Por Ale Kur


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Algunas conclusiones y perspectivas

 

La primera pregunta que cabe hacerse es por qué logró un “monstruo” reaccionario como el ISIS un avance semejante.

La explicación tiene que partir de un balance de la experiencia de los “nacionalismos burgueses” en Medio Oriente en los últimos 60 años: es decir, de su completo fracaso. Las experiencias de Nasser en Egipto, Kadafi en Libia, Saddam Hussein en Irak, Arafat en Palestina, Al-Assad en Siria, etc. tuvieron todas los mismos resultados: La perpetuación de las “fronteras coloniales” impuestas por Europa con el acuerdo Sykes-Picot de la Primera Guerra Mundial, que se mantuvieron tal cual en la “descolonización” que siguió a la Segunda Guerra Mundial. La consolidación del enclave colonialista-imperialista de Israel, cada vez más volcado a la limpieza étnica de palestinos. La no disolución de antiguas estructuras sociales, basadas en comunidades sectario-religiosas, tribales (clanes, familias, etc.), que hoy son canales de reparto de riquezas y poder político, en un capitalismo atrasado y dependiente. El atraso económico, el escaso nivel de desarrollo industrial, la persistencia de altos niveles de pobreza y desocupación. Y la permanencia de formas de opresión política que excluyen la participación democrática de la población y anulan cualquier posible organización autónoma, independiente.

Es sobre este profundo fracaso estratégico del nacionalismo burgués laico, agravado por la ofensiva neoliberal de los años ochenta y noventa, que se produjo el avance de corrientes políticas de tipo “islamista” (en sus variantes moderadas o radicales), llenando el vacío que dejaba el primero, y encarnando algunas de sus banderas progresivas de manera muy distorsionada (la eliminación de las fronteras coloniales, la lucha contra el Estado sionista, la denuncia de la gran desigualdad social, etc.).

Agreguemos que las alternativas de izquierda marxista –que en el caso de Irak llegaron a ser muy fuertes– estuvieron representadas por los partidos comunistas obedientes a Moscú. En Irak, específicamente, el PC llegó a ser una potencia tanto en el movimiento obrero como entre la comunidad chiíta de Bagdad, y la intelectualidad en general. Pero la línea que les dictaba el Kremlin era la subordinación a los nacionalismos laicos, estimados como “progresistas”; el Baath en primer lugar, en los casos de Irak y Siria.

La “Primavera Árabe” de 2011 generó una amplia vanguardia juvenil y popular más bien laica, pero también ensanchó relativamente a nivel de masas el campo de acción de las tendencias islamistas porque quebró el dique de contención de las dictaduras nacionalistas y permitió la expresión de todas las tendencias opositoras. Sin embargo, el “Islam político” comenzó a retroceder luego de haber llegado a su pico de máxima influencia. El golpe de Estado en Egipto, las revueltas en Túnez, los avances militares de Al Assad en Siria (combinados con un hartazgo de gran parte del activismo opositor y la población civil hacia los islamistas), la “Operación Dignidad” en Libia, etc. pusieron freno a la expansión del islamismo en gran parte de Medio Oriente.

Pero este retroceso relativo del “Islam político” no es una tendencia unilateral. Mientras retroceden las alas del islamismo “moderadas” y adaptadas a la institucionalidad democrático-burguesa (como la Hermandad Musulmana), también avanzan las tendencias del “Islam radical” en el vacío político dejado por las anteriores. Sobre todo seduciendo a los jóvenes islamistas que se desilusionaron de la experiencia “democrático-islamista” pasando a posturas más radicalizadas dentro del mismo campo ideológico.

Y especialmente, en los casos donde se dieron guerras civiles, el “islam radical” pasó a estar “en su salsa” por poder organizar grandes aparatos militares, reforzados con cuadros provenientes de las experiencias de la Jihad a lo largo y ancho del globo. Esto se multiplica en los países donde está más presente la división sectaria étnico-religiosa, como son los casos de Siria e Irak. Allí actúan como catalizadores de fracturas sociales mucho más amplias, dándole un canal de expresión… profundamente reaccionario.

Una política revolucionaria

Si bien una posición política revolucionaria, socialista e internacionalista tiene escasos puntos de apoyo en la actual situación iraquí, en líneas generales debe incluir los siguientes puntos: Rechazo de toda injerencia imperialista, de la intervención de las potencias regionales (llámense Irán o Arabia Saudita). Repudio incondicional al “Estado Islámico” y sus pretensiones teocráticas, al mismo tiempo que se rechaza al Estado sectario irakí en disgregación. A partir de allí, establecer las formas democrático-revolucionarias mediante las cuales los trabajadores, la juventud que se movilizó en la Primavera Árabe y los sectores populares organizarán sus propias instituciones estatales, totalmente independientes tanto de Arabia saudita e Irán como de Estados Unidos y la OTAN.

La única salida progresiva sólo puede venir de la movilización de los trabajadores y los sectores populares, que supere las divisiones étnicas y sectario-religiosas, y derrote a los dos sectores reaccionarios en pugna.

Esto no es sólo una expresión de deseos: a eso apuntaban las movilizaciones juveniles y populares que se desarrollaron en Bagdad en los inicios de la “Primavera Árabe”, que no estaban teñidas por sectarismos religiosos de ninguna naturaleza.

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