Compartir el post "La otra ola verde – Horas críticas de la Macrieconomía"
por Marcelo Yunes
“El mundo financiero internacional siempre se preguntó si Macri podía tener el control político del país. Nunca hubo dudas sobre él en cuanto a su línea económica, pero sí por su fortaleza política” (R. Rabanal, Ámbito Financiero, 31-5-17)
“Mantener altas tasas de interés también colabora en la creencia –todavía de unos pocos– de que el pacto con el Fondo no es sólo lo que hasta el momento se ha dado a conocer, sino que las noticias desagradables están por salir a la luz recién dentro de una decena de días. Y por eso el gobierno necesita tasas del 40% anual para convencer a los tenedores de Lebac de no desprenderse de ellas” (W. Graziano, Ámbito Financiero, 12-6-18)
La ola verde del movimiento de mujeres por la legalización del aborto, felizmente, ocupó casi todo el espacio político por unos días. Pero mientras tanto, en la Argentina donde Macri y sus ministros gerencian las decisiones del FMI, el esquema económico de Cambiemos está viviendo sus horas más críticas desde que asumió. La designación de Luis Caputo en el Banco Central en reemplazo de Federico Sturzenegger es sólo un síntoma de que todas las variables de la economía están en alerta rojo. Todas: deuda, inflación, crecimiento, déficit y nivel de tipo de cambio. Y el gobierno enfrenta todo esto con un nivel de impericia, desorientación e incoherencia que asusta hasta a sus más acérrimos defensores.
Para asombro de todos los involucrados, ni el anuncio del acuerdo con el FMI ni el inmenso volumen del “préstamo” del Fondo –50.000 millones de dólares– lograron calmar las aguas de los “mercados”. ¿Hubo alivio y felicitaciones al gobierno por darle al Fondo las llaves de la economía? Por supuesto. Pero, sencillamente, y a pesar del nuevo “blindaje” (que recuerda ominosamente al de 2001), no terminan de creer que el gobierno sea capaz de resolver los problemas en que se ha metido. Probablemente no les falte razón. Por eso la desconfianza, por eso la corrida cambiaria, por eso otra vez la amenaza de la no renovación de Lebac la semana que viene, por eso el erratismo del gobierno y el Banco Central, que sigue quemando plata como si le sobrara. Pero vayamos por partes.
Pasemos en limpio primero el acuerdo con el FMI. Se puede explicar lo esencial bastante rápido: el FMI presta hasta un tope (por eso el acuerdo es “precautorio”) de 50.000 millones de dólares en tres años. La primera cuota (y última para este año) es por 15.000 millones, que el gobierno pidió “por favor, cuanto antes” para evitar otra corrida con las Lebac (vernos esto más abajo). La mitad de esa plata está reservada para pagos de intereses de la deuda externa (1); la otra mitad se iba a destinar a cubrir déficit fiscal en pesos, pero ahora el gobierno deberá usarlas para intentar convencer a “los mercados” de que todo está en manos de Caputo-Lagarde y que no hay razón para entrar en pánico.
A cambio de este préstamo totalmente insuficiente, como veremos más abajo, el gobierno se compromete a metas de déficit fiscal brutales: no tanto en 2018 (bajarlo del 3,5 al 2,7% del PBI) pero sí en 2019, cuando debería caer al 1,3% del PBI, déficit cero (¡como en los tiempos de Cavallo!) en 2020, y superávit del 0,5% del PBI en 2021. Por si no quedó claro: son metas que comprometen irrevocablemente toda la política económica no sólo de este gobierno sino del que venga, y representan un ajuste terrible que se suma al que se venía acelerando en los últimos meses. El ajuste revienta, por lo pronto, salarios estatales y jubilaciones en términos reales y la obra pública, a lo que debe agregarse la caída del “salario indirecto” vía la eliminación de subsidios. En efecto, la carta de intención que representa, según el hilarante comunicado de Lagarde, un plan económico “concebido e instrumentado por el gobierno argentino”, se compromete, además, a una nueva reforma previsional, a rifar el Fondo de Garantía de Sustentabilidad (“la plata de los jubilados”, ¿se acuerdan?) y a cobrar las tarifas de luz y gas al 90% del valor de mercado.
La consecuencia de este compromiso es que los pagos de la deuda son prioridad uno, y todo lo demás queda en segundo plano, y estropeado. Empezando, por supuesto, por el crecimiento: la primera víctima de todo ajuste es la actividad económica. Así, vuela por el aire la estúpida fábula macrista de “volvimos a crecer”. Como decíamos en la nota anterior, el crecimiento de este año y del que viene, si es que existe, va a ser incluso más raquítico que bajo los últimos años del kirchnerismo. ¡El propio FMI estima apenas un 0,4% para este año y el 1,5% para 2019!
Ni hablar de las metas de inflación, en las que el gobierno ha quedado en ridículo como pocas veces. Antes de ser eyectado, el mismo Sturzenegger admitía que “decidimos no tener metas de inflación para 2018”. Traducción: “No tenemos la más pálida idea de cuánto va a ser la inflación”. El FMI puso las cosas en su lugar con la carta de intención “del gobierno argentino”. Las metas explícitas son: 27% de inflación para 2018, 22% para 2019 y 17% para 2020. La primera meta es demasiado ambiciosa (de hecho, el FMI calcula por debajo de la mesa una inflación del 32% para este año); las otras, demasiado timoratas… o una confesión anticipada de que los resultados de este paquete son impredecibles y entonces se dibuja cualquier cosa.
En cuanto al FMI “distinto y sensible”, bueno, era cierto, y hasta se puede cuantificar su “salvaguarda para los sectores más vulnerables”. En serio: el acuerdo prevé una “flexibilización” de las metas de déficit fiscal en caso de de que sea necesario “aumentar las partidas del gasto social”. ¿De cuánta plata estamos hablando? Del 0,2% del PBI. De nuevo: 0,2%. Eso equivale a unos 1.100 millones de dólares por año. Es decir, apenas un poquito más de los 800 millones de dólares que el BCRA incineró en sólo dos días tratando de sostener un dólar a 26 pesos antes de que se escapara a 28,50. Es una hermosa síntesis del programa del FMI: para 15 millones de pobres, 1.100 palos verdes por año; para los 50 vivos que son “los mercados”, 800 millones en dos días.
Una cosa queda clara: con inflación desbocada (corriendo atrás de un dólar son techo), un ajuste brutal y crecimiento cero, lo único que cabe esperar es más malaria para los trabajadores y el pueblo, que deben ponerse en pie ya para frenar esto antes que sea tarde.
La bomba de las Lebac, una mecha cada vez más corta
En el balance del vencimiento anterior de Lebac, el 15 de mayo, le pusimos deliberadamente el título de “Episodio I”, dando a entender que habría más. Hay más, y ya lo tenemos encima: el martes que viene. Recordemos brevemente de qué se trata: las Lebac son títulos de deuda en pesos, emitidos por el Banco Central, que pagan un interés altísimo, hoy del 42-45% anual. En épocas de dólar más tranquilo, representaba un gran negocio traer dólares, cambiarlos por pesos y comprar Lebac; de esa manera, con un dólar estable, se podía obtener una ganancia única en el mundo del 3% anual en divisas.
El gobierno (es decir, el Banco Central “independiente”…) usaba las Lebac para contener el precio del dólar: los inversores se tentaban con esta tasa en pesos, no compraban dólares y de esa manera la divisa yanqui no subía, lo que a su vez se utilizaba como ancla para la inflación. El lado oscuro de este mecanismo maravilloso es que se iba acumulando una deuda en pesos infernal, del orden de los 60.000 millones de dólares (en pesos), y encima con vencimientos cortísimos, de uno o dos meses en su mayor parte.
La corrida de mayo consistió, sencillamente, en esto: el “mercado” se veía venir una suba del precio del dólar (más allá de la voluntad o de la política del macrismo) y se preparó para una salida masiva de este instrumento en pesos para comprar dólares. El gobierno conjuró el peligro a un altísimo costo: primero, quemando dólares de las reservas del BCRA (unos 10.000 millones en apenas semanas); segundo, rogándole a los bancos que aguanten un poco más, con el premio de una tasa del 40%; tercero, entregándose en cuerpo y alma al FMI, que queda como garante último de todo el esquema económico basado en endeudamiento y libertad de mercado para los que ganan, atesoran y fugan divisas.
Dijimos en su momento que el gobierno había comprado un mes de tiempo a un precio carísimo. Pues bien, pasó el mes y estamos de nuevo con la bomba de las Lebac. Episodio II. Por supuesto, el FMI, que es más serio que el gobierno, lo primero que pidió fue desactivarla. Ésa es una razón, entre otras varias, de que el FMI exigiera un dólar alto y que “flote” (esto es, que el BCRA no intervenga para sostener la cotización del peso y ésta se hunda): con un dólar más alto, la deuda de las Lebac, que es en pesos, se achica. Porque el destino final de esas Lebac todos sabemos cuál es: dejar de ser deuda del Banco Central “cuasifiscal” y pasar a ser deuda pública en dólares. ¿Cómo? Simple: parte de los dólares del FMI se van a usar para “rescatar” las Lebac.
Por lo tanto, otra exigencia del FMI es que el BCRA deje de prestarle a Tesoro nacional, esto es, que deje de agrandar la bola de las Lebac. Pero el verso de la “independencia” del BCRA se deshace enseguida con la designación de Caputo, ¡el hombre más cercano al Presidente de todo el gabinete! Lo que en realidad le interesa al FMI no es la independencia formal en abstracto, sino que las decisiones del BCRA estén en total sintonía con los intereses de los acreedores, gobierne quien gobierne.(2)
En este marco, el erratismo del gobierno alarmó a propios y extraños. Se compromete a que el BCRA no va a intervenir para evitar una disparada del dólar, y dos días después revienta 700 millones de las reservas para sostener un dólar a 26 pesos… que dos días más tarde supera los 28 pesos sin intervención del Central, replicando la estúpida (¿o sospechosamente inteligente?) actuación de Sturzenegger en mayo. Anuncia que no tiene metas de inflación en 2018… que se conocen al otro día. Enfatiza el combate a la inflación, sólo para reconocer después que la inflación va a estar supeditada al ajuste fiscal y que por lo tanto va a ser bastante más alta que la del año pasado.
Para colmo, el FMI dejó clarísimo que sus dólares no podrán usarse para financiar corridas cambiarias (otro argumento más para que el dólar “flote” y alcance el valor que el “mercado” diga). Pero la desesperación del gobierno es justamente que necesita urgente los dólares del FMI para frenar una eventual venta masiva de Lebac de inversores que irían derecho al dólar. Si eso sucede, el dólar se va a las nubes, o el BCRA revienta una cantidad inaceptable de reservas, o el Banco Nación (que será el administrador de la guita que mande el FMI) se patina buena parte de esos dólares, o todo eso junto.
No todo es plan maquiavélico: el componente de impericia en las decisiones políticas, por no decir estupidez lisa y llana, le hace correr sudor frío a la clase capitalista, que no tiene un plan B por fuera de respaldar sin fisuras a Macri y el acuerdo con el FMI. Como dice el analista citado en el acápite, el razonamiento del establishment es éste: Macri es nuestro hombre y el plan del FMI es el nuestro, pero si el deterioro vertiginoso del gobierno sigue su rumbo, en parte por la reacción popular y en parte por su propia incapacidad, ¿cuál es la red de seguridad?
Pregunta que puede resultar pertinente más pronto que tarde, y quizá, por empezar, la próxima semana. Porque si no se toma alguna medida fuerte ante la situación de emergencia cambiaria, económica y política, el “mercado” puede tomar esa decisión en sus manos por la vía de los hechos. Queda poco tiempo, y al gobierno plata para comprar tiempo adicional le queda menos todavía.
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