Por Jacques Chastaing, A l’encontre, 07/07/2014
Con el fin de desactivar al amplio movimiento de huelgas por el aumento del salario mínimo –movimiento que había atravesado todo el país de febrero a marzo de 2014 y hecho caer el gobierno de Hazem Beblaoui (julio 2013/marzo 2014)–, el mariscal Abdel Fattah al–Sissi había dado a entender que podría acceder a las demandas de los huelguistas si se convertía en presidente de la República.
Su objetivo, por supuesto, no era sino ganar tiempo esperando que durante la campaña presidencial lograría movilizar contra los huelguistas a una parte del electorado centrado alrededor de su persona, en nombre de la unidad nacional, de la estabilidad del país y de la lucha contra el terrorismo islamista.
Si bien ha ganado la primera parte de su apuesta poniendo fin a las huelgas, ha perdido la segunda, no logrando una movilización electoral alrededor de la figura de un “nuevo Nasser” que intentaba crearse. En efecto, aunque haya conseguido salir elegido a finales de mayo, gracias a los considerables medios invertidos en la campaña, no ha obtenido más que una participación muy pequeña en el escrutinio presidencial cuando esperaba salir plebiscitado. Le habría sido preciso, efectivamente, un amplio apoyo popular para tener la autoridad de hacer frente la posterior ola de huelgas que no dejaría de darse cuando las clases populares egipcias vendrían a pedirle que cumpliera sus promesas.
El aparato del estado (policía, ejército, aparato judicial) feroz en la represión –41.000 detenciones desde julio de 2013, más de 2000 muertos, miles de condenas a muerte, se ha mostrado frágil e impotente frente a las enormes sacudidas populares que han movilizado a millones y millones de desheredados estos últimos tres años de revolución.
Hay que decir que cuando los miserables se despiertan a la política siendo sus condiciones de vida lamentables, ya no tienen nada que perder y nada les detiene. Mubarak y Morsi están bien situados para saberlo. Las condiciones de vida en Egipto se han degradado considerablemente estos últimos años para los más pobres mientras que los más ricos hacen aún mayor ostentación de sus lujos. Se estima que este invierno, quizá 30.000 egipcios han muerto como consecuencia de las lluvias y las inundaciones que han transformado las enormes concentraciones de chabolas del país en cloacas insalubres y criminales. Por otra parte cerca del 13% de la población estaría actualmente en situación de insuficiencia alimentaria. Lo que permite comprender en qué medida la violenta represión que golpea a los Hermanos Musulmanes o los militantes revolucionarios demócratas y socialistas –que nos choca con razón en Europa y contra la que hay que protestar con vigor– no conmueve demasiado a las clases populares en Egipto que están aún más fuertemente condenadas a la prisión de la miseria y la muerte por enfermedad debido a la falta de atención sanitaria o malnutrición.
Vuelta de las luchas y las huelgas
Ahora bien, lo que es llamativo, en este fin de junio, aunque el país entre en el mes delRamadán, tradicionalmente calmado desde el punto de vista social, es que el movimiento de huelgas parece haber reiniciado de nuevo su marcha inexorable.
Con los cortes de agua potable y de electricidad, a veces cuatro o cinco veces al día en el caso de la electricidad, de una duración de una hora o incluso a veces de dos o tres horas, las protestas se han multiplicado estos últimos días. A esto se han añadido manifestaciones diversas: trabajadores despedidos en Mahalla el 22 de junio, enseñantes de maternal en Suez el mismo día, enseñantes y estudiantes para exigir la dimisión del presidente de la Universidad de Tanta [ciudad del norte de El Cairo, a unos 80 km] el 24 de junio, de taxistas el 25 de junio, de forofos ultra de fútbol contra la represión en Zagazig el 26 de junio, pero sobretodo el 27 de junio una manifestación con un valor altamente simbólico y significativo de los habitantes de Luxor para exigir la dimisión del gobernador de la región, un general.
El poder está en estos momentos condenando a duras penas de prisión a militantes revolucionarios demócratas o socialistas por haber desafiado la ley que prohíbe las manifestaciones. Pero frente a estas protestas populares, que sin embargo no están autorizadas en su la inmensa mayoría, el ejército y la policía se muestran incapaces.
Por otra parte, había que señalar de nuevo huelgas de médicos –que habían sido el núcleo organizador de las huelgas del comienzo del año– el 19 de junio. El mismo día tuvieron lugar de nuevo huelgas de trabajadores de tapices en Samanoud (Bajo Egipto) por el salario mínimo. El 23 de junio, huelga de personal administrativo en Sharqia y el 28 de junio en Kafr el Cheik, al mismo tiempo que los obreros de la compañía de nitratos de Suez entraban ya en su primer mes de lucha el 29 de junio.
Pero lo que es ya más significativo, es la huelga de los 2.500 empleados de Helwan Coke que, el 29 de junio, estaban en su cuarto día de lucha por sus salarios. Y, este fin del mes de junio, hay también que señalar la de los trabajadores de Tanta Lin. Éstos juegan en efecto un papel importante y en general de vanguardia en cuanto al estado de espíritu de una parte de los trabajadores del país. Son conocidos por todos pues hace años que luchan por la vuelta al sector público de su empresa, que había sido privatizada. Un tribunal les ha dado la razón. Pero la decisión no ha sido jamás aplicada. Han multiplicado las manifestaciones y han hecho incluso ellos mismos funcionar la empresa. Sin embargo, el estado les ha cortado la electricidad. Y sobre todo han participado en la iniciativa durante las huelgas de marzo de 2014 de una de las coordinadoras nacionales de huelguistas que junto a los asalariados de otras empresas industriales, han pedido la renacionalización de las empresas.
Cuando se manifestaban ante el Consejo de Ministros, los trabajadores de Tanta Lin llevaban pancartas en las que se leía: “Ni Hermanos Musulmanes, ni liberalismo, satisfacción de nuestras demandas”, y gritaban “Queremos trabajar” pues su empresa está parada por falta de suministros suficientes. Y uno de los argumentos de fondo de Sissi contra las huelgas era que, para salvar Egipto, había que trabajar más, relanzar la producción… y que se dedicaría a ello con todas sus fuerzas.(Traducción de Faustino Eguberri, Viento Sur)