La semana económica estuvo cargada de noticias interesantes en varios planos. Pero lo que es noticia no siempre es verdadera novedad. Así, pasaremos revista a temas donde, a pesar de ser los principales titulares de la sección económica, las cosas, más que modificarse, confirman su rumbo. Tal vez el único cambio de importancia, como veremos, es el grado de sinceridad del gobierno, al que le cuesta cada vez más tapar el sol con la mano. Para cada tema hay un verso oficial acorde, y a ellos nos dedicaremos.
Verso 1: “El Impuesto a las Ganancias financia la AUH”
Textualmente, ésta fue la justificación que dio el ministro Kicillof para no tocar el mínimo imponible de la cuarta categoría de Impuesto a las Ganancias, es decir, la que pagan los asalariados. La afirmación coincidió con el anuncio hecho por Cristina del aumento de la Asignación Universal por Hijo a 640 pesos, un 40%. Kicillof aprovechó para aclarar que eso es posible gracias a los trabajadores que pagan impuesto por su salario. Y se quejó de los que critican que “les den a los que menos tienen”.
Es cierto que el gorilaje (con plata y con no tanta plata) suele tener expresiones de un racismo y clasismo repugnantes respecto de la AUH. Pero eso no debe ocultar la decisión política del gobierno de apuntar el “gasto social” sobre los sectores más permeables al clientelismo, en claro detrimento de los trabajadores, que según Kicillof deben financiar ese gasto.
Pero tampoco es cierto que la AUH dependa de ese aporte. No hay vínculo directo, por empezar: la AUH es un gasto corriente que se financia con los ingresos corrientes en general. Pero el impuesto al salario que pagan los trabajadores no es ni remotamente la clave de los ingresos. Tomemos el año donde más peso tuvo la recaudación de la cuarta categoría de Ganancias, 2012, cuando un 23% de los asalariados registrados pagó el impuesto. El total del ingreso anual por Ganancias fue de unos 150.000 millones de pesos, de los cuales 25.000 millones correspondieron a la cuarta categoría. Es un 16,8% del total de Ganancias y un 3,7% de la recaudación total del Estado.
Y esto fue en 2012; después de la suba del mínimo no imponible a 15.000 pesos en septiembre de 2013, según el propio Ministerio de Economía, los asalariados afectados por el impuesto apenas superan el 10% (aunque esa cifra subirá con las paritarias de este año). Pero ¿por qué ahora resulta que la AUH y otras formas de gastos social están atadas a un 3% o menos del total que pagan los trabajadores?
La respuesta no es caprichosa, sino que está en la ley de blanqueo laboral que aprobó el Congreso. Así, los que tienen permiso para no pagar impuestos y “desfinanciar” al fisco y al gasto social son justamente los que más deberían pagar: los empresarios. A ellos se les perdonan, condonan y alivian aportes al Estado. En cambio, a los trabajadores que no quieren pagar impuesto por su salario los kirchneristas los señalan con el dedo y los acusan de “poco solidarios”. Otro milagro del “modelo”: transforma a los trabajadores en egoístas y a los empresarios en parias que necesitan ayuda.
Verso 2: “Estamos actualizando y mejorando las estadísticas nacionales”
Con sorpresa y sigilo, el INDEK anunció una revisión completa de la contabilidad nacional: cambia el año base sobre el cual se hace el cálculo del PBI y todas las variables relacionadas con él, pasa a ser 2004 en vez de 1993 como hasta ahora. Esta práctica no es nueva ni extraña en sí misma: a mediados de los 90 se cambió la base 1970 por la base 1986, y ésta en 1999 fue reemplazada por la base 1993. En verdad, estos ajustes y actualizaciones, desde el punto de vista técnico-científico, son no sólo lícitos sino necesarios; lo que sucede es que suelen estar sujetos a manipulaciones con fines groseramente políticos. Como era de esperar, tal es el caso de este cambio estadístico.
Para no marear con cifras (aunque valdría la pena, porque el tema da muchísima tela para cortar), el resultado de la nueva base es en lo esencial el siguiente: 1) el PBI argentino resulta ser un 20% mayor en el punto de partida, 2004; 2) el “crecimiento a tasas chinas” del período 2004-2013, que con la base vieja era del 6,7% anual promedio, pasa a ser de un más modesto 5,9% anual; 3) el mayor tamaño del PBI implica que las variables que se miden contra el PBI (deuda pública, presión impositiva, gasto público, producto per cápita) muestran una relación más “equilibrada” o “aceptable” (salvo la tasa de inversión, que baja a un alarmante 17% del PBI); 4) el índice de precios implícitos del PBI (que no es la inflación, pero está relacionado con ella) fue ajustado hacia arriba. En resumen: se creció menos y hubo más inflación de lo que se dijo durante una década.
Dos curiosidades. Una: el crecimiento del año 2008 fue ajustado del 6,8% al 3,1%, por lo que ese año no hubiera correspondido pagar 2.000 millones de dólares de los bonos de deuda que gatillaban el pago si el crecimiento era mayor al 3.2%. La otra: el crecimiento del año 2009, con la base nueva, baja del 0,9% al 0,1%, cuando todas las mediciones privadas daban recesión (crecimiento negativo). Esta trampita de una suba ínfima, pero suba al fin, permite mantener la mitología del “mayor ciclo de crecimiento de la historia argentina”, que se habría partido al medio si 2009 daba negativo.
Al margen de que la actualización hacía falta, el sentido general es claro y ha sido señalado por todos lo que pusieron la lupa en ella (como Nicolás Dujovne y el Estudio Bein, de orientación muy distinta, en Ámbito Financiero, 13-5 y 20-5-14). De lo que se trata aquí es de a) sanear o blanquear un poco el desparramo estadístico operado en el INDEK desde 2007, es decir, maquillar el maquillaje de cuentas nacionales (incluyendo el reciente cambio del crecimiento del PBI de 2013, que dejó con las ganas a los tenedores del cupón PBI), y b) prolijar de manera conveniente los grandes números de la economía nacional, pensando en aprobar el examen estadístico ante el FMI, del cual depende una de las claves de la actual política económica: volver al endeudamiento.
Verso 3: “El dólar está bajo control”
Ante el reciente recalentamiento del dólar paralelo, que salió de un sopor de meses y trepó de nuevo hasta cerca de 12 pesos, el gobierno sale a decir que no pasa nada, que son todas maniobritas especulativas, etc., y que no hay de qué preocuparse. Que hay especulación financiera, no hay duda; la hay menos todavía de que las cosas no están tan tranquilas como nos quieren hacer creer.
Es cierto que la cotización del dólar oficial está casi planchada desde la devaluación de fines de enero en los 8 pesos. Pero el gobierno se cuida de señalar que esto sólo es así en virtud de una serie de medidas y contextos con fecha de vencimiento, y por lo tanto no se puede esperar que todo siga alegremente tal como está.
En primer lugar, una de las razones de la estabilidad cambiaria es algo que el gobierno estuvo esperando como maná del cielo: la liquidación de los dólares de la cosecha gruesa de soja, que tuvo lugar en abril y mayo; ya está terminando. Esta provisión de divisas es la mayor del año, en términos estacionales, y no se repetirá. Por otra parte, si el gobierno o alguien esperaba que el Banco Central recuperara de esa manera las reservas perdidas en la corrida de enero, eso no sucedió. En efecto, el BCRA compró muchas divisas, pero asimismo tuvo que desprenderse de la mayoría de ellas, en buena medida por la importación de combustibles. Y ese rubro va a aumentar fuerte en los meses de invierno, que va a ser mucho más largo en lo financiero que en lo climático. Así, desde el piso del 1º de abril (26.500 millones de dólares), las reservas sólo crecieron hasta unos 28.500 millones, lejos de los 30.000-31.000 a los que aspiraba el gobierno a esta fecha.
Segundo: otra de las explicaciones del dólar planchado es que el BCRA obligó a los bancos a reducir sus tenencias en dólares. Es decir, por una vía administrativa, los bancos se vieron forzados a liquidar parte de sus activos en divisas líquidas. Pero esto no puede repetirse en el segundo semestre; el efecto de esa medida se agota en la primera vez.
Tercero: el BCRA consiguió aflojar parte de la presión sobre el dólar aumentando las tasas de interés. En efecto, para un inversor en pesos, en estos meses fue mucho más negocio un plazo fijo que comprar dólares. Pero ese capital que va a parar al circuito financiero no entra en la actividad productiva y alimenta la recesión. Situación que el kirchnerismo no está acostumbrado a sufrir y que no sabe bien cómo manejar; señal de eso es la feroz interna en Economía sobre qué hacer con la tasa de interés.
Cerremos la lista (que podría seguir) con la necesidad que tendrá el BCRA de desprenderse de dólares a partir de julio, no sólo por las importaciones de energía, sino por las importaciones de autopartes que ya fueron autorizadas, pero no pagadas, y cancelaciones de deuda (que pueden crecer si se llega a un arreglo con el Club de París).
Y mientras tanto, sigue la espada de Damocles del juicio de los buitres, que merecería una nota aparte porque puede cambiar todo el escenario. Si esto es lo que está “todo controlado”, es para temblar si las cosas se salen de madre de verdad…
Marcelo Yunes