Yassel A. Padrón Kunakbaeva 2 abril, 2018
La serie de televisión Westworld, ofrecida por la cadena HBO, y aparecida en las pantallas cubanas con el título de Almas de Metal, ha sido sin duda una de las mejores producciones de ciencia ficción de los últimos tiempos. No solo tiene una buena trama, sino que penetra en puntos bastante polémicos acerca del futuro de la tecnología y el destino de la naturaleza humana. Los autores de la serie se dieron incluso el lujo de introducir toda una reflexión sobre la conciencia, su naturaleza intrínseca y las posibilidades de que sea replicada en un recipiente no humano. Se trata, con Westworld, de un producto “filosófico”: todo lo filosófico que puede ser un producto de la actual cultura de masas.
Muchas cosas podrían decirse sobre el mundo que nos ofrece la serie, ese bucólico paisaje del lejano oeste poblado de máquinas. Podría hacerse hincapié en el evidente carácter nietzscheano de la búsqueda de William, que como una poderosa bestia hace su voluntad sobre ese mundo, solo para repetir una y otra vez su sombrío destino. O podría arrojarse luz sobre la presencia de Hegel y de su impronta en la manera en que conformaron la trama de Dolores. La protagonista se lanza a un viaje a través del Laberinto, un viaje hacia la conciencia a través del sufrimiento, semejante únicamente a aquel que Hegel expuso en la Fenomenología del Espíritu. Incluso, podría hablarse del contenido marxista implícito en toda la historia. Sin embargo, la lectura que proponemos aquí es un poco más terrenal, y tiene que ver con el turismo.
El mundo de Westworld es un mundo con las reglas claras. Por un lado, están los insaciables usuarios, los huéspedes que vienen a usar el parque para satisfacer sus deseos más oscuros. Por el otro, están los anfitriones, un pueblo de autómatas con la única función de satisfacer a los huéspedes, aunque ello signifique enfrentarse a la violencia y el dolor todos los días. Puede parecer una situación límite, insoportable; sin embargo, Westworld no se diferencia mucho de cualquier destino turístico. Existe un grupo de condiciones que debe cumplir todo paraíso turístico y que en dicho parque se cumplen a la perfección. Estas son: 1) El amplio gasto de recursos naturales. Un sitio dedicado al turismo consume una gran cantidad de recursos naturales. 2) Una población completamente al servicio de los turistas, completamente objetualizada, tanto en su producción cultural como en el manejo de sus cuerpos. 3) Un tipo de individuo que se adapte a ser un mero recurso. No puede tener una gran memoria: lo ideal es que cada día se olvide de su pasado. 4) Un grupo de tecnócratas que administren el lugar, que decidan la vida y el destino de los anfitriones desde sus oscuras oficinas.
Hoy en día, estamos acostumbrados a que nos ofrezcan una imagen muy idílica del turismo. Y puede ser que algunos modos del turismo, como el de naturaleza, sean más inocuos que otros. Sin embargo, pocas veces nos hablan del lado oscuro, de los efectos que tiene esa actividad sobre la población nativa. El turismo se construye, desde su concepto, sobre la idea del consumo: un consumo asociado únicamente a la satisfacción de la apetencia. Ser un objeto de consumo es una forma de objetualización más fuerte que aquella que sufre el trabajador enajenado de los medios de producción, ya que de ti no se espera que vendas solo tu fuerza de trabajo, sino también tus palabras, costumbres, rituales e incluso tu cuerpo. En los países turísticos tiende a surgir una capa de población dedicada únicamente a actuar como el turista espera que ella actúe. Esto, en el parque de Westworld, se garantizaba de antemano: los anfitriones eran androides programados para servir.
En los últimos años, en Cuba ha crecido la idea de que el futuro económico del país está en convertir la isla en un parque temático del socialismo, con palmeras y mulatas incluidas. Apostar de ese modo por el turismo, como única opción económica, puede resultar suicida para la sociedad cubana. Avanzar por ese camino podría significar el arraigamiento de tendencias negativas. Podríamos terminar intentando emular con el Gran Maestro de Westworld, queriendo mover con un chasquido de dedos gigantescas cantidades de recursos que otros necesitan; dejando, por ejemplo, a la población de La Habana Vieja sin agua. Podríamos terminar creando una vida cultural falsa, folklórica, parecida a la que tenían los androides de la serie, hecha solo para consumo de los huéspedes. También podríamos terminar favoreciendo la reproducción de un tipo de ser humano enajenado, tercermundista, sin capacidad para sostener una misma idea por mucho tiempo. Y lo peor, podría crearse una casta de ingenieros de almas, oculta tras el cristal oscuro de los automóviles. La raza de los administradores del parque.