado para sacar rédito de él.”

Para su desgracia, los diversos costados de sus manejos espurios se fueron destapando uno detrás de otro. Primero, que Sandra Heredia trabajó años en la informalidad. Se ve que “negrear” a alguien no es más que “un exabrupto” que no se “condice con su manera de actuar” y no “refleja su forma de ser”.

Luego, la trabajadora denunció que la habían puesto como delegada interventora del SOMU (ver nota aparte) con la condición de que estuviera a plena disposición de Triaca y su quinta. El nexo lo hacía a través de sus empleados del Ministerio. Lógicamente, usar al Estado y la intervención de un sindicato como agencia de empleo personal no puede ser más que “un exabrupto” que no se “condice con su manera de actuar” y no “refleja su forma de ser”.

A raíz de eso, se destapó que son varios los personajes cercanos a Triaca que figuran en la intervención del SOMU y cobran los sueldos correspondientes. Por supuesto, sólo un “exabrupto”.

Finalmente, supimos que a Sandra Heredia no le hicieron los aportes durante 9 meses. “Exabrupto”.

Tal cúmulo de manejos espurios, que combinan de una forma en extremo original la explotación descarada y el nepotismo, le resultan intragables hasta a algunos de los más obsecuentes macristas. El gobierno intenta sostenerlo en el cargo. Para Marcos Peña no es más que un “error” que “no le costará el cargo”. Tal vez no usó la palabra “exabrupto” para no sonar repetitivo por consejo de Durán Barba. A su vez, el asunto ya llegó a la Oficina Anticorrupción de Laura Alonso para investigar si hubo “corrupción”. Honestamente, nos cuesta entender qué habría que investigar. ¿Se necesita de algún peritaje profesional, con meses de rastreo de pruebas, para sacar la conclusión de que tener trabajadores en negro, no hacerles los aportes, ponerlos de empleados en la intervención de un sindicato y usar al Estado para uso personal está mal? Todo esto podría explicar, de paso, por qué sabemos tan poco sobre la actividad de Laura Alonso.

Fuera Triaca

Combinado con la reforma jubilatoria, la represión a las movilizaciones del 14 y 18 de diciembre y los sistemáticos ataques a los trabajadores, el escándalo de Triaca pone al descubierto de cara a millones el verdadero contenido de este gobierno empresarial. Su crisis empalma con una bronca creciente entre amplios sectores. No hay que dejar que pase impunemente ni una sola de las fisuras que se les abren. Echar a Triaca es debilitar su gabinete, es mejorar las condiciones de pelea contra su ajuste, es darle aires a las luchas obreras. Es mostrar más claramente quien es quien, incluso para los más reacios a ver la realidad.

Para los trabajadores es siempre un triunfo, aunque sea pequeño, que un pequeño déspota con plata pague por sus acciones. Mucho más lo es si se trata de un ministro, representante de los intereses capitalistas. Ni hablar si cae una de las máscaras de los empresarios, con la que tratan de mostrar una cierta “filantropía” e interés por los de abajo, el Ministerio de Trabajo. Rasquemos la pintura y mostremos que la pared está podrida. Que lo vean todos los que quieran ver.

Es evidente también que un gobierno que sostiene a semejante personaje no puede estar atacando sistemáticamente a los burócratas de los sindicatos por un brote de interés en la transparencia y la lucha contra la corrupción. Todos sabemos que son corruptos, lo que no significa que su procesamiento esté puesto al servicio de combatir eso. La relación del PRO con los sindicatos es débil. Lo suficiente para que el trío de la CGT no haya tenido margen para arrastrarse por el piso al ras de los pies de Macri tanto como hubiera querido. Y eso aun a pesar de haber demostrado sobrada vocación de serpientes. El objetivo de la “marcada de cancha” a los sindicalistas es advertirles respecto a cualquier intención de responder a las exigencias de sus bases, aunque sean con las medidas formales, tardías e insuficientes que encabezan.

En interés de los trabajadores, contra la futura reforma laboral, contra el saqueo a los jubilados, contra los despidos; en fin, contra el ajuste macrista, echar a Triaca es un paso en el camino de la pelea contra el gobierno de los CEOs.

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