Roberto Sáenz
Uno de los casos más controvertidos entre los dirigentes bolcheviques lo representa Bujarin. Con su giro derechista, colaboró en la entronización de Stalin. Sin embargo, esto no significa que haya sido integrante de la burocracia propiamente dicha. Mantuvo una determinada honestidad intelectual. Terminó asesinado en las purgas como los demás viejos bolcheviques.
En los primeros años de la revolución formó filas en la izquierda del partido. Opositor al acuerdo de Brest Litovsk, durante la guerra civil fue el principal inspirador de la fracción Comunista de Izquierda.
Bujarin era muy joven (Trotsky señala que nunca perdió los aires de viejo estudiante medio bohemio). Dirigió durante muchos años Pravda y llegó a redactar junto con Preobrajensky folletos universalmente conocidos como el ABC del Comunismo, que expresaba una versión izquierdista que hacía del “comunismo de guerra” una suerte de “pasaje directo” a la realización del comunismo…
De ahí que sea complejo entender su abrupto pasaje de una posición izquierdista a liderar el ala derecha del partido (su paso a la dirección de la Internacional Comunista en proceso de burocratización[1]; el bloque derechista con Stalin; luego su liderazgo de la Oposición de Derecha antes de caer en desgracia para ser fusilado en 1938).
En su abrupto pasaje tuvo seguramente peso su “escolasticismo”: su erudición desprovista de criterio dialéctico (como le señalara Lenin); su abordaje muchas veces ecléctico de los problemas; su inmadurez a la hora de la lucha política[2]. Esto no significa que careciera de pinceladas agudas; que sea un pensador a ser desechado sin más[3].
En su pasaje pesaron textos como “Sobre la cooperación” o “Mejor poco, pero mejor”, donde Lenin insistía en la “revolución cultural” que necesitaba el país. Criticaba darse objetivos desmesurados; planteaba el pasaje a la cooperación entre los campesinos como vía obligada hacia la socialización del campo. Pero en su giro derechista Bujarin abordó unilateralmente estos artículos haciendo del dirigente bolchevique el supuesto “autor” de su política.
Todo el partido aprobó el pasaje a la NEP: la retirada que significó en relación a las ilusiones de la guerra civil. Pero hubo algo que hizo de Bujarin uno de los adalides para golpear a la naciente Oposición de Izquierda. En su clásica biografía sobre Bujarin Stephen Cohen señala que no es fácil comprender su deslizamiento burocrático. Fue el principal teórico del giro derechista. Afirmaba que el socialismo podría construirse “a paso de tortuga” escindiendo completamente la transición del desarrollo de las fuerzas productivas (una fuga idealista que le dio bases “teóricas” al socialismo en un solo país).
Se oponía a Trotsky y Preobrajensky que, desde la Oposición de Izquierda, insistían en la necesidad de industrializar el país y planificar la economía (inicialmente Lenin también se opondría a la idea de la planificación –le parecía un desvío administrativo-, pero luego cambiaría de posición)[4].
En 1923 ocurrió una primera manifestación de crisis económica que luego transitoriamente se disipó. Se consolidó un abordaje oportunista de la NEP, que llevó a una aguda crisis en 1928 cuando la huelga del campo ante la falta de aprovisionamiento industrial: “Los modernos anti-estalinistas en la URSS exageran los logros de la NEP. Les cuesta ver que mucho de lo logrado por la NEP consistió en restaurar la utilización de las plantas alcanzando la plena producción” (Lewin; 1995; pp.115).
Lewin agrega que la NEP no podía resolver el problema de la acumulación: la modernización y ampliación del capital fijo; facilitó una cierta recuperación de la industria liviana, pero todo el aparato industrial se iba poniendo obsoleto y los bienes industriales no hacían más que aumentar sus precios.
¿Cómo llegaría Bujarin a ser unos de los “azotes” de la Oposición de Izquierda (“Bujarin no golpea, azota”, diría alegre Stalin) configurando uno de los aspectos más oscuros de su trayectoria? Cohen señala que Bujarin llegó a compartir muchas de las críticas de Trotsky al régimen interno del partido; pero que era prisionero de él al haber sancionado y sido copartícipe en ese desarrollo (su desgracia consistió en que permaneció atado a la URSS aun a sabiendas de que se encaminaba a ser eliminado).
Lo concreto es que se dejó impresionar por las circunstancias, algo confirmado desde varias fuentes. Pasó del entusiasmo febril de los primeros años de la revolución a la adaptación a su retroceso, una suerte de “pérdida de las ilusiones del período de infancia de la revolución”.
Sostuvo el rechazo de Stalin a las fracciones como supuesta vía “ineluctable” hacia dos partidos: “Bujarin sucumbió a la lógica potencial de la filosofía de un solo partido (…) ‘si legalizamos tal fracción dentro de nuestro partido, entonces legalizamos otro partido’ [Bujarin] (…) Nació así la peligrosa ecuación de que el disentimiento continuo presagiaba una facción, un segundo partido y, en última instancia, la contrarrevolución” (Cohen; 1976; 340), tal como vimos en la cita que encabeza este subtítulo[5].
El curso derechista que sostuvo Bujarin fue el del aparato. Y no en cualquier momento, sino en el que fue un peldaño decisivo en el proceso de burocratización: cuando cambio de naturaleza el gobierno bolchevique.
El apogeo de Bujarin marcó un período de regresión “reformista” y liberal del poder bolchevique. Una fase donde el elemento activo era ya la burocracia limitada quizás por ciertas contratendencias propias de la NEP: “(…) el reflejo más fiel del pluralismo de la sociedad de la NEP había que buscarlo, tal vez, en su vida cultural e intelectual, barómetro siempre de la verdadera diversidad y tolerancia estatal. Los años 20 fueron, en este respecto, una década de variedad y logros memorables. En la propia vida intelectual del partido (…) no fue un período de ortodoxia impuesta, árida, sino de teorías contrarias y escuelas rivales, una especie de ‘edad de oro del pensamiento marxista en la URSS’” (Cohen; 1976; 383), algo más propio de la primera mitad de la década que de la segunda.
Una valoración quizás exagerada. Pero es cierto que la subsistencia de la pequeña producción agraria, del mercado, la centralización todavía inicial de la economía, dejaron determinado espacio para las iniciativas, para la espontaneidad, al menos en el terreno de la vida cultural.
Pintar la vida de la República Soviética en estos años es graficar sin embargo, el simultáneo proceso de clausura de la democracia partidaria: la imposición de los métodos de la GPU en el seno del partido aunque todavía, quizás, con restos de vida real en la sociedad.
Bujarin no se movería de su abordaje hasta el final de sus días. Un ángulo que oponía en cierto modo la pequeña propiedad y la espontaneidad del mercado a la planificación; y que no le daba lugar a la democracia soviética.
Llegaría, sin embargo, a percibir con agudeza el significado de Stalin. Una percepción que no implicó una clara comprensión del fenómeno, ni un curso de acción acorde: Bujarin jamás rompería con el régimen (su “batalla” siempre estuvo confinada a las altas cumbres del partido); y sus apreciaciones se caracterizaron por el fatalismo.
Desesperaría por un acuerdo con Zinoviev y Kamenev e incluso con Trotsky, alrededor del restablecimiento de la democracia partidaria que tanto había ayudado a hundir… Incluso llegaría a aceptar la industrialización bajo ciertas condiciones.
Algunas de sus críticas a la planificación burocrática no estaban desprovistas de agudeza: “(…) en una economía planificada, centralizada, con una concentración sin precedentes de los medios de producción, transporte, finanzas, etcétera, en manos del Estado, cualquier desacierto y error repercute en una dimensión social correspondiente” (Cohen; 1976; 431)[6].
Subrayaba que “el proceso de planificación tiene que evitar (…) la centralización excesiva (…) una decisión equivocada (…) ‘puede ser tan grave como los costes de la anarquía capitalista’ (…) al suprimir la flexibilidad y la iniciativa desde abajo, conduce a la ‘arteriosclerosis’, a ‘mil estupideces pequeñas y grandes’ y a lo que Bujarin llamaba la ‘mala administración organizada” (Cohen; 1976; pp.455).
Como digresión veamos las afirmaciones de SG Strumilin, planificador estalinista: “No estamos sujetos a ninguna ley. No hay fortaleza que los bolcheviques no puedan asaltar”. Aserciones que reflejaban la lógica que presidió la “planificación” burocrática. Una planificación que, como señalara agudamente Moshe Lewin, significó, paradójicamente, la “desaparición de la planificación en el plan”: “Fue la ‘sobre-extensión’ y la ‘sobre-ambición’ del período inicial [se refiere al primer Plan Quinquenal], lo que dio lugar, en gran medida, a que la economía fuera ‘administrada’ pero no ‘planeada’” (Lewin; 2005; 113).
Administrada en el sentido que estaba bajo un creciente comando burocrático. Pero ese comando no respondía a criterios económicos, sino a métodos administrativos, burocráticos, de aparato, formales y, por lo demás, de espaldas a las masas; métodos que tenían costos inmensos tanto en materia del nivel de vida de las masas, como en el gasto de materiales y el socavamiento de la naturaleza.
El elemento “liberal” de las posiciones de Bujarin tenía que ver con una crítica que poseía elementos “esencialistas”: como si, en sí misma, “técnicamente”, la planificación tuviese problemas. Y no como una tarea concreta que se debía vincular estrechamente a la democrática proletaria (y a la revolución mundial), cual era la posición de Trotsky.
Bujarin estaba preocupado por el “gigantismo” de la planificación al que le contraponía los mecanismos del mercado. Trotsky también daba lugar al mercado como terreno de verificación de las mercancías producidas; pero lo colocaba como uno de los tres pilares de la economía de la transición junto con la planificación y la democracia obrera.
Bujarin se opondría a la colectivización forzosa del campo, que dejaba a los campesinos sin incentivos para producir. A sus ojos, dicha colectivización los sometía a una nueva “servidumbre militar-feudal”; algo de lo que también hablara Rakovsky cuando denunciaba que una colectivización forzosa era una “falsa colectivización”.
Recordemos que la hambruna ocurrida en Ucrania como subproducto de la colectivización burocrática alcanzó 6 millones de muertos en los años 1932/3.
Cohen agrega que la disputa económica devino también en un conflicto entre dos concepciones diferentes de la planificación; tres en realidad, podríamos agregar. El grupo de Stalin había adoptado una versión extrema de lo que se llamó “planificación teleológica”; un método que afirmaba la primacía del esfuerzo voluntario sobre las fuerzas objetivas. Para Bujarin la planificación significaba el empleo racional de los recursos para alcanzar las metas deseadas. Debía cimentarse en el cálculo científico y las estadísticas objetivas, y no en un “hagan lo que les plazca”, criterios estos correctos: “La libertad no consiste en el sueño de independizarse de las leyes naturales (…) sino en el conocimiento de dichas leyes y la posibilidad que da hacerlas trabajar sistemáticamente hacia determinados fines” (Engels, citado por Paul Mc Garr, International Socialist, otoño 1990).
También insistía en la necesidad de un “equilibrio económico dinámico” entre las distintas ramas de la economía. Un criterio que compartía Trotsky cuando exigía que se respetaran ciertas proporcionalidades. Aunque hay que subrayar que el concepto mismo de “equilibrio” funcionaba en Bujarin como un elemento de apaciguamiento de las contradicciones de clase, olvidándose que la transición supone una encrucijada de intereses contradictorios.
Bujarin denunciaba la idea estalinista de la “intensificación” de la lucha de clases bajo la dictadura proletaria como un taparrabos para su orientación represiva; una denuncia correcta (si se va al socialismo, el Estado y la violencia deben tender a desaparecer). Pero perdía de vista que las clases y fracciones de clase tienen intereses específicos muchas veces difíciles de satisfacer simultáneamente (esto es así incluso cuando se trata de clases oprimidas, como la clase obrera y el pequeño campesinado).
De ahí que se haya opuesto al planteo de Evgueni Preobrajensky, de que durante un tiempo el campesinado hiciera una contribución proporcionalmente mayor para garantizar la industrialización; su apuesta había sido para el otro lado: beneficiar al campesinado en detrimento de los obreros.
Bujarin había perdido de vista la imperiosa necesidad de industrializar el país, cuestión que Stalin desnaturalizaría encarándola de manera burocrática cuando la huelga agraria impactó al país (1928): “El análisis de Bujarin recomendaba remedios moderados, incluidas ayudas a los agricultores privados, una política de precios flexibles y más sensibilidad de parte de las instituciones oficiales. Stalin (…) se movía en otra dirección: hacia la afirmación y legitimación de la ‘voluntad de Estado’ en todos los frentes, incluidas las ‘medidas coercitivas extraordinarias’” (Cohen; 1976; 402). Se entienda que dicha voluntad de Estado, no tenía nada que ver con las necesidades de la clase obrera.
En síntesis: si Bujarin criticaría el giro estalinista desde la derecha, eso no niega que destacara problemas reales y que deba ser estudiado críticamente.
Preobrajensky y los peligros del economicismo
El bujarinismo nunca se erigió en alternativa: no se planteó una ruptura con el aparato; no llegó a concebir la perspectiva de una nueva revolución, tarea que Trotsky sí planteó. Siquiera postuló abiertamente una “reforma”.
Queda la duda, sin embargo, si Trotsky no podría haber pasado algún tipo de acuerdo con Bujarin alrededor del restablecimiento de la democracia partidaria: “Cuando en 1928 Bujarin descubrió finalmente que ‘las discrepancias entre nosotros [está hablando de la Oposición de Derecha] y Stalin son muchos más graves que todos los desacuerdos que tuvimos con usted’, Trotsky, convencido de que Bujarin era la encarnación del Thermidor, declararía: ‘¿Con Stalin contra Bujarín?, sí. ¿Con Bujarin contra Stalin? ¡Nunca!’” (Cohen; 1976; 379).
Doug Enaa Green señala que hacia finales de los años ’20 y nuevamente hacia comienzos de 1933, Trotsky sin embargo pareció conceder la posibilidad limitado alrededor del restablecimiento de la democracia partidaria sin comprometer las ideas fundamentales. Un problema no menor era que la militancia de ambas oposiciones (que se encontraba mayormente en los campos de concentración), se tenían enorme desconfianza mutua.
Para Trotsky Bujarin trasmitía las presiones hacia la restauración capitalista y a Stalin, en todo caso, como “centro burocrático”, lo veía sometido también a las presiones del proletariado (y de la misma Oposición de Izquierda): “Como todos los demás bolcheviques que usaban el análisis de clase ‘clásico’, la degeneración (pererozhdenie) podía verse facilitada por políticas incorrectas, pero tenía que ser conducida por algún grupo de la burguesía. La izquierda consideraba la burocratización del partido, como tal, un factor facilitador, pero no imaginaba que la burocracia, per se, podía devenir en una clase” (Lewin; 1995; pp.175).
Nosotros tampoco consideramos a la burocracia como una clase. Pero parece evidente que su grado de independencia fue mayor al esperado: la burocracia se convirtió en el principal peligro para la revolución, cuestión que a Trotsky le costó apreciar: “En nuestra opinión no es necesario buscar en explicaciones superficiales (…) la negativa de Trotsky a considerar a la burocracia como la clase social dirigente. Es necesario buscarla en su firme convicción de que la burocracia no puede convertirse en elemento central de un sistema estable, y sólo es capaz de ‘traducir’ los intereses de otras clases, aunque fuese desvirtuándolos (…) En este esquema no quedaba lugar para ninguna ‘tercera fuerza’ (Alexei Gussev, La clase imprevista. La burocracia soviética vista por León Trotsky).
El sistema nunca fue estable; la burocracia no llegó a convertirse en una clase social clásica. Pero lejos de traducir los intereses de otras clases, terminaría haciendo valer los suyos propios como capa social privilegiada (ver al respecto el Stalin, obra inconclusa de Trotsky que se acerca muchísimo a estas conclusiones).
El caso de Preobrajensky es también complejo. Hemos reflexionado largamente alrededor de él. Su evolución es la de una figura sólida, izquierdista, protagonista de la Plataforma de los 46 y del debate sobre la industrialización, pero que termina capitulando a Stalin.
Hubo algo que socavó su posición. Tuvo que ver con una apreciación mecánica de los desarrollos. Preobrajensky confundió el abordaje “científico” de los fenómenos con un deslizamiento objetivista. Supuso la existencia de una “ley de la acumulación socialista” que vendría a resolver los problemas automáticamente independientemente de la naturaleza del poder.
Siendo compañero de Trotsky en la batalla por la industrialización, los elementos unilaterales de su abordaje confundirían al trotskismo en la segunda posguerra (sobre todo a Mandel). Su lógica economicista fue tomada como un consagrado “punto de vista materialista” cuando, en realidad, y como le señalara Rakovsky apelando a las enseñanzas de Lenin, el punto de vista correcto es siempre un punto de vista político, global.
Podemos recordar aquí una anécdota contada por Pierre Broue cuando el debate sobre los sindicatos. En una reunión interna del “grupo de los 10” (grupo que lo secundaba en esa discusión), acusó a Trotsky de “no entender nada de política”… Desde ya que Trotsky sí entendía de política. Pero el planteo tenía el valor de subrayar que en todas las situaciones debe valer una apreciación global, política (un punto de vista que Trotsky había perdido en ese debate; ver en este mismo texto más arriba)[7].
Veamos la palabra textual de Lenin: “Trotsky y Bujarin presentan las cosas [en el debate sobre los sindicatos] como si unos se preocupasen del aumento de la producción y otros sólo de la democracia formal. Esto es falso, pues la cuestión se plantea (y, para los marxistas puede plantearse), solamente así: sin un enfoque político acertado del problema, la clase dada no mantendrá su dominación y, en consecuencia, no podrá cumplir tampoco su tarea en la producción” (Betthelheim; 1976; 360).
También estuvo el problema de una falsa apreciación de la dialéctica histórica, a la que se veía trabajando espontáneamente “en función del socialismo”… Preobrajensky creía en la existencia de “leyes férreas” en un terreno donde lo único que vale es la decisión consciente de la dictadura proletaria de llevar adelante la acumulación en beneficio de la sociedad.
Confundió la acumulación socialista con una acumulación de Estado: “En la medida que los precios, ganancias, y los costos perdieron su función de guías, la economía (salvo en los sectores ilícitos), no trabajaba más en función de las ganancias, pero tampoco lo hacía para los consumidores. Funcionaba para el plan” (Lewin; 1995; pp.120). Se sobreentiende que acá, el plan, son los intereses de la burocracia.
Preobrajensky perdió de vista un elemento crucial: el partido. Rakovsky le insistiría que sin tener en cuenta el régimen del partido, no se podía tener una apreciación de conjunto del giro estalinista. Rakovsky se refería al hecho que al tener el partido semejante papel en el Estado obrero, su situación, sus métodos, impactarían directamente en la naturaleza de las medidas tomadas. Lewin señala que la propia burocracia era la productora de las incoherencias; que desde la cima se enviaba permanentemente grandes dignatarios para hacer que las cosas se movieran “por cualquier medio” (vo chto by ton e stalo)[8].
Preobrajensky acusaría a su vez a Rakovsky de “subjetivista”. Pero perder de vista el lugar absolutamente central que tenía el partido en la pirámide del Estado, constituía una deriva en sentido contrario que perdía el ángulo de mira total, político, en beneficio de la “economía pura”[9].
¿En qué se había transformado el partido para esa época? “Habiendo pasado el número de miembros de 472.000 a 1.305.854 en 1928 el partido no era ya la vanguardia politizada de la revolución, sino una organización de masas cuya participación, privilegios y autoridad estaban rígidamente estratificados. La base estaba formada por una masa recién reclutada, conformista y en gran parte políticamente analfabeta, que ignoraba la diferencia entre ‘Bebel y Babel, Gogol y Hegel’, o entre una ‘desviación’ y la otra. En el centro estaba una burocracia administrativa abotargada, los apparátchiki del partido, considerados por toda la oposición, de izquierda y de derecha, como un ‘cenagal’ de burócratas obedientes” (Cohen; 1976; pp.464).
Y Lewin insistirá en lo mismo: el partido se despolitizó, dejando de ser un partido “político” en el sentido propio del término; y se terminó disolviendo posteriormente en el Estado.
[1] Uno de los más graves desastres en su currículo es haber sido uno de los responsables principales del desastre oportunista de la Internacional Comunista en China.
[2] Inmadurez en el sentido de que su semblanza es de reacciones irreflexivas, súbitas, poca cintura para la lucha política, impresionismo, cambio de posiciones a veces abruptas, etcétera, esto más allá que sus orientaciones generales estuvieran informadas por una lógica global (en el sentido que giró al oportunismo pero no era una tacticista).
[3] Varios autores señalan que hacia comienzos de los años ’30 hubo cierta convergencia de enfoques entre Trotsky y Bujarin en materia del abordaje de la economía de la transición; Trotsky le dio un lugar al mercado, Bujarin admitió hasta cierto punto la planificación.
[4] Frente a Preobrajensky, que postulaba la existencia de dos reguladores en la transición, Bujarin le opondría uno solo que, en sustancia, era la ley del valor, perdiendo de vista la necesidad del proteccionismo socialista (una deriva oportunista).
[5] Stalin hizo una reflexión idéntica dando a entender que cualquier disensión significaría un partido de “frente único”; es decir, dos partidos…
[6] Bujarin presentaba sus posiciones como una lucha “contra el trotskismo”. Según Cohen, había llegado sin embargo a tener conciencia de que se trataba de otra cosa: “un peligro de orden diferente y mucho mayor (…) El análisis de Bujarin de la burocracia del partido, efectuado en 1928/9 era, por supuesto, muy semejante al de los trotskistas”.
[7] Doug Enaa Greene afirma que Trotsky no manejó del todo bien los tiempos políticos en su combate con el estalinismo; que, por oposición, Stalin era “un político excepcionalmente dotado” (seguramente haciendo referencia a su capacidad para las maniobras). Atención que Trotsky había subrayado la ceguera estratégica de Stalin; su incapacidad de darse cuenta qué papel estaba cumpliendo. Greene agrega, de todos modos, que en Trotsky hubo una cierta subestimación del estalinismo, lo que no parece del todo disparatado.
[8] Respecto de la incomprensión de cómo los métodos desnaturalizan el contenido de las tareas, es interesante la referencia que hace Cohen a la “dualidad” en la que se encontraba Bujarin en los años 30: “(…) si su oposición al estalinismo había adquirido durante los últimos años alguna dimensión trágica, también había de parecer a menudo desesperadamente inadecuada y patética. Como explicó Bujarin más tarde, esta amalgama de métodos estalinistas censurables y metas bolcheviques compartidas, le producía ‘una dualidad peculiar de ideas’, una ‘psicología dual’ [que es la del centrista, RS]” (Cohen; 1975; 505).
[9] El punto de vista de Rakovsky fue tildado de “pesimista”: mientras que Trotsky opinaba todavía que la contrarrevolución estalinista no se había consumado, Rakovsky la veía completándose y mudando no solamente la naturaleza del régimen político sino del Estado proletario mismo.