Cumbre entre las Coreas
por Ale Kur
El día 27 de abril tuvo lugar un encuentro histórico en la península coreana. Los presidentes de Corea del Sur y Corea del Norte (Moon Jae-in y Kim Jong-un, respectivamente) se reunieron en la zona desmilitarizada de Panmunjom (en la frontera entre ambos países), con el objetivo de comenzar a avanzar hacia la resolución del conflicto entre las partes. La reunión fue presentada como un gran éxito, mostrando un clima distendido y amistoso (posiblemente, por primera vez en la historia de las Coreas).
Se trata del primer encuentro entre los mandatarios de la península en una década (la última se había realizado en el año 2007 sin grandes resultados), en una situación caracterizada durante más de medio siglo por la conflictividad permanente: la sangrienta Guerra de Corea en 1953 (que enfrentó a Corea del Norte apoyada por China con Corea del Sur sostenida por el imperialismo yanqui) culminó con un “armisticio” luego del cual nunca se firmó un verdadero tratado de paz, eternizando la tensión en la península. Esta tensión vino en aumento en los últimos años, desde que el régimen norcoreano se lanzó al desarrollo de armas atómicas y de misiles intercontinentales, y especialmente desde la asunción al gobierno norteamericano de Donald Trump (que amenazó con desatar una guerra nuclear contra Corea del Norte), esto más allá de las permanentes provocaciones sostenidas por Estados Unidos mediante reiteradas maniobras militares.
Por esto mismo la cumbre de los mandatarios de las dos Coreas tiene una gran importancia: significa un giro de 180 grados con respecto a la tónica que dominó en los últimos años. Este giro comenzó a visibilizarse a comienzos de 2018, cuando Kim Jong-un propuso a su par surcoreano el envío de una delegación de su país a los Juegos Olímpicos de invierno que se realizarían en el segundo. Luego de que se concretara este primer paso de “distensión”, se planteó la realización del encuentro.
¿Qué cambió para que ocurriera este giro? Varias cosas. Por un lado, un conjunto de sanciones (impulsadas por Trump contra el programa nuclear norcoreano) viene perjudicando fuertemente su economía, especialmente desde que China comenzó a endurecer su postura respecto del gobierno de Kim. Por otro lado, Corea del Norte considera que en gran parte ya cumplió las metas de su programa armamentístico, obteniendo un arsenal suficiente como para disuadir posibles ataques por parte de EEUU y Japón. Pero lo más decisivo no ocurrió en Corea del Norte ni en EEUU, sino en Corea del Sur: allí es desde 2017 que no gobierna más la derecha, luego de la destitución judicial de la presidenta Park Geun-hye (en el marco de enormes movilizaciones populares en su contra). Ese mismo año las elecciones dieron por ganador al Moon Jae-in[1], político de perfil centroizquierdista y pacifista que viene planteando la reunificación coreana por la vía del diálogo y las negociaciones. De esta manera, se generaron en ambos países las condiciones para una nueva iniciativa diplomática.
Una declaración de intenciones de paz
El encuentro entre ambos mandatarios culminó con la firma de una declaración conjunta, que caracteriza al conflicto en la península como una “reliquia de la guerra fría” y una situación antinatural que debe terminarse, declarando el cese total de hostilidades entre ambas partes. Se plantea que los coreanos deben resolver sus asuntos por su propio acuerdo, dejando implícito el rechazo a la injerencia extranjera-imperialista.
El documento señala la intención de avanzar hacia la elaboración de un tratado de paz definitivo (para lo cual continuarán las reuniones bilaterales durante todo el año), así como mejorar los vínculos en todos los niveles, facilitar la reunificación de las familias divididas por la guerra, profundizar la cooperación económica, modernizar la infraestructura que une a ambos países, y especialmente, dar pasos hacia la des-nuclearización de la península.
Este último es el punto más sensible de todos, y es precisamente el que menos claro queda en el documento y en los discursos públicos: es una mera declaración general de intenciones sin ningún detalle de cómo se llevará a la práctica. El presidente norcoreano, por el momento, se limitó a señalar que desmantelará el complejo donde viene realizando las pruebas nucleares, que no realizará nuevas detonaciones ni lanzamientos de misiles, sin hacer referencia a lo que ocurre con el arsenal atómico ya acumulado (anticipamos desde ya que más allá de la nada simpatía y confianza que nos inspira Kim Jong-un, del peligro de un arsenal así en sus manos, defendemos el derecho de Corea del Norte a tener un arsenal nuclear).
Este punto será discutido en una reunión que se realizará aparentemente en pocas semanas entre Kim Jong-un y el presidente norteamericano Donald Trump. Es aquí donde probablemente se definan los asuntos más espinosos de la ecuación geopolítica en la península, y donde se medirá en última instancia si los avances son reales o meramente simbólicos. El desenlace no está nada claro, ya que en última instancia se dirimen allí intereses contrapuestos y relaciones de fuerza.
El régimen norcoreano no quiere entregar su arsenal nuclear porque lo considera una salvaguarda contra cualquier intento externo de provocar allí un “cambio de régimen”, siguiendo el modelo de los países de Medio Oriente. A su vez, exige la retirada de las tropas norteamericanas que se encuentran en Corea del Sur y que realizan habitualmente, como ya hemos señalado, maniobras conjuntas con dicho Estado (en un claro gesto amenazador hacia el vecino del norte). Por su parte, EEUU mantiene su presencia allí no sólo para conservar la presión militar hacia el régimen norcoreano, sino también para cercar a China, que es la verdadera amenaza geopolítica a su dominación en este siglo XXI. Por esta razón, una retirada total de los yanquis de la península coreana es muy poco probable.
En conclusión, el encuentro entre mandatarios es un gran primer paso hacia una posible solución al conflicto coreano, pero tiene todavía muchos escollos por delante. Los intereses imperialistas de EEUU (y en menor medida de su aliado Japón), así como la rivalidad creciente con China, están entre los principales. Está en los intereses del pueblo de ambas Coreas (así como de todos los pueblos del mundo) que se alcance una paz democrática, sin injerencia imperialista y basada en su autodeterminación nacional.
La salida más progresiva sería avanzar hacia una reunificación de las Coreas en las que sea su población la que decida de manera democrática qué tipo de régimen político, económico y social se imponga en el país. El pueblo debe tener derecho no sólo a la paz y a la unidad, sino a sacarse de encima tanto a la burocracia autocrática del norte (encabezada por Kim Jong-Un) como a las megacorporaciones capitalistas surcoreanas (“Chaebol”), representadas por el Estado que encabeza Moon Jae-in. Ambos regímenes, que mantienen a los trabajadores y sectores populares sumidos en la explotación y opresión, sea para llenar los bolsillos de los grandes empresarios o de la capa social privilegiada de funcionarios del Estado.
Una perspectiva anticapitalista que tenga un auténtico sentido socialista debería ser la posición a defender por los socialistas revolucionarios en toda la península.
[1] Ver al respecto: «Corea del Sur: Triunfo de la ‘centroizquierda’ en las elecciones presidenciales» SoB 425, 11/5/17