por Fernando Dantés
Se pueden hacer muchas evaluaciones respecto a las intenciones de los organizadores, al contenido político que le quisieron dar a la jornada, a los límites de la mayoría de las exposiciones. Lo que no se puede negar es una cosa: que durante todo un día haya habido un teatro colmado en cada una de las puntas de su edificio por un público curioso compuesto mayoritariamente (aunque no exclusivamente) por jóvenes para conocer, debatir o al menos adentrarse en la vida y obra de Karl Marx, es algo completamente progresivo. Miles de personas participaron de la iniciativa del Teatro Cervantes, el Goethe Institute y la Fundación Rosa Luxemburgo (que fue colaboradora).
Para empezar a evaluar el contenido del evento, es necesario preguntarse algo: ¿Por qué un homenaje a Marx? No son pocos los que se hicieron esta pregunta. El medio reaccionario y liberal Infobae, absolutamente escandalizado, calificó la iniciativa de “insólita”. Más aún lo aparenta si tenemos en cuenta que fue organizada por una institución con un supuesto contenido puramente “cultural”. Fue sí un evento de la cultura, por momentos de gran valor y calidad, pero hacerlo en torno al segundo centenario del nacimiento de Marx no puede dejar de tener, bajo ningún punto de vista, un contenido político. A pesar de que la mayoría de los expositores se cuidaran de aclarar que no son marxistas, acercar a miles de personas fragmentos de marxismo tiene su propia fuerza política.
De nuevo entonces: ¿Por qué? Parafraseando al propio Marx, él es un “espectro” que han intentado conjurar una y otra vez. Pero, ante cada movimiento brusco de la sociedad capitalista, el viejo fantasma se vuelve a cernir sobre las cabezas de las nuevas generaciones, sus obras se vuelven a reeditar, sus escritos vuelven a estar entre los más vendidos. La páginas de El Capital siguen acosando a los economistas liberales, las sentencias del Manifiesto Comunista poniendo incómodos a los sociólogos del establishment, bastan los fragmentos de sus análisis históricos para marcar un antes y un después en todas las ciencias de la sociedad y, más importante, la ruidosa y persistente existencia de la lucha de clases sigue incomodando a ideólogos y políticos de la clase capitalista. Si, como dijo Bush padre, “el comunismo ha muerto”, su fantasma “acosa la conciencia de los vivos como una pesadilla”. Pese a quien le pese, incluidos algunos de los panelistas de la jornada, Marx es un pasado muy presente.
“Marx nace”, su contenido
El primer centenario del nacimiento de Marx pasó en sí mismo como algo bastante desapercibido. Nada más natural, la Revolución de Octubre contaba con seis meses de existencia. El propio título del evento traiciona la conciencia de muchos de sus organizadores, cien años después. No parece hacer referencia a algo pasado imposible de desenterrar. El resultado está a la vista. Según los propios organizadores, el inicio de la última temporada contó con apenas algo más de mil personas, el de este año multiplicó esa cifra al menos cinco veces. Sin duda, el fundador del socialismo científico tuvo algo que ver.
Fue completamente imposible tener una visión global de todo el evento. La oferta era tan grande y variada que era físicamente imposible participar de todo. Lo primero que uno se encontraba al entrar era una excelente primera impresión: libros, muchos libros. Había allí ediciones de la Fundación Rosa Luxemburgo (que incluía un curioso ejemplar de regalo de las cartas de amor de la dirigente socialista polaco-alemana), de los “Archivos del movimiento obrero y la izquierda” y de las buenas ediciones de los clásicos marxistas de Editorial Siglo XXI.
El contenido cultural fue amplio, variopinto e interesante. Hubo performance teatral de fragmentos de la vida y obra de Marx, películas y documentales durante todo el día (incluida la aburrida versión cinematográfica de El Capital), paneles de análisis literario del Manifiesto y el Dieciocho Brumario, “tangos proletarios” preparados especialmente, incluso una lectura de los fragmentos de la única novela que escribió en su vida (una sátira nunca terminada). Sería sectario no reconocer el valor de un acercamiento cultural y artístico a Marx, más tratándose de uno de calidad e interés como fue éste, para los miles de participantes y artistas involucrados.
Finalmente, estuvieron las diversas charlas en torno al pensamiento marxista. Llegados a este punto, no podemos no mencionar una evidente e intencional omisión: la cuidadosa exclusión de los partidos de izquierda, del marxismo militante. Por supuesto, no hay nada casual en esto. Bajo ningún punto de vista querían los organizadores darle letra a la izquierda. Fueron pocos los intelectuales invitados que son efectivamente marxistas, en un punto “aliados” de los partidos de izquierda porque no reniegan de las conclusiones revolucionarias del pensamiento de Marx: Camarero, Astarita, Grüner y poco más. La defensa de la actualidad del marxismo corrió a cargo de ellos. Poco, muy poco, si tenemos en cuenta que la aplastante mayoría de los panelistas presentes no eran marxistas.
La tónica política general de las exposiciones y los participantes, al menos en una importante mayoría, era “progresista”. Nadie tenía una actitud abiertamente hostil a Marx (al menos nadie que se atreviera a abrir la boca). Pero los gestos de simpatía por él eran inversamente proporcionales a la reivindicación de sus conclusiones políticas, de la perspectiva socialista revolucionaria como apremiantemente necesaria. Sarlo y Svampa no ahorraron en críticas a la política urbana del macrismo de la Ciudad, despertando la simpatía de un público de avanzada edad que sonreía; Laura Fernández Cordero pidió a Cambiemos que apruebe la ley de aborto y tuvo por respuesta un caluroso aplauso; Carlos Gamerro citó la frase “El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa” para agregar “cualquier parecido con el actual gobierno nacional no es pura casualidad”; etc. Para cualquier marxista, los dardos lanzados al PRO, por más ciertos que sean, tienen un agrio sabor a insuficiente. Marx es un autor nacido hace dos siglos que tiene la universalidad suficiente para darnos pie a la crítica a la totalidad de la realidad de hoy, del mundo tal cual se nos presenta. Se trata de un homenaje al más profundo crítico de la historia en general y de la historia y presente del capitalismo en particular.
En este clima de reivindicación formal de la crítica marxista de la realidad, abundaron también algunas de las más extendidas, vulgares y falsas “refutaciones” al fundador del socialismo científico. Horacio Tarcus, en su artículo de la clarinista revista Ñ, nos presentó una anticipación de que nos íbamos a cruzar con estas cosas en el teatro Cervantes. El artículo de Tarcus, como su exposición y la de muchos intelectuales “progresistas”, son sencillamente repugnantes: su “reivindicación” de Marx está puesta al servicio del repudio de la izquierda militante.
Marx militante
Las críticas de bajo vuelo de la intelectualidad “progre” son variadas. Una de ellas es el “desprecio” de Marx por América Latina y su “eurocentrismo”. Curiosamente, José María Aricó, un intelectual cordobés reivindicado por nuestros panelistas, escribió una buena respuesta a esos prejuicios “regionalistas”. Puede gustar o no, pero es innegable que Europa le impuso el curso de su desarrollo histórico al resto del mundo. Su configuración de clase, los Estados, sus formas de gobierno, su sistema económico y social, sumado a rasgos culturales y sociales locales. Esas son las condiciones en las que se hace política e ideología en América Latina, les guste o no. No deja de ser curioso que nuestros ideólogos, cuando hacen política, consideren imposible superar el cerco del sistema político representativo que predomina indiscutiblemente en el continente para considerar “eurocéntrica” su crítica marxista. Parece que las ideas de República, división de poderes, propiedad privada y “democracia” fueran una cosa creada por la personalidad de la “patria grande”. Allá ellos.
Lo que más nos interesa aquí son otras cosas, vinculadas entre sí. La idea de que la “profecía” de la victoria del comunismo “no se habría cumplido”, la de que Marx es un pensador de otro siglo (y, por lo tanto, sin actualidad) y de que puede “haber un Marx sin ‘ismos’”; o sea, que se puede reivindicar a Marx sin ser marxista. Así nos lo dice explícitamente Tarcus en su artículo de la revista Ñ:
“Este esfuerzo por separar a Marx del marxismo, con todos los problemas que entraña, nos brinda de todos modos una pista para descifrar este nuevo interés por Marx. Los nuevos lectores y los jóvenes estudiosos ya no son los militantes de partido ni sus compañeros de ruta. No son los comunistas ortodoxos de antaño ni los partidarios de las disidencias comunistas –trotskistas, maoístas, etc. El último triunfo póstumo de Marx fue verse liberado de la pesada hipoteca de fines del siglo pasado, cuando era considerado el responsable intelectual de los comunismos reales.”
Nos aventuramos a afirmar que Tarcus confunde a los nuevos estudiosos del marxismo con los estudiosos de la obra de Tarcus. Está en su derecho, aunque no deje de ser una confusión bastante pretenciosa. Si bien el “triunfo póstumo” del que nos habla es bastante real, asimilar el derrumbe del estalinismo a la necesidad de descartar el marxismo militante es una operación ideológica poco feliz. “Sin embargo, Marx volvió a emerger de entre los escombros del Muro de Berlín. No el mismo Marx, claro, sino un pensador más secularizado, menos sujetado a las experiencias políticas y los sistemas ideológicos del siglo XX.” El solo hecho de hablar de un Marx “secularizado” es tomar por fanáticos estupidizados incapaces de pensar a todos los marxistas, independizar a Marx de “las experiencias del siglo XX” es pretender hablar de marxismo pasando por alto incluso a la Revolución Rusa. No es de extrañar que Tarcus haya sido un convencido partidario de la exclusión de los partidos de izquierda de la jornada; para hacer pasar su “marxismo no marxista” es necesario descartar un siglo y medio de gruesa elaboración política e ideológica, muchas décadas de lucha política, hacer de cuenta que no existen. Como dijera Trotsky respecto a los Tarcus del siglo pasado: “Para dar este salto heroico, no hay necesidad de salir del gabinete de trabajo, ni siquiera de quitarse las pantuflas.” En suma, para pensar por nuestra cuenta no hay que ser marxistas sino, tal vez, seguidores de Tarcus (no decimos “tarcusistas” en virtud de respetar el desagrado que nuestro autor siente por los “ismos”).
Vamos por partes. En su exposición sobre el Manifiesto Comunista, Gamerro (que es parte de la gestión del Cervantes) hablaba de “los intentos de llevar la idea del Manifiesto a la realidad” cuando se refería al siglo XX. Esto en un tono de “reivindicación” del folleto (uno de los más importantes de la historia) y de lo bien escrito que estaba. Semejante afirmación es la cosa menos marxista que puede haber. Ya en su juventud decían Marx y Engels que “el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que ha de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual». Entender la historia como una en la que no se sabe quién de repente quiere instalar una idea y ponerla en práctica, es una cosa muy poco marxista. De paso, nuestros “progres-pro Marx” meten en un mismo saco las luchas y revoluciones de los trabajadores y los oprimidos con la burocracia estalinista.
Si pensamos el siglo XX como marxistas, debemos analizar los acontecimientos partiendo del quién, el cómo y en qué circunstancias. El marxismo se convirtió en una corriente histórica de la clase obrera, de la lucha por su emancipación, en las condiciones reales de la lucha de clases. La Revolución Rusa no fue el “intento de implantar una idea” sino el fruto de las condiciones históricas de Rusia, de la brutal opresión que sufrían las masas populares ahí y en toda Europa, de un movimiento socialista fuertemente organizado en muchos países a partir de las condiciones concretas de su historia, de la catástrofe capitalista que fue la Primera Guerra Mundial. El marxismo logró convertirse en “guía para la acción” para amplias masas. El estalinismo fue otro sector social, diferente y opuesto a ese primer movimiento histórico: la burocracia surgida de la degeneración del primer Estado obrero.
El resultado histórico del siglo XX es el fruto de la pelea de fuerzas sociales hostiles, no de la predestinación de una “idea”. Los progresistas retroceden “más allá de Marx” al idealismo, pero también “más allá de Hegel” para volver en el tiempo al pensamiento idealista de los antiguos griegos, tanto más ridículo si es formulado después de Marx y presentado como una superación de Marx. Los pensadores griegos eran brillantes, sus inconscientes seguidores del siglo XXI son poco originales.
“Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado.” Esta sola cita de El 18 Brumario debería ser suficiente para descartar para siempre el palabrerío sobre “la profecía no cumplida” del triunfo del comunismo. La historia no está escrita de antemano ni es una entidad por encima de la propia humanidad pero a partir de ella podemos establecer las posibilidades de su propio desarrollo. Pero esa posibilidad debe hacerse fuerza material en la acción, en la política. No es nada casual que los críticos de Marx en este punto sean poco más que intelectuales bien pensantes. Como su actividad es el puro pensar, no entienden a Marx en su totalidad, como pensador y como hombre de acción.
El Marx real es ese, el gran pensador y el político. No se dedicó sólo a analizar. Fue dirigente de la Liga de los Comunistas, influyó en muchos cartistas y trade unionistas ingleses, estuvo en el centro de la organización de la Primera Internacional, fue el inspirador del surgimiento de los partidos socialistas europeos. El Marx real es el militante, el marxismo es su legado histórico. “El triunfo del comunismo” no es una profecía mesiánica, es un programa de acción. Si la “profecía no se cumplió” es porque fuimos derrotados… el futuro no está escrito.
Marx esperaba ver el triunfo de la revolución proletaria en el siglo XIX. Ese fue, sí, un error criticado por él mismo y por Engels. Las condiciones históricas del desarrollo capitalista no estaban aún dadas. Y, justamente por ese error, es que no llegó a ver en todo su alcance la brillantez de sus “profecías”. Su análisis del capitalismo, sus afirmaciones respecto a las tendencias de su desarrollo histórico, tienen hoy en día una impresionante fuerza. Marx es el autor más actual que pueda haber. Comparemos con cualquier otro pensador de los dos últimos siglos. El mundo de hoy es mucho más parecido al descripto en el Manifiesto Comunista que el mundo de la primera mitad del siglo XIX. La tendencia de la burguesía a asentarse en todo el mundo e implantar su dominio y su modo de producción, el crecimiento nunca antes visto de las ciudades respecto del campo, la concentración de las riquezas en cada vez menos manos, la centralización del capital en unas pocas compañías de un tamaño monstruoso, el desarrollo de un proletariado cada vez más grande y más universal, la polarización abierta entre dos clases sociales, la extensión de una industria universal que barre con todo lo perimido, con pretensión de localismo. Nada de eso existía en ese momento fuera de Inglaterra y algunas ciudades europeas. Hoy, es la realidad de la vida de miles de millones de personas en todo el mundo.
No, Marx no es un “pensador del siglo XIX”. Es el más actual y contemporáneo pensador militante. Por eso, doscientos años después de su nacimiento, sigue siendo el punto de referencia ineludible para sus partidarios y detractores.