Guillermo Pessoa
La noche en el asentamiento hacía más tétrico aún el panorama de pobreza. La lluvia del día anterior había convertido en lodo los irregulares senderos interiores y en más de una ocasión Conde y Manolo estuvieron a punto de caer a tierra. Unas pocas luces, salidas de alguna de las casas improvisadas, daban alguna iluminación a unos caminos que ni siquiera habían soñado con el beneficio del asfalto o el alumbrado público. En cambio, desde que comenzaron el avance, el sonido de una o de distintas piezas de reguetón los acompañó con su retumbar monótono, percutivo, como himno de guerra masái.
Fue una de las primeras “novedades” literarias del año, nos referimos a La transformación del tiempo, hasta aquí la última novela del ex policía cubano Mario Conde, creado por el también cubano, Leonardo Padura: “la narrativa de Padura, atestigua y representa, entre otras cosas, la historia de ese país joven que es Cuba”, habíamos señalado en una nota anterior (1). Ésta es la novena de la saga que se iniciara a fines de los ochenta y que conoce (parte de ella) su conversión a la pantalla: Cuatro estaciones en La Habana, una miniserie de 2016 que se puede ver en Netflix. La acción transcurre en La Habana durante la primavera de 2014 y el tempranamente jubilado Conde, está a punto de cumplir los sesenta años, hecho que no lo pone precisamente feliz.
¿Por qué nos parece lícito decir algunas breves palabras sobre la novela? Fundamentalmente por lo que ya habíamos señalado, porque atestigua y expresa entrelazadas (como la gran literatura, podríamos agregar), historias personales y sociales, en una interacción continua y cambiante. Además de estar magníficamente bien narrada (condición sine qua non de la gran literatura, podríamos insistir).
Como expresaba el admirado por Padura (y por Conde) Ernest Hemingway: “el cuento es como la punta de un iceberg con cosas que subyacen bajo la superficie, al lector (finalizaba el escritor norteamericano que supo vivir en la Cuba pre revolucionaria) hay que contarle todo pero no explicarle nada”. Y La transformación del tiempo respeta dicha premisa. La punta del iceberg es la historia de una Virgen catalana llegada a la isla luego de la Guerra Civil española, que ahora vale fortuna y se la acaban de robar a un ex compañero de estudios y amigo del protagonista (un personaje muy bien logrado, que sufrió en carne propia la segregación durante el régimen castrista por su condición de homosexual). Este hecho “abre” el juego del relato que se va a terminar resolviendo (al estilo del policial negro yanqui) con no pocas muertes en el medio. Pero lo que subyace (para seguir con la figura de Hemingway) son infinidad de pequeñas historias y frescos de la Cuba actual, con recuerdos (no mayoritariamente gratos, aunque éstos existen) de los años setenta y ochenta durante la adolescencia y madurez de Conde y su banda de amigos (entrañable banda por otro lado). La tremenda descripción que se halla en el epígrafe del artículo es un botón de muestra de dichos frescos. La situación del ex policía no es buena (nunca lo fue en verdad) pero como él mismo reconoce, la de la gente que habita el asentamiento es directamente espeluznante. La existencia de un sector que trafica, delinque y vuelve a Miami u otros sitios, es moneda corriente. Los contrastes de la Cuba de cierta apertura económica y en donde ser “emprendedor” es el gran latiguillo del momento, se pone bien de manifiesto cuando se observan los grandes hoteles, restaurantes y salas de baile en los cuales sólo el primer plato (Conde vive haciendo esos cálculos) vale lo que gana en un mes un trabajador del común. Y hay más.
Como ocurre siempre a lo largo de toda la saga, los protagonistas principales jamás pontifican y se hallan cruzados por varias contradicciones. O sea, son humanos y creíbles. La idea de abandonar la isla y el rechazo a hacerlo. El sentirse en cierta manera estafados por los sueños que no fueron, pero el no reconocerse en ciertos sectores actuales hipócritas y acomodaticios, con lo cual, se reivindica el sueño de un verdadero cambio social aunque se esté muy lejos de saber cómo y en qué consiste el mismo. El comunismo (o al menos éste) no resultó, pero nos negamos al consumismo, incluso aquel practicado por aquellos que fueron compañeros y “ortodoxos de la línea dura”, reflexionan en más de una oportunidad. Y hay más contradicciones.
Salvando las distancias, con la lectura de Padura ocurre algo parecido a lo que recomendaba Engels cuando le preguntaban sobre la Francia post napoleónica y sobre muchos sujetos sociales que surgieron con el Directorio: “si quieren tener una pintura cabal de ello, pues lean a Balzac” era su respuesta. La mejor respuesta. Salvando las distancias, como advertimos.
1: Algunas reflexiones sobre el género policial (IV) SoB 309.