por Ale Kur
El mes pasado, el Estado turco lanzó una operación militar (llamada muy irónicamente «Rama de Olivo») contra la región de Afrin, en el noroeste de Siria. Para ello lanzó todo el potencial de sus fuerzas armadas: aviación, tanques, artillería y tropas de su ejército regular, en estrecha alianza con grupos islamistas y jihadistas locales (bajo el fantasmagórico sello del «Ejército Sirio Libre»). Esta ofensiva constituye un crimen en todos los planos: entre otras cosas, se trata de una invasión de un país soberano, de un intento expansionista y de un golpe reaccionario contra una experiencia de autogobierno democrático (cuestión que desarrollamos más abajo).
La ofensiva turca no tuvo ningún reparo en atacar zonas repletas de civiles, causando gran cantidad de muertos y heridos. La región de Afrin, a diferencia de sus zonas aledañas, era un oasis de relativa estabilidad en el marco de la guerra civil siria, por lo cual recibió una gran cantidad de refugiados del resto del país. Esto agrava todavía más los crímenes de Turquía, amenazando con agudizar fuertemente la crisis humanitaria que se vive hace años en Siria.
Por otra parte, esto constituye una nueva escalada en la deriva autoritaria y reaccionaria del gobierno de Turquía, a cargo del islamista Erdogan. El mismo viene endureciendo cada vez más las condiciones represivas contra la oposición y la sociedad civil en su conjunto dentro de Turquía, avanzando en los hechos hacia una especie de monopolio del poder. Como parte de esto, Erdogan ya había hecho arrasar ciudades kurdas enteras que eran bastiones de la resistencia contra su gobierno, encarceló a miles de opositores, prácticamente ilegalizó a partidos progresistas, etc.
Por último, es importante señalar que el Estado turco fue responsable del genocidio armenio a comienzos del siglo XX, y que nunca lo reconoció ni mucho menos condenó oficialmente. Como continuador del antiguo Imperio Turco Otomano, se trata de una “cárcel de pueblos” y de un gendarme regional que aspira a recuperar su viejo peso geopolítico. Cada nueva ofensiva, en ese marco, asume un carácter especialmente reaccionario.
Con respecto al régimen sirio del dictador Bashar al Assad (principal responsable de una enorme carnicería humana desde el comienzo de la guerra civil), éste no movió un solo dedo para oponerse a la invasión turca del territorio de su propio país: por el contrario, todo indica que le dio “luz verde” -en sintonía con la Rusia de Putin-, como parte de una transacción informal de territorios con Turquía.
Afrin y el autogobierno democrático del Kurdistán sirio
Afrin es una de las zonas que desde mediados de 2012 se encuentra bajo el control de su población local kurda (y de otras etnias), como parte de la misma experiencia democrática-comunal que atravesó toda Rojava, el Kurdistán sirio. La heroica resistencia de Kobane[1] en 2014 contra las bandas fascistas del «Estado Islámico» (que tuvo un enorme impacto internacional) fue parte de ese proceso. Las imágenes de las mujeres milicianas de las YPG-YPJ dieron vuelta al mundo como símbolo de esta epopeya.
Desde el triunfo de la resistencia en Kobane, el “Estado Islámico” sufrió una interminable cadena de derrotas, que lo llevó prácticamente a su desaparición como fuerza con dominio territorial. En su lugar, una gran parte de sus antiguos territorios fueron recuperados por las llamadas “Fuerzas Democráticas de Siria”, encabezadas por las milicias kurdas YPG-YPJ junto a aliados árabes y de minorías varias. El resultado de este proceso es que se estableció una región autogobernada en un enorme territorio en el noreste de Siria, y otra más pequeña en el noroeste del país. En su conjunto abarcan la mayor parte de la frontera con Turquía, exceptuando algunas zonas dominadas todavía por los islamistas sirios.
Los temores de Turquía
Con la derrota casi total del “Estado Islámico” y una reducción de los frentes de combate del resto de Siria (luego de la toma de Aleppo por el régimen de Al Assad), las condiciones avanzaron para la discusión de un “estatus definitivo” entre los distintos actores de la guerra civil siria. Esto se está procesando centralmente en las conversaciones “de paz” en Astaná (Kazajistán), en las que se intenta llegar a un acuerdo entre las potencias mundiales y regionales sobre cómo repartirse la torta siria. En paralelo (aunque con otras especificidades) debía comenzar también a resolverse la cuestión de los territorios controlados por las “Fuerzas Democráticas de Siria”, que en su conjunto abarcan una parte muy significativa del país. A diferencia de los otros frentes de conflicto, aquí el régimen no tuvo condiciones para intentar recuperar los territorios por la fuerza militar, por lo cual debía llegar a alguna clase de acuerdo político.
Esta opción es precisamente la que inquieta a Turquía: una estabilización y normalización del autogobierno (de los kurdos y sus aliados) en el norte de Siria. Desde el comienzo de la guerra civil que Turquía teme mucho más a las YPG-YPJ que a los jihadistas como el “Estado Islámico” (y otros), razón por la cual apoyó a estos últimos en todos sus intentos de aplastar a los kurdos. El problema de fondo es que Turquía tiene dentro de su propio territorio una importante minoría étnica kurda, muy movilizada y organizada, que lucha por su propia autonomía y sus derechos. Por eso el gobierno turco islamista de Erdogan tiene pánico de que el triunfo de los kurdos sirios sirva como un importante punto de apoyo para los kurdos de su propio país.
Erdogan, la OTAN y EEUU
Turquía es un país miembro de la OTAN, lo cual durante varias décadas significó una alianza militar con Estados Unidos y Europa Occidental para contener a la URSS y los países que alcanzaban cierta autonomía con respecto al imperialismo.
En los últimos años, sin embargo, esta alianza fue vaciando cada vez más su contenido. Turquía utilizó su gran peso militar y el paraguas de la OTAN para realizar su propia expansión como potencial regional, con sus propios intereses. En particular, bajo el gobierno islamista de Erdogan, esto significó el apoyo a los grupos islamistas y jihadistas que combatieron en Siria y en otros países de la región. Si bien Estados Unidos, bajo la administración Obama, apoyó en parte esta política, fue distanciándose cada vez más en función de su propio juego estratégico.
El problema central fue que toda la orientación turca condujo a un solo punto: el ascenso en Siria del “Estado Islámico” y de las ramas locales de Al Qaeda (abiertamente hostiles con EEUU desde los atentados del 11/9/2001). Esto llevó a cortocircuitos cada vez mayores, con el Pentágono volcándose –a modo de contrapeso- cada vez más al soporte de las YPG-YPJ y luego las “Fuerzas Democráticas de Siria”. Este apoyo comenzó siendo relativamente limitado (bombardeos aéreos de las posiciones del EI), pero se fue expandiendo cada vez más: actualmente, Estados Unidos posee una importante presencia de tropas terrestres, equipamiento y hasta bases militares en las zonas controladas por los kurdos y sus aliados, además de proveerles armas. El gobierno de Donald Trump profundizó esta orientación llevándola a nuevos niveles.
Desde el punto de vista geopolítico, esto significa que EEUU se encuentra (por lo menos en parte) “en la vereda de enfrente” de los intereses de Turquía, apoyando a su principal rival en Siria. La tensión entre ambos viene por lo tanto en crecimiento. Esto ocurre, además, en paralelo a la creciente tensión entre Turquía y la Unión Europea, entre otras cosas por la cuestión de los refugiados de guerra y por las crecientes denuncias al régimen autoritario turco. Todo esto lleva a Erdogan y su partido a enarbolar una falsa retórica “anti-imperialista”, cuyo contenido es netamente reaccionario: se trata de la reivindicación de los intereses de Turquía como potencia local y “gendarme de frontera”, a expensas de los pueblos de la zona. Por otra parte, EEUU y la Unión Europea carecen de cualquier tipo de autoridad moral, siendo los principales responsables de todas las crisis en Medio Oriente, de la brutal catástrofe humanitaria que se vive allí, etc.
Por último, también es necesario señalar que esta creciente asociación estratégica entre Estados Unidos y las “Fuerzas Democráticas de Siria” no es para nada “inocua” en términos políticos. Implica una liquidación paulatina de la independencia política que poseía el autogobierno democrático de los kurdos y sus aliados. Esto disminuye su carácter progresivo y pone en riesgo el conjunto de la experiencia: la reducción de las milicias kurdas a un mero “proxy” o peón local del imperialismo yanqui sería un gran peligro que contrarrestaría y anularía las conquistas logradas desde mediados de 2012.
En cualquier caso, el peligro más inmediato es encarnado por Turquía y sus aliados locales: estos son en este momento los gendarmes llamados a intentar aplastar el autogobierno democrático en Afrin. En caso de conseguirlo, seguirían también luego por el resto del norte de Siria, convirtiéndola –nuevamente- en pasto para la expansión del islamismo y el jihadismo. Está en los intereses de todos los sectores socialistas, democráticos y progresistas de Medio Oriente la derrota de la ofensiva turca y del régimen reaccionario de Erdogan. Es necesario que triunfe la resistencia del pueblo kurdo, y de todos los pueblos de la región, para que se abra una salida realmente progresiva.
[1] Ver al respecto el artículo “La batalla de Kobane y la experiencia comunal del Kurdistán sirio”, Por Ale Kur, revista SoB n° 29, abril 2015.http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=5031