Por Tofi Mazú

Desde que las mujeres salimos a la calle en masa a exigir que dejen de matarnos, en el primer #NiUnaMenos, los trogloditas y los militantes el Opus Dei empezaron a llamarnos feminazis a todas las que peleamos por nuestros derechos. Tras el triunfo histórico que significó la media sanción al proyecto de ley de la Campaña, el venerado Papa Francisco nos llamó “genocidas de guantes blancos”. El pasado martes 10 de julio, y en vísperas del tratamiento del derecho al aborto legal en la Cámara Alta, La Nación se tomó la molestia de escribir un editorial falaz y mentiroso como pocos, para intentar reagrupar a los pro-aborto-clandestino bajo el discurso que había esbozado Bergoglio: el aborto legal no significaría el derecho de las mujeres a elegir si ser madres o no, cuándo, cómo y con quién. Sino que sería una conspiración del Banco Mundial y el Grupo Rockefeller para impedir que las y los argentinos nos reprodujéramos; y las mujeres que defendemos este elemental derecho, unas neonazis que estamos en contra de que las mujeres más pobres traigan hijos al mundo.

Retocando la historia

Para esgrimir este argumento nefasto, el diario oficialista posa de historiador y retoma los debates sobre el control de la natalidad, el derecho al aborto y la anticoncepción en Estados Unidos durante el siglo pasado, apoyándose en el lógico desconocimiento que la mayor parte de la población de nuestro país tiene al respecto. Entonces mienten descaradamente y eligen retocar la historia en su provecho, al tiempo que reemplazan al sujeto que pelea por la interrupción voluntaria del embarazo (movimiento de mujeres) por el Estado capitalista, racista e imperialista yanki de la primera mitad del siglo XX.

 Se agarran de las campañas de esterilización forzosa que esos gobiernos reaccionarios desarrollaron desde el final de la Primera Guerra Mundial para reducir el crecimiento poblacional, y así paliar la crisis de posguerra y la llamada inmigración pesada. El objetivo de dichas castraciones eran las mujeres de color, afrodescendientes, aborígenes nativas de América del Norte e inmigrantes puertorriqueñas: las más marginadas dentro de la clase obrera. Esta ley promovía las esterilizaciones con argumentos eugenésicos y racistas, exponiendo que deficiencias como la idiotez, la debilidad mental, la debilidad física y la pobreza eran elementos naturales a ciertas comunidades y razas,que debían ser cortados de raíz, evitando la reproducción de negros, latinos y aborígenes, así como el nacimiento de niños mestizos.

La triste verdad es que incluso la anticoncepción, en Norteamérica comenzó para regular y administrar desde el Estado el vientre de las mujeres más pobres y, por lo tanto, se tardó décadas en cohesionar a las mujeres negras y mestizas y a sus hermanas blancas en la pelea por el derecho decidir sobre su cuerpo, ya que las primeras habían sido víctimas de las políticas eugenésicas que las habían obligado a ligarse las trompas y a abortar sin consentimiento. Por el otro lado, buena parte del feminismo blanco no pudo ver hasta el final la relación entre el patriarcado, las diferencias de clase y la etnia hacia el interior del colectivo de mujeres, así como el hecho de que muchas feministas burguesas, en la búsqueda de la planificación familiar, hubieran omitido el flagelo racista que esas primeras legislaciones significaron para las negras y latinas. Cuenta Ángela Davis en su emblemático libro Mujeres, Raza y Clase: “la incapacidad de la campaña por el derecho al aborto para efectuar una evaluación histórica de sí misma condujo a una valoración peligrosamente superficial de la desconfianza de las personas negras en general respecto del control de la natalidad. Resulta indiscutible que cuando algunas personas negras equipararon sin vacilación el control de la natalidad con el genocidio parecían estar reaccionando de una manera exagerada, e incluso, paranoica. Aun así, las activistas blancas por el derecho al aborto desoyeron un profundo mensaje, ya que por debajo de esos gritos de genocidio, había claves importantes para comprender la historia del movimiento por el control de la natalidad. Por ejemplo, este movimiento había sido conocido por abogar por la esterilización involuntaria, una forma racista de <<control de la natalidad>> de masas. Si llega el día en que las mujeres disfruten de su derecho a planificar sus embarazos, las medidas legales que aseguren una fácil accesibilidad al disfrute de tal derecho deberán estar acompañadas de un adiós definitivo al abuso de la esterilización (…)”. La posición de Ángela Davis, como feminista y socialista, es clara: el único y verdadero “control de la natalidad” es el derecho de las mujeres a disponer de sus propio cuerpo, y que el Estado no regule nuestra capacidad reproductiva ni impidiendo el aborto seguro a las mujeres que no quieren o pueden ser madres, ni negando el derecho a ejercer la maternidad en condiciones dignas a las que eligen hacerlo.

Intentar comparar a las mujeres que históricamente han y hemos peleado por el derecho a decidir en nuestro cuerpo con los funcionarios fascistas yankis del siglo pasado es una provocación absoluta. Incluso comparar a las feministas de ese entonces con los eugenistas lo es. La reivindicación del derecho de las mujeres a ejercer una sexualidad libre y segura, a la anticoncepción y a elección respecto de la maternidad no es un invento siquiera de las fundaciones y ONGs citadas en el editorial de dicho diario. Es un reclamo histórico del movimiento de mujeres desde que existe como tal; es una necesidad que ha movido a las mujeres desde tiempos inmemoriales a practicarse abortos en condiciones de insalubridad e ilegalidad. Pretender imponer la idea de que el aborto planteado como un derecho es un invento del gran capital internacional es mentir y desconocer la historia. Por ejemplo, es desconocer que el primer país del mundo en legalizar esta práctica no fue ni Estados Unidos, ni Alemania, ni Francia: fue el Estado Obrero ruso de 1917.

 

El capitalismo y el aborto legal

En los albores del capitalismo, las principales potencias en desarrollo no podían permitirse la falta de mano de obra. Hombres, mujeres, niños, ancianos… todos debían estar bajo el yugo del capital. La necesidad de acumular, de desarrollar la industria y el comercio, de producir cantidades nunca antes producidas era imperiosa. Todas las manos eran pocas. Las leyes de vagos, las jornadas laborales de 12, 15, 20 y hasta 24 horas amansaban al conjunto de la clase obrera de los países más desarrollados. En las colonias, donde se producía la materia prima, los esclavos y esclavas eran explotados a fuerza de látigo. En ambos casos, la capacidad reproductiva de las mujeres era profundamente valorada por la burguesía y los patrones esclavistas, puesto que significaba un incremento de la mano de obra.

Conforme el tiempo fue avanzando, las condiciones de trabajo en los países industrializados impulsaron la lucha de clases. Empezó a cuestionarse por abajo la insalubridad de la fábrica y la mismísima patronal comenzó a comprender que no les era rentable perpetuar semejante barbarie. Por un lado, para no profundizar la conflictividad social; por otro, para terminar con las enfermedades producidas dentro de las plantas y producto del hacinamiento en el que vivía el proletariado, las muertes a temprana edad y la desnutrición. Fue entonces cuando aparecieron los llamados higienistas (médicos y funcionarios de la burguesía), que promovieron la organización de la sociedad en familias pequeñas, donde el hombre trabajaba en la fábrica y las mujeres cuidaban de niños y ancianos en el hogar. La mujer, arrancada de la producción, fue transformada en ama de casa y reproductora de la mano de obra. La ideología judeocristiana fue el sustento moral que ayudó a imponer este sentido común, con el culto a la maternidad, a la familia y la demarcación de los roles de género.

El derecho al aborto ni fue considerado en ninguno de esos momentos por parte de la burguesía del primer Mundo. No existía tal cosa ni para las blancas, ni para las negras, ni para las inmigrantes. Luego de las guerras mundiales, en Estados Unidos se llevaron adelante las campañas eugenistas de esterilización forzosa; pero en esos casos el aborto no era un derecho, como el feminismo siempre ha planteado, sino una obligación impuesta por el Estado capitalista con argumentos racistas, como hemos desarrollado más arriba.

A partir de los años ‘70, el feminismo tuvo su segunda ola. Los derechos sexuales y reproductivos, la anticoncepción, el aborto legal y la libre disposición del propio cuerpo de las mujeres estaban a la orden del día en el centro del Mundo. La lucha del movimiento de mujeres, empujado por la pelea contra la guerra imperialista, el racismo y la represión conquistó el aborto legal en Estados Unidos en el año 1973. Por esa época, la lucha planetaria de las mujeres ganó este derecho en diversos países de Europa. No fue una política de sus gobiernos: fue desde abajo, de la misma manera en la que las argentinas conseguimos la media sanción en Diputados. Con el correr del tiempo y la mundialización de la producción capitalista, es verdad que a amplios sectores de la burguesía primermundista les dejó de preocupar que las mujeres de sus países accedieran a abortos seguros. Las mujeres a las que se necesitaba en casa cuidando de la futura mano de obra, eran ahora las mujeres de los países más recientemente industrializados o de los que provenía la mano de obra migrante. Es por eso que mientras el norte del mundo disfruta del derecho al aborto, las mujeres de los países dependientes y semicoloniales, seguimos peleando por ello.

En distintos momentos de la historia, la burguesía se ha colocado siempre donde más le convenía para garantizar su negocio. Pero jamás del lado de las mujeres. Las políticas públicas sobre el control de la natalidad han sido siempre un producto de la lucha popular. Los casos expuestos por La Nación, una imposición para regular la población y fomentar el racismo, que nada han tenido que ver con el derecho a decidir de las mujeres.

Los conservadores y el aborto legal

Los conservadores son eso, conservadores. No importa si la OMS y una parva de ONGs se alarman de la cantidad de muertes por aborto clandestino que hay en nuestro país, ellos seguirán detrás del Vaticano, contra el movimiento de mujeres para que nada cambie. Eso son La Nación, Macri y la mayor parte de Cambiemos: conservadores. Algunos miembros del Pro, los liberales más “modernos”, que tienen como modelo a los países bajos, apoyan la legalización del aborto,  porque son unos chetos a los que les da vergüenza vivir y gobernar en un país tan atrasado. Ellos quieren hacer del aborto legal un negocio privado, pero no les preocupa moralmente. Sin embargo, a la familia Macri, a la gobernadora Vidal del Opus Dei, a Michetti… sí. Pero asumir tal cosa en tiempos tan convulsos, les presenta un problema. Ahí nace esta patética campaña.

Cambiemos y el aborto legal

El presidente, como conservador patriarcal que es, está profundamente en contra. Pero el gobierno en su conjunto, sobre todo, está en contra de lo que significa el movimiento de mujeres. Están en contra de que cientos de miles de pibas se organicen a diario por el aborto legal y todos sus derechos. De que la lucha en la calles marque la agenda política. Saben, también, que todas somos profundamente anti macristas y son conscientes de que muchas, además, somos militantes o simpatizantes de la izquierda y que los cuestionamos en varios niveles. Saben que la misma juventud que se planta por el aborto legal, se plantará para defender su educación, que se plantó por Santiago Maldonado y que estuvo en la calle el 18 de diciembre. Saben, finalmente, que vamos a salir a defendernos del acuerdo con el FMI y el plan de ajuste brutal que esto supone. Por eso, el principal diario oficialista dice: “Cuando el debate sobre una cuestión tan delicada e importante como la que involucra la vida de inocentes se plantea en nuestra sociedad, nos preguntamos si no debemos encender las alarmas ante quienes pretenden imponernos ideologías que nos son ajenas y que condicionan nuestro futuro mucho más que cualquier préstamo internacional. Muchos se rebelan ante cualquier obligación que comprometa millonarios pagos a futuro, pero pueden al mismo tiempo permanecer impertérritos ante la dolorosa realidad de miles de vidas de argentinos que se verán cercenadas antes de nacer”. Es decir, con esta sanata, pretenden convertirnos a las mujeres en cipayas agentes del imperialismo y a la vez, convencer al grueso de  la sociedad de que el problema del imperialismo no sería rendirle pleitesía al Fondo Monetario, sino la interrupción voluntaria del embarazo.

Esta provocación falaz, basada en mentiras y calumnias debe ser profundamente repudiada. Pero no desestimada, porque es la base argumental con la cual el gobierno busca reagrupar a su base social y todos los anti-derechos de cara al 8A. Es imperioso no dejarles avanzar ni un milímetro, volver a llenar el Congreso con los martes verdes y prepararnos para una guerra política que aún no está ganada. Si la derecha retoma la iniciativa, debemos estar a la altura de las circunstancias. Se están jugando el derecho a decidir de las mujeres y la estabilidad del gobierno.

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