Por Rafael Salinas


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Las recientes elecciones europeas parecieron establecer un record de abstenciones y rechazos. Sin embargo, fueron superadas por las presidenciales de Colombia, que se desarrollaron en dos turnos: la primera vuelta el 25 de mayo, y el ballotage el pasado domingo 15 de junio.

Efectivamente, en la primera vuelta, el 60% de los casi 33 millones de inscriptos no fue a votar. Y de los que fueron a las urnas, casi el 10% votó blanco o nulo.

En esa primera vuelta, con unos 3.700.000 votos (29% de los votos válidos pero el 11% del padrón!!!) salió vencedor el candidato narco-paramilitar Óscar Iván Zuluaga, delfín del ex-presidente Álvaro Uribe Vélez, un personaje que inició su carrera política a la sombra del legendario Pablo Escobar Gaviria, capo del Cártel de Medellín.[1] Asimismo, posteriormente, como gobernador del departamento de Antioquia (capital, Medellín), Uribe fue el creador (o, más bien, recreador) del paramilitarismo, con las llamadas “cooperativas de autodefensa «Convivir»”. Una vez en la presidencia (de 2002 a 2010), Uribe llevó adelante el combate a las guerrillas de las FARC y el ELN principalmente mediante el método de masacrar al campesinado indefenso de las zonas en que operaban. Esto, al mismo tiempo, fue un gran negocio para Uribe y sus hacendados amigos. Las matanzas debilitaron seriamente pero no terminaron con las guerrillas… Sin embargo, simultáneamente, el terror generó un éxodo rural estimado entre tres o cuatro millones de refugiados. Sus amigos hacendados se apoderaron así de millones de hectáreas “limpias” de molestos campesinos.

Recordamos todo esto, porque elegir a Zuluaga era, de hecho, reelegir a Uribe para un tercer período presidencial.

Zuluaga, el delfín de Uribe, tuvo de principal contrincante al actual presidente Juan Manuel Santos, que aspiraba a la reelección. Digamos que el prontuario de Santos no es menos sangriento que el de su rival real, Uribe. Es que Santos fue nada menos que Ministro de Defensa de Uribe. Como tal, fue responsable directo o indirecto, por acción u omisión, de las peores atrocidades. Una de las que generó más escándalo, fue la de los “falsos positivos”.

Santos instituyó premios en dinero por la muerte de guerrilleros. Entonces, los miembros de las FFAA y la policía se dedicaron al lucrativo negocio de secuestrar jóvenes de los barrios más pobres de Bogotá y otras ciudades, vestirlos con uniformes y luego asesinarlos. Era algo menos peligroso que enfrentarse a guerrilleros de verdad, pero los premios que les daba Santos por presentar esos cadáveres eran igualmente suculentos…

Sin embargo, una vez en la presidencia, Santos tomó un rumbo distinto al de Uribe, que lo llevo a una ruptura política. Sin dejar de darle duro a la guerrilla, inició conversaciones de paz con las FARC, que se vienen desarrollando (y avanzando trabajosamente) en Cuba.

En la primera vuelta del 25 de mayo, Santos sufrió la humillación de ser derrotado por Zuluaga. Salió segundo, con apenas 3.300.000 votos (el 25,7% de los votos válidos y un escaso 10% de padrón).

El voto por el “mal menor” favorece a Santos

La segunda vuelta del 15 de junio, invirtió las cosas. Santos esta vez se impuso, logrando la reelección, con 7.800.000 votos (51% de los emitidos) contra 6.900.000 de Zuluaga (45% de los emitidos). Pero de todos modos, el porcentaje de abstención no dejó de ser importante, aunque bajó a un 52%). Asimismo, los votos nulos y en blanco (que fueron tema de campaña a través de un movimiento por el voto en blanco) disminuyeron algo, aunque en menor proporción.

Colombia ha sido tradicionalmente un país de baja participación electoral, en comparación a Argentina, Uruguay y otros países sudamericanos. Pero, esencialmente, esto se debía a la marginalidad y la pasividad política, no a un “rechazo” con cierto contenido elemental de protesta ni menos aun “revolucionario” como pretendían sectores de la extrema izquierda.

Esta vez, las cifras indican una combinación más compleja, con otros componentes distintos a la mera pasividad y marginalidad. Se expresa también un sentimiento de protesta y rechazo más político… pero en gran medida inorgánico. Que la suma de las dos principales coaliciones políticas haya logrado en la primera vuelta apenas el 21% de votos de los inscriptos, es doblemente significativo: por un lado, un rechazo; por el otro, la debilidad y/o ausencia de alternativas.

En ese cuadro, Santos remontó vuelo con un eje tan simple como eficaz: era el “candidato de la paz” frente a Zuluaga (y su mentor, Uribe), indudables candidatos de la guerra. O sea, romper las negociaciones con las FARC y seguir adelante con un conflicto que lleva ya medio siglo.

El mecanismo del “voto por el mal menor” funcionó con eficacia, a pesar de que muchos votaron por Santos tapándose las narices. Pero Santos no sólo no es garantía que culminen “pacíficamente” las negociaciones con las FARC. Al mismo tiempo, Santos lleva adelante una línea de subordinación total, política y económica, al imperialismo yanqui y a la gran burguesía de Colombia, que ha llevado al colmo las desigualdades sociales y la miseria. Santos es el neoliberalismo salvaje en todo su esplendor. Por eso Colombia es hoy el gran ejemplo que exalta Washington para toda América Latina.

¿Qué clase de paz y qué clase de guerra?”

Esta sencilla pregunta, que se hacía Lenin para esclarecer la esencia de los conflictos armados (y también de las situaciones de “paz”), es muy útil para despejar las cortinas de humo.

Aquí no volveremos a desarrollar, como en artículos, el tema de la guerrilla colombiana. Aunque la hemos defendido de la represión del Estado, siempre hemos mantenido una posición de profunda crítica a la política de las FARC y del “guerrillerismo” en general. Estimamos que el balance político de las FARC es un desastre histórico, que ha contribuido decisivamente a que monstruos como Uribe puedan tener el apoyo no sólo de una parte de la burguesía colombiana sino también, lamentablemente, de sectores populares confundidos.

Criticamos políticamente la “guerra” llevada adelante por las FARC (y el ELN). Pero también, lamentablemente, no tenemos la menor esperanza en la “paz” que están negociando (secretamente) con los delegados de Santos en La Habana. Y nuestra absoluta desconfianza está plenamente justificada por los resultados de todos los precedentes de “acuerdos de paz” en la región. Centroamérica es el gran ejemplo. Y no sólo. En toda América Latina abundan hoy los gobiernos de ex-guerrilleros, del FMLN en El Salvador, del FSLN en Nicaragua, de Dilma en Brasil, del “tupamaro” Mujica en Uruguay… Casi podría decirse que para el capitalismo, nada mejor que un ex-guerrillero para encargarle de la administración de países “complicados”…

Entonces, no tengamos la menor esperanza en la “paz” que podría asomar en La Habana. Los trabajadores, los campesinos, la juventud y los sectores populares de Colombia sólo deben confiar en sus propias fuerzas. Para eso, es necesario agruparse en forma políticamente independiente, tanto de la burguesía como de sus actuales interlocutores de las FARC.

1.- Una agencia de inteligencia militar del gobierno yanqui, la Defense Intelligence Agency, según informe publicado en la revista Newsweek en 2004, ubicaba en 1991 a Álvaro Uribe en el Nº 82 de una larga lista de integrantes del Cártel.

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