Por Claudio Testa
La caída de un nuevo avión de Malaysia Airlines con unos 300 pasajeros en vuelo hacia Holanda, ocupó durante unos días las primeras planas de la prensa y la TV. Por un momento, el genocidio de Israel en Gaza pasó a segundo lugar. El aparato malayo no habría caído por accidente sino derribado por un misil tierra-aire o por un caza.
Como era de esperar, los falsi-medios occidentales, repitieron obedientes el libreto que venía de Washington y de sus títeres de Kiev: los responsables de este acto criminal serían sin duda los sanguinarios “separatistas pro-rusos”, alentados y armados hasta los dientes por Vladimir Putin.
Por supuesto, los borregos de la “prensa independiente” hablaron y siguen hablando sin el menor dato comprobado. Y, efectivamente, hasta hoy es imposible contestar seriamente la pregunta de quién derribó ese avión civil… y es probable que finalmente no se pueda establecer con seguridad.
¿A quiénes les conviene?
En cambio, hay otras preguntas fundamentales que ya pueden ser respondidas con certeza. La primera de ellas es: ¿a quién le conviene?
Evidentemente, el derribo de este avión no le conviene a la población del Sud-Este de Ucrania, insurreccionada contra el gobierno de Kiev, ni tampoco al producto político de esa insurrección: las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, ahora fusionadas en el “Estado Federal de Nueva Rusia”. En esa difícil situación, lo último que desearían es cargar con la responsabilidad del derribo de un avión civil extranjero, que no tenía intervención alguna en la guerra.
En estos días, los insurrectos del Este, con escaso armamento, enfrentan la ofensiva del nuevo ejército organizado por Kiev, con la ayuda directa de EEUU y la OTAN.
Habiendo desertado gran parte de las fuerzas armadas existentes antes del “Euro-Maidan”, el nuevo régimen constituyó de hecho un nuevo ejército alrededor de una “Guardia Nacional” a la que se incorporaron en masa los militantes de la extrema derecha en general y los neonazis del Pravy Sektor en especial. Son ellos los que están avanzando en el Este, gracias a que Putin y el gobierno ruso “sostiene” a los supuestos “pro-rusos” como la soga sostiene al ahorcado.
Como señalamos reiteradamente, Putin no puede darles abierta y directamente la espalda. Gran parte del apoyo político masivo que hoy tiene en Rusia está ligado a su imagen de campeón y defensor de los pueblos de etnia o habla rusa. No puede cerrarles abiertamente la puerta en las narices. Por esos motivos, al mismo tiempo que rechazó de plano la incorporación a Rusia de los insurrectos de Donetsk y Lugansk, probablemente les deje recibir a cuentagotas algo de armamento, pero lo suficientemente modesto como para obligarlos a que se sometan a su política: la de aceptar un acuerdo capitulador con Kiev… Al mismo tiempo, Putin ladra pero no muerde contra EEUU, la UE y la OTAN.
Por todos esos motivos, al Kremlin tampoco le conviene el derribo del avión malayo, pero lo afecta en grado mucho menor.
¿Quiénes son los principales beneficiados? Sin duda alguna, Occidente, en primer lugar EEUU y sus sátrapas de Kiev.
Dentro del monótono coro de la prensa occidental, algunos excepcionalmente han examinado este aspecto de a quiénes les conviene. Así, Luisa Corradini, en La Nación (19/07/2014), después de subrayar que “los separatistas prorrusos de la región de Donetsk, parecen haber escapado ahora totalmente al control de Putin”, añade:
“Seriamente, nadie puede pensar que el ataque fue perpetrado por militares rusos siguiendo órdenes del Kremlin. ¿Qué ganaría Putin provocando semejante drama? Esta vez, todo el mundo perdió. O tal vez, no. Porque ahora Putin se encuentra ante una auténtica encrucijada: tal vez haya llegado el momento de sacrificar a los separatistas pro-rusos, que terminarán como los únicos culpables, y de paso asfixiarlos, al cortarles el apoyo logístico y la financiación con una buena excusa.
“Sería una de esas raras oportunidades calificadas en política de win-win, donde todos ganan. Ucrania recuperaría su integridad territorial; Europa y Estados Unidos restablecerían relaciones diplomáticas y comerciales normales con Rusia. Y Putin podría finalmente negociar los términos de un acuerdo de cooperación política con el nuevo presidente ucraniano, Petro Poroshenko.”
Este panorama idílico difícilmente se concrete, pero por otras razones: que las relaciones geopolíticas tienden a hacerse cada vez más ríspidas. En lo que sí tiene razón, es que los grandes beneficiados son EEUU y sus títeres de Kiev… y quizás Putin en la medida que logre aprovecharlo para “zafar” de la cuestión ucraniana y de los fastidiosos insurrectos de Donetsk y Lugansk.
Otra pregunta molesta: ¿quién orientó a un avión civil para volar en zona de guerra?
La respuesta a esta cuestión es más indudable que las anteriores. Fue desde los controles aéreos de Kiev que se determinó la ruta del avión de Malaysia Airlines. La pudrición de la prensa occidental puede medirse por el hecho de que esta sencilla pero esencial pregunta casi no figura en sus elucubraciones. Se charlatanea sobre cualquier cosa. Por ejemplo, sobre los sistemas de misiles rusos.
Pero casi no se escucha LA pregunta esencial: ¿cómo un avión civil fue dirigido a sobrevolar una zona de guerra?
Un avión no ingresa ni recorre el espacio aéreo de un país por donde se le dé la gana al piloto. Su ruta es marcada por los controladores de ese país, en este caso, desde Kiev. Las autoridades aéreas ucranianas son los responsables de su ruta. ¿Acaso el avión de Malaysia entró clandestinamente a Ucrania o desobedeció las indicaciones de Kiev? ¿Los radares ucranianos no lo detectaron? Y si no fue así, ¿por qué lo enviaron a volar sobre una zona de guerra, donde ya habían sido derribados aviones militares hacía poco?
¿Fue sólo un simple error o descuido? ¿O al gobierno ucraniano y a sus “asesores” de la CIA y la OTAN (que están haciendo turismo en Kiev desde el Euro-Maidan) pensaron que les vendría muy bien una atrocidad como ésta, para justificar la masacre, la guerra de “limpieza étnica” que han iniciado contra el Este?
Que el gobierno de Ucrania, la Casa Blanca y sus socios menores de Berlín y Bruselas eludan estas preguntas, ya da para pensar mal. Su silencio es una ruidosa respuesta.