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Polémica en la izquierda sobre la huelga policial
Un análisis de clase de las fuerzas de seguridad
Por: José Luis Rojo
“El hecho de que los policías hayan sido elegidos en una parte importante entre los obreros socialdemócratas no quiere decir absolutamente nada. Aquí, una vez más, es la existencia la que determina la conciencia. El obrero, convertido en policía al servicio del Estado capitalista, es un policía burgués y no un obrero” (León Trotsky, “¿Y ahora? Problemas vitales del proletariado alemán”).
En pasadas semanas vivimos una gran rebelión policial. Es una buena oportunidad, entonces, para referirnos a algunos de los problemas políticos y estratégicos que están planteados para los revolucionarios frente a estas situaciones. Presentaremos entonces una versión actualizada de un artículo publicado en oportunidad del levantamiento de Gendarmería.
No son trabajadores sino un cuerpo especial burocrático
La primera cuestión es establecer el carácter social de los integrantes de la policía y las fuerzas de seguridad. Muchos sectores de la izquierda consideran que como obtienen un salario por su actividad, se los debe considerar «trabajadores». A partir de aquí se ponen en marcha toda una serie de falsas analogías respecto de la verdadera clase obrera.
Lo primero a señalar es que cuando hablamos de las fuerzas de seguridad, no hablamos de trabajadores. Trabajador es aquél que directa o indirectamente sirve a la acumulación, a la producción de valor y plusvalor, a la producción de riqueza para los capitalistas, y que solidariamente integra las filas de la propia clase trabajadora. También existen trabajadores improductivos (cumplen una serie de servicios para los capitalistas que no implican acumulación de valor sino gastos), que sin embargo mantienen sus relaciones de solidaridad con el conjunto de la clase obrera y están caracterizados por analogías con los demás trabajadores. Pero cuando hablamos de las fuerzas de seguridad nos referimos a otra cosa; a otra categoría social que no es la de un trabajador.
Existen otros ejemplos en los cuales una casta social recibe ingresos parecidos a los salarios obreros, y que sin embargo no son tales. Por ejemplo, amplias capas de la gerencia de las empresas obtienen un ingreso sin ser patrones o accionistas. Ocurre que bajo la forma de un «salario», los ingresos de los funcionarios jerárquicos son tan elevados, que no pueden estar reflejando sólo su trabajo (por más calificado que sea), sino una cuota-parte de la plusvalía extraída a los trabajadores. Si viven de la explotación de la clase obrera, por más «salario» que reciban, no son trabajadores, sino por el contrario son parte de la clase capitalista.
Veamos el caso de la policía. Sostenemos que es un error considerarlos como trabajadores: se trata de un conjunto de «funcionarios» cuya actividad (no trabajo) es actuar como perros guardianes de la propiedad y de la autoridad del Estado capitalista: un policía burgués, como dice Trotsky, no un obrero.
Es decir: entran en otra categoría social que no es la de trabajadores sino la de burocracia (funcionarios de la seguridad del Estado). En la sociedad capitalista hay un conjunto de estratificaciones entre las dos clases sociales fundamentales (capitalistas y obreros). Estas capas intermedias incluyen a los comerciantes y a las actividades profesionales como abogados y demás, que son llamadas “clases medias”. Con estas clases medias ocurrió históricamente que bajo el capitalismo han tendido a confluir con la clase trabajadora vía la proletarización de las profesiones (el caso de los médicos, por ejemplo) o a desaparecer (los comerciantes frente a los grandes shoppings). Pero las que no han desaparecido y no tienen que ver con la economía sino con la administración de las relaciones de poder, son las burocracias. Aclaremos: en su generalidad, cuando hablamos de los empleados del estado, sí hablamos de trabajadores. Incluso en el caso de los docentes, aunque sea el Estado el que les pague su salario, cumplen una función productiva (la formación de la fuerza de trabajo), aunque esto ocurra indirectamente. En el caso de los empleados estatales, aun cuando su función no fuera productiva, por su salario, por su función, por sus relaciones de solidaridad social, son trabajadores y no burocracia.
Algo muy distinto ocurre con las fuerzas de seguridad: Policía, Gendarmería, Prefectura y Fuerzas Armadas. En este caso está clarísimo, por función y por historia, que se trata de una capa burocrática que está puesta en función de mantener el orden de la explotación patronal y la autoridad del Estado capitalista. No se puede hablar de «trabajadores» o de un sector que pueda tener algún vínculo de solidaridad con ellos, sino de una capa social cuya especialidad es la represión y el control social de los explotados y oprimidos. En nada menoscaba esto el origen social de los integrantes de estas fuerzas. Es evidente que su base y muchos de sus mandos medios provienen de sectores humildes o, incluso, familias trabajadoras. Sin embargo, cuando entran en servicio este origen social es «borrado». Se trata de instituciones que «lavan la cabeza», que forman a sus integrantes en otro tipo de relaciones sociales; instituciones de «clausura» que suprimen las relaciones solidarias anteriores y establecen una nueva: ser perros guardianes del capital. De ahí provienen sus identificaciones, cantos, valores, relaciones de solidaridad, etcétera.
Un planteo y no una «huelga»
Un segundo error cuestión se plantea a propósito de la medida de fuerza tomada por las fuerzas policiales, presentada como una «huelga». La caracterización proviene de muchas fuerzas de la izquierda e, incluso, de sectores sindicales como la CTA Micheli. Una huelga es una medida de fuerza de un sector de trabajadores en virtud de un reclamo contra la explotación. Pero un «planteo» constituye una circunstancia objetiva más allá de la supuesta «voluntad» de sus autores. El «hecho económico» queda subordinado a una acción de fuerza (se trata de personal armado) que quiérase o no, se coloca desde la derecha cuestionando las libertades democráticas. Es cierto que el planteo de gendarmes y prefectos el año pasado y el policial ahora, no llega a escalar cimas como, por ejemplo, el levantamiento de Rico y los militares en 1988. Pero cualquier planteo de las fuerzas de seguridad tiene inscripta en su propia lógica esa posibilidad. De ahí que sea tan necesario repudiar el apoyo que desde sectores de la izquierda se les da a las fuerzas represivas y sus reclamos “salariales”.
Una posición reformista
Veamos ahora el planteo de «sindicalización» que hacen sectores de la CTA como Lozano y la misma izquierda (MST, IS y PO). Nos parece equivocado por reformista. Respecto de la CTA, que es reformista hecha y derecha es coherente que considere que se puedan «democratizar» las instituciones represivas.
Pero que corrientes de la «izquierda revolucionaria» crean que se puede tener una política de «mejoras» y cambio gradual en el carácter antiobrero de las instituciones represivas y del Estado, es un escándalo. No hay sindicalización ni compromiso de «no reprimir» que valga en condiciones normales
Esto conecta con otro problema: confundir sindicato con corporación y creer que cualquier organización de «solidaridad» entre pares es un sindicato o algo “progresivo”. Bajo el capitalismo, los empresarios de igual rama o incluso los empresarios de conjunto, se organizan en “carteles” o instituciones como la UIA (Unión Industrial Argentina) o la Asociación de Empresarios Católicos, bajo relaciones de solidaridad frente al conjunto de las otras clases. Pero a nadie se le ocurriría decir que por eso son «sindicatos» como los de los trabajadores… Lo propio ocurre con la Policía: promover o admitir su sindicalización en épocas “normales” sólo les daría herramientas para llevar adelante -frente al resto dela sociedad- sus reclamos corporativos, que nada tienen que ver con los de los explotados y oprimidos.
Las situaciones revolucionarias
“La posibilidad eventual de un compromiso efectivo de una parte de la policía para no reprimir a los trabajadores e incluso rebelarse ante esa orden, sólo es posible en una situación de lucha de clases aguda (es decir revolucionaria) que produzca el quiebre y descomposición del Estado y de sus instituciones coercitivas y la radicalización política y social de las grandes masas. Sólo bajo esas condiciones la clase trabajadora podría establecer un acuerdo favorable a sus intereses en pos de quebrar la cadena de mandos, suprimiendo la disciplina vertical de la alta oficialidad, debilitando así el poder represivo del Estado burgués, lo que presupone la autoorganización y el armamento obrero y popular, un gran factor de ‘persuasión’ sobre las fuerzas represivas, mucho más realista que las campañas por la ‘sindicalización’ en momentos de relativa ‘normalidad’ de la lucha de clases» (Trotsky, ídem).
Se nos dirá: ¿pero entonces el Nuevo MAS no defiende una política de división de las fuerzas armadas en caso de situaciones radicalizadas, algo clásico del marxismo? Es sabido que a partir de la Revolución Francesa se pusieron en marcha la «leva de masas» y los ejércitos de conscriptos, que por definición tenían base popular, y eso facilitaba -en los momentos críticos- trabajar por su división. Muchos «hijos del pueblo» estaban en sus filas, y en esos momentos críticos daban vuelta los fusiles. Pero a partir de la derrota yanqui en Vietnam (entre otros elementos), los ejércitos capitalistas dejaron de tener base popular; se profesionalizaron e hicieron mucho más complejas estas relaciones. Sin embargo, sigue siendo válido algo establecido clásicamente por León Trotsky. Este señalaba que el factor más importante que conllevaba a la división del ejército y las fuerzas de seguridad no era ninguna «sindicalización», sino el temor y las relaciones de fuerza. Es decir, el hecho de que las fuerzas de seguridad entren en pánico ante la falta de garantías acerca de su futuro bajo la presión de los acontecimientos revolucionarios. En esas condiciones lo que procede es un trabajo de zapa material e ideológico para dividir esas fuerzas armadas. Pero la orientación estratégica en ese trabajo es, y ha sido siempre para el marxismo revolucionario, la destrucción de las fuerzas armadas y de seguridad del estado capitalista, no su reforma.